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    EL MUNDO - Jueves 23 de mayo de 2002 - Número 94  
     
  INTERNET |  


  La Red está creando nuevas formas de publicidad. Algunas de las más modernas son especialmente agresivas e incómodas: pop-ups que no se cierran, ratoneras y programas que espían la navegación.

PUBLICIDAD
La fiebre de los pop-ups

 
  MARTA PEIRANO  
 
  
Un peculiar anuncio de membrillos puso en vilo, hace unos años, a la opinión pública española. A lo largo de las carreteras, una señorita, sin más atuendo que un par de membrillos, decía algo así como “Cariño, adivina qué vamos a cenar esta noche”. Sexista o no, parece ser que esta publicidad provocaba más accidentes que la garrafa de los bares y, en aras de la seguridad vial, fue retirada de inmediato. Pero en la World Wide Web, la seguridad vial no es una prioridad: los anuncios campan a sus anchas y hacen del usuario lo que quieren.

Tras el batacazo del Nasdaq muchas puntocom se han visto obligadas a comer cualquier cosa para sobrevivir. Los anunciantes han impuesto su ley y el resultado es una proliferación de publicidad agresiva: los banners van a su aire junto con los pop-ups –esas ventanas que surgen al entrar en una página– y sus primos, los pop-unders –que aparecen bajo la ventana que miras– y los pop-afters –que surgen cuando cierras la página–. Algo que ya ha provocado las quejas de muchos internautas.

De hecho, algunos webs como Google no los permiten. Y algunos estados en EEUU, como el de Connecticut, estudian tomar medidas legislativas contra ellos.

Los pop-ups más modernos son particularmente molestos. Normalmente utilizan formato Flash, lo cual ya es un problema porque la página tarda más en bajar. En algunos casos, un todoterreno zumbón cruza la pantalla en zig-zag haciendo unos ruidos de espanto. O un odioso muñeco de colores persigue la línea del cursor, de modo que no puedes leer nada ni pinchar un enlace que te interesa, porque se pone justo delante. Peor aún: no se deja cerrar del modo convencional, hay que recurrir a los comandos Alt+Suprimir, con el peligro de cerrar el banner y todo lo demás con él. Otros te ponen la pantalla negra, blanca o azul y, cuando ya tiemblas pensando que un virus se ha comido tu disco duro, ahí está un viaje a las Malvinas o cualquier otra oferta. La cuestión es que durante 10 minutos no has podido hacer nada. El sector del porno ha ido aún más lejos. Aprovechando la falta de regulación, los anunciantes demostraron su ingenio con las conocidas ratoneras, páginas que, cuando intentas cerrarlas, abren ocho de golpe. Algunos llegan a cambiar la página de inicio por la suya propia.

Pero lo más retorcido son los adware. También conocidos como spyware, son programas que espían (de ahí su apodo) los datos y costumbres de navegación del usuario y los mandan directamente al enemigo, su empresa de marketing, para que, entre otras cosas, le mande más publicidad. Y, lo que es más maquiavélico: algunos, como el polémico Gator, tapan los anuncios de las páginas que uno visita con los banners de sus propios clientes, creando verdaderas contiendas entre unas empresas y otras que, en muchas ocasiones, acaban pagando la publicidad de la competencia.
 
 
     
 

 
     
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