TOCARON EN LAS VENTAS EN 1965
Los Beatles en España

TOMAS FERNANDO FLORES
EL MUNDO
John Lennon lucía rumboso una capa y un sombrero andaluz en la portada de su libro de poemas 'Spaniard in the works'. En la mano llevaba una llave inglesa porque el título era un juego de palabras con una frase hecha sobre ese tipo de herramientas, «A spanner in the works» (una avería grande). El libro se publicó hace 35 años. Justo cuando los Beatles se aprestaban a visitar nuestro país. En lo que con buena lógica se aventuró como un acontecimiento musical que trascendería los límites del pop.

A fin de cuentas, los del cuarteto de Liverpool se estaban incorporando a la sociedad como los catalizadores de una revolución que cambiaría por lo menos las formas del mundo. No era sólo cuestión de longitud del cabello masculino porque hacía muchos siglos que se había llevado largo. Tampoco de la ropa, porque los hábitos han dado tantas vueltas a los monjes de la historia de la humanidad que esa sí que es una crónica de los cambios en hombres y mujeres. Lo que estaban exportando los Beatles era una forma nueva de enfocar la vida. Como un gran sacacorchos colectivo dispuesto a liberar de la botella del planeta toda la energía disponible.

La gran excusa

Hoy algunas de sus canciones nos pueden parecer magníficas a todos. Pero en aquel momento eran como la gran excusa. Lo importante, como en otros actos de nuestra vida, debió de ser el momento del encuentro. El acontecimiento que podía suponer para Madrid y Barcelona que en sus cosos taurinos apareciese tocando en directo el grupo más importante y famoso de todos los tiempos. Todas las crónicas hablan de la sustancia social. Daba un poco igual que el sonido hubiera sido pobre, que la interpretación se diluyese en la memoria. A fin de cuentas se trataba de ver aquí uno de los mayores sucesos del siglo. El hombre llegaría unos años más tarde a la Luna, medio mundo se estaba enfriando frente al otro y la resaca perenne de las guerras agitaba las conciencias de sus correspondientes generaciones. Pero sólo ellos sonaban ocupando la fonósfera, convirtiendo la música popular en la más importante manifestación cultural de nuestro tiempo, alegrando la vida de personas que lo pasaban bien o que lo pasaban francamente mal, acompañando los sueños de gentes muy diferentes y, probablemente lo más importante, acompañando en forma de banda sonora las vivencias y los recuerdos íntimos de media humanidad.

Que ahora se conmemore aquel evento nos ayuda a comprender las dimensiones de lo que fue. Como a cualquier otra noticia de archivo, la historia les dota de suficiente perspectiva. De la influencia de la música pop en nuestras vidas hay además pocas reflexiones porque su propia dinámica le otorga esa servidumbre a la espontaneidad y el consumo rápido.

Los Beatles llegaron a España dispuestos a tocar ante un público que asistía al mundo del pop como ante un espejismo en medio de un páramo. Aquí no venía nadie a tocar y lo más insólito de la música más ligera era lo más duro que se podía oír. Se hablaba de ellos como si fueran el terror mismo para la juventud. Considerándoles como traducción misma del diablo.

Los melenudos

Ni en lo sueños más surrealistas de la gente bienpensante de aquel entonces se podía imaginar que realmente el grupo era la verdad divina de la mejor juventud posible de los sesenta. Ellos hacían canciones suaves si se comparaban con la furia de los Rolling Stones y toda la corte del rock en sus ya múltiples estilos. Lennon, McCartney, Starr y Harrison, a fin de cuentas, habían sido reconocidos hasta por la mismísima reina británica como personas serias y tan respetables como para ser incluidas en la Orden del Imperio Británico. Aquí toda la prensa les llamaba los melenudos. Las fotos de la época producen un poco de risa al respecto y hasta sarcasmo por las monteras toreras que coronaban sus cabellos.

El público estaba poco ducho en los conciertos en grandes lugares. El escenario espartano mantuvo en su sitio a las estrellas del pop. Por lo visto lejanos a los oídos de casi todos. En realidad la plaza estaba medio vacía, o medio llena. En la calle esperaba la convulsión, Policía de la dictadura incluida.

Los Beatles no cantaban contra nada en especial, al menos en aquel momento. Todavía no habían publicado ni el Sergeant Peppers ni el Yellow Submarine. Pero aunque sus composiciones no afectaban al contenido sí demolían el continente. Y las formas y modales son siempre objetivo de la moral más cerril y farisea. Tanto que los medios de comunicación oficiales se felicitaron del fracaso de público de la convocatoria. La música pop, el rock, estaba llamado a cambiar el mundo y eso provocó los temores de más de uno.

El año había empezado con las manifestaciones universitarias en Barcelona, Madrid y Bilbao. Pedían libertad sindical y la supresión del omnipresente SEU. Unos meses más tarde Eleuterio Sánchez, El Lute, fue condenado a muerte. La España negra emergía con fuerza para refrescar la memoria de una España que vivía el «baby-boom» de la década y la renovación social que supuso el incipiente auge económico de la época.

El año de El Cordobés

Era además el año de El Cordobés. Manuel Benítez pasaba mucho de ortodoxia torera pero llevaba a las plazas más gente que nadie. A su manera él también contribuyó al cambio social de un país inmovilizado cada vez más por menos tiempo. En 1965 dejó sitio en las plazas de Madrid y Barcelona para estos chicos del rock pero él se las reservó en 111 ocasiones en el país entero para sus saltos de la rana. Otro héroe del año fue Manolo Santana. Ganó el trofeo de Wimbledon. Por circunstancias bastante diferentes un grupo de intelectuales desafectos al régimen también se convirtieron en héroes. José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván, Mariano Aguilar, Montero Díaz y García Calvo fueron apartados de sus puestos docentes en las Universidades de Madrid y Barcelona acusados de incitar a actividades subversivas. El dibujo presuntamente monolítico del país trazado por el miedo comenzaba a difuminarse en medio de los ecos fastuosos que aún resonaban de las celebraciones el año anterior de los 25 Años de Paz.

Pero 1965 trajo también la muerte de Nat King Cole o el asesinato de Malcolm X. Aunque la noticia internacional que más confundió y dividió entre la suspicacia y la esperanza a muchos españoles fue el Concilio Vaticano II. Se abría así una renovación obligada en uno de los argumentos del régimen franquista, la religión.

En Madrid, en la plaza de toros de Las Ventas, aquel 2 de julio, los Beatles tuvieron de teloneros a Los Pekenikes, Torrebruno, Michel, Juan Cano, Los Rustiks, Beat Chicks y Modern Four. Al día siguiente, en la Monumental de Barcelona, el grupo tuvo como artistas invitados a los mismísimos Sirex. Como en cualquier gira de una estrella de pop, ellos llegaron, hicieron las declaraciones de rigor y todas las fotos posibles y se marcharon después de tocar. El halo que dejaron fue de sueños y apertura. Pisaron el suelo del aeropuerto de Barajas a las 17,40 horas del 1 de julio. Venían de Niza en un Caravelle de Air France. Los seguidores del grupo se habían «colado al aeropuerto inexplicablemente» por la cantidad de policía desplegada para impedirlo, según relataba la revista musical Fonorama.

En Cadillac

«Les esperaba un Cadillac porque en Madrid no hay Rolls Royce de alquiler, que es lo que ellos suelen utilizar», publicó la prensa. La rueda de prensa fue tumultuosa. En Madrid se alojaron en el Hotel Fénix, habitaciones 122, 123 y 124. Allí se presentó El Cordobés para hacerse una foto con ellos por idea del diario Pueblo. Pero los Beatles dormían y la foto no se pudo hacer. En las semanas anteriores se había especulado con la posibilidad de que el grupo y el torero rodasen juntos una película.

Vestidos de negro, imitando como podían y cuando podían las poses flamencas más tópicas, empezaron tocando Twist and shout y acabaron con otro rock ajeno, Long tall Sally. De las propias hicieron, como las más acertadas, A hard days night, Ticket to ride y She's a woman. Al concierto de Barcelona asistió un mayor número de espectadores. Los propios músicos dijeron sorprenderse por lo educado que era el público. Advirtieron a una intrépida periodista que al menos cinco años más se dejarían sus melenas tan polémicas en España.

En realidad, salvo algunas a ritmo de rock, las suyas eran canciones casi siempre suaves aunque pareciesen estridentes a los oídos de quienes permanecían pegados a las tonadillas melodiosas y ñoñas. La juventud, sin embargo, celebraba uno de los muchos cambios que, generación tras generación, se iban a conquistar. Quedaba menos para que viniesen a actuar los Rolling Stones. Y un poco más para los primeros grupos de rap.
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