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Martes, 9 de abril de 2002
ACTUALIDAD
Un 'estado libre' en Políticas

La moketa de la facultad es una sala de suelo de sintasol y con un interminable ir y venir de estudiantes.

MARTA BELVER

La moketa está más pisada que el desnudo suelo de la biblioteca de Políticas de la Complutense. El único mobiliario que se dispone sobre ella son unas cuantas sillas de plástico naranja y una estantería de metal. Pero, sin lugar a dudas, el rasgo más característico de la hípertransitada moketa es que, paradójicamente, carece del artilugio de tela que le da nombre.

Los orígenes de tan emblemática sala se entrecruzan con los del asentamiento de la facultad en Somosaguas. A finales de la década de los 80, un grupo de estudiantes decidió ocupar este espacio y otras dos salas anexas que permanecían vacías y autogestionarlos. Una iniciativa que quisieron emular en Ciencias de la Información hace un año y que concluyó con la Policía en el campus.

Hoy la moketa ha perdido todo su contenido político, no tiene tras de sí administración de ningún tipo y viene a ser una prolongación sin más del pasillo. En este proceso de menoscabo de su identidad, también se ha quedado sin la alfombra ¿azul? ¿grisácea? ¿parda? de color indefinido que fue utilizada como referente en su bautismo.

Sea la hora que sea, sobre el sintasol se arraciman ahora grupos de universitarios que, principalmente, huyen de la concurrida cafetería. Ni por los colores ni por la clase social se puede clasificar a los moketeros.

Lunes, 12.00 horas. Seis chicas departen animadamente con la vista puesta ya en el próximo fin de semana mientras se meten entre pecho y espalda varias bolsas de palomitas, gusanitos y similares. En la pared en la que se apoyan, una misiva recogida en un folio les insta a que recojan «su mierda».

Con disciplina espartana, el grupito femenino se fuma sus cigarros convirtiendo el envoltorio de las chucherías ingeridas en improvisados ceniceros. Antes de marcharse, depositan los residuos en una de las tres papeleras del recinto.

No todo el mundo es tan civilizado, claro. Varios botellines de cerveza están esparcidos por el suelo junto a colillas y algunos papeles. Pero, en parte por la intervención del servicio de limpieza del centro, la impresión que uno se lleva de la moketa no es precisamente la de haber pisado la jungla de la suciedad.

Mientras tanto, llegan tres estudiantes rubias y un chico que, sentados en círculo, se distribuyen salomónicamente las tareas de un trabajo que acaban de endosarles en clase. De fondo, los acordes de una cinta de música reagge inundan la estancia provocando que algunos tengan que comunicarse a voces.

Como una chica con jersey a rayas, que acaba por hacer de dominio público su estupor cuando el viernes pasado se topó con «una tía en bolas y él con los pantalones bajados ahí dale que te pego».

Con una pared repleta de graffritis a sus espaldas, un cuarteto echa unas manos de cartas. Lo de tirar de rotulador y ponerse a derrochar imaginación es una actividad tan espontánea como libre. Por eso un astronauta a tamaño real con una bandera de McDonald´s en una mano comparte pacíficamente estancia con proclamas del tipo «si nadie obedece, nadie manda».

Estos mensajes de carácter reivindicativo debieron ser la principal fuente de decoración de la que bebía la moketa. Hoy las pintadas meramente artísticas han ganado terreno.

CHORREO CONSTANTE. En apenas media hora, al menos una veintena de estudiantes ha abandonado la sala y otros tantos han venido a aposentarse sobre los asientos aún calientes. Una morena con naúticos y camisa de Ralph Lauren, carpeta bajo el brazo, acaba de entrar sin que al chico de la camiseta de Soziedad Alcohólica le haya sorprendido lo más mínimo su presencia.

En varios corrillos, se lían y fuman canutos que contribuyen a formar la intensa nube de humo que pulula sobre las cabezas. Algún valiente trata de concentrarse en sus apuntes o en la lectura de un libro en medio del murmullo ininterrumpido.

Enfrente de la moketa, la biblioteca permanece impasible ante este trajín de idas y venidas con su suelo sin alfombra.



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