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Jueves, 11 de abril de 2002
ACTUALIDAD
Maestro de las tinieblas

Antonio Lucas

Hace unos treinta años que busco a Dios sistemáticamente en Buenos Aires». No sabemos si lo ha encontrado, probablemente no, por eso investiga, hurga desde esa oscuridad luminosa del ciego que todo lo ve, que lo ha visto todo sin más resultado que la angustia como cobijo; también como suprema consciencia.

Aquella frase pertenece a uno de los muchos teoremas que Sábato ha ido delineando con humor, con desesperación, a lo largo de su vida. Quizá sean una forma menor de su literatura, pero encierran la semilla de su pensamiento, que se ha mostrado ante el mundo en forma de un puñado de libros prodigiosos. Desde la neurosis casi lírica, diría de El túnel (1948) a Sobre héroes y tumbas, donde el famoso Informe sobre ciegos resuelve o reconcentra las ideas entorno a la unidad de la obra y la estética del escritor.

Con esos mimbres delinenando una existencia compleja, Sábato ha erigido una sorprendente escritura que forma archipiélago con Oliverio Girondo, Borges, Bioy Casares, Cortázar, Enrique Molina... Aunque él muestra una ironía distinta que asumió a su proyecto tras su estancia en París, donde trabajó de físico-matemático en el Instituto Curie.

«El hombre es un secreto/ guardado por las horas», dice el gran Vicente Gerbasi en mágico poema. Así son las criaturas que transitan por la obra de Sábato, enigmas, cifras de un sistema complejo cimbreado por el Mal. Seres tocados de una honda desesperación donde el mundo se revuelve hacia adentro. El hombre, en este sentido, es para Sábato un engranaje imperfecto capaz de todo canibalismo. Ahí está Abbadon, el exterminador (1974).

En esta suerte de claroscuro vital se encuentran también sus incisivos ensayos literarios, políticos y sociales, que hacen del escritor una suerte de humanista cáustico. Es más, la sinrazón de la crisis Argentina adquiere toda lógica en sus textos de reflexión. «La razón no sirve para la existencia», asegura. Probablemente sea cierta la intuición para un escritor como Sábato, en el que la pasión y la inteligencia conviven belicosas, en un conflicto permanente resuelto en el centro mismo del dolor. ¡Gracias, maestro de las tinieblas! Que siga usted pintando aquellos infiernos oscuros que nosotros alimentamos.



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