Es
pronto, las 9.00 horas de la mañana. Periodismo
presenta el rostro somnoliento de todos los días
y parece ajena al homenaje. En las mesas amarillas
de la concurridísima cafetería siguen las sempiternas
manchas de café.
Dos pequeñas pancartas
ondean en la fachada de ese dinosaurio gastado
que es edificio de Ciencias de la Información
de la Complutense. Anuncian, desde hace varios
días, el homenaje a Julio Fuentes.
Sobre un fondo entre
naranja y terracota, el dibujo de un Julio Fuentes
extrañamente risueño presenta el tributo que ayer
le rendía esta facultad. Su facultad.
Todos comentan, echan
un vistazo a los paneles negros que exponen las
fotos que el reportero de EL MUNDO asesinado en
Afganistán fue tomando durante sus viajes a lo
largo y ancho del globo.
«Las fotos de una
guerra distan muy poco en el tiempo de los de
otra; debía de vivir en un carrusel de horrores»,
reflexiona Paloma, de 3º de Imagen. «Todas están
muy cerca de las personas, de sus gestos, de sus
miradas, en medio de todo», y sigue hablando mientras
sus ojos se paralizan ante una explosión en el
Golfo.
Los labios inferiores
de quienes contemplan las instantáneas de horror
y miseria muerden inmisericordes los superiores,
como en un gesto de pánico al rememorar en su
mente lo que sus ojos a través de los de Julio
les permiten observar.
«Las preocupaciones
de estos rostros me hacen pensar que nuestra vida
es banal», confiesa en voz baja, como para no
romper el aura de la exposición, Carlos, de 5º
de Periodismo.
Lo dejo contemplando
la pose inocente de un niño afgano con un muñón
donde antes hubo un brazo derecho. La fecha es
de 1985. Algunos recuerdan así que ese país llevaba
sufriendo mucho tiempo antes del 11-S.