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Jueves, 11 de abril de 2002
PIES DE GATO
RUTAS VERDES | SIERRA DE MALAGON
El salto de agua de la Chorrera del Hornillo

ALFREDO MERINO

El río de la Aceña discurre por la profunda depresión abierta entre las sierras de Malagón y de San Benito, a poniente del puerto de la Cruz Verde. Este cauce, cuya etimología señala la presencia de batanes y molinos, acoge abundantes rincones tan silvestres como poco conocidos. Junto con el Cofio, la comarca se sitúa entre las menos colonizadas de la región. Todavía se localizan buitres negros, águilas imperiales y tal vez nutrias.

Hablamos, pues, del oeste salvaje madrileño. El lugar donde certifican las crónicas que fue cazado el último lobo del Guadarrama. Lo hizo en 1952 Marcelino Soriano, vecino de Peguerinos, que ostentaba el cargo de lobero mayor del reino.

No es extraño que el lance ocurriera por estos andurriales. Entre las cumbres que cierran la cabecera de esta remota cuenca, se abre camino la Cañada Real Leonesa, autopista medieval utilizada por los rebaños de merinas en sus tránsitos trashumantes. El paso de las ovejas marcaba la querencia del cánido hacia estos lugares, salpicados desde entonces de abundante toponimia lobuna: collado de la Loba, cerro del Cebo de los Lobos

La semana pasada, los periódicos recogían el ataque de un rebaño en Colmenar del Arroyo. Unas 80 ovejas murieron a dentelladas. Hay quien culpa de nuevo al lobo. Otros, más prudentes, señalan que es posible que se trate de perros asilvestrados.

Algo más al norte se encuentra el puente de la Aceña. Allí mismo rinde el arroyo del Hornillo sus aguas al río Aceña. Antes, su breve caudal tiene tiempo de crear uno de los más singulares parajes de estos entornos. La Chorrera del Hornillo es un salto de agua de 10 metros que se precipita por un pulido lanchazo de granito. Para descubrirla sólo hay que echarse a andar por la pista que arranca tras una barrera. En breve se cruza el riachuelo.

Nada más hacerlo, hay que abandonar la pista para trepar por el caminillo que prosigue junto a las aguas. Y ya está. Casi allí mismo aparece la inmaculada chorrera. La soledad del paraje y su primitiva belleza evocan el recuerdo de aquellos no tan lejanos tiempos en los que los únicos que se paraban a escuchar el eco de las espumas eran los míticos y vilipendiados lobos.



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