SECRETOS DEL CORAZON

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Director: Montxo Armendáriz

Intérpretes: Carmelo Gómez, Charo López, Silvia Munt, Vicky Peña, Andoni Erburu.

Año de producción: 1997

Nacionalidad: España


Terrible, intensa, maravillosa infancia

 

CARLOS BOYERO

No te enamora el arranque de Secretos del corazón. Hay mosqueo, niños con acento localizable que recitan con estratégica torpeza, comprensible cursilería e inevitable énfasis las hazañas de Garbancito bajo la angustiada mirada de un cura de los 60 que insólitamente no está caricaturizado. Tardo poco en entrar en la historia, en comprender lo que me propone el púdico aunque transparente poeta Montxo Armendáriz en su compleja, terrible y hermosa historia, en solidarizarme con su acto de afirmación en la vida, en enamorarme de sus preciosos niños.

El protagonista, sus ojos, su sonrisa, su forma de interrogar a los adultos, son la hostia, pero también me vuelve loco ese crío con orejas a lo Dumbo y expresión casi siempre estupefacta y en algún momento desolada. Yo me solidarizo con ese niño que mira y pregunta incansablemente ¿por qué?, que busca secretos de adultos detrás de las puertas, que sufre con lo que no entiende, que posee la suficiente ternura y piedad para abrazar a su reseca, desconsolada y nunca amada tía, para pasar un peine por el cabello blanco de un abuelo amargado, hermético y estoico que no tiene valor para matarse, para aceptar la enigmática comunicación entre su vitalista tío y su triste madre, para defender y vengar a su humillado hermano, para querer y desear en silencio a la luminosa vecina de enfrente, para soñar con el misterio que se oculta entre las piernas de las mujeres, para atreverse en nombre de la solidaridad a atravesar esas piedras que le provocan vértigo, para comprobar que los monstruos que pueblan sus sueños tienen anverso y reverso, para hacerse definitivamente mayor sin tener que renunciar a su pureza, a su generosidad, a su nobleza, a su curiosidad, a su comprensión de una selva llena de ruido y de furia, de mentiras encubiertas, de dolorosos simulacros, de alegría y de pena, de deseo y frustración, de sentimientos transparentemente humanos.

A través de la mirada de ese desarmante niño, de su incertidumbre, de su terror, de su inocencia, de sus trampas, el chavalón Montxo Armendáriz (no os equivoquéis, chicos sofisticados y sensibles de la modernidad, el localista provinciano de Navarra habla con admirable potencia de sentimientos universales, es infinitamente más inteligente, sutil y arriesgado al contar una historia iniciática, ritual y rural que todas vuestras vanguardistas historias urbanas) ofrece una magistral lección de cine.

Controlando el tiempo exacto de cada mirada, la trascendencia de los pequeños estos, la expresividad de una frase, la compleja atmósfera de una situación aparentemente normal, la densidad de un silencio, la emoción de la catarsis, esos secretos del corazón que atesoran y padecen los listos y los tontos, los poderosos y los débiles, los estables y los inestables, los instalados y los marginados, los valientes y los cobardes.

Hay comprensibles suicidios, heridas irreparables, sueños rotos, tinieblas asumidas, pero también una apuesta por la vida, por la inquebrantable edad de la inocencia, por la comprensión frontal del anverso y el reverso de los seres humanos. Sólo puedes hacer creíbles esas sensaciones ajustando a la perfección cada pieza del engranaje. Los niños son la bomba, pero también los actores adultos, y la fotografía y la música que ambientan o subrayan sus vivencias externas e íntimas, y lo que dicen los personajes, y lo que callan, y... una película preciosa. Agradecidamente conmovido, Montxo Armendáriz.

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