EL MUNDO - Domingo, 12 de octubre de 2000 - Número 261
MEDICAMENTOS | ERRORES INDUCIDOS
¡Qué mal escriben los médicos!
Los farmacéuticos tienen que descifrar muchas recetas por la primera y la última letra. No es un chiste: en EEUU 7.000 personas mueren al año por estos errores
 
  AMALIA G. SANCHA

EN NUESTRO PAÍS SE DISPENSAN CADAA AÑO MÁS DE 500 MILLONES DE RECETAS
Todo el mundo ha bromeado alguna vez con la mala letra de los médicos, pero, ¿se le ha ocurrido pensar en el número de muertes que provoca su ilegible caligrafía? En noviembre de 1999, un informe del Instituto de Medicina (IOM) en EEUU hizo saltar la alarma: anualmente unas 7.000 personas mueren como consecuencia de la incorrecta prescripción y administración de medicamentos. La mayoría, según el citado informe, son víctimas de una errónea cumplimentación de las recetas.
Sirvan como muestra del mal entendimiento, los 150 millones de llamadas telefónicas que cada año los farmacéuticos americanos tienen que realizar a los médicos para pedirles aclaraciones sobre los medicamentos prescritos. Se trata de adivinar por ejemplo si un cero lleva delante una coma de decimal, o no. Porque si se lee mal, la dosis resultará ser 10 veces mayor que la prevista.
Y, mientras el informe del IOM levanta ampollas en EEUU y es debatido en todos los foros médicos de prestigio, ¿qué ocurre en nuestro país? «Que la letra de los médicos es ilegible en un porcentaje altísimo de los casos, es una evidencia que nadie puede desmentir», reconoce José Enrique Hours, presidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Madrid y, a estas alturas, un maestro en la lectura y traducción de recetas: «Lo tenemos perfectamente asumido porque hemos convivido con ese problema toda la vida. Cuando un farmacéutico abre una oficina de farmacia, sabe que lo primero que tiene que hacer es familiarizarse con el arsenal terapéutico y después, aprender a interpretar lo que es claramente ilegible. Forma parte de nuestros principios básicos de enseñanza: saber farmacología, farmacocinética, galénica y ser capaces de descifrar la letra de los médicos».

DETECTIVES

A veces, como cuenta el propio José Enrique Hours, reconocer un medicamento puede resultar una verdadera labor detectivesca: «Ves la primera letra, ves la última, miras si pone inyectable, cápsula o jarabe, ves la posología y sabes en qué puede encajar. Si aún tienes dudas, puedes preguntarle al paciente ¿para qué ha ido usted al médico? Eso acaba de aclarártelo».
Las críticas al mal pulso médico incluso arrecian dentro del propio colectivo. Así, Jaume Padrós, secretario del Colegio de Médicos de Barcelona, lo califica como «un signo de falta de respeto hacia los pacientes, los farmacéuticos y otros colegas» y encuentra una justificación en que «la presión asistencial puede provocar que se escriba demasiado rápido».
Un médico del INSALUD tiene cuatro minutos y medio para reconocer, diagnosticar y recetar a un paciente; cada día escribe una media de 60 recetas y es frecuente que el usuario se sienta mal atendido si no sale de la consulta con una de ellas en la mano. Según Santiago Valor, subdirector del Instituto de Laboratorio del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, «el cansancio es muy importante: hay estudios que revelan que durante las guardias según avanza la noche, el médico comienza a cometer errores en las recetas, coloca el nombre del paciente en la zona en que debe ir el diagnóstico, etc.».
Pero son muchos más los factores que complican un proceso aparentemente sencillo. Como la enorme cantidad de nombres comerciales, que ha aumentado hasta un 500% en la última década. Lo cierto es que aunque los principios activos para cubrir todas las necesidades terapéuticas de la humanidad, según José Enrique Hours, no superaran los 500, existen en las farmacias más de 19.000 marcas comerciales.
Los vocablos más sencillos ya se han utilizado y por eso se recurre a terminologías raras, muchas veces impronunciables y casi siempre complicadas de deletrear. Lo más complicado es cuando medicamentos de efectos muy distintos tienen un nombre bastante similar. Así Proscar, un preparado para la hipertrofia benigna de próstata suele ser frecuentemente confundido con el conocido antidepresivo Prozac. Y Emconcor (para tratar la hipertensión) con Entocord (un antiinflamatorio para la enfermedad de Crohn).
Para evitar errores, losestudiantes de Farmacia se toman muy en serio lo de aprender a descifrar recetas. Para ello cuentan con seis meses de prácticas tutelares en farmacias. «Antes de que coloquen pedidos, de enseñarles lo que son los estupefacientes o cómo se hace una fórmula magistral, primero los tenemos un par de días viendo recetas para que se familiaricen con los nombres de los medicamentos y con la letra de los médicos. Miran la receta y comprueban si han acertado el nombre del medicamento mirando el cupón recortado del envase», comenta José Enrique Hours.
España, donde en 1998 el Servicio Nacional de Salud expendió 562 millones de recetas, disfruta de la red farmacéutica más amplia del mundo: 19.400 farmacias para 40 millones de habitantes. Ana Cosín dueña de una en el madrileño barrio de Arapiles, muestra las indescifrables recetas con las que tiene que bregar todos los días. «Y no son únicamente las recetas», comenta la farmacéutica, «muchos pacientes vienen para que les leamos los informes que les han escrito los médicos, porque no los entienden y no saben cuál es su enfermedad».
Puede dar una idea de la envegadura del problema, el hecho de que el Colegio de Médicos de Barcelona dedicara hace unos meses su boletín profesional a informar al colectivo sobre las indeseables consecuencias de la mala caligrafía y a enseñarles a los médicos cuál es la forma correcta de rellenar una receta.
El arma más efectiva para luchar contra los errores es, como de costumbre, la tecnología. Los hospitales españoles más modernos disponen de la infraestructura necesaria para dispensar las recetas informáticamente y enviarla on line al servicio de farmacia del hospital.
Varios estudios realizados en EEUU han demostrado que los médicos que utilizan la informática para emitir recetas han visto reducido su nivel de errores en un 55%. Las sobredosis y las reacciones alérgicas a medicamentos disminuyeron en un 75%; el tiempo que los pacientes permanecían en las unidades de tratamiento de 4,9 días a 2,7 y los costes se rebajaron en un 25%.
«De aquí a dos años, las farmacias de Madrid podrían estar interconectadas. Más adelante, los centros hospitalarios, centros de salud y oficinas de farmacia. De tal manera que la receta física sobrará y los problemas de interpretación y legibilidad no existirán», vaticina José Enrique Hours.
María José Otero, corresponsable del Instituto para el Uso Seguro de los Medicamentos, es igual de optimista respecto al futuro caligráfico de las prescripciones médicas: «Dentro de poco, las recetas escritas a mano serán cosas del pasado, pero, mientras tanto, no está de más que todos los agentes terapéuticos implicados hagan un esfuerzo para evitar, no ya el dudoso número de muertes que airean los medios de comunicación, sino la incomodidad e inseguridad que sienten miles de pacientes ante una receta que supuestamente contiene la solución a sus problemas y que, sin embargo, no pueden entender, porque está mal escrita».


CRÓNICA