EL MUNDO - Domingo, 22 de octubre de 2000 - Número 262
PATERNIDAD | ¿AYUDA O NEGOCIO?
Yo soy una madre de alquiler
TIENE 35 AÑOS, se llama Jacky Smith y ha dado a luz ocho hijos: cinco propios y tres cedidos. Cuando sus amigos se enteraron de que había prestado su vientre, dejaron de hablarle. Ella no ha hecho un gran negocio, otras sí
 
  LOURDES GARZON
Londres

El mayor de los cinco hijos que conserva la madre británica -en la imagen, junto a fotografías de todos ellos- tiene 15 años. El menor, nacido entre los dos últimos que gestó para ser «cedidos», algo más de dos. Ella está convencida que su decisión de convertirse en viente de alquiler no les va a causar en el futuro «ningún daño emocional». Más difícil le resultó a Jacky Smith explicárselo a los abuelos: «Creo que mi madre los considera tan nietos suyos como a mis propios hijos».
Jacky Smith, que tiene ahora 35 años, se casó a los 19, justo después de terminar la escuela secundaria. ¿Por qué tan joven? Simplemente, sonríe, no se le ocurrió nada mejor que hacer. La respuesta no es una frase hecha. «Entonces y ahora creía firmemente que lo único que de verdad importa es la familia». Tanto, que ha tenido ocho hijos, cinco propios y tres como madre de alquiler. «He visto mujeres a mi alrededor desesperadas porque no podían disfrutar de la maternidad, y a mí me ha resultado siempre tan fácil que me sentía culpable. Creí que debía ayudar de alguna manera y decidí intentarlo».
Lo decidió hace cuatro años. No conocía a nadie que hubiera pasado por lo mismo y ni siquiera sabía cómo ponerse en contacto con parejas que buscaran una madre biológica dispuesta a someterse a una inseminación artificial y a cederles, nueve meses después, a su hijo. «Busqué y terminé encontrando una agencia a la que acudían parejas sin ninguna posibilidad de ser padres. Tres meses después estaba embarazada. ¿Cómo explicarlo? Es un proceso tan doloroso... Al principio, mantienes entrevistas con los futuros padres, intentas conocerlos, te sometes a reconocimientos médicos, pero, de alguna manera, todo parece un juego. Y, de repente, ahí estás tú, en el hospital, dando a luz. Es muy difícil explicar lo que se siente en el momento del parto. Te dices "no es mi hijo", pero la naturaleza hace su trabajo, tu instinto de protección se dispara y, emocionalmente, resulta durísimo en esos momentos cederlo. No quiero decir que en ningún momento se me pasara por la cabeza reclamarlo, sólo que no es fácil. Cuando volví del hospital, durante semanas me despertaba por las noches creyendo que el niño estaba todavía al lado de la cama, llorando. Después, poco a poco, te acostumbras a la idea. En algunos casos, continúas viéndolos; en otros, simplemente deja de existir cualquier tipo de relación».
Que la madre biológica continúe viendo al niño depende, generalmente, de la decisión de los padres receptores. «No he vuelto a saber nada de aquella primera pareja. La niña cumplirá cuatro años en junio y me gustaría tener alguna noticia, asegurarme de que está bien, de que es feliz... A veces creo que esta primera elección fue un tremendo error. La mujer tenía casi 50 años, dos hijos de un matrimonio anterior y un nieto recién nacido. Él era más joven, alrededor de los 40, y parecía el único ilusionado de verdad con la idea de ser padre. No es la situación ni el ambiente ideal para un niño».
Por eso en adelante se preocupó por ponerse en contacto con la pareja adecuada y lo hizo a través de COTS (Chidlessness Overcome Through Surrogacy), una asociación sin ánimo de lucro que Gena Dodd y Kim Cotton fundaron hace 12 años. Gena tenía un hijo cedido por la madre biológica y Cotton había sido, en 1985, la primera madre de alquiler británica. Todo un escándalo entonces.
Desde que Cotton se decidiera a dar aquel primer paso la sociedad médica británica no había dejado de discutir sobre lo ético o no de la «gestación de sustitución» hasta que, finalmente, incluso la sanidad pública parece haber reconocido más o menos tácitamente que las madres de alquiler son la última opción para las parejas que de otra manera no podrían nunca convertirse en padres.
El papel de COTS se limita a poner en contacto posibles madres y parejas desesperadas. Un trabajo que en gran Bretaña es perfectamente legal, porque el único requisito establecido por la ley es que no medien grandes cantidades de dinero: las dos partes firman un contrato en el que se establece qué gastos -comida, seguro médico, transporte- deberán correr a cargo de los futuros padres y envían una copia a la agencia. Por lo demás, tan sólo se exige buena salud por parte de la madre y la certeza de que las parejas que acuden a COTS han intentado hasta el último de los métodos de fertilidad antes de decidirse por esta posibilidad.
Hasta ahora, COTS ha proporcionado niños a 350 parejas. «Todas heterosexuales», explica Jayne Frankland, voluntaria en la asociación, «porque nos regimos por un decreto de 1994 que obliga a las parejas a solicitar un permiso oficial, la Parental Order, antes de pedirnos ayuda. Básicamente, se exige que los futuros padres estén casados, vivan en Gran Bretaña y que al menos uno de los dos tenga relación genética con el niño. Las parejas homosexuales pueden también acceder a una madre subrogada pero el proceso legal es mucho más complicado y nosotros no lo contemplamos».
Jacky Smith entró en contacto con COTS hace poco más de tres años. «Y me alegro mucho de haberlo hecho. En octubre mantuve una primera entrevista con un matrimonio, bastante joven esta vez, y en diciembre de nuevo esperaba un hijo. Las cosas fueron muy distintas. COTS recomienda que madres y parejas se conozcan durante unos meses, que hablen a menudo. Lo cierto es que nosotros no nos vimos demasiado antes del embarazo, pero nos hicimos muy amigos durante esos nueve meses. Tanto que les prometí un segundo niño que acaba de cumplir 20 meses. Entre uno y otro nació mi hijo pequeño. ¿Entiende por qué le decía que he estado muy ocupada durante los últimos cuatro años?».
Jacky continúa en contacto con esta segunda pareja y visita a los niños a menudo . «Me gustaría explicarles más adelante, cuando sean mayores, cómo ocurrieron las cosas. Creo que lo peor es siempre no saber la verdad. En todo este asunto he procurado en todo momento ser muy sincera, por supuesto, también con mis propios hijos. No creo que mi decisión pueda causarles ningún daño emocional. El mayor tiene 15 años y, simplemente, no ha prestado demasiada atención al tema. Los demás saben la verdad pero son demasiado pequeños para entenderlo. Y mi marido, Kevin, siempre me ha apoyado».
¿Y el resto de la familia? «Bueno», sonríe Kevin, «este no es un tema que la gente entienda fácilmente. Imagínese, los vecinos dándome la enhorabuena y yo contestando: "Gracias, pero el niño no es mío". Les cuesta entenderlo. De hecho, hemos perdido a la mayoría de nuestros amigos. Supongo que es una simple cuestión de miedo y de ignorancia».
«Mis padres», explica Jacky, «reaccionaron al principio de la misma forma. Con mi padre aún es muy difícil hablar del tema. Mi madre, afortunadamente, comienza a entenderlo. Ella también conoce a los niños. Creo que los considera tan nietos suyos como a mis propios hijos. Pero es duro para ella entenderlo. En realidad, es duro para todos. Todavía hay quien me pregunta cosas como "¿tuviste que acostarte con ese hombre?" o "¿cuánto dinero te pagaron?, porque supongo que harás esto a cambio de algo". Es difícil arreglárselas con cinco hijos, pero nunca podría cobrar por algo así».
Jacky trabaja tres noches por semana, de nueve a seis de la madrugada, en el departamento de facturación de unos grandes almacenes. Su marido, Kevin, es electricista. Viven en el extrarradio de Londres y no hay más que echar un vistazo a la casa para darse cuenta de que si se han hecho ricos durante estos últimos cuatro años, también han puesto buen cuidado en que no se note demasiado. «La primera pareja consideró que con 25 libras a la semana (unas 7000 pesetas) tendría suficiente para cualquier gasto extra que pudiera ocasionarme el embarazo. Era una cantidad bastante ridícula, pero nunca protesté. La segunda se esforzó mucho por proporcionarme todo lo que pudiera necesitar, incluso cuando yo intentaba hacerles ver que no estaban obligados a nada. Imagino que algunas mujeres pactarán unos cuantos miles de libras y que también habrá gente dispuesta a gastar su dinero. No digo que esté bien o mal, sólo que yo no podría cobrar por esto».
Jill Hawkins también recurrió a COTS cuando decidió a los 27 años convertirse en madre de alquiler. Ahora tiene 35 y ha pasado por tres embarazos prestados. Jill sí reconocía recientemente en una entrevista publicada en Times haber recibido 6.500 libras (1.800.000 pesetas) en su primer embarazo y otras 12.000 (3.400.000 pesetas) durante los dos siguientes. También, que lo que le había movido en un principio era «la necesidad de conocer la maternidad» (paradójicamente, una vez que había decidido no tener hijos propios), pero que, al final, el dinero y «la redecoración de su casa» habían tenido mucho que ver.
Cuestiones monetarias aparte, lo cierto es que Jill definía su experiencia en términos muy parecidos a los de Jacky. La misma sensación de irrealidad al principio y el mismo «dolor devastador» cuando llegaba el momento de decir adiós. «Es imposible describir lo duro que resulta. Durante las primeras semanas lo único que podía hacer era llorar. Tardé meses en recuperar la estabilidad emocional».

ILEGAL EN ESPAÑA
El caso de Jill es excepcional en COTS. No sólo porque reconoce algún tipo de motivación económica, sino también porque no tiene hijos propios y, además, ha decidido que el lado tradicional de la maternidad no va con ella.
En España, y aunque unas 40.000 parejas sufren problemas de esterilidad -en el 40% de los casos se debe a la mujer, en otro 40% al hombre y en un 20% a ambos-, la Ley de Reproducción Asistida de 1988 prohíbe expresamente la «gestación de sustitución» y continúa reconociendo todos los derechos a la madre biológica. Literalmente advierte: «Será nulo de pleno derecho el contrato por el que se convenga la gestación, con o sin precio, a cargo de una mujer que renuncie a la filiación materna en favor del contratante o de un tercero». Tampoco permite aplicar la figura de la adopción, porque cuando un niño es entregado a padres distintos de los biológicos (se producen unas 2.000 adopciones al año), la presencia de un juez es imprescindible. ¿Resultado? Prácticamente imposible, por lo menos, dentro de la legalidad.
«Aún es todo muy nuevo en este tema», asevera Jacky. «El primer niño que nació gracias a una madre subrogada apenas tiene 15 años. Es pronto incluso para saber si ellos pueden sufrir algún tipo de secuela emocional. Yo, sinceramente, no lo creo. Son niños tan buscados, tan deseados... En cualquier caso, sólo nos queda esperar y ver. Y, mientras tanto, ¿sabe?, posiblemente muy pronto haré feliz a otra familia».


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