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EL MUNDO - Domingo, 5 de noviembre de 2000 - Número 264 EL ÚLTIMO «PLAYBOY» | ALFONSO DE HOHENLOHE |
Hijo de un príncipe y ahijado de Alfonso XIII, Alfonso de Hohenlohe fue el artífice de la Marbella de la jet y el petrodólar. También inventó el pádel. Ahora, enfermo, encarna el ocaso de una época. Su tercera esposa, Marilys Haynes, apareció muerta este miércoles en la finca de Ronda a donde se habían retirado. Al parecer, se suicidó
El otoño del «rey» de la fiesta |
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MARÍA EUGENIA YAGÜE | |||
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El príncipe salió a caminar entre las cepas de vino de Burdeos que plantó hace años en Las monjas, su refugio tras abandonar Marbella. Frente al espléndido paisaje de la serranía malagueña, Alfonso recordó que días antes, al llegar a Barajas tras un viaje por EEUU, le había dicho a su mujer: «Despierta Marilys, que ya estamos en Madrid». Pero ella no abrió los ojos, y pasó día y medio semiinconsciente. Se habló de estrés, pero parece que había tomado demasiadas pastillas. Ahora el príncipe se queda solo, tocado por la enfermedad y al final de una vida intensa, apasionante y novelesca, en la que hubo éxitos, amarguras y contratiempos, siempre superados por su carácter amable y emprendedor. El suicidio de su tercera esposa marca el fin de una época, la suya, el ocaso de esa etapa dorada de la Costa del Sol que Hohenlohe había inventado en los años 40, cuando empezó a llenar la zona de multimillonarios, artistas, princesas destronadas, magnates del petróleo, sus amigos del Gotha europeo y la auténtica jet set internacional, que convirtió Marbella en la capital mundial del glamour. Hasta que la horterada, la especulación inmobiliaria y las mafias la transformaron en uno de sus feudos y el príncipe decidió escapar a Ronda. Alfonso de Hohenlohe tiene clase y árbol genealógico. Nació en Madrid, en 1926, y fue bautizado en el Palacio Real con el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia como padrinos. Pertenecía a una de las familias aristocráticas más antiguas de Europa y, como buen caballero, confesaba con mucho humor que fueron sus dos mujeres anteriores quienes le habían abandonado a él. Con Ira de Fürstenberg, que además de apellido aportaba la inmensa fortuna de la Fiat italiana -por su madre, una Agnelli-, se casó en 1956 en Venecia, cuando Ira tenía poco más de 15 años. La boda fue una locura en todos los sentidos y la fiesta duró 16 días, más o menos como su matrimonio, que acabó cinco años después cuando Ira se fugó con el playboy brasileño Baby Pignatari y dejó a su marido con los dos niños, Hubertus y Christopher. Alfonso había llegado a Marbella en los años 40, por pura casualidad, cuando viajaba por Andalucía en un Rolls Royce, con su padre, el príncipe Maximiliano de Hohenlohe. El coche pinchó en la carretera y, en lugar de tirar hacia Sevilla, el percance les puso rumbo a Marbella. Allí se había instalado Ricardo Soriano, pariente de Piedad Iturbe, la esposa de Maximiliano, malagueña de origen. Soriano se había cansado de ser uno de los personajes del Biarritz de rusos exiliados y estrellas de la belle époque y había buscado el sol del sur en aquel pequeño pueblo de pescadores con sólo 900 habitantes, a donde sólo llegaba un autobús de gasógeno que tardaba tres horas en hacer el trayecto desde Málaga. El viaje de Maximiliano y su hijo marcó la vida de cientos de miles de personas cuando el tío Ricardo convenció a sus parientes de las maravillas de aquella costa y de su futuro. Y eso que al construir el primer hotel de la zona, El Rodeo, y pedir una línea eléctrica para no alumbrarse con gasógeno, a Soriano le tomaron por loco. DE MÉXICO A MÁLAGA Hohenlohe convenció a sus amigos -los Rotchild, los Goldsmith, los Von Bismarck o Metternich- de las excelencias de una vida de un lujo sencillo y discreto, en medio de un clima extraordinario. Pero la llegada de personajes como la princesa Soraya y sus famosos ojos tristes, tras ser repudiada por el emperador de Irán por no darle hijos, o de Margarita de Inglaterra -vivió en Marbella el primero de sus romances con chicos jóvenes, con Roddy, un inglés 20 años más joven- atrajeron a los primeros paparazzis europeos y Marbella empezó a llenar las páginas de sociedad de todo el mundo. Aquel turismo era una mina de oro. El marqués de Villaverde y la familia Coca estaban detrás de la urbanización de lujo Los Monteros o Incosol, un invento entre clínica y hotel, donde se ponía en forma la auténtica jet set internacional. Y allí fue a donde se dirigió Hohenlohe para encontrarse con el futuro rey de Arabia Saudí, el príncipe Fahd. La gran crisis del petróleo de 1979 hacía temblar a los gobiernos occidentales y Julio Calleja, presidente del INI, le pidió a Hohenlohe que intentara retener al heredero saudí unos días. Alfonso le ofreció un precioso ático en el Marbella Club y le convenció para que no fuera a Montecarlo. Días después, Fahd se entrevistaba con Don Juan Carlos en Madrid y Arabia vendía a España un millón de toneladas de crudo a 23 dólares el barril (el precio en el mercado era de 28). BODA EN LAS VEGAS Fahd construyó una mansión de las mil y una noches, réplica de la Casa Blanca. Los petrodólares se instalaban en Marbella y las fiestas de estilo oriental se ponían de moda. Hohenlohe las celebraba disfrazado con chilaba o turbante, en el Marbella Club. O en el Mau-mau, la discoteca del argentino José Lataliste, donde hizo su aparición oficial el playboy francés Philippe Junot, el primer marido de Carolina de Mónaco. Las fiestas entonces eran privadas, sin límites económicos y a puerta semicerrada. La puesta de largo de Cary Lapique marcó un hito veraniego. Su padre, Manolo Lapique, mandó recrear la Feria de Sevilla al completo en el jardín de los Bismarck. Pero el verano tenía otras fechas claves, como el cumpleaños de Jaime de Mora, el 18 de julio. La oveja negra de la familia de Mora y Aragón fue también pionero en Marbella, otro playboy con carisma y refinamiento, pero menos cosmopolita que Alfonso y más intenso en sus excesos. Entonces Hohenlohe era un deportista de vocación, que inventó el pádel o el telesquí, jugador de golf y aficionado a la caza, que no fumaba ni bebía alcohol. Jaime de Mora, por contra, presumía de no trabajar y había hecho un pacto con el infarto de miocardio para morir disfrutando de la vida. El saudí Adnan Kashoggi, millonario gracias al tráfico de armas, fue de los primeros que desde su finca La Baraka convirtió Marbella en un escaparate para exhibir sus mujeres, sus millones y su barco con grifos de oro, anclado en Puerto Banús. Los ricos de cuna, horrorizados por aquel espectáculo que ponía en peligro su intimidad, empezaron a marcar distancias. Las únicas fiestas públicas que reunían a millonarios, príncipes y folclóricas eran los otros grandes eventos del verano. En la fiesta de la Cruz Roja o la gala del Cáncer, Gunilla von Bismarck, otro de los personajes emblemáticos de la Marbella de opereta, vestía rancios modelos estilo austrohúngaro, siempre acompañada de Luis Ortiz, un marido plebeyo nacido para vivir del cuento, que había salido de Los Choris, un grupo de vividores sin dinero pero con mucha gracia, que cada verano ponía de moda un chiringuito para divertirse hasta el amanecer. Alfonso de Hohenlohe ha insistido siempre en que por encima de todo, él ha sido un gran trabajador, un creador de empleo y un promotor imaginativo. Y la verdad es que el príncipe de Olé -olé, como pronunciaba su nombre la gente de la calle- siempre se movió bien entre la clase trabajadora. En el Marbella Club tenía un maître del Partido Comunista, con el que negoció amistosamente los conflictos laborales de la época de la Transición. Y Comisiones Obreras le dio un año el premio al mejor empresario. Y cuando le organizaron una huelga en plena Semana Santa, se metió en la cocina y puso a sus hermanas a hacer las camas hasta el lunes de Pascua, «para salvar puestos de trabajo y cuidar la imagen de Marbella». Marilys Haynes era amiga de los Hohenlohe desde jovencita y empezó a frecuentar al príncipe al separarse del empresario gibraltareño Joe Gaggero, padre de sus dos hijos. Pasaba un mal momento y la compañía de Alfonso le divertía y levantaba el ánimo. Además, el guerrero empezaba ya su reposo y su economía se había estabilizado tras algunos sobresaltos, quizá porque Alfonso siempre anticipó la calidad de vida a la ambición. El matrimonio se celebró en 1991 como algo natural y evidente. A Marilys, con fortuna propia, le horrorizaban Marbella, el pasado festivo de su nuevo marido y las fiestas de sociedad. Pero Alfonso ya tenía las cosas claras y eligió vivir en Ronda, cultivar vino y trabajar en el diseño de un proyecto urbanístico en Sanlúcar de Barrameda, rodeado de naturaleza y encanto, como aquella Marbella de los años 40. Cuando este verano se enteraron que el príncipe tenía un cáncer, Marilys fue la primera en darle ánimos, en tomar decisiones, en confiar en el futuro. Con su ayuda, Alfonso de Hohenlohe apostó por la vida, pero Marilys, víctima, dicen, de una depresión, eligió la muerte, nadie sabe por qué. Alfonso de Hohenlohe, el último playboy, tuvo mucho éxito con las mujeres y muy mala suerte con sus esposas.
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CRONICA | |
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