EL MUNDO - Domingo, 5 de noviembre de 2000 - Número 264
EL ÚLTIMO «PLAYBOY» | ALFONSO DE HOHENLOHE
Hijo de un príncipe y ahijado de Alfonso XIII, Alfonso de Hohenlohe fue el artífice de la Marbella de la jet y el petrodólar. También inventó el pádel. Ahora, enfermo, encarna el ocaso de una época. Su tercera esposa, Marilys Haynes, apareció muerta este miércoles en la finca de Ronda a donde se habían retirado. Al parecer, se suicidó

El otoño del «rey» de la fiesta
VIDA Y OCASO del artífice de la Marbella del lujo

 
  MARÍA EUGENIA YAGÜE

Alfonso de Hohenlohe junto a Marilys Haynes, que apareció muerta el martes. Era su tercera esposa
Alfonso de Hohenlohe quiso entrar en el dormitorio de la finca Las monjas, en Ronda, donde Marilys, su tercera esposa, había aparecido sin vida al mediodía del pasado miércoles, pero no le dejaron verla. Aquella misma mañana había bajado a la clínica Incosol de Marbella para tratarse del cáncer de próstata que le detectaron el pasado verano. Allí recibió la noticia de la muerte de su mujer. En el viaje de Marbella al cortijo, el príncipe de Hohenlohe sólo acertaba a expresar su desconcierto: «No entiendo..., me parece imposible...». Pero al llegar a la casa supo que el cuerpo de María Luisa Haynes, inglesa afincada en Gibraltar, estaba tendido en la cama y todo parecía indicar que había puesto fin a su vida después de ingerir una gran cantidad de tranquilizantes. Una fuente cercana a la familia añadió un detalle más trágico: su cabeza aparecía envuelta en una bolsa de plástico, y la mujer de servicio que la encontró todavía estaba sobrecogida de espanto.

El príncipe salió a caminar entre las cepas de vino de Burdeos que plantó hace años en Las monjas, su refugio tras abandonar Marbella. Frente al espléndido paisaje de la serranía malagueña, Alfonso recordó que días antes, al llegar a Barajas tras un viaje por EEUU, le había dicho a su mujer: «Despierta Marilys, que ya estamos en Madrid». Pero ella no abrió los ojos, y pasó día y medio semiinconsciente. Se habló de estrés, pero parece que había tomado demasiadas pastillas.

Ahora el príncipe se queda solo, tocado por la enfermedad y al final de una vida intensa, apasionante y novelesca, en la que hubo éxitos, amarguras y contratiempos, siempre superados por su carácter amable y emprendedor. El suicidio de su tercera esposa marca el fin de una época, la suya, el ocaso de esa etapa dorada de la Costa del Sol que Hohenlohe había inventado en los años 40, cuando empezó a llenar la zona de multimillonarios, artistas, princesas destronadas, magnates del petróleo, sus amigos del Gotha europeo y la auténtica jet set internacional, que convirtió Marbella en la capital mundial del glamour. Hasta que la horterada, la especulación inmobiliaria y las mafias la transformaron en uno de sus feudos y el príncipe decidió escapar a Ronda.

Alfonso de Hohenlohe tiene clase y árbol genealógico. Nació en Madrid, en 1926, y fue bautizado en el Palacio Real con el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia como padrinos. Pertenecía a una de las familias aristocráticas más antiguas de Europa y, como buen caballero, confesaba con mucho humor que fueron sus dos mujeres anteriores quienes le habían abandonado a él. Con Ira de Fürstenberg, que además de apellido aportaba la inmensa fortuna de la Fiat italiana -por su madre, una Agnelli-, se casó en 1956 en Venecia, cuando Ira tenía poco más de 15 años. La boda fue una locura en todos los sentidos y la fiesta duró 16 días, más o menos como su matrimonio, que acabó cinco años después cuando Ira se fugó con el playboy brasileño Baby Pignatari y dejó a su marido con los dos niños, Hubertus y Christopher.

Alfonso había llegado a Marbella en los años 40, por pura casualidad, cuando viajaba por Andalucía en un Rolls Royce, con su padre, el príncipe Maximiliano de Hohenlohe. El coche pinchó en la carretera y, en lugar de tirar hacia Sevilla, el percance les puso rumbo a Marbella. Allí se había instalado Ricardo Soriano, pariente de Piedad Iturbe, la esposa de Maximiliano, malagueña de origen. Soriano se había cansado de ser uno de los personajes del Biarritz de rusos exiliados y estrellas de la belle époque y había buscado el sol del sur en aquel pequeño pueblo de pescadores con sólo 900 habitantes, a donde sólo llegaba un autobús de gasógeno que tardaba tres horas en hacer el trayecto desde Málaga. El viaje de Maximiliano y su hijo marcó la vida de cientos de miles de personas cuando el tío Ricardo convenció a sus parientes de las maravillas de aquella costa y de su futuro. Y eso que al construir el primer hotel de la zona, El Rodeo, y pedir una línea eléctrica para no alumbrarse con gasógeno, a Soriano le tomaron por loco.

DE MÉXICO A MÁLAGA
Los Hohenlohe habían perdido sus palacios y posesiones en la región de Checoeslovaquia, ocupada primero por Hitler y luego por los soviéticos, y encontraron que España era el sitio ideal para vivir de nuevo. Después del encuentro con el tío Ricardo, Maximiliano le dijo a Alfonso, el más emprendedor de sus hijos, dueño ya de una pequeña fortuna después de instalar la factoría Volkswagen en México, que vendiera algunas de las viejas casas de la familia materna en Málaga «para comprar algo en Marbella». La finca La Margarita tenía cientos de hectáreas, un viejo molino y bordeaba el mar. Hohenlohe pagó por ella 120.000 pesetas y plantó allí 23.000 árboles, que transformaron la zona en un vergel. El jardín fue uno de los atractivos del Marbella Club, un hotel que Alfonso quiso situar en el polo opuesto de los rascacielos impersonales y agresivos de Torremolinos o Benidorm. El Marbella Club no tenía habitaciones convencionales, sino pequeñas casitas de tipo andaluz, escondidas entre palmeras y flores que bajaban suavemente hasta el mar. Era el corazón de la Milla de Oro, donde hoy trabajan 60.000 personas y se concentra uno de los imperios económicos del turismo mundial.

Hohenlohe convenció a sus amigos -los Rotchild, los Goldsmith, los Von Bismarck o Metternich- de las excelencias de una vida de un lujo sencillo y discreto, en medio de un clima extraordinario. Pero la llegada de personajes como la princesa Soraya y sus famosos ojos tristes, tras ser repudiada por el emperador de Irán por no darle hijos, o de Margarita de Inglaterra -vivió en Marbella el primero de sus romances con chicos jóvenes, con Roddy, un inglés 20 años más joven- atrajeron a los primeros paparazzis europeos y Marbella empezó a llenar las páginas de sociedad de todo el mundo.

Aquel turismo era una mina de oro. El marqués de Villaverde y la familia Coca estaban detrás de la urbanización de lujo Los Monteros o Incosol, un invento entre clínica y hotel, donde se ponía en forma la auténtica jet set internacional. Y allí fue a donde se dirigió Hohenlohe para encontrarse con el futuro rey de Arabia Saudí, el príncipe Fahd. La gran crisis del petróleo de 1979 hacía temblar a los gobiernos occidentales y Julio Calleja, presidente del INI, le pidió a Hohenlohe que intentara retener al heredero saudí unos días. Alfonso le ofreció un precioso ático en el Marbella Club y le convenció para que no fuera a Montecarlo. Días después, Fahd se entrevistaba con Don Juan Carlos en Madrid y Arabia vendía a España un millón de toneladas de crudo a 23 dólares el barril (el precio en el mercado era de 28).

BODA EN LAS VEGAS
Las fortunas árabes llegaron detrás del príncipe saudí, que compró la finca de Mara Lane, una británica afincada en Marbella. Precisamente una hermana suya, Jackie Lane, una actriz de poca monta 23 años más joven que Hohenlohe, sería la siguiente esposa del ahijado de Alfonso XIII. Se casaron en Las Vegas, en 1970. El matrimonio duró poco, aunque Alfonso adora a su hija Ariana, que pasa con él algunas temporadas en España.

Fahd construyó una mansión de las mil y una noches, réplica de la Casa Blanca. Los petrodólares se instalaban en Marbella y las fiestas de estilo oriental se ponían de moda. Hohenlohe las celebraba disfrazado con chilaba o turbante, en el Marbella Club. O en el Mau-mau, la discoteca del argentino José Lataliste, donde hizo su aparición oficial el playboy francés Philippe Junot, el primer marido de Carolina de Mónaco.

Las fiestas entonces eran privadas, sin límites económicos y a puerta semicerrada. La puesta de largo de Cary Lapique marcó un hito veraniego. Su padre, Manolo Lapique, mandó recrear la Feria de Sevilla al completo en el jardín de los Bismarck. Pero el verano tenía otras fechas claves, como el cumpleaños de Jaime de Mora, el 18 de julio. La oveja negra de la familia de Mora y Aragón fue también pionero en Marbella, otro playboy con carisma y refinamiento, pero menos cosmopolita que Alfonso y más intenso en sus excesos.

Entonces Hohenlohe era un deportista de vocación, que inventó el pádel o el telesquí, jugador de golf y aficionado a la caza, que no fumaba ni bebía alcohol. Jaime de Mora, por contra, presumía de no trabajar y había hecho un pacto con el infarto de miocardio para morir disfrutando de la vida.

El saudí Adnan Kashoggi, millonario gracias al tráfico de armas, fue de los primeros que desde su finca La Baraka convirtió Marbella en un escaparate para exhibir sus mujeres, sus millones y su barco con grifos de oro, anclado en Puerto Banús. Los ricos de cuna, horrorizados por aquel espectáculo que ponía en peligro su intimidad, empezaron a marcar distancias.

Las únicas fiestas públicas que reunían a millonarios, príncipes y folclóricas eran los otros grandes eventos del verano. En la fiesta de la Cruz Roja o la gala del Cáncer, Gunilla von Bismarck, otro de los personajes emblemáticos de la Marbella de opereta, vestía rancios modelos estilo austrohúngaro, siempre acompañada de Luis Ortiz, un marido plebeyo nacido para vivir del cuento, que había salido de Los Choris, un grupo de vividores sin dinero pero con mucha gracia, que cada verano ponía de moda un chiringuito para divertirse hasta el amanecer.

Alfonso de Hohenlohe ha insistido siempre en que por encima de todo, él ha sido un gran trabajador, un creador de empleo y un promotor imaginativo. Y la verdad es que el príncipe de Olé -olé, como pronunciaba su nombre la gente de la calle- siempre se movió bien entre la clase trabajadora. En el Marbella Club tenía un maître del Partido Comunista, con el que negoció amistosamente los conflictos laborales de la época de la Transición. Y Comisiones Obreras le dio un año el premio al mejor empresario. Y cuando le organizaron una huelga en plena Semana Santa, se metió en la cocina y puso a sus hermanas a hacer las camas hasta el lunes de Pascua, «para salvar puestos de trabajo y cuidar la imagen de Marbella».

Marilys Haynes era amiga de los Hohenlohe desde jovencita y empezó a frecuentar al príncipe al separarse del empresario gibraltareño Joe Gaggero, padre de sus dos hijos. Pasaba un mal momento y la compañía de Alfonso le divertía y levantaba el ánimo. Además, el guerrero empezaba ya su reposo y su economía se había estabilizado tras algunos sobresaltos, quizá porque Alfonso siempre anticipó la calidad de vida a la ambición.

El matrimonio se celebró en 1991 como algo natural y evidente. A Marilys, con fortuna propia, le horrorizaban Marbella, el pasado festivo de su nuevo marido y las fiestas de sociedad. Pero Alfonso ya tenía las cosas claras y eligió vivir en Ronda, cultivar vino y trabajar en el diseño de un proyecto urbanístico en Sanlúcar de Barrameda, rodeado de naturaleza y encanto, como aquella Marbella de los años 40. Cuando este verano se enteraron que el príncipe tenía un cáncer, Marilys fue la primera en darle ánimos, en tomar decisiones, en confiar en el futuro. Con su ayuda, Alfonso de Hohenlohe apostó por la vida, pero Marilys, víctima, dicen, de una depresión, eligió la muerte, nadie sabe por qué.

Alfonso de Hohenlohe, el último playboy, tuvo mucho éxito con las mujeres y muy mala suerte con sus esposas.


Antes ricos, ahora famosillos

JORGE JAVIER VÁZQUEZ
Había una vez un tranquilo pueblo de pescadores que se llamaba Marbella. Cierto día recaló en él el apuesto Alfonso de Hohenlohe, uno de tantos príncipes que parió el imperio austrohúngaro...

La historia de la Marbella mundana tiene un cierto paralelismo con la vida matrimonial de Hohenlohe. Su primera esposa, Ira de Fürstenberg, saboreó los inicios; Jackie Lane fue la que disfrutó la época dorada, y la recientemente fallecida Marilys Haynes le ha tocado asistir al declive del sueño marbellícola. Suponemos que las cuentas del matrimonio Hohenlohe no son nada del otro jueves, porque tuvieron que prestar su cortijo Las Monjas para que en él se celebrara en el enlace nupcial entre dos monstruitos de la prensa del colorín: Mari Cielo Pajares y Hugo. El elitista Alfonso tuvo que pasar por el aro y lo vimos fotografiado en ¡Hola! posando con la inefable Chonchi Alonso.

A Hohenlohe se le debe reconocer el mérito de convertir Marbella en un enclave frecuentado por rancios aristócratas, exigentes golfistas y celebridades norteamericanas con pedigrí. En los 70 puso alfombra roja a los saudíes de los petrodólares. El Marqués de Villaverde se vanagloriaba de haber auspiciado el nacimiento de Incosol -un hotel-clínica de lujo inaugurado por el Generalísimo- y acudía a las fiestas luciendo llamativos caftanes en una época en la que primaban los pantalones de campana y las patillas. Los veteranos periodistas del lugar explican que un requetesoleado día de verano, José Banús convocó a la prensa para inaugurar lo que llegaría a ser el puerto deportivo. Y por allí se dejaron caer Rainiero y Grace Kelly y el mismísimo Aga Khan. (Años después, bajo el mandato de Gil, se estrenaría en los multicines de Puerto Banús la segunda película de Chiquito de la Calzada). Con Kashoggi llegó el lujo a puñados y nombres rimbombantes del panorama hollywoodiense del momento con Brooke Shields a la cabeza. En los buffets se servían kilos de caviar, que los invitados devoraban con cucharadas soperas, y manadas de langosta. Marbella era una fiesta. Para tapar su mala conciencia, los veraneantes también organizaban galas benéficas. Sólo el verano pasado se montaron festejos contra el cáncer, el sida, la esclerosis, el alzheimer, los animalitos abandonados, la Cruz Roja y alguna que otra más de cuyo nombre no puedo acordarme.

Isabel Preysler se dejó caer pocos veranos por allí, pero los que fue armó mucho ruido. Paseó su estampa por las playas sola o en compañía de sus chicos, ora el Marqués de Griñón ora Miguel Boyer. Y Kashoggi seguía organizando bacanales pero no lograba que le invitaran a ninguna porque decían que escupía las cabezas de los langostinos. Le daba igual: presumía de señora -envuelta en lamé, pedrería y brillos diversos- y se fotografiaba al lado de un tal Gil. Tenían muchas cosas en común. Entre otras, el que sus respectivas mujeres siguieran las directrices del mismo asesor estético (dicen que el ventrílocuo José Luis Moreno).

Hohenlohe emigró al contemplar cómo su sueño, una Marbella elitista y señorial, se iba convirtiendo en pesadilla. Las grúas y las hormigoneras comenzaron a formar parte del paisaje y las mafias rusas asentaron sus reales en la zona. A tal panorama, tales veraneantes: la ciudad ha sido tomado por la tropa más cascabelera de la prensa del corazón. Ahora, el cumpleaños de Rappel se ha convertido en una de las citas ineludibles. Asisten Bárbara Rey con el novio de turno, vedettes de poca monta y chicas de vida alegre que después de contar sus escarceos sexuales en televisiones de pago se bajan a la Costa del Sol a hacer su agosto. El verano 2000 ha significado el definitivo hundimiento de Marbella. Belén Esteban, una muchachita de Carabanchel convertida en estrella catódica gracias a la frescura que gasta contando sus penas sentimentales más íntimas, ha sido la reina de un cotarro que hace aguas. ¿Una especie de circo chino de Manolita Chen en el que se refugian los que no pueden pagarse un apartamento -de casas ni hablemos- en Sotogrande?


CRONICA