Domingo, 26 de noviembre de 2000 - Número 267

JAPÓN | EL DESTINO DE UN PERUANO

Los padres de Fujimori salieron de Shirahama, una aldea japonesa donde aún viven tres familiares directos del ex presidente peruano, huyendo de la penuria económica. Naoichi, su padre, no superó los exámenes físicos para entrar en Hawai y por eso emigró a Perú. «Estoy seguro de que explicará lo ocurrido», se excusa un primo japonés del Chino

En la cuna de Fujimori
VIAJE a la aldea japonesa donde viven sus parientes

ARTURO ESCANDÓN. Enviado especial
Foto familiar de Fujimori (en pantalones cortos) con sus padres, Naoichi y Mutsue, y sus hermanos, Juana y Santiago.
El concejo de Kawachi, la cuna de los Fujimori, en el extremo sur de Japón, ha quedado vacío. Es mediodía y los habitantes en edad de trabajar están en las fincas situadas en las laderas de los montes que dan forma al diminuto valle costero de Shirahama. Recolectan mandarinas, mikan como se dice en japonés, o trabajan en los galpones embalando la fruta en unas cajas de cartón cuyos rótulos son marca registrada.

El pasado martes, el chófer de la legación de Perú en Japón descargó del baúl del sedán negro de la embajada una caja de esas mismas mandarinas y la llevó hasta una de las suites ejecutivas del tokiota hotel New Otani. Allí se había alojado el viernes 17, de forma anónima, Alberto Fujimori, entonces todavía presidente de Perú. Y probablemente desde sus lujosas habitaciones renunció el Chino dos días después (domingo 19) al trono de su país.

Situado en el exclusivo distrito de Akasaka, uno de los más caros de Japón y del mundo, el hotel New Otani es conocido, además de por sus altísimos precios, por ser el escenario de una novela de espías con tintes orientales. Y, según cuenta un turista estadounidense, hace un par de décadas, de una de esas mismas habitaciones en las que se aloja Fujimori, fue secuestrado el presidente de Corea del Sur y último Premio Nobel de la Paz, Kim Dai Jung, entonces considerado como un peligroso disidente de izquierdas por el Gobierno ultra conservador coreano.

A las puertas del tercer milenio, en el New Otani ha habido una nueva desaparición. Aunque esta vez los japoneses creen que se trata de un autosecuestro. El Chino Fujimori, de 62 años, especialista en estrategias militares sorpresivas, desapareció con su séquito completo del hotel, incluidos su hermana, Rosa, y su cuñado, Víctor Aritomi, embajador de Perú en Tokio. No quedó otro rastro que la caja de mandarinas proveniente de la tierra de sus antepasados.

De la asociación mandarinas-Fujimori se ha hecho eco la televisión japonesa mostrando ramos de estos cítricos cuando ha recordado la visita realizada por Fujimori, en 1990, al pueblo de sus ancestros. La inauguración en la ciudad de Kumamoto de la avenida de Perú resulta ser una imagen espectral. Los presentadores se preguntan por el paradero del abatido ex presidente y la gloria pasada se hunde irremediablemente en un mar de dudas.

Situado en la provincia de Kumamoto, a escasos 100 kilómetros de Nagasaki, en el extremo occidental del archipiélago nipón, Kawachi es el concejo del cual emigró, en 1920, Naoichi Minami, el padre de Fujimori. Tenía 19 años de edad y no estaba dispuesto a desperdiciar su vida en la pobreza endémica de un Japón sin horizontes económicos en aquella época. La travesía transpacífica duraba un poco más de dos meses.

Quiso entonces Naoichi echar raíces en Hawai, pero no pudo superar los rigurosos exámenes físicos que se les practicaban a los inmigrantes en aquel tiempo. Así las autoridades de la isla polinesia evitaban las oleadas de trabajadores japoneses que buscaban hacerse las Américas en cualquier lugar del mundo.

Cuando Naoichi desembarcó en el puerto del Callao, Perú, en 1920, fue destinado a la plantación de algodón de Paramonga, a unos 200 kilómetros de Lima. Tras un comienzo difícil trabajando la tierra, el joven se afincó en el pueblo de Huacho, donde instaló una sastrería. Era un negocio poco lucrativo, pero estable, y que dio dinero suficiente para regresar a Japón en 1932 y desposar a Mutsue Inomoto.

El matrimonio había sido arreglado por Kintaro Fujimori, uno de los notables de la aldea de Shirahama, que se había buscado la vida en Hawai sin llegar a tener demasiado éxito. El hombre no tenía descendencia y adoptó a Naoichi Minami. La adopción de un varón adulto con el propósito de continuar el linaje era una práctica muy común en el Japón de antaño y aún hoy en día se hace con cierta frecuencia. Nacía de esta manera humilde la dinastía de los Fujimori del Perú.

DESEMBARCO EN PERÚ
Según una biografía peruana, dos años más tarde, en 1934, el matrimonio desembarcaba en el puerto peruano del Callao para radicarse definitivamente. De hecho, Mutsue Inomoto, que ya llevaba el apellido de su esposo, nunca volvería a su aldea natal. Pocos vecinos la recuerdan hoy en Shirahama. Las casas apenas soportan los tejados de cerámica carcomidos por el tiempo. Algún que otro blasón de familia luce en la cornisa de una casa medio derruida. En los montes, las nuevas urbanizaciones ofrecen chalés prefabricados con vista al mar y a los huertos de mikan enclavados en los cerros. El cultivo de las mandarinas comienza a ser reemplazado por el turismo.

Una vecina de los Inomoto que se quedaron en el país nipón cuenta que Fujimori está dejando en ridículo a sus familiares y al pueblo. «Es una estupidez lo que hace, escondiéndose de medio mundo», señala. La anciana, que ha seguido la saga de Alberto Fujimori por la televisión como si de un culebrón se tratase, cuenta que el tío del ex presidente de Perú, Tomiya Inomoto, está muy enfermo y se encuentra ingresado en el hospital. Sólo su esposa está al corriente de los hechos. «No cite mi apellido. No me comprometa», suplica la vecina con ese aire de confidencialidad y respeto que da el ser veterana y saber que la vida depara muchas vueltas de rueda.

Por la tarde acude al templete del vecindario, mezcla de santuario sintoísta y de templo budista. El edificio de madera está bajo el alero de un gigantesco roble. Le reza una sutra al Jizo, el patrón de los niños, uno de los santos budistas más populares de Japón, especialmente en las zonas rurales. En el interior del templete hay una lista que recoge el nombre de las personas que han contribuido al mantenimiento del edificio. Sorprende lo repetitivo de los apellidos, pero es que los habitantes de Shirahama se casaron durante generaciones entre parientes.

MANDARINAS
Del otro lado del valle tiene su domicilio Hisao Minami, primo hermano de Alberto Fujimori, en una antigua casa, parte morada, parte galpón de embalaje de mandarinas. Es jueves 23 de noviembre, día del trabajo, y la bandera japonesa cuelga de un pequeño mástil. Flamea al letargo de la tarde, mecida por el viento costeño. En el jardín, unos bonsáis rigurosos demarcan el sendero que conduce hasta la puerta de entrada.

Minami llega al anochecer en un pequeño camión. Viste ropa de trabajo. Sus manos son ásperas, de labrador. Se ha pasado todo el día recogiendo mandarinas en los huertos aledaños. Es la época de la cosecha y las faenas no se detienen ni siquiera durante los días festivos. El primo de Fujimori hace memoria.

Sólo quedan tres parientes directos del ex presidente peruano en la aldea de Shirahama: Tomiya Inomoto, que se encuentra hospitalizado, y una tía de la rama de los Minami cuyo apellido de casada es Tsuda. «Me sorprendió muchísimo tener noticia de Fujimori por la televisión», comenta. Al informarle de que nadie conoce el paradero de su primo, se manifiesta sorprendido. «No sabía que estuviera desaparecido. No he hablado con él. De hecho, mantenemos escasa comunicación. Yo conocí mejor al padre de Fujimori, mi tío, que vino a Japón en varias oportunidades pero a mi primo no lo he tratado».

Los japoneses que vieron en Alberto Fujimori al prototipo del héroe nipón, del emigrante que triunfa, se preguntan si permanecerá en Japón o volverá a Perú. Según los funcionarios del Registro Civil de la provincia de Kumamoto, Fujimori está inscrito en el registro familiar. El koseki como se denomina en Japón es un censo que se estableció por primera vez en el siglo VII y en el que se consigna toda la información relevante del núcleo familiar. El solo hecho de queun nacimiento quede registradoen el koseki es sinónimo de la adquisición de la nacionalidad japonesa. Minami cree que Alberto Fujimori vino al mundo en Perú, que es peruano, aunque desconoce el lugar exacto de su nacimiento. Otro dato no confirmado que añade misterio a una historia familiar llena de navegaciones y baches. «No sabía que estaba inscrito en el koseki ni que tuviera la nacionalidad japonesa. Es la primera vez que escucho algo semejante», añade su primo.

Los japoneses están tan sorprendidos como él al descubrir, de pronto, a un nuevo compatriota y en pocos días, la imagen de Fujimori se ha roto en mil pedazos. Mientras aumentan los nipones desengañados, la fe que Minami tiene en su pariente permanece intacta: «Estoy seguro de que más adelante, Fujimori podrá explicar todo lo ocurrido», concluye. Eso si es que aparece. El Ministerio de Asuntos Exteriores informó el viernes pasado de que mantendrá en secreto el paradero del ex mandatario por «razones de seguridad». Todo lo que se sabe es que Fujimori está en casa de un amigo.

Por lo pronto, otra hija de emigrante japonés empieza a acaparar la atención de los medios nipones. Se trata de la parlamentaria peruana Susana Higuchi, la ex esposa de Fujimori, a quien se comienza a tomar más en serio. Ella misma fue una de las primeras personas que aseguró que su ex marido tenía la doble nacionalidad y por tanto no necesitaría pedir asilo en Japón. Susana Higuchi ha vuelto a las primeras páginas de los periódicos de Kumamoto. Mientras su ex marido no aparezca y justifique de manera sensata su rocambolesca fuga de Perú y su anonimato en Japón, los habitantes de Kumamoto, fieles al principio básico de la honestidad, no la destronarán.



¿QUEDA ALGUIEN EN PERÚ QUE SE APELLIDE FUJIMORI?, por ALFONSO ROJO

El primogénito está en EEUU; los dos hijos menores y el tío Santiago, en Japón... Sólo Keiko, la hija mayor del ex presidente, sigue en Lima

Es la hora de la venganza, de la traición y los cambios de chaqueta y hasta los que besaban el suelo que pisaba Alberto Fujimori, le culpan de todo y maldicen su apellido. En medio del tumulto, quien se salva, la solitaria figura del clan a la que los peruanos de a pie siguen profesando cierto afecto es a Keiko Sofía, la hija mayor del denostado ex presidente.

Keiko tiene 25 años, cara de luna y juvenil aplomo. Desde el tormentoso divorcio de sus padres, hace seis años, ejercía de primera dama y ha estado siempre al lado del Chino: en las recepciones diplomáticas, en los momentos de peligro y hasta encaramada a la verja de Palacio cuando arreciaba la controversia. Paradójicamente, es el único miembro de la familia que permanece en Lima. También están su madre y su anciana abuela paterna, pero esas dos mujeres son harina de otro costal. Keny, el hijo primogénito de los Fujimori, estudia desde hace mucho en Estados Unidos y los dos menores andan por Tokio.

Otro que ha desaparecido del mapa y a quien se supone en Japón es al tío Santiago, el hermano menor del ex presidente, quien a pesar de llevarse fatal con el maquiavélico Vladimiro Montesinos se hartó de hacer suculentos negocios.

Keiko hizo la mudanza el pasado martes. La joven, que residía en la lóbrega Casa de Pizarro, se ha llevado de palacio todo lo que tenía, incluidos sus dos caniches, un aparatoso equipo estereofónico y un hollywoodiense gato de peluche. Salió cubriéndose el rostro con unas gafas de sol y en el camino hacia la mansión de su abuela, hizo un alto en la residencia infantil que siempre ha tenido a su cargo.

Allí, con la voz tamizada por las lágrimas, nos dijo que sólo deseaba que hubiera paz y tranquilidad. «Perú es más grande que sus problemas», comentó la muchacha, antes de aclarar que ha rechazado la invitación de su madre, quien insistía en que se instalara con ella.

Tal como se perfilan las cosas es muy probable que al final, Keiko termine emigrando y que la única del grupo quede en Perú sea Susana Higuchi, la belicosa ex esposa del ex presidente. Susana es un personaje muy curioso. Tiene 49 años, es ingeniero y milita como congresista en las filas del Frente Independiente Moralizador, el partido que dinfundió el vídeo en el que se ve a Montesinos sobornando a un diputado y que ha precipitado toda esta crisis.

Susana no oculta ni su rencor ni sus deseos de vengarse del hombre con quien estuvo casada 22 años, tuvo cuatro hijos y compartió los oropeles del poder. Desde 1995, cuando se hizo mundialmente célebre al asomarse a una ventana del Palacio Presidencial y empezar a gritar barbaridades contra su cónyuge, no ha cesado de hacer la puñeta a Fujimori. Aunque siempre ha sostenido que es una patraña eso de que el ex presidente de Perú nació en Japón, nunca se ha mordido la lengua a la hora de denunciar a los parientes de su ex marido.

Fue ella la primera que levantó la liebre y filtró que Santiago y algún otro estaban metiendo la mano en el saco de la ayuda que llegada desde Tokio. «Había que decir basta a este sistema inmoral y corrupto y lo que ha ocurrido no me ha sorprendido», proclama Susana cada vez que le acercan un micrófono. «Hay periodistas que me preguntan si sigo enfadada y por supuesto que sigo; Fujimori trataba mejor a un terrorista como Abimael Guzmán que a mí y si se ha ido a Japón es porque es allí donde sus parientes tienen guardado el dinero».


CRONICA | EL MUNDO