Domingo 9 de diciembre de 2001 - Número 321

POLÉMICA | EL FUTURO DEL MUSEO

El «general» Serra y la batalla del Prado
LA MEJOR pinacoteca del mundo está sumida en el esperpento nacional de cinco directores destituidos en 10 años. El último episodio lo protagoniza Eduardo Serra, quien para unos simboliza la entrada del mercader en el templo del arte y, para otros, la esperanza. La pregunta: ¿mientras hay peleas, alguien se ocupa de los cuadros?

ILDEFONSO OLMEDO
EL PRADO DE SERRA. El ex ministro es capitán general de un museo con un presupuesto de 2.304 millones más 800 para adquisiciones que atesora unos 8.000 cuadros de incalculable valor. En 2000 recibió 1,8 millones de visitantes y generó unos 900 millones de
En el despacho del dimitido director del Museo del Prado huele a puros habanos. Las volutas de humo de los montecristo que fuma Eduardo Serra suben por los ventanales que asoman a la espalda de la pinacoteca desde que, el lunes 26 de noviembre, en la hora torera de las cinco de la tarde, el ex ministro de Defensa y desde junio de 2000 todopoderoso presidente del Real Patronato del museo desalojara de su asiento al ya «capitidisminuido» Fernando Checa, catedrático de Historia del Arte en la Universidad.El quinto director en sólo 10 años del buque insignia de la cultura española decía adiós cabizbajo su dimisión, aceptada por la ministra de Cultura días después, fue puro trámite a un prestigioso sillón para el que el Gobierno está teniendo serios problemas en encontrar ocupante. La sombra de Serra es alargada...

Por enésima vez, el Prado en crisis. Un capítulo más dicen los críticos, que por su politización de una historia escrita en la última década con los trazos del esperpento nacional: con Alfonso Pérez Sánchez acabaron, en 1991, unas declaraciones contra la intervención española en la Guerra del Golfo; con Felipe Vicente Garín, unas goteras que pusieron en peligro la integridad de Las Meninas; con Francisco Calvo Serraller, haber prestado unas salas del museo a la revista de su mujer, y con José María Luzón, un cese fulminante de la entonces ministra, Esperanza Aguirre, cuando recorrían juntos una exposición de Goya.

La dimisión de Checa tiene un culpable inmediato, Serra, y unas causas últimas más profundas: el paulatino recorte de poderes de la figura del director en favor del Patronato y el cambio de las estructuras de gestión del museo que aquél propugna desde que llegó a las manos de Serra, su presidente, el informe encargado a la empresa norteamericana The Boston Consulting Group, que costó 33,4 millones. La radiografía era demoledora: el Prado, se decía, no funciona, su proyección internacional ha caído en picado y su penetración en la sociedad española es muy baja (los 1.800.000 visitantes de 2000 están lejos del viejo récord de 3,1 millones, alcanzado el año en que el Gernika volvió a España).

«Es difícil hallar a alguien que esté dispuesto», opinan algunos de los candidatos apuntados esta semana para suceder a Checa, «a ser banderillero de Serra». El Prado, con sus miles de cuadros por testigo, aparecería como un caramelo envenenado. IU: «El Gobierno quiere una marioneta en la dirección, un personaje sumiso a los planteamientos mercantilistas de Eduardo Serra». Él niega la mayor: «Están viendo fantasmas... Tenemos que abrirnos a las tendencias museísticas mundiales. No se puede volver a hacer bueno el dicho de que España es diferente». Y eso, en su discurso, supone cuestionar que la dirección sea exclusivamente patrimonio de los historiadores del arte, de los científicos. Habría llegado el tiempo de los gestores.

LOS MERCADERES
El debate trasciende las batallas intestinas. En un reciente artículo titulado «Cuando los mercaderes entran en el templo», la revista The Economist hablaba del marketing en los museos, y advertía del recelo de los más clásicos ante, por ejemplo, las tácticas de promoción de Thomas Krens, director del Guggenheim y pionero en la tendencia de promocionar los espacios culturales como lugares de entretenimiento. «A los museos tradicionales», escribía, «no les gusta el cambio, pero tendrán que adoptarlo si quieren prosperar». Y Serra ha recogido el guante.

Desde su nombramiento como presidente del Patronato, este hábil político sin carné de partido que ha sabido nadar a corriente en todas las mareas políticas con UCD, con el PSOE y con el PP se ha hecho con las riendas de una institución bicentenaria (sus orígenes se remontan a 1868) con mano de hierro y, según proclama a los cuatro vientos, propósitos modernizadores. Mientras la ley de reforma que él propugna para sacar al Prado de su letargo, contestada agriamente desde dentro y fuera de la casa, ha sido retrasada un año por Aznar, sus montecristo en el Prado son el temible olor del poder.

«Un ejército con dos generales no gana batallas», se apresuró a advertir Serra tras pisar el museo. Al poco, en pleno fragor de la batalla interna ya, disparó con más intención: «Al socaire de que el Prado es público, lo vienen manejando unos cuantos».¿Aviso para navegantes? Según él, no, sólo «pura teoría militar».Hacía con esas declaraciones una defensa de la «unidad de mando» que también proclama según explica «la doctrina empresarial». Y si hay dos cosas que sabe este madrileño que pronto cumplirá 55 años, brillante número uno en las oposiciones a abogado del Estado de 1974, es de ejércitos y grandes empresas.

Profano en el mundo artístico («soy un observador», dice quien estuvo casado en primeras nupcias con una historiadora del arte), Serra Rexach llegó a la presidencia de la pinacoteca tras una fulgurante carrera en la política y los negocios. Apasionado estudioso de las estrategias en las grandes batallas de la Historia (cuentan que las recrea en su casa con soldaditos), con la UCD llegó a subsecretario del Ministerio de Defensa; con el PSOE, a secretario de Estado y mano derecha del otro Serra, Narcís, y con el PP, a controvertido ministro apoyado por las más altas instancias. En el ámbito empresarial ha presidido Telettra, Cubiertas, Peugeot-Talbot España y, por último, Airtel. Hoy, además de mandamás en el Prado, está al frente del Instituto de Política Exterior y preside UBS Warburg España, una de las grandes sociedades de intermediación financiera del mundo en la que su misión es captar grandes fortunas susceptibles de ser gestionadas desde Suiza.

Desde hace año y medio Serra es el comisionado del Gobierno para construir el Prado del futuro. Tiene a su lado a Rodrigo Uría, dueño del mejor bufete del país. Aunque Serra no cobra por ello, dedica a la pinacoteca una media de 40 horas semanales. Su reforma correrá paralela a las obras de ampliación diseñadas por el arquitecto Rafael Moneo. ¿Cuáles son sus pilares? Cuatro: el cambio del estatutos del museo, que pasaría a ser ente público como RTVE; flexibilizar las contrataciones de profesionales ajenos a la administración; aumentar los ingresos propios (pasar de los 900 millones actuales a 3.500) con patrocinios, mecenazgos, merchandising, alquiler de espacios no expositivos como hace el Louvre de París (una fiesta bajo su pirámide cuesta 10 millones de pesetas) y ampliación del horario de visitas, y una campaña internacional de imagen del Prado.

Tras tan loables fines se escondería, según los partidos de la oposición, un propósito de postergar el mundo de la cultura frente al del dinero. El temor va más allá del «gravísimo riesgo de mercantilización» del que hablan los socialistas. «No es que el proyecto de Serra esté mal, es que da miedo», explica el presidente del comité de empresa, Antonio Solano, quien admite que para la mayoría de los alrededor de 400 empleados la llegada del ex ministro ha puesto fin a una larga etapa de apatía: «Estábamos sin esperanza. Parecíamos un pollo sin cabeza dando tumbos. Tenemos la mejor colección del mundo, pero... Se podría decir que hay ropa de Armani pero por dentro llevamos calzoncillos viejos y rotos».

Con las majas prestadas a EEUU, el Prado sigue sin encontrar un traje. Hay quien llega a hablar de una auténtica maldición.O, aún peor, de la irrupción de los mercaderes. Al resquemor le puso voz antes de que los habanos tufaran el despacho okupado del último director un historiador especialista en la trayectoria jurídica de la pinacoteca, García Monsalve: «Los museos son las catedrales de nuestro tiempo». Eduardo Serra sonríe zorro: «Las catedrales siempre han hecho colectas».




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