Domingo, 11 de febrero de 2001 - Número 278

CINE | LA PELÍCULA DE LA VIDA

«El Bola» es «El avispa»
JUAN JOSÉ Ballesta, el niño ganador del Goya, vive como en la película en un barrio pobre del sur de Madrid y protagoniza con su pandilla alguna que otra fechoría

ANA MARÍA ORTIZ
«LOS COLEGAS». Para ellos, Juan José Ballesta, es El avispa o Telenovelas, uno más del barrio, en Parla (Madrid). Ninguno ha visto El Bola, de Achero Mañas, la película que ha lanzado a «su colega» al estrellato porque no la han proyectado en Parla.
Si en un reportaje se pudieran reproducir sonidos, éste debería comenzar con un silbido. Porque a este reclamo fueron asomando en las ventanas las cabecitas de los «colegas» de El Bola.

-Óscar, baja de una p... vez, que vamos a salir en la tele.

Previa intercesión ante las madres de dos de los angelitos para que se les levantara el castigo, en 15 minutos se ha reunido un puñado de adolescentes con aparatos correctores en los dientes, ropa de marca y orejas perforadas que se dan empujones por hacerse con el mejor plano para la foto. No están todos. Falta Juan José Ballesta, 13 años, el niño que el domingo pasado se encaramaba al escenario de los Premios Goya y alzaba la estatuilla al Mejor Actor Revelación al provocador grito de «¡De puta madre!» por su interpretación de El Bola, un chico de barrio que sufre el calvario de las palizas de su padre.

Su verdadero territorio, su barrio en la vida real, está en Parla, una localidad al sur de Madrid no muy diferente de las calles que retrata la pantalla. Es uno de los municipios más jóvenes de la Comunidad -la mitad de sus 71.396 habitantes no supera los 30 años- azotado por el desempleo -el 9,9% de la población activa está en paro- y donde la renta per cápita es de 1.150.200 pesetas por persona y año, inferior en más de un millón a la media de la Comunidad. En este escenario, el joven actor, un chaval de 1º de ESO, responde al nombre de El avispa, apelativo que adquirió el día que cogió un panal en el colegio, se lo llevó en el bolsillo a casa y dio allí libertad a los insectos; Telenovelas, desde que comenzó a aparecer su rostro en la serie Querido Maestro; y ahora también gira la cabeza si escucha «Ey, tú, Premios Goya» o simplemente «Bola».

La tarde anterior, miércoles, en el estudio de su agencia, el niño mareaba el Goya haciendo piruetas con los 2,800 kilos de Premio. Se cortó las greñas, por eso de «ir presentable a la ceremonia», pero sigue luciendo un aro de plata en la oreja derecha. No hace mucho encontró una esclava con el nombre de Raúl. Lo borró y se ha hecho grabar «EL BOLA». Como en una de sus mejores escenas, aparca su gesto natural, mezcla de descaro y pillería, pone cara de no haber roto un plato y gimotea para que lo dejen ir a posar en la foto con la pandilla. «Por favor, por favor, por favor». Permiso denegado. No hay ni un hueco en la agenda. Esta semana no es El avispa sino el protagonista de El Bola. Del plató de televisión a la emisora de radio, una entrevista, una sesión de fotos... «La fama mola», dice pese a todo.

Con tanto compromiso profesional, hace unos días que falta al entrenamiento de Los Ángeles, el equipo de fútbol del barrio donde defiende la portería, y se ha perdido alguna hazaña importante. Por ejemplo, aún no se ha colado en la casa abandonada. Ésa, al lado del ayuntamiento, que está llena de lápidas y que los chicos asaltan por las tardes. «Pero está al loro de todo», asegura Sergio, El Rubio, 13 años, el más alto de todos y por ello, jefe y cabeza pensante del grupo.

«No se lo digas a la Policía». Con esta premisa confiesan, con cierto orgullo, la mayor de sus fechorías. Juanjo no participó en ella. Por no dar detalles que pudieran meterlos en problemas, simplemente imagínense a estos renacuajos (ninguno supera los 15 años) cada uno al volante de un coche recién salido de fábrica.

Ahora sus esfuerzos están concentrados en el local, un trastero que han alquilado con vocación de convertirlo en su centro de operaciones, y en la moto que acaban de comprar. «Es un amotillo pequeño de gasolina», relata El Bola, de nuevo con el brillo de pillo en la mirada, «que a lo mejor no pilla ni 60. Yo aún no lo he probado pero me han dicho que por la carretera incluso adelanta a muchas camionetas».

El coste de todo el tinglado, según le han informado, asciende «5.000 pelillas por cabeza». Y aunque pudiera pensarse que El avispa no tiene problemas de solvencia económica después de lo que ha ganado con la película, lo cierto es que su sueldo ha sido depositado en una cuenta para pagar su futuros estudios y sigue sometido a las estrecheces de la paga semanal. «Yo creo que sí que voy a tener suficiente para pagarlo todo porque, mira, con las 1.000 pelillas de mi abuela, más mi abuelo otras 500 y mi madre 1.000 más. Y luego las 200 pesetas que me dan para el bocadillo del recreo que, en lugar de comprarlo, me llevo fruta de casa y me guardo el dinero. Así de paso adelgazo, que tengo unos michelines en la barriguilla...». Redondea su presupuesto vendiendo saltamontes a los peques del cole: 50 pesetas los grandes, 25 los pequeños.

Juanjo, en el cine víctima de los malos tratos, presume de padres jóvenes y tolerantes. Dice que en casa nunca le levantan la mano y no conoce a nadie en su entorno que sufra el infierno de palizas de la película, pero que estaría dispuesto a echar una mano si el caso se presentara. Su hermana Laura, de cinco años, también ha hecho pinitos en el cine como hija de Ana Torrent en la película Yoyes. Los Ballesta son, o eran (los honorarios del actor de la casa son secretos), una familia muy modesta. Cristina, la madre, 30 años, ahora no trabaja pero ha hecho de todo: dependienta de hamburguesería, limpiadora e incluso albañil. El padre, Juan, 31 años, es carpintero cofrador.

Y si al matrimonio no les hace gracia que su hijo participe en la película en un peligroso juego -cruzar las vías justo cuando pasa el tren- ahora que se trata de la vida real ponen cara de circunstancias cuando escuchan el episodio de la gasolina. Juanjo no sabe bien si fue Nochebuena o el día de su cumpleaños. El caso es que tenía permiso para salir hasta las 12.30 de la noche. «Nos fuimos al parque donde hay un lago con una isla. Echamos gasolina en el centro y le prendimos fuego. La apuesta era saltar por encima. A uno se le prendió el pie y se quemó todo el vaquero. Después había que rociarse la mano con gasoil y quemarlo para ver quién aguantaba más. Al Míchel le salieron hasta llagas».

FORREST GUMP
Dice que fuera de la pantalla no ha derramado nunca lágrimas, que es «superfeliz», pero reprende a su madre («¿Por qué tienes que contar eso?») cuando hace alusión a su mayor trauma. Durante un tiempo tuvo que llevar en la pierna un aparato de hierro que lo hacía cojear y en el colegio lo llamaban Forrest Gump o Pata de Hierro.

Su historial médico se completa con dos fracturas por el baloncesto, tres puntos de sutura en la pierna tras una caída de bicicleta y una lesión grave que casi le hace perder un ojo cuando se clavó un punzón moldeando plastilina. La última escayola, en el brazo, se la quitó él mismo con un bolígrafo porque a la salida del colegio tenía concertada una pelea con un tal Monti.

Su mascota es un hámster que se llama Fliper; toca la guitarra y colecciona pósters de los dibujos animados Bola de Dragón Z; si puede no se pierde ningún episodio de Los Simpson ni South Park; escucha todo tipo de música «menos Estopa»; es aficionado del Real Madrid; le gusta pisar todos los charcos por los que pasa; hace chuletas en los exámenes; es un experto en el manejo de su pistola de perdigón y aire comprimido; sus actores preferidos son Imanol Arias y Robert De Niro y ha visto El Bola más de 17 veces. «La primera me reí un montón. ¡Me hacía una gracia cuando me pegaban..! La última me quedé dormido».

Los sábados por la tarde va a la Sesion. «Es una discotequilla light, donde no sirven alcohol. Allí conocí hace un mes a Alicia, mi novia». Dicho esto, y el conductor del coche de producción que lo espera para llevarlo a casa se impacienta.

- ¿Y el cine?

- A mí lo que más me gusta de los rodajes es el cachondeo que hay.

Y se va, con el Goya bajo el brazo, a Parla.


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