Domingo, 18 de febrero de 2001 - Número 279

SALUD | «INMORTALIDAD» PARA RICOS

¿Tienen genes los pobres?
LOS MÁS DE 500.000 millones de pesetas invertidos en la elaboración del mapa genético hubieran erradicado las grandes epidemias del Tercer Mundo. El genoma ha hecho multimillonario a uno de sus «padres», el norteamericano Craig Venter. Otro genio, el colombiano Patarroyo, donó su vacuna contra la malaria. Hoy su laboratorio está embargado. Son las dos caras del negocio de la salud

PACO REGO
Anteayer, a media tarde, estaba agotado. Hablaba como si los pensamientos corriesen por su cabeza más rápidos que las palabras. Lo primero que dijo por teléfono desde su laboratorio de Bogotá, donde aún conserva unos cuantos monos y los remedios con los que ha salvado miles de vidas, es que pensaba seguir peleando hasta el final, «como un guerrero», que le decía su madre de pequeño, sin ceder ni un palmo de terreno a quienes tratan de ponerle zancadillas.

Desde que decidió plantarle cara a la malaria, hace ya más de 20 años, Manuel Elkin Patarroyo no ha dejado de cosechar enemigos. Su vacuna, único freno a esta enfermedad que cada año provoca una sangría de dos millones de muertos y 300 millones de infectados, ha sido boicoteada desde todos los frentes.

Ni la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), a la que el científico hispano-colombiano donó su patente con el propósito de que llegase a todos los rincones del planeta, ha salido en su defensa. Todavía hoy le duele recordar cómo algunos laboratorios ingleses y estadounidenses, utilizando su enorme poder, intentaron impedir en 1990 la vacunación en países del África subsahariana como Tanzania, donde la temible infección golpea con más fuerza. «Me dejaron solo», murmura queriendo olvidar aquel episodio. Pero la gente sigue cayendo. Cada 10 segundos el parásito de la malaria se cobra una víctima más.

Por eso, cuando se le pregunta qué piensa del mapa del genoma humano, anunciado al estilo Hollywood esta misma semana, no se anda con rodeos: «Había que hacerlo, pero no corría tanta prisa. Es mucho más urgente salvar a los cuatro millones de personas que están muriendo de neumonía o diarrea en el Tercer Mundo. Pero desgraciadamente no entra en los planes de las multinacionales de la salud. Simplemente no cuentan».

Son esas gentes, la mayoría al límite de la supervivencia, las que le han impulsado a llamar sin descanso a las puertas de jefes de gobierno, reyes, embajadores y magnates de las finanzas de todo el mundo en busca de ayuda para su causa científica y humanitaria. La propia Reina Sofía, una de sus más entusiastas valedores, ha apoyado el esfuerzo titánico de un hombre que, a decir suyo, no persigue el poder ni el dinero. «Me importa un pepino ser Craig Venter o cualquier otro. Yo lo que quiero es proporcionarle vida a toda la gente».

Venter es hoy rico y famoso. La revista Time a punto estuvo de nominarle personaje del año 2000, y su cuenta corriente está repleta de ceros. Unos 10.800 millones de pesetas gracias a las acciones que posee en su empresa de genética, Celera Genomics.

Entre Patarroyo y él media un abismo. Sólo tienen una cosa en común: tesón. Ambos superan como nadie los golpes bajos, las envidias, el rechazo de sus adversarios, pero en el fondo sus fines y métodos son radicalmente opuestos. El norteamericano, al que sus detractores llaman con indisimulado desprecio mercader de genes, se pasea por el mundo en su velero El Brujo, con el que ha participado en La Ruta de Cristóbal Colón, a cuenta de la fortuna amasada con el comercio de material genético de humanos y microbios obtenido por su compañía. Venter no regala nada, al contrario, procura adueñarse mediante patentes de cualquier gen. Los genes venden, la malaria, la meningitis y la fiebre amarilla no. Con los 500.000 millones invertidos en el genoma se hubieran erradicado todas estas plagas que están diezmando la población del Tercer Mundo. Asistimos a la perversión de la teoría de la evolución. Ahora ya no sobreviven los más fuertes sino los más ricos.

Es lo que denuncia el colombiano Patarroyo. El científico altruista que renunció a una patente multimillonaria, hoy se enfrenta al embargo de su laboratorio, del que salió, en 1987, la primera vacuna sintética contra la malaria, y en el que ahora preparaba la de la tuberculosis.

Es el último episodio de los contratiempos a los que se enfrenta desde hace dos décadas. Y esta vez, los problemas provienen, inesperadamente, de un país amigo, el mismo que le ha concedido la nacionalidad española, otorgado el Premio Príncipe de Asturias por sus contribuciones científicas y distinguido con nueve doctorados honoris causa.

El Banco Ganadero, que así se llama el BBVA en el país latinoamericano, decidió cobrarse un préstamo de 200 millones de pesetas. La víctima indirecta, el Instituto de Inmunología que Patarroyo creó en 1982, junto con su mujer, y en el que, a duras penas, aún hoy sigue dirigiendo los trabajos de sus 127 investigadores.

La debacle comenzó hace tres años, cuando el Gobierno colombiano, ahogado por la devastadora crisis económica que arrastra el país, dejó de financiar la Fundación San Juan de Dios, puesta en marcha hace más de cuatro siglos por los Hermanos Hospitalarios de Granada. Ésta tiene a su cargo, además del laboratorio de Patarroyo, un Hospital General, el Instituto del Cáncer y un centro materno infantil, que se nutrían, todos ellos, de los 30 millones de dólares anuales que aportaban las arcas de la República. La fundación se llenó de deudas impagables. Una de ellas es la contraída con el BBVA para remozar el hospital. El resto de los acreedores (aseguradoras, entidades financieras y laboratorios, como el norteamericano Baxter) no perdieron más tiempo y optaron por repartirse solares e inmuebles. El último en llegar fue el banco español. Antes, la entidad financiera había propuesto a la fundación varias soluciones. Todas fracasaron. Del hundimiento ya sólo quedaba el centro de Patarroyo, que en realidad nada tenía que ver con aquella deuda. Y se solicita el embargo preventivo. «Ha sido un error por su parte», considera el investigador, «aunque no he visto mala fe ni ánimo de hacer daño en la decisión del BBVA», concluye, pacificador.

Las críticas cosechadas dentro y fuera del país por el banco (373.000 millones de pesetas de beneficios el pasado año), han ayudado a reconducir la situación. Su presidente en Colombia, José María Ayala, llamaba por teléfono a Patarroyo mientras éste respondía a las preguntas de CRÓNICA. «Me ha ofrecido», narraba 20 minutos después de su charla con Ayala, «donar los equipos que nos han embargado al nuevo centro que estamos montando». Ayudas para levantarlo, según él, no le faltarán. Cuenta con el apoyo del ex presidente del país Belisario Betancour, amigo personal suyo e impulsor de la primera aventura, de Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco, y de tres premios Nobel, entre otras muchas personalidades.

El nuevo centro seguirá alimentando sus sueños de la infancia. Con sólo ocho años Patarroyo ya quería curar. Leía historias de Pasteur -«el hombre que ha guiado mi vida como científico»- sin saber que mucho tiempo después le darían el premio que lleva su nombre. La culpa de este prematuro interés, recuerda él, la tuvo su padre, un hombre sin estudios que, sin embargo, no escatimó medios para que el mayor de sus siete hijos tuviera los mejores libros de divulgación. En vez de comprarle tebeos del Pato Donald o Bugs Bunny, solía regalarle biografías de eminentes científicos, como la del sabio francés, al que desde entonces nunca ha dejado de admirar, o la de Robert Koch, el descubridor del bacilo de la tuberculosis. El mismo mal que, una vez remontada la encrucijada en la que se encuentra a sus 54 años, pretende combatir con lo que mejor sabe hacer: vacunas.

Mientras el joven Patarroyo disfrutaba con Pasteur, Craig Venter, un año menor, se entretenía con una tabla de surf sobre las bravas aguas de las playas de California. Luego, llegaría Vietnam y la madurez. Tras doctorarse en Bioquímica en la Universidad de San Diego, consiguió entrar en los todopoderosos Institutos Nacionales de la Salud donde, al igual que Patarroyo en la Universidad Rockefeller de Nueva York, despuntó por su brillantez.

Su desmedida ambición por la fama y el dinero le llevó a abandonar, hace ocho años, el centro público de investigación para dedicarse en cuerpo y alma al proyecto de su vida. Desde entonces no ha dejado de bucear en las células humanas. Su fin, pescar genes humanos y patentarlos. Sabe que en sus manos tiene una mina de diamantes casi inagotable, por la que están dispuestas a pagar cientos de millones de dólares todas las compañías de biotecnología del planeta. Las que siempre le han dado la espalda a Patarroyo.

En sus despachos se cuecen precisamente los lobbies que dictan con mano dura las reglas de juego en la industria y la política sanitaria mundial. Y es que los genes cotizan, y mucho, en las principales Bolsas. A estos grupos de poder, con premios Nobel en la sombra, no debió de hacerles ninguna gracia que alguien como Patarroyo, un inmunólogo prestigioso pero humilde, que pregona la igualdad y el derecho a la salud de todas las gentes por encima de cualquier credo mercantil, pusiera en entredicho su fabuloso negocio. La razón es obvia: las enfermedades de los pobres no son rentables.

El resultado de esta inhumana filosofía es estremecedor. Cada año, 17 millones de personas mueren por no tener medicamentos esenciales contra las enfermedades transmisibles como el sida o la tuberculosis, según el último informe de Médicos Sin Fronteras (MSF). Una simple caja de penicilina, que en el llamado mundo civilizado cuesta, por ejemplo, 500 pesetas, pueden llegar a valer hasta siete u ocho veces más, según Anesvad.

Y eso suponiendo que el producto sea de verdad y no una imitación, práctica denunciada varias veces por MSF. Como las 88.000 vacunas contra la epidemia de meningitis de Níger de 1995, donadas por Pasteur Mérieux y SmithKline Beecham desde la vecina Nigeria, y que fueron falsificadas, según esta ONG médica, en circuitos ilegales. 60.000 personas fueron inoculadas con vacunas falsas durante la campaña.

Fármacos como la eflornitina, indicado para combatir la enfermedad del sueño, han dejado de fabricarse porque no dan dinero. Nada importa que más de 50 millones de personas vivan a diario bajo la amenaza de contraer esta infección. Y un dato más: de los 1.223 fármacos nuevos desarrollados entre 1975 y 1997, sólo 13 (1%) iban destinados al tratamiento de males tropicales, nueve de ellos para el mercado veterinario. «Un flagrante atentado contra los derechos humanos», en palabras de Patarroyo. Los gringos, como él llama a los norteamericanos, incluso utilizaron a los científicos de su Ejército para desprestigiarlo en los foros internacionales y, de rebote, dar al traste con su vacuna. Tras el ensayo de una variante, las Fuerzas Armadas de ese país sacaron la conclusión de que el invento era totalmente ineficaz. «Cometieron un fallo y, como hacen los niños, acusaron al otro», según el investigador hispano-colombiano.

El error estaba al parecer en que el proceso que permite a la vacuna producir defensas estaba mal hecho. Les dio igual. Tenían prisa en boicotear la vacuna original, a lo que contribuyó la influyente revista médica The Lancet. Un artículo, publicado en 1996, lo pregonó por todo el mundo.

Como ya hiciera entonces, Patarroyo sigue en sus trece. «Créame si le digo que no estoy dispuesto a perder ni una sola batalla. Yo gano o perezco, pero siempre voy de frente».



MUNDO RICO...

El futuro comenzó esta misma semana con la ansiada presentación del mapa del genoma humano. Con este hallazgo, en el que se ha invertido más de medio billón de pesetas, nace definitivamente la Medicina del siglo XXI y, con ella, una nueva visión del hombre y de las enfermedades que, seguramente, sólo beneficiará a los países del Primer Mundo. Éstos son algunos de los avances que se esperan de aquí al final de la década.

MEDICINAS A MEDIDA. La farmacogenética, es decir, el diseño de fármacos personalizados y mucho más eficaces, eliminará los efectos secundarios y las reacciones alérgicas a las drogas. Los primeros genofármacos estarán en las farmacias dentro de cinco años.

PREDICCIÓN. Muchas de las 4.000 enfermedades hereditarias conocidas podrán ser detectadas a tiempo mediante test de ADN, lo que facilitará su curación definitiva antes, incluso, de que se produzcan los primeros síntomas. Nacerá la Medicina predictiva.

TERAPIA GÉNICA. Los genes defectuosos, responsables de una o varias dolencias, como el cáncer o la esclerosis múltiple, podrán ser sustituidos por otros sanos.

NIÑOS A LA CARTA. Será posible hacer que los hijos nazcan con las características al gusto de los padres, aportándole al bebé los genes que determinan el tono del pelo, la estatura o el color de los ojos.

...MUNDO POBRE

Casi 900 millones de personas sufren desnutrición crónica por la falta de proteínas y vitaminas. Tampoco disponen de medicamentos, algunos tan básicos como la aspirina o los antiparasitarios, ni de sueros o vacunas. Muchas mueren incluso por un simple catarro. 50 países están en situación de emergencia. Éstas son algunas de las enfermedades más agresivas y los lugares donde más se dan.

LEPRA. India, antigua Birmania, Vietnam, Brasil, China. Siete millones de enfermos y 600 nuevos casos al año.

TUBERCULOSIS. Ecuador, México, África (excepto el norte), China, Mongolia, Bangladesh, Pakistán, Filipinas, Tailandia. Mata a tres millones de personas cada año.

ÚLCERA DE BURULI. Costa de Marfil, sobre todo. Han aparecido casos en Japón y Australia, lo que demuestra que el mal se está extendiendo por todas partes. Está considerada como la lepra del siglo XXI. Más de 100.000 afectados.

MALARIA. África subsahariana, Colombia, Guatemala, El Salvador, Panamá, Brasil, Bolivia, México, Tailandia, Pakistán, Afganistán, India. Dos millones mueren cada año.

SIDA. Es devastadora sobre todo en América Latina, Asia, África y el Caribe. La infección afecta ya a 35 millones de personas. Desde que comenzó la epidemia, en 1978, se calcula que han muerto 22 millones de personas.

LEAD:Genoma humano. Los 500.000 millones de pesetas en la elaboración del mapa genético hubieran erradicado las grandes epidemias del Tercer Mundo. Medicina en los países ricos y probres


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