Domingo, 13 de mayo de 2001 - Número 291

FALLECIÓ | JESÚS AGUIRRE

El duque visto por la duquesa

MARIA EUGENIA YAGÜE
Los duques de Alba
De luto. De nuevo Cayetana de Alba se ha quedado sola. El pasado viernes, tras una larga enfermedad, Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, el duque de Alba, su segundo marido, fallecía en la residencia familiar, el palacio de Liria, en Madrid

Seis años después de la muerte de su primer esposo, Luis Martínez de Irujo, la duquesa Cayetana empezaba a acusar el peso de llevar sola la casa de Alba. Jesús Aguirre apareció en su vida cuando más lo necesitaba. Pretendientes no le faltaban, pero todos respondían al perfil del duque de Alba adecuado y correcto. Ricos, con título, poder y amigos de siempre. Demasiado parecidos a su difunto marido, que había sido el consorte perfecto. Por eso Cayetana se quedó impresionada cuando, en agosto de 1975, los duques de Arión le presentaron a un ex jesuita amigo. «Ya verás Tana, qué tipo más para ti. Divertido, lleno de ingenio, distinto a todo el mundo, ha sido cura pero...».

Cayetana estaba intrigada. Empezaba a aburrirse soberanamente y ella, que podía organizar las mejores fiestas del mundo en cinco palacios distintos, nunca había sido amiga de hacer una vida social convencional, ni le interesaron los hombres políticamente correctos. La presentación oficial de ese amigo y vecino de los Arión en la colonia del Viso de Madrid, fue en Marbella, donde los duques, Beatriz de Hohenlohe y Gonzalo Fernández de Córdova, tenían una casa muy cerca de la de la duquesa, al borde del mar.

El primer encuentro fue un auténtico desastre. Jesús Aguirre estaba tan impertinente como siempre, aunque normalmente manejaba con tal inteligencia y encanto su particular carácter que podía convertirlo en una virtud irresistible. Pero aquel día tomar café para conocer a la duquesa de Alba había estropeado su siesta.La sobremesa resultó vacía y glacial.

¿Qué te ha parecido Jesús, Cayetana?

«Un auténtico papel secante», contestó ella cuando se quedó sola con los Arión. La respuesta de Aguirre a la misma pregunta fue menos sutil: «Para mí esta señora no tiene el menor interés, por muy duquesa que sea». Ninguna de las dos opiniones era totalmente sincera. Dos años y medio después, los Arión, que no cejaban en su vocación de casamenteros, volvieron a reunirles en una cena. Esta vez en el palacio de Liria. Cayetana descubrió entonces el sentido del humor, la agudeza del ex jesuita, irreverente y cáustico, también galante aunque transgresor, como todos los hombres por los que había tenido debilidad.

Unos días después, la duquesa, como presidenta de Los amigos de la Ópera, tuvo que visitar el Ministerio de Cultura, donde Jesús Aguirre ejercía como Director General de Música. «Quédate un rato más, que el Ministro quiere conocerte», mintió Aguirre para prolongar la visita.

Ella se quedó y lo de menos fue el saludo al ministro. A Cayetana los políticos no le impresionaban lo más mínimo. En cambio, un ex cura marxista, experto en teología, rebelde, de una bohemia refinada, con mucho mundo, inmensa cultura y un evidente savoir faire empezó a quitarle el sueño. La duquesa se puso a la rancia aristocracia por montera y convirtió a Aguirre en duque de Alba tres meses después en una boda para 200 escogidos invitados.La historia ya la contó CRONICA el pasado 28 de enero, cuando trascendió el grave estado de salud de Aguirre.

El matrimonio fue singular,como ellos mismos. Se llamaban por teléfono de un ala a otra del palacio de Liria y el duque le mandaba billetitos de amor a su mujer por medio del mayordomo.El día 16 de cada mes, recordando el 16 de marzo, fecha de su boda, Cayetana recibía una camelia de parte de Jesús, como si se tratara de un enamorado lejano y romántico.

Pero al principio no todo fue un camino de rosas. Aguirre tuvo sus más y sus menos con Cayetano, el más rebelde de los hijos de la duquesa, y con Eugenia, que sólo tenía 10 años y sentía que le habían robado a su madre. Él, siempre tan jesuítico y una pizca malvado, decía: «Lo que más me costó del palacio de Liria fue encontrar los interruptores».

Pero por encima de algunas extravagancias propias de duquesas con carisma, Cayetana admiró siempre el sentido de la responsabilidad de su marido, que la ayudó a llevar el peso de la historia de su linaje como si de un auténtico Alba se tratara. Cayetana agradeció que Jesús respetara su pasión por el flamenco, su amor por Sevilla y su afición por los toros, cuando no compartía ninguna de las tres cosas. A cambio, recibió de su mujer una lealtad absoluta, que a veces es un sentimiento mucho más profundo que el amor.Durante 23 años compartieron los secretos de la casa más aristocrática.



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