Domingo, 27 de mayo de 2001 - Número 293

CINE | HISTORIA Y ESPECTÁCULO

Pearl Harbor estalla de nuevo
En la presentación de la película más cara del cine americano los periodistas invadieron Hawaii. Las primeras críticas han sido inmisericordes; Disney necesita 57.000 millones de pesetas para cubrir gastos

BEATRICE SARTORI
EL HÉROE AMERICANO. El actor Cuba Gooding, Jr. en una de las escenas finales de la película, que pretende ser un canto al patriotismo norteamericano y al valor de los soldados de la base bombardeado por los japoneses en 1941. El filme, cuidadosamente planificado mediante estudios sociológicos, ha costado 27.000 millones de pesetas y de los efectos especiales se ha encargado George Lucas.
Se ruega a los asistentes civiles a la premiere mundial de la película Pearl Harbor que vistan al estilo Aloha Crisp en la ceremonia que tendrá lugar a bordo del portaaviones USS John C. Stennis (CVN7.4)». La precisa indicación sobre la vestimenta (de tipo hawaiano «formal») para los 2.000 periodistas e invitados al estreno en Honolulu no era baladí. Sólo en el alquiler del barco a la Armada se había gastado la compañía Walt Disney la friolera de mil millones de pesetas.

El USS John C. Stennis (llamado así por el senador norteamericano que defendió el honor y valor de los marinos) es, ni más ni menos, que el barco de guerra más grande y poderoso del mundo y el último que ha ingresado en la Flota Naval del Pacífico.

Al estreno de «Pearl Habor» no sólo han acudido las estrellas sino también dignatarios militares como el almirante James A.Robb y jefes de la Factoría Disney como Roy Disney y Peter Schneider.Incluso corrió durante días un cotilleo que indicaba que el presidente George W. Bush podría aparecer. No lo hizo, pero a nadie le cupo duda de que le hubiese encantado.

Ha sido la premiere más espectacular de la Historia para la película más cara del cine americano (cerca de 27.000 millones de pesetas).Pero las críticas han sido inmisericordes. Patrioterismo fácil, sensiblería y superficialidad son las acusaciones de Associated Press o Time.

Ahora, tras vaciarse los bolsillos, Walt Disney necesita recaudar un mínimo de 57.000 millones de pesetas sólo para cubrir los gastos de la película y su promoción.

SIN PRECEDENTES
Y es que ni el más nimio detalle se dejó al azar en esta semana de actos sin precedentes en Hawaii, que la revista Variety ha calificado de «blitzkrieg publicitario». A esta maratón de marketing y promoción, una modalidad clásica de la publicidad, se le ha dado nombre en realidad hace ya una década: junket.

Un junket suele consistir en atraer a una gran ciudad Los Ángeles, Nueva York, Londres, Barcelona a docenas de seleccionados periodistas de todo el mundo y recluirlos, a lo largo de varios días, en super hoteles de lujo junto con las estrellas y sus directores.

El objetivo es que se conozcan y se encuentren en maratonianas entrevistas, bien sea en la modalidad de round robin (grupos de cinco personas) o la exclusiva one-on-one (entrevista individual).

Como premio final y sólo al acabar los trabajos llegan los regalos conmemorativos de las películas. Dicen que la calidad de éstos suele ser inversamente proporcional a la calidad de la película. Si el presente es bueno se le bautiza como «propiedad caliente» , se puede llegar a sufrir el hurto por parte del colega menos pensado.

¿Qué ha hecho del junket de Pearl Harbor algo diferente? Que ha constituido «El» junket. Ninguno como éste, ni antes ni después, por la magnitud del despliegue. La presentación de la película más cara de la historia del cine ya ha hecho historia por su tamaño y perfección.

Prácticamente todo el Sheraton Waikiki Hotel del número 2255 de la avenida Kalakaua de Honolulu alojó a 400 periodistas de 90 países, incluidos los norteamericanos, que por vez primera sólo dispusieron de 24 horas de anticipación sobre el resto de sus colegas.

También fueron invitados diversos supervivientes del bombardeo del 7 de diciembre de 1941, unos alegres y ruidosos octogenarios cargados de energía, medallas y muletas. Su bulla era notable.

Los dirigentes de Disney entre ellos el sevillano Ignacio Darnaude, vicepresidente de marketing y las estrellas Ben Affleck, Josh Harnett, Cuba Gooding jr, Alec Baldwin, Kate Beckinsale, Tom Sizemore y Dan Aykroyd estuvieron alojados en el inmediato Halekulani Hotel de la calle Kalia, también en primera línea del Océano Pacífico.

UNA FORTUNA
Hasta la noche de la premiere de Honolulu, el pasado 21 (el viernes llegó a 3.000 pantallas norteamericanas y el en un mes llegará a España), Disney invirtió 13.000 millones de pesetas sólo en promoción en Estados Unidos. Y tiene previsto emplear otros 9.500 millones en los demás países.

La impresionante velada ultrapatriótica costó «sólo» 1.000 millones de pesetas, e incluyó una proyección en una pantalla gigante erigida en el portaaviones, himno nacional con el corazón en la mano, dos fiestas con siete bandas de música, danzas hawaiianas en la alfombra roja de recepción (a cargo del grupo Puamana Halau) y una orgía indescriptible de fuegos artificiales. Todo ello para 2.000 invitados, que dieron a los actores un verdadero baño de multitudes.

¿Y la película? Según su productor, Jerry Bruckheimer creador de La roca, Armageddon y 60 Segundos el filme, que dura 175 minutos, «es una historia de amor, amistad y sacrificio en el contexto de la guerra», pero los críticos de Associated Press la acusan de falta de realismo, de ocultar los horrores de la guerra para hacerla comercial y de articularla sobre una trama amorosa que no resulta verosímil.

Los creadores han querido lograr una obra que aúne algo de Titanic y Salvar al soldado Ryan, de Romeo y Julieta y La lista de Schindler.Quizá eran planes demasiado ambiciosos.

Por otro lado, al frente del filme no están imanes de la taquilla como Bruce Willis o George Clooney, sino jóvenes como Ben Affleck, el emergente Josh Harnett, la británica Kate Beckinsale y el excelente Cuba Gooding, que aceptaron recortar sus sueldos para no disparar aún más el presupuesto, pero que también han defraudado a algunos.

Tanto Bruckheimer como Disney confían en que la película reproduzca los buenos resultados de otros títulos bélicos recientes como U-571, La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan, que lograron alcanzar entre 100 y 200 millones de dólares sólo en las taquillas norteamericanas.

Los estudios sociológicos indican que las mujeres acudirán a ver Pearl Harbor atraídas por el romance de una enfermera enamorada de dos hombres. Y que los jóvenes verán la película encandilados por las escenas de acción, que reproducen la triple oleada de ataques aéreos del 7 de diciembre de 1941.

Esa mañana de domingo murieron 2.395 soldados yanquis en lo que constituyó una jornada recordada como «el día de la infamia», que provocó la entrada de la nación americana en la Guerra mundial.

En general se espera que a todos atraiga el fuerte carácter patriótico de un tiempo en que las guerras no se ejecutaban por ordenador ni se retransmitían por la CNN. Pero lo cierto es que las escenas están lejos de reflejar la crueldad de los combates y denotan más bien el esfuerzo por hacer asequible el filme a todos los públicos.

Como revelan los pases que se exhiben ya en los cines españoles, se ha preferido recurrir a las espectaculares reproducciones de la batalla final y hacer a la vez uso de imágenes de niños que juegan al beísbol sobre verdes prados para pulsar la sensibilidad del espectador, que ve así interrumpida la vida cotidiana por la dureza de la guerra.

La música grandilocuente de Hans Zimmer y los efectos especiales de IL&M de George Lucas rematan una jugada con la que esta vez la casa de comida rápida McDonald s no hará platos «Happy Meal», por respeto a unos hechos en que murieron miles de jóvenes.

El montaje no ha carecido de problemas políticos. De hecho, el final de la película fue finalmente modificado «por respeto a japoneses y alemanes».

Mientras se producía la premiere a bordo del portaaviones (cuya vecindad con la tumba hundida del USS Arizona, con sus 1.127 marineros nunca enterrados, provocó tambien polemica), la cadena televisiva «National Geographic» emitía las primeras imágenes de un especial que emitirá el próximo martes y que también llamará Pearl Harbor, con imágenes inéditas del bombardeo y, sobre todo, la primera visita al interior de la nave hundida en el mar de coral.

Las imágenes finales de la película son tan sobrecogedoras como inolvidables. Sobre todo el impacto de la bomba sobre el USS Arizona, algo difícilmente repetible y que se ha llevado la mayor parte de los recursos económicos.

Pero Hollywood sigue intentándolo. Mientras se estrena «Pearl Harbor», ya están en rodaje nuevaspelículas nuevas. Entre ellas «Windtalkers», con Nic Cage; «Harts War», con Bruce Willis, y «Black Hawk», que Ridley Scott dirige en Marruecos con Josh Harnett y Tom Sizemore.



EL BOMBARDEO QUE FUE UN REGALO PARA ROOSEVELT, por CÉSAR VIDAL

EL 7 de diciembre de 1941, la flota norteamericana atracada en Pearl Harbor, Hawai, fue objeto de un ataque sorpresa llevado a cabo por la aviación nipona. En apariencia, aquella incursión no pudo tener consecuencias peores para Estados Unidos: 2.326 soldados norteamericanos resultaron muertos y la flota del Pacífico, siquiera en apariencia, fue aniquilada. A primera vista, la victoria del imperio del Sol naciente no admitía discusión. Lo cierto, sin embargo, fue que Pearl Harbor no constituyó una victoria japonesa sino la consumación de una estrategia desarrollada por Roosevelt desde 1939 que, en primer lugar, provocó la entrada de Estados Unidos en guerra y, posteriormente, le permitió convertirse en la primera potencia del orbe.

LUCHA CONTRA EL MAL. A diferencia de lo que suele afirmarse y creerse con despreocupada ignorancia, el pueblo norteamericano es acusadamente aislacionista. Ese aislacionismo se había convertido en una religión cívica norteamericana con posterioridad a la Primera Guerra Mundial. Aunque sin duda Estados Unidos obtuvo considerables beneficios de la victoria en la conflagración, más del 80% de sus ciudadanos estimaba que el país no debía volver a mezclarse en los asuntos europeos. Así, mientras Hitler cosechaba una victoria tras otra gracias a la política de apaciguamiento de Francia y Gran Bretaña, la población de Estados Unidos abogaba por mantenerse al margen de cualquier conflicto que pudiera producirse en el futuro. Personajes de la talla de Charles Lindberg abogaban por una estricta neutralidad o, como fue el caso de Hearst, incluso no ocultaban su simpatía hacia un Hitler que podía frenar el avance del comunismo y cuyas leyes de Nüremberg, al menos en apariencia, no dispensaban a los judíos un trato peor del que recibían los negros en los Estados del Sur. Frente a esa postura de «espléndido aislamiento», el presidente Roosevelt supo captar el peligro que representaban para la supervivencia de las democracias tanto los fascismos alemán e italiano como el expansionismo japonés y, cuando en el verano de 1940 Gran Bretaña se convirtió en la única nación que resistía a Hitler, decidió acudir en su ayuda aunque eso significara violar las normas de la estricta neutralidad.Aunque el 30 de octubre de 1940 afirmó en Boston en el curso de la campaña electoral que «nuestros chicos no van a ser enviados a ninguna guerra extranjera», el 8 de noviembre, apenas conseguida la reelección, destinó la mitad de la producción de guerra norteamericana a Gran Bretaña. Al mes siguiente, anunciaba asimismo públicamente que Estados Unidos se iba a convertir en el «arsenal de la democracia».No exageraba. El 11 de marzo de 1941, la ley de Préstamo y Arriendo le permitió entregar a Gran Bretaña material de guerra por valor de casi medio billón de dólares. Formalmente, Estados Unidos seguía siendo un país neutral pero materialmente era un claro beligerante. En junio, por ejemplo, Roosevelt no sólo prometió ayuda a la URSS en su lucha contra Hitler sino que además congeló los fondos alemanes e italianos en Estados Unidos. Cuando el 14 de agosto de 1941, Roosevelt y Churchill suscribieron la Carta del Atlántico pocos podían dudar de las intenciones del presidente norteamericano.

«ESTAMOS EN GUERRA». A pesar de que los propósitos de Roosevelt eran encomiables, su mayor problema lo constituía la opinión pública, que en más de tres cuartas partes seguía oponiéndose a la entrada en guerra. Era cierto, como afirmaba el almirante Stark en una carta dirigida el 7 de noviembre de 1941 al almirante Kimmel que «lo supiera el país o no, estamos en guerra». Sin embargo, una cosa era la realidad y otra que ésta recibiera el respaldo de la población. La entrada en guerra de Estados Unidos sólo podría producirse si tenía lugar un acto de agresión que la legitimara. Japón lo iba a proporcionar mediante el ataque a Pearl Harbor. Por eso, aunque los japoneses fueron los agresores, las causas del ataque tuvieron sus raíces en diversas cancillerías. Los alemanes preferían un enfrentamiento con los americanos en el Pacífico que en Europa y, lejos de disuadir a su aliado nipón, le estimularon a dar ese paso. Por otro, Roosevelt adoptó una postura de bloqueo económico hacIa Japón «especialmente en relación con el embargo del petróleo» y de ayuda económica y militar a China que, prácticamente, obligaba a la nación asiática a cambiar su visión estratégica o a lanzarse a una guerra de agresión. La camarilla militarista que estaba en el poder optó por esta segunda opción.

¿LO SABÍA ROOSEVELT? Al final, la aviación japonesa atacó Pearl Harbor y las consecuencias fueron fulminantes. Roosevelt contaba con una razón sobrada para que EEUU entrara en la conflagración.Queda en pie la cuestión de hasta qué punto sabía lo que iba a suceder en aquella base. No tardó mucho tiempo en filtrarse que Roosevelt había conocido con anticipación que los japoneses atacarían Pearl Harbor y que sólo tomó medidas para minimizar el desastre, por ejemplo, sacando lo mejor de la flota de alta mar de la base para salvarla. El tema estuvo a punto de salir a la luz pública durante su tercera campaña para la presidencia pero la guerra no había terminado y su rival republicano consideró más prudente silenciar la cuestión. Fuera como fuese, el coste de Pearl Harbor, considerado desde un análisis fríamente maquiavélico, resultó moderado. Ciertamente proporcionó a Roosevelt un argumento para entrar en guerra y proporcionar a las democracias una ayuda sin la cual la victoria contra el nazismo no hubiera sido posible.Sacrificando algunos hombres, el presidente de EE.UU. habría abierto el camino para que la democracia sobreviviera en el globo.



CRÓNICA es un suplemento de