Domingo, 17 de junio de 2001 - Número 296

SUICIDIO | EL FINAL DE LA HIJA DEL SHA

Nadaba en dinero y era hermosa como la emperatriz Farah Diba, pero se sentía sola y deprimida y el domingo se suicidó. Leila Pahlevi, la niña que tuvo en Irán su propia mansión, con teléfono junto a la bañera, no pudo superar ni la nostalgia del paraíso terrenal del que fue expulsada tras la caída del Sha, ni las muertes sucesivas de su padre y su abuela

La muerte de la princesa triste
NI SUS MILLONES ni su belleza bastaron a la hija del Sha

NIMA RAFAT
Los emperadores en los buenos tiempos, con sus cuatro hijos. Leila, en el centro
Con profundo e inconsolable sufrimiento y enorme tristeza anuncio la muerte de mi amada hermana Leila Pahlevi tras una larga enfermedad».Con estas palabras informó el lunes la secretaría del heredero, Reza Pahlevi, de la desaparición de la más pequeña de los cinco hijos de Mohammad Reza Pahlevi, el monarca obligado a huir de Irán en 1979 por el Ayatollah Rouhollah Mussawi al Jomeini, líder de la Revolución Islámica. Algo más elocuente fue la nota de la ex emperatriz Farah Diba, madre de Leila. «En los últimos años», decía el texto, «estaba muy deprimida. No había superado la muerte del padre, al que estaba muy unida».

Tan lacónicas líneas originaron serias dudas sobre la muerte de la joven princesa, y la policía del condado de Westmister ordenó la autopsia de su cadáver. Los médicos forenses dijeron en su comunicado que había muerto de sobredosis de fármacos antidepresivos pero, en comunicación telefónica con CRONICA, precisan que «serán necesarias varias semanas para establecer con seguridad las causas de la muerte».

Mientras, en Gran Bretaña y en los círculos de la diáspora iraní se impone la hipótesis de un suicidio. Y, en Teherán, la prensa integrista no manifiesta dudas: «La hija del destronado monarca», anunciaba esta semana la agencia gubernamental Irna, «se ha suicidado ingiriendo una cantidad imprecisa de somníferos, tras enterarse por televisión de la victoria arrolladora de Mohammad Jatami en las últimas elecciones». «Se quitó la vida», continuaba el despacho, «tras comprender que no habría podido volver nunca a Irán y ver cómo se derrumbaban sus sueños de una restauración de la monarquía».

Tan malintencionadas manifestaciones rubrican el final de una existencia de 31 años que comenzó el 29 de marzo de 1970 en el hospital militar de Teherán, que desde entonces llevó su nombre.Leila era la cuarta hija de la entonces emperatriz Farah Diba y la última de los cinco hijos de Mohammad Reza Pahlevi. El Sha, que se había casado con Farah después de dos divorcios, tenía en efecto otra hija, Shaanaz, fruto de la relación con su primera mujer, la princesa Fawzia de Egipto. Shahnaz vive actualmente en Suiza.

EL OSITO DE PELUCHE
Los últimos recuerdos iraníes de la joven estaban ligados al precipitado exilio de su familia, el 13 de enero de 1979. Desde niña había disfrutado de un lujo desaforado. Vivía de palacio en palacio y en su residencia habitual disponía de una vivienda propia, con numerosos armarios para un rico vestuario y teléfono junto a la bañera. No es de extrañar, pues, que el desalojo del paraíso le produjese una profunda impresión. «Me dijeron», contaba, «que íbamos al extranjero de vacaciones. Salimos tan deprisa que me olvidé de mi osito de peluche preferido. Quién sabe qué pasó con él cuando los revolucionarios ocuparon nuestra residencia».

En el exilio no les esperaba la miseria, desde luego. La fortuna de la familia real persa ha sido objeto de polémica, batallas judiciales y cotilleos durante años. No existen datos oficiales sobre cuánto dinero invertía en el extranjero la Fundación Pahlevi, la institución que administraba su dinero antes de la revolución islámica, pero Abolhassan Banisdr, primer presidente de la República Islámica, exiliado actualmente en Francia, asegura que sacó de Irán «unos 30.000 millones de dólares» y que el dinero «fue depositado en cuentas de la Credit Commerciale de París, la Union des Banques Suisses de Zurigo y la Chase Manhattan Bank de Nueva York».

Las autoridades de la República Islámica, por su parte, reivindican la devolución de 46.000 millones de dólares, mientras que según los monárquicos la fortuna no superaba los 100 millones de dólares.

Sea como fuere, en los años 70 la fundación Pahlevi había adquirido el 25% de las acciones de la empresa alemana Krupp, el 10% de Mercedes Benz y paquetes accionariales de al menos otras 30 empresas europeas y estadounidenses. El patrimonio inmobiliario comprendía, en el momento de la Revolución, cuatro islitas en las Seychelles, una torre en Nueva York, dos castillos en Francia y otros 15 chalets en lugares como Acapulco, Washington, Saint Moritz, Zurich, Río de Janeiro o París.

En 1997 parte de esta fortuna se perdió y la familia acabó en un tribunal de Virginia, en Estados Unidos. Ya había fallecido el padre y el heredero, Reza Pahlevi, su madre y el resto de la familia litigaron entonces contra Ahmad Ansari, un primo de la emperatriz que, hasta ese momento, administraba el patrimonio.

Tras perder la batalla legal, Ansari publicó un libro precisando que el Sha había depositado 22.000 millones de dólares en bancos europeos y que los fondos sólo podían ser desbloqueados tras la restauración de la monarquía en Irán. Mientras tanto, sus hijos y su viuda podían beneficiarse de los intereses.

Estas confesiones aclararían el tren de vida de Leila Pahlevi, puesto que los réditos a los que hacía referencia Ansari ascienden a la magra cantidad de 2.000 millones de dólares anuales. La princesa, por ejemplo, pasaba varios meses al año en una carísima suite del Hotel Leonard de Marble Arch, en Londres, por la que pagaba 3,7 millones de pesetas mensuales. A pesar de ello, los empleados la recuerdan como una «chica sola, deprimida y sin ganas de divertirse».

El resto del año la hija del Sha viajaba o descansaba en su residencia oficial de Connecticut. Nunca llevó a cabo una actividad profesional, debido a sus problemas psíquicos, y ni siquiera mantuvo una relación afectiva seria ni duradera. Ella misma confesaba que se enamoraba con la misma facilidad que se desenamoraba y, de hecho, acabó por convencerse demasiado joven de que «lo más importante en una relación de pareja es el respeto y la tolerancia, no la pasión».

Según sus amigas de Londres era una chica muy sensible, incluso frágil. «Estaba muy deprimida desde hace tiempo», nos comenta Nazanin Ansari, que la vio un día antes de su muerte. «No se había recuperado del golpe de la muerte de su abuela materna, la señora Farideh Diba, que falleció en París el pasado mes de noviembre». Efectivamente, la unión entre Leila y su abuela era muy fuerte. En los años del exilio había sido ella quien cuidó de la pequeña y se preocupó por su educación. Afligida por esta ausencia, en las últimas semanas la nieta no tenía fuerzas ni para sus dos actividades favoritas: manipular fotografías mediante el ordenador y escribir poesía.

«Su muerte», añade Nazanin, «no me sorprende. Había perdido las ganas de resistir y luchar. Había desaparecido de la vida mundana y su única pasión era recoger dinero para la fundación Mihan de Virginia, creada por su hermano mayor para la difusión de la cultura iraní en Occidente y entre las comunidades iraníes de la diáspora».

Estados Unidos había sido el destino de la familia desde la muerte del padre, el 27 de julio de 1980, en su exilio de El Cairo.En Rhode Island, en 1992, la joven princesa se había licenciado en Literatura Comparada por la prestigiosa Ivy League Brown University, y en Massachusets sigue viviendo Reza, el heredero.

Puesto que no trabajaba, Leila se volcó en las actividades sociales.«Era una apasionada», cuenta su amiga Shusha Guppy, «de las iniciativas culturales de su hermano. Para ella, Reza era un verdadero héroe que había sustituido en su corazón el vacío dejado por su padre».

Vivía con angustia el hecho de no haber estado junto al Sha las últimas horas de su vida en el hospital Maadi de El Cairo. «Había pasado varias semanas junto a él», recordaba con frecuencia,«pero ese día estaba en Alejandría. La idea de mi padre en la cama del hospital, mientras yo hacía turismo, es una pesadilla que me atormenta».

PESADILLAS
Pesadillas tenía muchas. «Sueños y pesadillas», contaba ella misma, «son tan normales en mi vida que tengo un cuaderno donde los escribo cada mañana cuando me levanto. Los sueños más bonitos son aquellos en los que paseo por los parques de Teherán. La peor pesadilla, la de estar en un infierno donde todo se quema y alguien quiere capturarme para cortarme la cabeza».

Quienes la conocieron dicen que su infierno no fue tanto la huída de Irán sino, precisamente, el exilio. «Es el drama», destaca Mahnaz Afjami, presidenta de la Fundación para los Estudios Iraníes, «de muchos jóvenes de su generación, arrancados violentamente del país». «El exilio», continúa Afjami, amiga de la familia iraní, «asesina literalmente a las personas más sensibles y Leila lo era demasiado como para enfrentarse a la humillación de sentirse extranjera en cualquier sitio». La princesa había comentado hace unos meses que se sentía «cada vez más iraní, como si nunca hubiese abandonado el país».

Si el exilio y la diáspora dispersan a menudo a las familias, en el caso de los Pahlevi otros elementos como el dinero y las intrigas palaciegas han contribuido a la división, los rencores y las venganzas. La consecuencia es que Farah Diba vive en París, en un lujoso apartamento con vistas al Sena, mientras que sus hijos han permanecido en Estados Unidos. La ex emperatriz viaja de vez en cuando para visitar a Noor, de 9 años, y Amal, de 7, hijas de Reza.

Tras la quiebra económica parcial, a causa de una operación especulativa equivocada, el heredero vive en una casa muy discreta en Maryland, no lejos de Washington. Tan corriente es su estatus que su esposa, Yasmin Etemad Amini, de 33 años, licenciada en derecho, está buscando trabajo.

Reza Pahlevi tiene un despacho en Virginia, desde donde dirige la Fundación Mihan y convoca reuniones políticas. Tras algunos años en la sombra, ha vuelto a la escena política tras las últimas elecciones presidenciales. De hecho, es muy amigo de George Bush jr. desde los años en que se formó como piloto de guerra en Huston.

Contrario a las organizaciones tradicionales, el heredero mantiene el contacto con sus conciudadanos, dentro y fuera de Irán, a través de un visitadisimo sitio de internet (www.rezapahlevi.com), mediante la participación en programas radiofónicos y realizando apariciones piratas en las televisiones iraníes gracias a la colaboración de algún país del Golfo Pérsico, que le permite sabotear momentáneamente los canales de los ayatolás.

REZA VA AL SÚPER
En su vida cotidiana, como el resto de sus coetáneos exiliados en América, es un norteamericano más. Está orgulloso de vivir como un ciudadano normal, yendo de compras al autoservicio y acompañando a sus hijas al colegio. «Esta experiencia», asegura, «será muy útil si algún día vuelvo a gobernar el país». Por otra parte, admite que tiene una posición para nada fácil. «Mi nombre es una cruz y un privilegio al mismo tiempo, y no puedo hacer nada para cambiar este destino. No puedo modificar mi apellido ni renegar de mis orígenes».

En cualquier caso, la posibilidad de una restauración monárquica en Irán es una quimera, aunque en los últimos meses la popularidad del príncipe, que en octubre cumplió 40 años, haya crecido entre los jóvenes nacidos tras la Revolución Islámica, algunos de cuyos representantes mantienen contacto con él y han llegado a organizar manifestaciones a su favor.

Además de Reza y Leila, la ex emperatriz tiene otros dos hijos, Alí Reza y Farahnaz. El primero, nacido en 1968, se parece mucho al abuelo Reza, un oficial de cosacos iraníes que hace 75 años dio un golpe de estado y fundó la dinastía Pahlevi. Licenciado en filología y cultura persas, vive en California. La princesa Farahnaz, de 38 años, licenciada en Psicología, trabaja en una residencia de ancianos en Nueva York.

Farah Diba por su parte, nacida en 1938 en una familia burguesa, vive sola en París tras la muerte de su madre. Precisamente allí, en 1958, conoció a su marido. Se casaron en Teherán en una ceremonia que muchos iraníes recuerdan por su grandiosidad. Pareciera que el destino de la familia es, siempre, un pasado fastuoso y un presente solitario.



SILENCIO ABSOLUTO EN TEHERÁN , por MANUEL MARTORELL



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