Domingo 29 de diciembre de 2002 - Número 279

MI SEMANA | AZUL & ROSA


¿LAS VERDADES DE ISABEL O LAS DE FELIPE?
Gran revuelo produjeron la semana pasada, en la opinión pública y en la opinión publicada, las insólitas declaraciones de Isabel Sartorius a la periodista Pilar Rubines. Varios han sido los expertos y conocedores de la cosa real en afirmar que esta entrevista había pasado previamente por La Zarzuela, que había dado el visto bueno a su publicación. Aun a sabiendas de la gratuidad de estos comentarios, requerí la opinión de Asunción Valdés, la todavía responsable de las Relaciones Exteriores de la Casa, quien dejó bien claro, una vez más, que «lo que publica esa revista, como cualquier otra, es bajo su sola y exclusiva responsabilidad. No han consultado ni tienen por qué». En la memoria de todos está aquella portada anunciando «oficialmente» el noviazgo del Príncipe con Tatiana de Liechtenstein. Mis dudas, razonables ellas, sobre las declaraciones que comentamos, se refieren al Príncipe, a quien Isabel sí que puede haber consultado, dado que «tenemos una profundísima amistad». A la periodista María Teresa Campos le da la sensación de que la entrevista «transmite lo que alguien le ha dicho que diga, porque, más que las verdades de ella, uno se queda con las verdades de Don Felipe». Independientemente de que las declaraciones tengan o no el visto bueno real o principesco, me gustaría llamar la atención sobre algunos puntos que me han sorprendido e incluso escandalizado, aunque reconozco que Isabel también expresa, ¿inconscientemente?, lo que muchos piensan.

«LO QUE ME DIFERENCIA DE LAS OTRAS»
Primero, cuando dice: «Creo que se me tiene un cariño especial porque soy española. Soy Isabel, la española, y eso es lo que me diferencia fundamentalmente de las otras ». Después de tres reinas extranjeras consecutivas (María Cristina de Hasburgo-Lorena, segunda esposa de Alfonso XII, austriaca; Victoria Eugenia de Battenberg de Sajonia Coburgo-Gotha, esposa de Alfonso XIII, inglesa, y Sofía Schleswig-Holstein Sonderburs y Glücksburg, esposa de Juan Carlos I, griega) a muchos españoles les gustaría que la próxima y futura soberana fuera española. Pero de justicia es reconocer que el rechazo que Eva Sannum producía no era sólo por ser extranjera sino por otras razones más importantes.

Segundo, cuando dice: «Tenemos que dejar que el Príncipe Felipe sea libre a la hora de tomar sus decisiones personales. Él también tiene derecho, al igual que el resto de los humanos, a encontrar la mujer de su vida». Sobre este particular, su abuelo paterno, el conde de Barcelona, lo dejó bien claro: «El Príncipe sabe que no puede ser libre para elegir a su futura esposa porque ésta será la reina de España. Su libertad de elección está limitada».Yo soy más generoso: que se case con quien quiera pero no con cualquiera.

Tercero, cuando dice: «La percepción que hemos tenido los españoles sobre Eva Sannum no fue la correcta. De algún modo, nos equivocamos». El pueblo soberano no se equivoca nunca. Además, sobre la noruega tenía sus razones: modelo de bragas y sostenes; un top less en Interviú, sin olvidar el dichoso traje azulón que lució en la boda de Mette Marit, generoso y profundo escote por delante y hasta el culo por detrás, cuando sabía que iba a ser centro de atención de toda la prensa. Y aquella copa de cognac en la mano

«EL MATRIMONIO NO ES URGENTE NI PRIORITARIO»
Cuarto, cuando dice: «No se le dio la oportunidad de demostrar quién era, hasta dónde podía llegar o qué podía hacer por nosotros».Isabel se olvida de que el matrimonio de un heredero no es un banco de pruebas. «No concibo que se pueda poner en peligro o desmoronar todo lo conseguido por una elección irreflexiva y contraproducente» (conde de Barcelona dixit).

Quinto, cuando dice: «Personalmente creo que si la relación no hubiera terminado, Eva Sannum hubiera sido una buena Princesa de Asturias». Aquí estoy con María Teresa Campos. Esta frase sólo la puede decir, y a lo mejor la ha dicho, el Príncipe. ¿Qué sabe niña Isabel sobre la Sannum? Simple y sencillamente lo que Felipe le ha contado.

Sexto, cuando dice: «Creo que lo que deberíamos hacer es dejar de presionarle». ¡Lo que faltaba! Si no tuviéramos ya bastante con la presión de La Zarzuela sobre los medios para que dejen en paz al Príncipe, a Jaime Marichalar y a la Infanta, viene ahora Isabel con más de lo mismo.

Séptimo, cuando dice: «El Príncipe es también una persona que pertenece a una generación y a una sociedad en la que el matrimonio ha dejado de ser prioritario y urgente». Aquí, niña Isabel demuestra una ignorancia supina sobre la institución. ¿Sabe la muchacha que una de las pocas obligaciones de un futuro rey es casarse y dar un heredero a la Corona? El Príncipe Felipe no es el hijo del notario.

He creído oportuno puntualizar las declaraciones de Isabel para evitar mayor confusión sobre la vida sentimental del Príncipe, quien en el futuro, como dice ella, «no me cabe la menor duda que hará una buena elección». Un 57,3% de mujeres y un 39,7% de hombres piensan que Isabel Sartorius les hubiese gustado como reina de España. Y un 49,4% de mujeres y un 45,6% de hombres creen que ella sigue enamorada del Príncipe. Yo no lo sé pero estas declaraciones no han podido ser más inoportunas.


CHSSSSS

Él le ha pedido a su hija que se aguante y se apañe como pueda pero que no se separe y, mucho menos, se divorcie

Como era de esperar, le han concedido la Gran Cruz de Carlos III, conocida también con el nombre de la Cruz de los Caídos.En este caso, con toda la razón.

«No soy tan mala ni tan pecadora», ha confesado la desvergonzada muchacha. Lleva razón. A nadie le cabe la menor duda de que puede ser peor.

Este comentario podía titularse «Lucio se negó a entrar en Casa Lucio». El presidente electo de Ecuador, Lucio Gutiérrez, no sólo dio un plantón de tres horas a un grupo de ilustres personalidades que le aguardaban en el famoso mesón sino que, cuando al fin llegó al restaurante, se negó a descender del coche, donde fue cumplimentado por los comensales que no habían comido. Desconsiderado, por no decir mal educado, sí que es.

Con la muerte de Íñigo Cavero, se despeja el camino para que él pueda ser nombrado presidente del Consejo de Estado, como anticipábamos el 23 de junio en esta columna.



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