Domingo 20 de enero de 2002 - Número 327

PENA DE MUERTE | LOS CASTIGOS DEL ISLAM

Alá no perdona adúlteras
SÓLO UN milagro puede salvar a la nigeriana Safiya. En cuanto deje de amamantar a su hija, será apedreada hasta morir

DAVID JONES. Sokoto (Nigeria)
Un tribunal islámico acusa a Safiya de adulterio por mantener relaciones sexuales con su primo Yakubu Abubukar. Ella asegura que éste la acosó y la violó. Fruto de ello nació el bebé que sostiene entre sus brazos. La condena: morir lapidada.
La atormentada mujer sostiene a su hija entre los pliegues de su chador de vivos colores, en el interior de su choza de adobe.Safiya Huseini parece la personificación de la protectora madre africana pero, paradójicamente, el bebé de 11 meses es su tabla de salvación. El régimen islámico fundamentalista de Sokoto (Estado situado en la frontera septentrional de Nigeria) ha condenado a Safiya a morir lapidada en público por adulterio. Y, como muestra de su perversa misericordia, ha aplazado la ejecución hasta que la madre deje de darle el pecho a su hija ilegítima. Dentro de un año, deberá entregarse al temido Comité de la Sharia, o esperar a que vengan a por ella.

«No puedo comer ni dormir porque todo el tiempo pienso en lo que me va a pasar», me confesó Safiya mientras, sentada sobre una esterilla, amamantaba a su bebé de ojos vivarachos. «Si me matan, ¿quién cuidará a mi hija?». Acto seguido, pasa su mano sobre los cabellos polvorientos de su niña y dice desconsoladamente: «Sólo me queda rezar para que Alá la proteja».

El lunes pasado el abogado de Safiya presentó una última y desesperada petición de clemencia. El próximo 18 de marzo, cuando el tribunal se pronuncie, el destino de esta campesina analfabeta de 35 años, que tiene otros cuatro hijos de entre siete y 20 años y seis nietos, quedará sellado definitivamente.

Recorrí en coche los 50 kilómetros que hay desde la ciudad de Sokoto hasta Tungan Tudu, la remota aldea de 3.000 habitantes donde vive Safiya. Al hablar con ella queda claro que no es una mujer inmoral. No lleva maquillaje, sólo tiene un chador (que lava constantemente) y tras una vida de arduo trabajo, aparenta muchos más de sus 35 años. Nunca ha ido al colegio, no tiene otro pasatiempo que conversar con los vecinos, y nunca ha viajado más allá de Sokoto. Pero para el Comité de la sharia nada de esto importa. Es culpable de zina (adulterio).

Lo absurdo del caso queda de manifiesto cuando Safiya cuenta su historia. Dice que tras divorciarse de su tercer marido, su primo de 60 años, Yakubu Abubukar, comenzó a acosarla. Hace 18 meses, un día que caminaba sola por el campo en busca de hierbas para su padre, su primo se lanzó sobre ella. Según Safiya, que mide poco más de 1,50 metros y no debe de pesar más de 40 kilos, intentó convencerla de que mantuvieran relaciones sexuales.Como ella se negó, Yakubu la derribó, le rompió el vestido y la violó. «Me puse a gritar, pero nadie me oyó», afirma.

Su primo volvió a violarla en otras dos ocasiones, pero Safiya no se lo contó a nadie porque tenía mucho miedo. Yakubu es un mercader relativamente rico e influyente, y mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio supone un estigma terrible.

En cuanto Safiya quedó encinta, la noticia llegó a oídos de la policía religiosa y dos oficiales se presentaron en su casa.«Me amenazaron con torturarme echándome pimienta en mis partes íntimas si no confesaba que había cometido adulterio», afirma Safiya. «Así que confesé que había tenido relaciones sexuales con Yakubu. No tenía ni idea de que podrían lapidarme hasta la muerte por algo así. No sabía de nadie que hubiese muerto lapidado».

Cuando Yakubu fue interrogado, alegó que había mantenido relaciones sexuales con Safiya con su consentimiento, y que cuando la niña nació incluso se reunieron en la tradicional ceremonia para ponerle nombre a la recién nacida. Pero al enterarse de que también podría ser ejecutado, se retractó. Negó conocer a Safiya pese a que vivía a 30 metros de su casa. Según la sharia, un hombre sólo puede ser condenado por adulterio si al menos cuatro testigos musulmanes confirman el delito. Yakubu quedó en libertad, se marchó de la aldea y desde entonces se ignora su paradero.

En cuanto a Safiya, su bebé se consideró prueba suficiente de culpabilidad. Cuando dijo que había sido violada, no la creyeron.El verano pasado, se ató el bebé a la espalda y caminó dos horas a pie bajo un sol abrasador hasta el tribunal del distrito en Gwabadawa. Allí, mientras se deshacía en llantos, fue condenada a muerte. Le dijo al juez Mohamed Bello Lawai que no aceptaba la sentencia, y tras quedar en libertad bajo fianza, regresó a la aldea para informar del veredicto a sus consternados familiares.Su caso trascendió a toda Nigeria y las organizaciones defensoras de los derechos de las mujeres y los políticos han lanzado campañas en defensa de Safiya

La lapidación, cruel en cualquier país, lo es aun más en Nigeria, miembro del Commonwealth, con fuertes vínculos coloniales con Gran Bretaña y uno de los países más poderosos e influyentes de África. Rico en yacimientos petrolíferos, recientemente ha instaurado la democracia tras años bajo un régimen militar y parecía progresar hacia la libertad y la prosperidad.

EL EMPOBRECIDO NORTE
Religiosamente hablando, Nigeria está dividida en dos. El sur, donde están los yacimientos petrolíferos, es en su mayoría cristiano; el empobrecido norte, musulmán. Hasta la elección del presidente Olusegun Obasanjo en mayo de 1999, los tribunales musulmanes que aplicaban la sharia sólo podían tramitar pleitos civiles.Pero en un intento de erradicar el juego, la prostitución, la promiscuidad y el crimen, el Estado septentrional de Zamfara decretó que la antigua ley islámica se aplicaría también a las causas criminales. Otros 11 estados nigerianos de mayoría musulmana hicieron lo mismo.

Según la oposición, la elite islámica del Gobierno de Nigeria está utilizando la sharia como instrumento de represión. Durante mi viaje a través de los desérticos estados del norte fui testigo de ello. Las autoridades ordenaron que a Bello Jangedi se le amputara la mano derecha (sentencia que establece la sharia contra todo el que robe un bien cuyo valor supere los 11,40 euros, 1.830 pesetas) por robar un par de vacas para alimentar a su familia.Tras permitir que el condenado se tranquilizara bebiendo un vaso de leche malteada (el consumo de alcohol está prohibido), un cirujano le cortó la mano. Luego alzaron el miembro amputado para que lo viera Jangedi, y el espeluznante acto quedó grabado para escarmiento de otros ladrones.

Cuando los juzgados son cargos políticos corruptos o empresarios acusados de fraude, la versión nigeriana de la sharia sólo prevé que sean apartados de su cargo y encarcelados. La amputación está reservada para los ladrones. Tal y como comprobó Safiya, el código de la sharia es igualmente sesgado en lo que concierne al sexo.

Aunque muchos musulmanes de posición privilegiada engañan a sus esposas (tienen hasta cuatro) y contratan prostitutas de lujo, los más pobres están sometidos a otras normas. Los adolescentes son detenidos y azotados por «mantener relaciones impropias», que puede ser caminar juntos o hablarse al oído.

Varios motociclistas han sido encarcelados por llevar a una mujer de pasajera y el mínimo rumor contra un supuesto fornicador le puede valer la visita del Comité de la sharia, compuesto en su mayoría por hombres puritanos que trabajan como voluntarios.

Algunos aspectos del anticuado código podrían resultar divertidos si no fueran tan crueles ni provocaran tantas divisiones sociales.Por ejemplo, una mujer está intentando divorciarse de su esposo porque su hombría es de tal tamaño que hacer el amor con él le causa dolor.

Decidido a atenerse a la ley islámica, el juez de la localidad ha decretado que expertos examine al esposo de la demandante.Y esto ocurre en una cultura donde es normal que un hombre se case con niñas de 10 años. De hecho, algunos hospitales tienen unidades especiales llenas de esposas jovencísimas que sufren VVF, una dolencia terrible que se debe a dar a luz antes de que los órganos reproductores estén desarrollados plenamente.

NO HABRÁ CLEMENCIA
El juez Lawal, con el que me vi en su despacho un pabellón destartalado contiguo al diminuto tribunal, se mostró implacable al hablar de Safiya. Insistió en que sería castigada «según manda Alá» y en que no habría clemencia. Cuando le pregunté cómo serían las piedras ordenó a un ayudante que le trajera un par de rocas del tamaño de un puño de una escombrera y las puso junto al bastón que yacía amenazante sobre su mesa. Según la sharia, no se lanzarán contra la cabeza de la condenada, sólo contra el torso, dijo con una sonrisa benévola.

Aun así, reconoció, la condenada puede «tardar mucho tiempo» en morir. ¿Cuánto? ¿Una hora? ¿Más de una hora? «Eso dependerá de la puntería de los verdugos. Serán nombrados por el Gobierno.Reuniremos a unos 10. Serán adultos, maduros y sensatos». Al preguntarle si le parecía sensato torturar a una mujer hasta la muerte, se limitó a levantar la mano para indicar que la audiencia había terminado.


TIPOS DE HORROR POR PAÍSES

Antorchas humanas: los paquistaníes acostumbran a rociar el cuerpo de la mujer adúltera antes de convertirla en una antorcha humana.De este modo pueden argumentar que la muerte se produjo a causa de una explosión de gas mientras ella cocinaba.

Plaza pública: en Jordania, utilizan el cuchillo, el hacha o las balas para acabar con la vida de la pecadora en plena plaza pública y a la luz del día, pues los crímenes de honor están muy arraigados entre ellos. En las grandes ciudades, donde se va forjando una resistencia creciente a estos asesinatos, los celosos suelen recurrir al «discreto» estrangulamiento, en la mayor parte de los casos encomendado a un adolescente para mitigar las ya suaves consecuencias legales.

Lapidación oficial: en Irán, Afganistán, Nigeria y Sudán se aplica la Ley de Lapidación no por el pueblo, sino por el mismo Estado , un milenario castigo de tradición judaica. En la ceremonia, introducen a la adúltera en un saco y le lanzan piedras hasta convertirla en una masa sanguinolenta. En algunas ocasiones, se quema el cuerpo en la plaza pública tras la lapidación.

Desde un puente: aunque la ley turca despenalizó el adulterio en 1996 para los hombres y en 1999 para las mujeres, en las zonas árabes las mujeres que infringen el código de honor son arrojadas desde un puente. Los kurdos, por su parte, suelen cortar la nariz, lengua y labios de la adúltera.

Degollamiento: los egipcios suelen lavar su honor paseando la cabeza de la esposa decapitada por las calles.

A tiros: en Gaza y Cisjordania, los palestinos usan armas de fuego. Dos tercios de los 36 asesinatos cometidos en la franja fueron motivados por asuntos de honor.

Acuchillamiento: 400 mujeres fueron asesinadas a cuchillo el pasado año en Yemen. La única protección legal de la mujer acusada en falso es abandonar su casa para vivir en prisión. Un tercio de la población penal femenina se encuentra en estas circunstancias.Pero el pago a carceleros para su «liberación» y muerte es práctica habitual.

SUCEDIÓ EN BARCELONA por YAZMIN ALAMI

LA CAJERA DESAPARECIDA
Se llamaba Roxana, nombre persa que le pegaba muy bien, pues significa luz, claridad, y aunque tenía la tez oscura, el brillo de sus grandes ojos negros y su amplia y dulce sonrisa le iluminaba la cara. Era paquistaní, de unos 16 ó 17 años. La conocí comprando en una tienda de alimentación que regentaba su familia en el barrio Raval de Barcelona. Era cajera. Quizá fue culpa de esta tímida y sensual sonrisa o su mirada profunda, pero atrajo el corazón de Hans, un joven alemán venido a Cataluña para hacer un curso de castellano. Ella sabía que a sus hermanos no les gustaba que aquel hombre de pelo rubio y ojos azules pasara varias veces por la tienda y hablara con su hermana. Su familia le había comprometido con su primo en Pakistán, desde que era un bebé. Llevaba siete años en España y casi no se acordaba ni del rostro de su futuro esposo. La iban a llevar este verano a Karachi para la boda. De repente, desapareció.Desde el mes de octubre no la volví a ver. Hasta que un día conseguí ver a su madre en la tienda. Cuando le pregunté por Roxana, la sonrisa con la que me recibía siempre se desvaneció. Se puso muy nerviosa y empezó a buscar con su mirada a su marido y sus hijos. «Ha vuelto a Pakistán, para casarse». Pero el brillo de sus lágrimas la delataron.

LA PEOR SOSPECHA
¿Cómo se iba a casar sin que su madre y sus hermanos estuvieran en la boda? Yo conocía la historia de amor imposible entre ella y Hans, también los códigos de comportamiento moral que pesan sobre los hombros de la mujer en las sociedades musulmanas. Me daba la sensación de que algo terrible había ocurrido.

¿La habían secuestrado? Encontré a Hans, que aún perplejo de la desaparición de su amada oriental, no encontraba explicación a lo sucedido: «Se fue sin despedirse de mí», me dijo con amargura.En mis indagaciones, y mediante su hermana pequeña, me enteré de que una noche de octubre su padre y sus hermanos le habían encerrado en una habitación una especie de buhardilla que había encima de la tienda y con un cinturón la habían pegado tanto y con tanta violencia que ni su madre se había atenido a intervenir para salvarla. Allí, con el corazón y el cuerpo herido, la dejaron varios días quizá para que se recuperara de los azotes y luego uno de sus hermanos la llevó al aeropuerto, destino Pakistán.Ya nadie volvió a saber nada de ella, ni su madre, ni sus hermanas.¿La habían asesinado por karo kari, por adulterio...?

El caso de Roxana no es inhabitual en España. Pero la sociedad, y la propia Policía, desconocen que los códigos del honor no entienden de fronteras. La mujer inmigrante suele viajar con una vigilante familia a cuestas. Y, como le ocurrió a Roxana, el adulterio es motivo de extradición íntima y de posterior y brutal castigo tradicional en el país de origen de la mujer pecadora.

«CONSEJO FAMILIAR»
Karo-kari en la lengua urdu significa adulterio.En Pakistán, y según Shaheen Sardar Ali, presidenta de la Comisión Nacional para Asuntos de la Mujer, en el año 2000 al menos tres mujeres por día fueron víctimas de «crímenes de honor», aunque se sabe que en las regiones deprimidas del país muchos crímenes no son registrados ni conocidos, ya que miles de mujeres paquistaníes ni siquiera están registradas como ciudadanos. Por lo tanto, nadie se molesta a investigar sobre las mujeres que sólo existen virtualmente. Una vez que el consejo de familia se reúna y decida la suerte de una de las mujeres, acusada de karo-kari, el paso siguiente es elegir al hombre que perpetrará el crimen, que suele ser un adolescente menor de edad, para que en el caso de que lo descubriera la policía reciba el menor castigo (que está estipulado entre seis meses y tres años de cárcel). Si la mayoría de estos asesinatos se cometen fuera de la normativa coránica, es porque para admitir una acusación tan grave como el de adulterio se necesita contar con el testimonio de cuatro personas justas que hayan sido testigos de los hechos.

Aunque esta exigencia puede ser solicitada por el juez, es más cómodo para la familia tomarse la justicia por su mano y evitar que las autoridades islámicas ejecuten la sentencia.



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