Domingo 3 de febrero de 2002 - Número 329

VIOLENCIA | LA PALESTINA SUICIDA

En casa de la mujer bomba

JOSÉ VERICAT. Al-Amari (Cisjordania)
Wasfiyed, de 60 años, es consolada por familiares mientras sostiene el retrato de su hija Wafa Idris, quien el pasado domingo moría al hacer explotar una bomba en Jerusalén
El campo de refugiados de Al-Amari, en la falda de Ramala, no lejos del control militar israelí de Qalandia, es un entramado de calles estrechas y sin ningún trazado. Sentados a las puertas, los hombres, aburridos, toman té e ignoran al extranjero que pasa. En una de las casas, crudas estructuras de cemento con escasa ventilación, Wasfiyeh, de 60 años, aparenta estar orgullosa de su hija, Wafa Idris, de 28 años, la joven que hace siete días hizo detonar una bomba en Jerusalén y se llevó la vida de un israelí de 81 años y la suya propia. Se convirtió así en la primera palestina suicida.

Cada vez que una mujer se acerca a dar el pésame a la anciana rompen las dos a llorar. Wasfiyeh tiene los ojos enrojecidos y habla entre sollozos. La familia ha tenido que abandonar su casa. No sería la primera vez que el ejército israelí se ceba con la vivienda de quien ha llevado a cabo una operación suicida.Todas las fotos están del revés para que nadie reconozca sus rostros o el lugar donde se encuentran.

Las madres de activistas suelen repartir caramelos, chocolatinas y zumo de naranja en señal de felicidad por el hijo que se ha convertido en mártir. Pero la familia de Wafa es demasiado pobre para preocuparse por la religión. Ni su madre ni sus tres hermanos sabían de sus intenciones. Y eso que los potenciales suicidas suelen susurrarle su secreto al familiar más cercano. Lo hablan con sus madres, casi bromeando, y lo ocultan con miedo a los padres.

Pero Wafa no. El domingo, como cada día, se incorporó a su trabajo como enfermera en la Media Luna Roja. Desde que estalló esta última Intifada (29 de septiembre de 2000), se encargaba de evacuar a los heridos y suministrarles los primeros auxilios. Probablemente también daba apoyo logístico a operaciones de tipo militar. Se implicaba también mucho en el trabajo del comité de la mujer y en actividades de ayuda social. Ya en la primera Intifada (1987-1993) ingresó en Fatah (el Frente Popular para la Liberación de Palestina) y se arriesgó distribuyendo alimentos entre los más necesitados durante toques de queda que duraban días y dejaban a los más desamparados al límite de la subsistencia. Incluso participó activamente en las manifestaciones y arrojaba piedras contra los jeep o los puestos militares israelíes.

Llegó la tarde del domingo y Wafa no regresaba a casa. A veces iban lejos con la ambulancia, hasta Tulkarem, o dormía fuera con algún familiar, pero normalmente llamaba. El martes, dos días después del atentado, cuando aún seguía sin saberse la identidad de la mujer bomba (en un principio se apuntaba a una estudiante de la Universidad de Nablus), Wasfiyeh, la madre, ingresaba en el hospital tras resentirse de una reciente operación de corazón.«Sentía que había muerto», dice, «por la noche las mujeres empezaron a llorar. Les pregunté: "¿Por qué lloráis?". Me dijeron que por nada, pero yo sabía que Wafa había muerto».

Los hermanos de la suicida también lo sospechaban pero callaban: «No quisimos informar a la policía inmediatamente porque es vergonzoso que una mujer desaparezca». La llamaban a su teléfono móvil, pero no contestaba. Cuando alguien lo descolgó se limitó a responder: «Que en paz descanse».

Refugiados, pobres, nacionalistas, laicos... La familia de Wafa es más palestina que musulmana. En las últimas fotos que le tomaron, la joven no lleva velo y viste pantalones. Sus amigas también.Caminan en parejas por las callejuelas del campamento. Llevan maquillaje, a veces de colores vivos, algo inusual en las musulmanas en una sociedad tradicional como la palestina. El mismo hecho de mascar chicle es visto como una forma de incitación entre los sectores más conservadores. De ahí que estos usos se hayan convertido en señas de identidad para estas mujeres, algunas de las cuales pertenecen a Al Fatah, o se identifican de alguna forma con el movimiento de liberación nacionalista.

Su forma de vestir está influenciada por la moda israelí: pantalones negros ajustados, chaquetas de cuero hasta la cintura y zapatos de plataforma y tacón grueso. El pelo, teñido de castaño o con mechas rubias. Dentro de casa, en lugar de ocultarse cuando algún extraño las visita, se mezclan tranquilamente con los invitados y participan en la conversación. Algunas de ellas trabajan. A Wafa su empleo como enfermera le exigía pasar mucho tiempo en compañía de hombres extraños, alejada de su comunidad. Vivía con su madre y su hermano. Por toda la vivienda hay restos de comida y cristales rotos y la única decoración es un retrato de ella encima de la puerta, una maqueta de la mezquita de Al-Agsa, recuerdo de la cárcel de su hermano y un plato escudo del Comité de la Mujer.

Wissam, de 25 años, una joven guapa y sin velo es la mujer del hermano mayor de Wafa, Jalil, y una de sus mejores amigas. «Wafa se casó con su primo a los 18 años», cuenta, «su hijo murió durante la gestación y no pudo tener más. Por eso decidió divorciarse.Fue hace cuatro años. Así lo quiso ella, y él no intentó oponerse.Se querían». Después de eso, Wafa entristeció. Era muy duro renunciar a la maternidad en una cultura donde parir (la media es de seis hijos) se considera una forma de lucha contra la ocupación. «Mientras ellos sigan matando nosotros seguiremos teniendo hijos», es su filosofía.

QUIERO SER MÁRTIR
El marido de Wafa se volvió a casar y tiene ya dos hijos. «Ella cayó en una depresión. No era la misma», dice su amiga, «lo que hizo lo hizo por la presión, por las enormes restricciones sobre el pueblo palestino. A todos les gustaría imitarla. Le doy mi enhorabuena por morir como una mártir. Es un orgullo». Asegura Wissam que cuando Wafa veía una operación suicida envidiaba poder hacer lo mismo. «¡Dios, deja que muera mártir! Si muero quiero morir mártir», le decía. Pero ni Wafa ni las características de la operación cumplen el perfil típico de un ataque suicida.La joven no grabó ningún vídeo, como se suele hacer, ni dejó un testamento describiendo cómo quería que fuera su entierro o qué deseaba que hicieran sus familiares.

Tras el divorcio, Wafa volvió a casa con su madre e hizo un curso de primeros auxilios en la Media Luna Roja, donde trabajaba como voluntaria. «Tenía una personalidad muy fuerte y era valiente», dicen sus compañeros, «si escuchaba algo que no le gustaba lo decía. No le gustaban los errores ni las mentiras. Hacía deporte y escuchaba música. Cualquier cosa. Ponía la música muy alta.A veces música triste, a veces nacionalista».

Arriesgándose por salvar a los demás, fue herida tres veces por balas recubiertas de metal de caucho, pero siempre volvía al trabajo. Al regresar a casa contaba todo lo que había visto en el día, las heridas que había tratado. Y cuando su madre le preguntaba: «¿Por qué aguantas si además no te pagan?» ella respondía: «Por nuestro pueblo». Su padre murió joven, pero de causas naturales.Y, aparte de un primo muerto en la primera Intifada, no habían ningún otro mártir en la familia. Ninguno de sus tres hermanos todos son taxistas, el trabajo más común en los territorios palestinos supo adivinar el final de Wafa. «Si lo hubiéramos sabido no la hubiéramos dejado. Es una gran pérdida», dice Jalil, el mayor.

El sábado, el día antes del atentado, una amiga que hoy consuela a la madre huérfana, fue a visitar a Wafa a su trabajo en el hospital y la vio con las manos cubiertas de sangre. «¿No tienes miedo de la sangre?», preguntó. «Habrá mucha más», contestó la mujer bomba.


16 meses sin Mohamed/ MIRA AVRECH
Jamal, el padre del niño acribillado por el fuego israelí, cuenta cómo cambió su vida aquel 30 de septiembre

Las imágenes de larga agonía del hijo, Mohamed, de 12 años, y los gritos desesperados del padre pidiendo ayuda en medio del fuego cruzado de israelíes y palestinos fueron mostradas una y otra vez por los medios de comunicación de todo el mundo. Era el 30 de septiembre de 2000 y Jamal Al Dura, de 37 años, no pudo hacer nada por salvar a su pequeño, abatido por tiradores especializados israelíes. Un año y cuatro meses después, sigue, anímicamente, herido de muerte.

PREGUNTA.- ¿Por qué estaba en la calle aquel sábado?

RESPUESTA.- Quería comprar un jeep y le había pedido a mi hijo que me acompañara. Cuando regresábamos a mi vehículo, oímos unos disparos. Nos encontrábamos entre dos frentes. Fue entonces cuando nos parapetamos agachados detrás de un tubo de hormigón, gritándole a los soldados que cesaran los disparos. Pero continuaron disparando, aun cuando se habían dado cuenta de que nos habían alcanzado.

P.- ¿Cuánto tiempo duró la lluvia de proyectiles?

R.- Durante 45 minutos. Una bala impactó en el pecho de Mohamed; tenía los órganos de la región abdominal totalmente destrozados.También había sido alcanzado en una pierna y en la cadera. Los disparos sólo cesaron cuando disimulé estar muerto. Jamás podré olvidar cómo se aferró a mí y cómo temblaba todo su cuerpo. Intenté protegerle, para que las balas impactaran en mis brazos y no en su cuerpo, pero no pude ayudarle. Estuve gritando todo el tiempo.

P.- ¿Cómo soporta su esposa la muerte de Mohamed?

R.- Es muy difícil para ella; es simplemente insoportable, que tu hijo haya tenido que sufrir durante tanto tiempo y no puedas haber hecho nada para ayudarle. Pero de algún modo me sirve de consuelo saber que en las escuelas palestinas los niños están aprendiendo una canción sobre nuestro hijo, «Mohamed».

P.- Usted mismo sufrió heridas en el brazo y en las piernas; estuvo hospitalizado durante dos meses en un hospital jordano.¿Le visitó el rey Abdalá?

R.- Sí, incluso donó sangre, manifestando querer mezclar su sangre con la mía. Fueron muchos los jordanos que siguieron ese ejemplo y acudieron al hospital para donar sangre a los palestinos.

P.- ¿Cómo asimila la muerte de Mohamed?

R.- Durante el Ramadán, por ejemplo, me dedico a realizar todo aquello que mi hijo también habría hecho y así honrarlo. Le gustaba acudir a la mezquita para orar. Todo aquello carecía anteriormente de importancia para mí, pero ahora lo hago yo por él.

P.- ¿Puede trabajar, a pesar de sus lesiones?

R.- No, estoy mutilado. Mis piernas están muy debilitadas y también la mitad de mi brazo está compuesta de metal. Antes de la tragedia trabajaba en diferentes obras en Israel. Después de lo ocurrido, mi jefe me telefoneó para comunicarme que quería costear mis medicamentos: también me ofreció que continuara trabajando para él. Pero me veo impedido para ello.

P.- ¿A qué se dedica ahora?

R.- Me he ofrecido voluntario para realizar propaganda sobre la cuestión palestina. En agosto, los de la Delegación de la Autonomía Administrativa Palestina me llevaron con ellos a Durban, para asistir a la Conferencia de las Naciones Unidas contra el Racismo, así como para que expusiera allí mi caso.

P.- ¿Cómo obtiene sus ingresos?

R.- De la Autonomía Administrativa Palestina percibo mensualmente 1.000 schekel [unos 250 euros]. Demasiado poco, pues tengo seis hijos y ello alcanza justo para cubrir los gastos de luz y agua.Durante algún tiempo he venido percibiendo donativos procedentes de Jordania, pero también éstos han dejado de producirse.

P.- Tras la muerte de Mohamed, usted comentó la locura de esta guerra debería finalizar de una vez.

R.- Sí, yo casi me consideraba un activista de la paz. En su día, me sentía feliz de poder tener un trabajo en Israel, intentando siempre convencer a ambas partes de que, finalmente, tendremos que vivir en paz. Pero ahora creo que los israelíes no desean realmente la paz.

Carta a mi hija muerta.
Todos te envidian Wafa

«Querida Wafa, te fuiste sin decir adiós. Estoy esperando a que vuelvas. Todavía no creo que te hayas ido. ¿Por qué? No entiendo por qué lo has hecho. ¿Acaso no te cuidé bien? Tu padre murió cuando aún erais pequeños. Tú, la más pequeña de todos, la única chica. Yo te cuidé cuando me necesitabas y ahora que me encuentro débil tú tendrías que cuidarme a mí. ¿No es así cómo tiene que ser? Quiero ver de nuevo tu cara; en estas fotografías no se ve lo guapa que realmente eres. Eras fuerte y orgullosa. No tenías miedo. Te movías como un hombre. Te enfrentabas a ellos. Decías que no hay diferencia entre el hombre y la mujer y que la mujer también tenía que luchar. No te asustaban la sangre ni el dolor.Estabas dispuesta a llegar hasta el final por tu pueblo. A sacrificarlo todo por él. Todo tu tiempo lo dedicabas a ayudar a los demás, a tu pueblo. Desde la mañana hasta la noche. A diario veías a hombres heridos o muertos. Pensaba que te habías acostumbrado a esa rutina, por fuera parecía que no te afectaba, pero por dentro ardías. Salías por la mañana y volvías al anochecer. Al regresar sólo querías dormir una hora y comer. Eras a la vez suave y dura. Criabas palomos y pollitos. Los cuidabas como si fueran tus hijos, el que perdiste en tu vientre y los que nunca pudiste tener. Les dabas todo tu cariño. Nosotros sabíamos que amabas la vida, por eso ayudabas a los heridos y por eso estás tan orgullosa en tu fotografía de graduación como enfermera.Te gustaba hacer de todo. Te gustaba mucho escuchar música. Te gustaba tu trabajo. No sabíamos que también deseabas la muerte.Y no sólo la tuya. Decías siempre lo que pensabas y no te gustaba oír mentiras. Cuando escuchabas algo que no te gustaba no te quedabas callada. La última mañana que estuvimos juntos te enfadaste conmigo porque me habías pedido que te levantara a las cinco de la madrugada, y yo me había quedado dormida. ¡Perdóname! Después pusiste la radio muy alta, y mientras te peinabas bailabas al ritmo de la música. ¡Como tantas veces! No sabíamos para qué te peinabas ese día. Te tomaste una taza de té y te fuiste casi sin despedirte. No me dejaste mirarte por última vez. Tenía derecho a una última mirada. No nos dijiste nada; pensé que tenías más confianza en mí. ¿Quieres que te de mi permiso? Nunca me lo pediste.No tienes derecho a hacer lo que hiciste. Sabes que si lo hubiera sabido no te hubiese dejado. Porque ante todo eres mi hija. La vida ya es suficientemente dura. Pero tú lo hubieras hecho igual, porque antes de ser mi hija eres hija de tu pueblo, de su sufrimiento.Te perdí ya hace tiempo. Eres una verdadera palestina, una hija del pueblo palestino. Estamos orgullosos. Podemos caminar con la cabeza bien alta. Nos honras. Pero yo no sé si quiero esa honra. Hiciste algo que todo palestino desea hacer. Todos te envidian. Eres una mártir palestina. ¡Gracias a Dios!»



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