Domingo 28 de abril de 2002 - Número 341

TERCERA EDAD | TRÁGICO FINAL

Otro anciano ha muerto de soledad
SUS CADÁVERES son descubiertos días, meses e incluso años después de haber fallecido. En Madrid, en lo que va de año, se han encontrado 32. Un millón de ancianos españoles vive solo

MARTA GARCÍA / OLGA SOBRINO
LAS CIFRAS DEL ABANDONO. Un 14,19% de los españoles mayores de 65 años (un millón de personas) vive en soledad. El 84% tiene casa de su propiedad, pero muchos malviven en condiciones precarias: el 20% carece de agua caliente en su domicilio y el 40% no tiene calefacción.
Pero es que se ha muerto alguien?». La anciana que vive en el séptimo, número 45 de la madrileña calle Gran Vía, pone cara de apático interés al saber que la prensa se interesa por uno de sus vecinos de arriba, el polaco Karl Mlynarczyk, piso 8, puerta 6. Estruja su maltrecha memoria tratando de recomponer el rostro del solitario de 71 años, exclama un «Ah, ya..!», y sigue a lo suyo. «No dejaba que nadie entrase en su casa, era muy reservado», dice la casera tratando de justificar por qué era un desconocido en su propio edificio pese a que hacía tres años y medio que tenía casa, alquilada, allí.

Cuando el ascensor se abre aparece un enorme boquete en lo que debía de ser la entrada a la casa de Karl. Así dejaron los bomberos la vivienda el pasado jueves cuando, alertados por el portero que desde hace días echaba de menos el subir y bajar del huraño anciano, derribaron la puerta. El viernes por la mañana, todo estaba tal y como Karl lo había dejado: desordenado. La cama sin hacer y sobre las sábanas revueltas, su bastón y su gorra.En la mesilla se amontonaban medicinas, unas gruesas gafas y tabaco. Esparcidas por el suelo, ropa sucia, unas sandalias, colillas... Cuando los bomberos acudieron a auxiliarlo yacía tirado en el cuarto de baño. Se había caído y fracturado la cabeza. Llevaba ocho días muerto. Desangrado. Solo.

Historias como las de Karl suelen aparecer con más frecuencia de la deseable en los periódicos. Casi siempre en la sección de breves, sin nombre ni apellidos de la víctima pero con un titular común: «Descubren el cadáver de un anciano que llevaba más de tres meses (o tres semanas o tres días) muerto en su casa».Antonia Martínez, 68 años; José Plácido Menéndez, 72... Y así hasta 32 nombres en lo que va de año solamente en Madrid. Ochenta y cuatro, en 2000. Unos ocho, cada mes. Criaban canas en la más absoluta soledad, un día murieron y nadie los echó de menos.

«Pensar que aparecen estos hombres y mujeres después de 10 o 12 días de muertos», se lamenta, incrédulo, el padre Ángel, presidente de Mensajeros de la Paz, ONG responsable entre otras iniciativas de la creación del Teléfono Dorado. «Se acaba de celebrar en Madrid», continúa, «un foro sobre el envejecimiento en el que se habló mucho de las enfermedades en la tercera edad, de las pensiones... pero se olvidaron de lo que más preocupa a los mayores: la soledad. Se nos muere más gente por soledad que por enfermedad».

El viernes, la escalera del edifico de Karl Mlynarczyk era lugar de reunión de un corrillo de vecinos que comentaban lo ocurrido.«¡Qué pena, tener que llegar al final a esto»! Lamentos y poco más. Nadie se había interesado hasta ahora por el extranjero.Y tras mucho preguntar, los tres años y medio que Karl pasó aquí sólo han dado para recopilar unos cuantos fríos datos biográficos: polaco de nacimiento, divorciado, profesor, estuvo 15 años viviendo en Suiza y llegó a España atraído por el clima. Hace unos meses, sufrió un derrame cerebral, se desplomó en plena calle y estuvo ingresado en un hospital. ¿Y sus amigos? «No sé, no tendría».¿Qué hacía durante el día? «Pues... A veces iba a esa cafetería de enfrente». ¿No saben nada más? Inútil seguir indagando.

En Mensajeros de la Paz son conscientes de que el comportamiento de los vecinos de Karl no es excepción sino la norma en los edificios de las grandes ciudades, donde el vecino del cuarto casi no conoce al del tercero y el del quinto, si puede, evita saludar al del séptimo. Más si es un anciano. Por eso la ONG ha llamado a las puertas de Ayuntamiento y Consejería de Asuntos Sociales para que les ayuden a lanzar una campaña, dirigida a los vecinos, que pretende salvar a muchos de estos ancianos solitarios. En España, 6,5 millones de personas han superado la barrera de los 65 años y un 14,19% de ellas, algo así como un millón, vive totalmente solo.

«Estos muertos no son culpa de los políticos ni de los servicios sociales», dice el padre Ángel, «sino sobre todo de los vecinos.Vivimos juntos en un mismo bloque y nos importa un pimiento si el de al lado ha venido o si le ha podido pasar algo. En las zonas rurales, en cuanto desaparece alguien se dan cuenta. "¿Qué le ha pasado al Faustino o al tal?". En las grandes ciudades no. Hay que sensibilizar a los vecinos para que se preocupen unos por otros».

Fue poco antes de las pasadas Navidades cuando Marisa, la portera del número 13 de la calle Amor de Dios (Madrid), comenzó a echar en falta a José Plácido Menéndez, soltero, 72 años. Hasta cuatro veces llamó a la policía: «Subieron al piso pero, según ellos, como no había olor no había motivo para derribar la puerta».Así, hasta que un vecino se quejó del olor y, sólo tras la orden de un juez, el 12 de marzo se forzó su puerta. Cadáver.

Dicen de él que era un hombre muy culto. En su casa sobraban los libros, sabía cuatro o cinco idiomas y se mofaba en el barrio de que había escrito una carta a Bill Clinton y éste le había respondido. Vivió siempre con su madre hasta que, hace 10 años, ésta murió. Entonces, José abrazó la soledad y la botella. Quienes tenían casa junto a la suya no saben dar más señas de su personalidad pese a que el fallecido compartió barrio con ellos durante 25 años. Tan sólo que en su casa, creen, no tenía luz. Corroboran las estadísticas que muchos de estos mayores, además de en soledad, viven rodeados de precariedad. Un 84,6% tiene vivienda de su propiedad pero el 20% carece de agua caliente y el 40% de calefacción.

De soledad saben mucho en el Teléfono Dorado (900 222 223), una línea gratuita en la que escuchan a los ancianos. En los siete años que lleva funcionando ha atendido a cinco millones. Algo así como 2.000 llamadas cada día. «El 98% sólo quiere decir que está solo o escuchar a alguien que le dé los buenos días. Antes de que existiera, muchos llamaban a Información sólo para escuchar una voz», cuentan al otro lado de la línea.

El mismo año en que el Teléfono Dorado iniciaba su andadura, 1995, está fechada en las hemerotecas una noticia que estremece.Otro anciano, José María Panadés, aparecía muerto en Fabara (Zaragoza).Tenía sobrina y yerno pero había permanecido siete años muerto en el sillón de su casa sin que nadie lo echara de menos. Un buen día, entre diciembre de 1987 y enero de 1988, cerró la puerta, colocó un cartel de «Ausente» y echó el cerrojo.

«Las sociedad en ocasiones les rechaza por su carácter. Las familias no los entienden. Ellos perciben esta discriminación y se vuelven cada vez más huraños, incluso no hay quien les soporte», explica Cristóbal Sánchez, responsable del programa de Mayores de la ONG Solidarios para el Desarrollo. «Se culpa a las familias pero, aunque hay casos de abandono, la verdad es que éstas no dan abasto y hay que buscar soluciones: ayudas gubernamentales, teleasistencia...».

TELEASISTENCIA
Celia, asturiana de 71 años, disfruta del programa de Teleasistencia de Cruz Roja. A quienes se le concede gratuitamente (también realizan este servicio empresas privadas por unos 24 euros al mes) se les proporciona una pulsera o un colgante con un botón de alarma. En cuanto el anciano tiene un problema lo pulsa y en la central aparecen su nombre, las enfermedades que padece y los teléfonos de sus allegados. Inmediatamente se les envía una ambulancia. Así se evitan situaciones dramáticas como las de ancianos que agonizan durante días porque se han caído, se han roto la cadera y no pueden pedir auxilio.

Llamamos a Celia, 69 años, en busca de un anciano que viva solo y quiera contar su experiencia. Ella inauguró hace siete años el Teléfono Dorado y hoy es una de sus principales clientes.Al descolgar confiesa que vive con su hijo: «Ay, pero no me diga que no me va a hacer la entrevista por eso», dice ansiosa de charlar con alguien. «En realidad, mi hijo sólo viene a dormir».

Y cuenta que con 34 años se quedó ciega, que a su marido «lo mataron» hace 27, que durante todo el día sólo habla con el pescadero y el panadero, que se entretiene oyendo las voces de la televisión («ahora están dando el parte de las ocho y media») o paseando hasta donde ella se conoce. El colgante para pedir auxilio descansa en su mesilla de noche. Se lo quitó porque alguna vez ha tropezado y lo ha activado sin darse cuenta, causando la alarma. Si le pasa algo, dice, se sabe muchos números de memoria, el móvil de su hijo, el de la Cruz Roja...




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