5 de mayo de 2002 - Número 342

RETO | VIDA DE VIUDA

La solitaria baronesa
MUERTO el barón, a Carmen Cervera sólo le queda su hijo Borja. Dicen que en Madrid se siente injustamente tratada y que prefiere vivir en Sant Feliú

ANA MARÍA ORTIZ
Carmen Cervera y su hijo Borja en el entierro del Barón Thyssen en el castillo de Schloss Landsberg, en Alemania.
El fallecido barón Heinrich Thyssen-Bornemisza solía confiar su destino a las cartas. Desde que aprendiera a leerlas, las usaba para decidir si merecía la pena comprar un cuadro o si se aburriría en la próxima recepción. Quienes estos días le han echado los naipes a su viuda, Carmen Cervera, 51 años, le auguran un pedregoso camino que, dice el tarot, la heredera Thyssen sorteará sin problemas.

Estos días guarda luto en Sant Feliú de Guixols, en la mansión, de nombre Mas Mañanas, en la que ha estado recluida los últimos meses junto al enfermo Heinrich. Cuentan sus allegados que allí, rodeada de su fieles Inmaculada Spencer, más que secretaria la mano derecha que organiza agenda, abre cartas y decide antes de consultar con la baronesa, y su hijo Borja descansa, llora el recuerdo del barón y reflexiona sobre su futuro inmediato.

Convertida en la cara visible de la colección Thyssen-Bornemisza (ya lo era, pero ahora más que nunca), las obligaciones de su cargo como vicepresidenta vitalicia de la Fundación que lleva los apellidos de su difunto marido harían prever su regreso a Madrid. Desde su casa de La Moraleja una impresionante construcción con 38.000 metros cuadrados de jardín, lago propio, valorada en 24 millones de euros y que linda con otro apellido económicamente solvente, Koplowitz podría vigilar más de cerca el legado pictórico del barón así como la apertura de 16 nuevas salas del museo, prevista para 2003, que alojarán parte de la colección personal de Carmen Cervera. «A ella le corresponde», dice un especialista de la prensa del corazón, «llevar las riendas del museo, de su propia colección, de la de su hijo Borja, administrar el dinero que le quede, e inaugurar muestras por todo el mundo».

Pero hay demasiados afectos que la atan a Sant Feliú de Guixols.Desde que su primer marido, el difunto Tarzán Lex Barker, le regalara la casa, Tita se ha convertido en rostro cotidiano en la vida de la pequeña localidad de la Costa Brava. Ella misma acude a hacer la compra a la pescadería o a la carnicería y se encarga de llevar a la mansión todos los días la prensa de información general y el Financial Times. Los jueves, madruga para hacerse con las revistas del corazón en el quiosco Can Vinade y un día a la semana va a comprar al mercadillo de Sant Feliú. Su ojito derecho, su hijo Borja, de 21 años y su única familia una vez fallecidos su madre, su hermano Guillermo y el barón, también parece querer echar raíces en la Costa Brava. Actualmente sale con la modelo catalana Blanca Cuesta y acaba de convertirse en accionista de un local de copas barcelonés en el que también participa Fabrizio, el hijo de José Luis de Vilallonga.

El proyecto más inmediato de Tita Cervera, la creación de un museo de pintura catalana con obras de su propia colección, también la ligan inevitablemente a Sant Feliú, donde piensa utilizar el edifico del hospital, que data del siglo XVII y es de estilo neoclásico, para albergar la citada pinacoteca. Sus más íntimos también hablan catalán.

Dicen que no le gusta Madrid y que se siente apartada e injustamente tratada por la sociedad madrileña. Lo cierto es que entre sus círculo de relaciones en la capital no figuran apellidos de pedigrí.«La alta sociedad», explica una periodista, «sabe que no despierta simpatías en Palacio y por eso le cierran sus puertas».

Entre sus más fieles colaboradores figura Tomás Llorens, director del museo Thyssen. A su sabiduría recurre Tita cuando se trata de añadir nueva adquisición a su nutrida pinacoteca: 600 obras entre Degas, Monet, Gauguin, Renoir, Picasso, Matisse, Brueghel.., valoradas en más de 130 millones de euros.

La baronesa, consciente del papel que le tocará jugar a su único hijo y heredero, Borja, se ha encargado personalmente de que el joven, además de por los coches de carrera y los yates, se interese e implique en el mundo del arte. Con sólo 21 años cuenta ya con 26 joyas de la pintura. El primer cuadro, nada menos que un Goya, fue un regalo de cumpleaños de su padre adoptivo. Gentileza del fallecido Heinrich Thyssen-Bornemisza.




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