Domingo 26 de mayo de 2002 - Número 345

RELIGIÓN | REENCARNACIÓN EN SIBERIA

«Yo soy Jesús»
SERGUIEI TOROP era un policía de tráfico de la pequeña ciudad rusa de Minusinsk hasta 1989. Ese año anunció que era el hijo de Dios. Ahora es Visarión Cristo, tiene miles de seguidores y gobierna en una amplia franja de las montañas de Siberia, donde están prohibidos el alcohol, la carne y el dinero

IAN TRAYNOR. The Guardian
A 1.300 metros de altitud, en una montaña en las profundidades de la taiga siberiana, aparece nuestro hombre, ataviado con una larga vestidura de tercipelo carmesí y con el largo cabello castaño enmarcando una sonrisa beatífica. Toma asiento en una cabaña de troncos. La morada goza de una vista deslumbrante: a lo lejos centellean las nevadas montañas de Sayan. Las tonalidades plateadas y rosáceas de los bosques de abedules titilan bajo un sol intenso que ilumina las aguas azules del lago Tiberkul. Detrás de la cabaña, mucho más lejos de lo que alcanza la vista, se extienden el inhabitado páramo siberiano.

«Para decirlo de manera sencilla, sí, soy Jesucristo. Lo que se prometió tiene que suceder. Y se prometió en Israel hace 2.000 mil años que yo volvería para concluir lo comenzado. Yo soy la palabra viva de Dios Padre. Todo cuanto Él quiere decir, lo dice a través de mí». Estamos ante el mesías de Siberia, Visarión Cristo, el Maestro, como lo llaman sus miles de discípulos, convencidos de que es la reencarnación de Jesús de Nazaret, que ha regresado para salvar al mundo. «Irradia un amor increíble», suspira Hermann, un ingeniero bávaro, de 57 años, que ha puesto en venta su casa de Alemania para unirse al mesías de la taiga. «Conocí a Visarión en agosto. Fue como una descarga eléctrica».

Para encontrar a Visarión hay que volar a 3.700 kilómetros al este de Moscú, hasta la ciudad de la Siberia meridional de Abakán, y luego seis horas en coche por carreteras plagadas de socavones.Luego, la ciénaga, una caminata de tres horas con barro y hielo hasta la rodilla antes de ascender por fin hasta el salvador, una abrupta subida de una hora por un sendero de montaña. «La vida es muy dura aquí», dice Denis, ruso de 21 años que llegó la semana pasada para ver si Visarón era de verdad la respuesta a sus preguntas. «No hay duda, macho. Es con toda seguridad el Hijo de Dios».

Para sus críticos, Visarión es un charlatán que engaña a los devotos de «una secta totalitaria, destructiva». Más prosaicamente, Visarión es Serguiei Torop, ex policía de tráfico y obrero de una fábrica, de 41 años de edad y natural de Krasnodar, en el sur de Rusia; que se trasladó a Siberia en su juventud, vio la luz hace una década y ahora dirige a los visarionitas, que se agrupan en unas 30 colonias rurales en el sur de Siberia y su número llega ya a unos 4.000. Están entregados a su gurú. Pronuncian su nombre en murmullos. Decoran con su imagen sus casas, sus templos y sus lugares de trabajo. Intercambian con veneración relatos sobre todo lo que el Maestro hace o dice. Se enfrascan en sus cuatro gruesos volúmenes de reflexiones. Sus aforismos se aprenden de memoria y se repiten mecánicamente cada día. A Visarión -como todos los seguidores de su Iglesia del Último Testamento se hace llamar por su nombre adoptado- no le inquieta este culto a la personalidad. «Depende de cómo use mi imagen una persona», explica, «El hombre tiene que inclinarse ante el Padre. Pero es un misterio y la imagen permite a una persona relacionarse conmigo».

La comuna de Visarión está regida por rituales, leyes, símbolos, oraciones e himnos crípticos y por un nuevo calendario. Se impone un estricto código de conducta: no se permite ningún vicio. La dieta vegetariana es obligatoria, no existe la cría de animales.El uso de dinero está prohibido dentro de la comuna y sólo a regañadientes tolerado en el mundo exterior. «No se nos permite fumar, decir palabrotas ni beber», dice riendo la entusiasmada Larissa, de 28 años y con tres hijos, que llegó de Moscú con su madre cuando tenía 18 años. «No se nos permite hacer nada, excepto enamorarnos».

ACTRICES Y MILITARES
Entre los devotos hay músicos, actrices, profesores, médicos, granjeros rusos, ex coroneles de Ejército Rojo, un ex viceministro de ferrocarriles de Bielorrusia, así como un contingente en aumento de Europa occidental. Beben la savia de los abedules que talan para hacer sus viviendas, sus herramientas y sus muebles. Se mantienen a base de bayas, nueces y setas que recogen en el bosque.Arrancan a la dura tierra patatas, coles y alcachofas. Cambian artesanía y verduras por trigo y cebada en los pueblos vecinos.«En la dureza está la salvación», declara un sonriente Visarión.

En un pico cercano, los creyentes han instalado una campana de 270 kilos. Suena en el valle tres veces al día. Al oírla, se arrodillan para rezar. Los seguidores la llevaron a pie 50 kilómetros bajo una lluvia torrencial desde el pueblo en el que se fundió y luego la izaron hasta la cumbre. Visarión se ahorra buena parte del trabajo físico. Mientras unos equipos de jóvenes cavan trincheras de irrigación junto a su casa, él pasa los largos días en la cima de la montaña pintado al óleo.

A los 18 años, Serguiei Torop se alistó para cumplir el servicio militar obligatorio en el Ejército Rojo, que acabó como sargento en obras de construcción, antes de trabajar tres años como obrero del metal en una fábrica de la ciudad siberiana de Minusinsk.Desde allí, el autoproclamado salvador pasó a ser policía de tráfico, también en Minusinsk, obteniendo nueve menciones en cinco años de servicio. La crisis de 1989 lo dejó en el paro precisamente cuando la Unión Soviética se sumía en el caos.

El advenimiento de la nueva era coincidió también con el nuevo nacimiento de Serguiei como Visarión. Miles de personas, la mayoría de ellas profesionales instruidos de ciudades de la Rusia europea, abandonaron mujeres, maridos e hijos para acudir en tropel a la Iglesia del Último Testamento, que ha asimilado muchos elementos del ritual ortodoxo pero cuyo sistema de creencias abarca también un batiburrillo ecléctico de valores budistas, taoístas y ecologistas.

Para la Iglesia del Último Testamento estamos en el año 42 de la nueva era, cuyo comienzo fechan los creyentes en 1961, año del nacimiento de Visarión. La Navidad ha sido abolida y sustituida por el 14 de enero, día del nacimiento del Maestro. La mayor fiesta del año se celebra el 18 de agosto, aniversario del primer sermón de Visarión en 1991 y en el cual el salvador desciende de la montaña a caballo para reunirse con miles de juerguistas que retozan en el río que pasa junto a la aldea de Petropaulovka.Al este se halla la Ciudad del Sol. Es allí, al pie de la montaña, en el lugar de residencia del salvador con su mujer y sus seis hijos (incluyendo una niña adoptada de una madre soltera de la comuna), donde se congregan los visionaritas más comprometidos.

En una extensión que han despejado de abedules y cedros viven 41 familias en cabañas de madera y tiendas de fieltro. Los hombres lucen cola de caballo y barba; las mujeres llevan melena y faldas largas. La mayoría tiene treinta y tantos años. Hay una escuela y una guardería. La tasa de natalidad es mucho más alta que en el resto de Rusia.

Domina un talante alegremente apocalíptico. «Nos alcanzará un cometa el año que viene», dice riendo Igor, un alcohólico rehabilitado, de 48 años y natural de San Petersburgo. Si el cometa pone en peligro a la mayor parte de la Humanidad, la Ciudad del Sol es el Arca de Noé. «Aquí es donde mejor puede sobrevivir», explica Visarión.

Por ahora, el apocalipsis puede esperar. Hay mucho que hacer, hay que difundir el mensaje. En los últimos años Visarión ha ido a Nueva York, Alemania, Holanda, Francia, Italia y Gran Bretaña en busca de conversos. Insiste en que ni él ni su iglesia tienen «ingresos regulares» y en que sus viajes al extranjero son «patrocinados» por sus anfitriones. Su casa, dotada de placas solares y un pequeño molino de viento, es modesta, pero mucho más cómoda que las de sus seguidores.

Diariamente, a las siete de la mañana salen de sus cabañas los hombres y algunas mujeres y afluyen hacia el centro de la ciudad, marcado por un círculo de adobe rodeado de piedras en medio del cual se alza un ángel tallado en madera, con las alas extendidas y coronado por el símbolo de los visarionitas, una cruz dentro de un círculo. Los fieles se arrodillan en unas pequeñas planchas de madera, murmuran oraciones y cantan himnos, dirigidos por un hombre de sonora voz de barítono. Unen las manos en círculo en torno a las piedras, levantan la cabeza hacia la montaña, desde donde creen que Visarión, «nuestro tierno padre», les vigila.




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