Domingo 9 de Junio de 2002 - Número 347

MÚSICA | LUTO EN EL POP ESPAÑOL

La movida más oculta de Carlos
YA NO LE GUSTABA Madrid, a sus 42 años vivía con sus padres; siempre tímido, decía que le daba pudor oír sus discos. El menor de los Berlanga temía más a la vejez que a la muerte


COMPOSITOR Y ARTISTA PLÁSTICO. Carlos Berlanga escribió 185 canciones que interpretaron, además de sus grupos y él mismo, estrellonas como Rafaella Carrá o Sara Montiel. Como pintor expuso en ARCO y diseñó el cartel de Átame para Almodóvar.
He sido un desquiciado y ahora estoy atravesando una etapa muy serena. No me arrepiento de nada, sólo de lo que no he hecho: viajar en globo, hacer puenting, esquiar, montar a caballo, tener tanto dinero como Ivana Trump... Tampoco me veo de mayor. Tal vez me gustaría parecerme a Jane Fonda, que está estupenda, o me recluyo como Greta Garbo. Por otro lado, como no me da miedo la muerte, pues mucho mejor», nos confesaba Carlos Berlanga unos años atrás.

El hijo menor del cineasta Luis García Berlanga, músico-ideólogo esencial de la Movida madrileña, fallecía durante la noche del miércoles 5 de junio, en la clínica Montepríncipe de Madrid, a la edad de 42 años, víctima de una larga afección hepática.A su entierro, celebrado al día siguiente, asistieron familiares, personalidades, admiradores y amigos: Bosé, Almodóvar, McNamara, Alaska... Se despedía al hombre y al artista, pero también, una época fabulosa en la que Madrid se proyectó al mundo y contagió a la península su exuberancia creativa, su capacidad festiva, sus ganas de vivir y de superar los estertores del tardofranquismo.

Un movimiento espontáneo, hedonista y desprejuiciado. Estribillos pegajosos como un chicle, cuadros alegremente urbanos, cine amateur en súper 8, pelos de colores, ropa vieja de mercadillo. Todo se cocía en torno a algunos bares de Malasaña, los domingos en el Rastro o las noches del Rock-Ola. Un espejismo de felicidad que se rompió cuando las instituciones quisieron apuntarse al carro de la Movida, las multinacionales trataron de venderla sin comprenderla y el sida y las drogas acabaron con toda aquella inocencia produciendo las primeras bajas: Costus, Haro Ibars, Eduardo Benavente...

Y Carlos estaba allí, en el centro del huracán. En 1977, con apenas 17 años, el cuarto hijo del director de El verdugo, tímido y delgado, con una sensibilidad que fluctuaba entre la pintura y la canción yeyé, había ingresado grupo Kaka de Luxe junto con su amigo Nacho Canut. Se habían conocido en la niñez: dos chicos introvertidos que se pasaban las tardes encerrados en casa escuchando discos viejos.

El día que Nacho entró por primera vez en el cuarto de Carlos y descubrió en la pared un póster de Bowie, supieron que estaban destinados entenderse. «Fue el primer niño con el que se podía hablar de cómics y música», recordaba Nacho en LA LUNA. «Carlos iba a un colegio laico y modernísimo de El Viso. Para mí, que tuve la desgracia de educarme con los jesuitas, eso le convertía en la persona más sofisticada de mi entorno. Enseguida se hizo mi mejor y único amigo».

ILUSTRES INADAPTADOS
Kaka de Luxe eran un puñado de ilustres inadaptados. Inspirados por el recién nacido movimiento punk, apenas sabían cantar ni tocar, pero derrochaban provocación en unas letras que difícilmente pasaban la censura del momento. Y ahí estaba, también, una chiquilla mexicana de 13 años llamada Olvido Gara, empeñada en tocar la guitarra, que pronto adoptaría el nombre artístico de Alaska, sacándolo de una canción de Lou Reed. «Pero qué público más tonto tengo», espetaba uno de sus temas. El repertorio sonaba a lata, los espectadores abucheaban y Carlos, muerto de vergüenza, cantaba escondido detrás de la cortina.

Con un padre ilustre y campechano y varios hermanos mayores que apuntaban cierta vocación creadora (José Luis, en el cine; Jorge, en periodismo), el benjamín de la saga se sentía, cosas de la edad, el típico adolescente hipersensible e incomprendido. Para colmo, tenía pavor a actuar en directo.

«Movida ha habido siempre y siempre la habrá porque la cuestión es llevar la contraria a la generación anterior», escribió el músico en 1993 en Abc. «Cuando cogíamos la guitarra sin saber tocar y le arrancábamos algunas notas, nos decían que cómo íbamos a hacer música.... Cuando tienes 20 años, lo que quieres es divertirte».

Kaka de Luxe publicó un único single, les hicieron una entrevista para Inverviú con el titular Cómo follan los punks y se disolvieron sin que a nadie pareciera importarle, yéndose los dos amigos a formar una nueva banda, Los Pegamoides. Como ninguno deseaba asumir el papel de vocalista, aceptaron en el grupo a Alaska, que cambiaba así las seis cuerdas por el micro, sin haber demostrado especiales aptitudes para el puesto.

«Los grupos de la Movida se dividen entre los que se tiñen el pelo y los que no», proclamaría más tarde la chica del peinado raro. Y, claro, ellos entraban en la primera categoría, llegando a encarnar una auténtica ruptura estética en el pop español.Por sus vestimentas inenarrables, sus declaraciones epatantes («nuestra mayor ilusión es salir en el Hola») y sus contactos con la flor y nata de la inteligentsia posmoderna (ahí está la foto de Berlanga al lado de Warhol en una fiesta en casa del millonario Hachuel). Pero, sobre todo, por la capacidad de Nacho y Carlos para componer certeros estribillos pop que, en sus sucesivos grupos, siempre firmarán al alimón.

«Quiero ser un bote de colón y salir anunciado en la televisión», decía una letra. «Podían ser estudiadamente insustanciales y perversamente frívolos, sabían generar controversias y provocar odios incontrolados. Maestros del pastiche musical, señores de la parodia subcultural, cotillas impenitentes, estrellas en su propia cabeza, gente simpática con malas tendencias», les retrataba el crítico Diego Manrique en 1982. Mientras, ellos fabricaban canciones que hablaban de amas de casa peleadas con los electrodomésticos, bañistas consumidores de anfetaminas o humanos raptados por extraterrestres, y aparecían en el debut de su amigo Almodóvar, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, donde Alaska hacía de punki sádica.

Bajo la vehemencia desvergonzada de Olvido y la seriedad militante de Nacho, Carlos era el discreto, el dandy, el que nunca pronunciaba una frase más alta ni se vestía con una prenda ridícula. Pero el grupo era, en el fondo, la expresión de una personalidad que individualmente no se atrevía a mostrar. Convertidos en figuras esenciales de la contracultura, el éxito masivo les llegó en el verano del 82 con una canción que ironizaba sobre la fiebre disco, titulada Bailando. Media España cantó aquello de «tengo los huesos desencajados» y el tema se tradujo incluso al inglés.

«Bailando es una canción super sutil, porque gustó al hortera, al moderno y a las mamás», comentaría después Canut. Pero aquel triunfo veraniego, unido a su primer baño de multitudes en una gira masiva por la península, desencadenó una guerra de egos entre los miembros del quinteto, provocando primero la salida de Carlos (otoño del 83) y la definitiva desmembración del grupo.

Berlanga montó entonces un nuevo proyecto bajo el nombre de Dinarama (un tecnicismo del cine de animación primitivo), al que rápidamente se unieron sus inseparables Nacho y Olvido. La consigna era hacer canciones más exquisitas, como la autodefinitoria Rey del glam, pero al final se contagiaron de la moda siniestra imperante.Era la época de ir vestidos de negro, portar crucifijos, leer cuentos góticos y sentir y padecer como los románticos decimonónicos, sólo que esta vez la palidez y delgadez venía avalada por el uso peligrosamente generalizado de las drogas duras.

Carlos nunca negó sus constantes flirteos con ese lado tenebroso de las adicciones. Se sumergió en este submundo sin perder jamás la apostura, la pose chic, la inspiración musical y la lucidez comunicativa. Tampoco ocultó jamás a sus íntimos su tendencia claramente gay, aunque nunca quiso hacerlo público ni se le conocieron novios, ni mucho menos cultivó la militancia homosexual, ya que odiaba las poses exageradas del ambiente.

FACTORÍA DE ÉXITOS
El primer disco de Dinarama, Canciones profanas, se grabó en los ratos libres que le dejó su paso por la mili, quedando para el recuerdo joyas como Perlas ensangrentadas. Pero el álbum que realmente consagró al trío como una factoría de éxitos para todos los públicos fue Deseo carnal, con títulos como Un hombre de verdad, Ni tú ni nadie o Cómo pudiste hacerme esto a mí, del que vendieron más de medio millón de ejemplares. Con el éxito, Carlos descubrió también el pavor a los fans, de los que en ocasiones llegó a escapar en taxis. Y comprobó que no le gustaban las giras tras un extenuante tour por Suramérica. Encerrado en su mundo, se fue distanciando de sus camaradas por culpa de diversas fricciones durante las grabaciones de los siguientes discos: No es pecado, que fue acogido con frialdad y se salvó gracias al éxito A quién le importa, y Fan Fatal, de inclinación claramente bailable.

El final de los 80 les pilló contagiados por la locura discotequera del acid house. Hasta Carlos abrazó la fiebre, llegando a romperse una pierna en una noche desenfrenada. Pero en verano, durante la gira Disco Inferno, llegó la definitiva ruptura. Nuestro hombre fue a refugiarse a su casa familiar en Levante, mientras empezaba un cruce de descalificaciones y demandas judiciales después retiradas.

A pesar de su aparente aura de hijo díscolo, Carlos siempre encontró en la familia un pilar indispensable para su estabilidad. Siempre hablaba de su padre con respeto y llegó a poner una foto suya de la infancia con su madre en la cabecera de su página web. Sólo abandonaba el hogar paterno de forma esporádica, aunque durante mucho tiempo mantuvo su propia casa, cercana a la madrileña plaza de Antón Martín. «Era un desastre en las cuestiones domésticas.Mis asistentas, se empeñaban en cambiarlo todo de sitio, hacían lo que querían conmigo, con mi vida, con mi ropa, con mis cosas.Al final opté por volver al domicilio familiar».

EL PESO DE LA EDAD
Durante una de las temporadas en su casa de la calle León, al regreso de un inspirador viaje por Grecia, emprendió su carrera en solitario. Volvió a frecuentar la noche madrileña, coincidiendo con la apertura del local de Alaska, Stella, y comenzó a vivir una segunda juventud. Porque a Berlanga la edad le importaba y mucho. No soportaba el paso del tiempo y así lo manifestaba en sus cumpleaños, ¿o quizá era todo una pose? Difícil saberlo ya que disfrutaba jugando al desconcierto.

El primer elepé firmado con su nombre, El ángel exterminador (1990), apareció con una portada propia de cantante melódico y en él hacía un dueto con su amigo Miguel Bosé (El verano más triste). Tremendamente crítico e inseguro, le provocaba pudor oír sus discos o verse en la tele, pero a la vez admiraba el concepto warholiano de la fama, por lo cual escribió una canción para el disco de la starlette trash mediática Tamara. De vuelta de casi todo, él, que fue una fashion victim antes que nadie, afirmaba vestir ya sólo de Sepu o de Zara. Lejos de refugiarse en la nostalgia, seguía con interés la aparición de grupos nuevos como Astrud o Chico y Chica y había estado trabajando con el joven productor Ibon Errazkin.

Como solista, Carlos nunca repitió los éxitos de ventas que había tenido con el grupo pero mantuvo el interés mediático y una pequeña legión de seguidores con trabajos como Indicios (1994), Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga (1997), en el que se reconcilió con sus dos eternos compañeros de viaje, y el último y espléndido Impermeable (2001).

Con lo que no volvió a reconciliarse jamás fue con su ciudad, Madrid, que le había desencantado. Así, en artículo publicado en febrero de 2000 en las páginas de Metrópoli, escribía: «No tendremos cócteles molotov (afortunadamente siempre nos quedará Chicote) pero la violencia cotidiana, la agresión a los sentidos y el insulto a la inteligencia a veces son más lesivos. Ya no me gusta Madrid».

En los últimos años, su enfermedad hepática se había agravado y su aspecto físico se veía deteriorado, pero mantenía la ilusión por escribir nuevas canciones que quizá algún día vean la luz.A falta de una frase lapidaria, siempre quedará para la posteridad la premonitoria El hospital, escrita a finales de los 70: «Encerrado en este hospital, tomando Pentotal y sin poder hablar. Entre tubos de goteo estoy, viendo televisión, ya viene Sor Ivonne.Dicen que tendré que resistir, pero yo quiero salir de aquí, dicen que quizás me


ÉL ESCRIBIÓ AQUELLOS «AÑOS 80»

BAILANDO
Bailando.
Me paso el día bailando.
Y los vecinos mientras tanto.
No paran de molestar.
Bebiendo.
Me paso el día bebiendo.
La coctelera agitando.
Llena de Soda y Vermut.
Tengo los huesos desencajados,
el fémur tengo muy dislocado;tengo el cuerpo muy mal,
pero una gran vida social.
Bailo todo el día,
con o sin compañía.
...Muevo la pierna, muevo el pie,
muevo la tibia y el peroné;muevo la cabeza, muevo el esternón,
muevo la cadera siempre que tengo ocasión.
Tengo los huesos desencajados,
el fémur tengo muy dislocado;tengo el cuerpo muy mal,
pero una gran vida social.
Bailando... (Alaska y los Pegamoides, 1982)

PERLAS ENSANGRENTADAS
La interrogué en el camerino
sobre la muerte de René,
me contestó con evasivas,
no sé, no sé, no sé.
Vámonos, me dijo
tengo que hablarte de unas
perlas ensangrentadas,
flores pisoteadas.
René fue sólo un instrumento
una fachada nada más.
A mí me llegará el momento
me dijo con tranquilidad.
Vámonos, me dijo.
Tengo que hablarte de unas
perlas ensangrentadas,
flores pisoteadas.
La acompañé hasta su casa
nos despedimos sin hablar.
Aquella fue la última noche.
Tres tiros le hicieron callar.
Recordé su frase aquella historia
sobre perlas ensangrentadas
flores pisoteadas. (Dinarama + Alaska, 1983)

NI TÚ NI NADIE
Haces muy mal en elevar mi tensión,
en aplastar mi ambición,
tu sigue así, y ya veras.
Miro el reloj es mucho más tarde que ayer,
te esperaría otra vez,
y no lo haré, no lo haré.
Donde está nuestro error sin solución,
fuiste tú el culpable o lo fui yo
ni tú ni nadie, nadie, puede cambiarme.
Mil campanas suenan en mi corazón,
que difícil es pedir perdón,
ni tú ni nadie, nadie puede cambiarme.
Vete de aquí no me supiste entender
yo sólo pienso en tu piel,
no es necesario mentir.
Que fácil es atormentarse después,
pero sobreviviré
sé que podré, sobreviviré.
Donde está nuestro error sin solución
fuiste tú el culpable o lo fui yo
ni tu ni nadie, nadie, puede cambiarme.
Mil campanas suenan en mi corazón,
que difícil es pedir perdón,
ni tú ni nadie, nadie puede cambiarme.
Mil campanas suenan en mi corazón,
que difícil es pedir perdón,
ni tú ni nadie, nadie puede cambiarme.
Donde está nuestro error sin solución
fuiste tú el culpable o lo fui yo
ni tú ni nadie, nadie, puede cambiarme.
Mil campanas suenan en mi corazón,
que difícil es pedir perdón,
ni tu ni nadie, nadie puede cambiarme. (Alaska y Dinarama, 1984)

A QUIEN LE IMPORTA
La gente me señala
me apuntan con el dedo
susurra a mis espaldas
y a mí me importa un bledo.
Qué más me da
si soy distinta a ellos
no soy de nadie,
no tengo dueño.
Yo sé que me critican
me consta que me odian
la envidia les corroe
mi vida les agobia.
Por qué será
yo no tengo la culpa
mi circunstancia les insulta.
Mi destino es el que yo decido
el que yo elijo para mí.
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré.
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiare
Quizá la culpa es mía
por no seguir la norma,
ya es demasiado tarde
para cambiar ahora.
Me mantendré
firme en mis convicciones,
reportaré mis posiciones.
Mi destino es el que yo decido
el que yo elijo para mí
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré.
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré. (Alaska y Dinarama, 1986)

IMPERMEABILIZADO
Siempre tuve mil razones para pensar mal
del cartero, del lechero, del que me vende el pan
y de las chicas que postulan con modelón
y de los chicos que visten de mormón.
Estoy aislado, impermeabilizado, estoy cerrado
al mundo que me ha traicionado.
Ya no quiero sufrir más.
Todos mis amigos son postizos o ya no.
Cuando media vuelta doy, dicen que soy lo peor.
Y en el trabajo las secretarias son
conspiradoras, que eso lo sé yo.
Estoy cercado y desafortunado, estoy marcado.
El universo es mi enemigo.
Ya no quiero salir más.
(Carlos Berlanga, 2001)



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