Domingo 20 de octubre de 2002 - Número 366

HISTORIA | MONARQUÍA

El «Rey» Luis Alfonso
MAÑANA se publica un libro en Gran Bretaña que certifica la muerte sin heredero de Luis XVII, lo cual favorece a Luis Alfonso de Borbón. Sólo falta que Francia quisiera ser monárquica

MARK STUART
El príncipe Luis Carlos de Francia fue trasladado a la Torre del Temple el 12 de agosto de 1792. Murió allí el 8 de junio de 1795.
Diecinueve de abril de 2000. Las pruebas de ADN confirman que el pequeño de 10 años que el 8 de junio de 1795 murió de tuberculosis en la prisión parisina del Temple era, efectivamente, el Delfín, Luis Carlos de Francia, Luis XVII, el hijo de los guillotinados Luis XVI y María Antonieta. Uno de los mayores misterios de la Revolución Francesa quedaba desvelado al tiempo que las aspiraciones a un hipotético trono de Francia de quienes se decían sucesores del Delfín quedaban en el alero. Mañana, dos años y medio después, un libro va a terminar de abatirlas.

Se titula El rey perdido de Francia, sale a la venta mañana en Gran Bretaña y a lo largo de sus 352 páginas la escritora y productora de documentales Deborah Cadbury reconstruye milimétricamente la investigación por la que el belga Jean-Jacques Cassiman y el alemán Bernard Brinkmann desvelaron las dudas sobre el final de Luis XVII.

El resultado es tajante: los restos de ADN del huérfano del Temple coinciden con los de María Antonieta. El Delfín murió cautivo a la edad de 10 años y, evidentemente, no tuvo descendencia.Lo que en última instancia quiere decir que Luis Alfonso de Borbón (sobrino del Rey de España, Juan Carlos de Borbón), en cuanto jefe de la Casa de Borbón de Francia, y Enrique de Orleans, descendiente de Luis Felipe de Orleans, el último rey de los franceses, son ya prácticamente los únicos que pueden soñar con ceñirse la imposible corona de un país encantado de ser república desde hace más de 130 años.

Pero el libro de Cadbury viene también a escribir el epílogo de una de las leyendas favoritas de los franceses. Hasta 800 volúmenes se han publicado sobre el paradero de Luis XVII y su supuesta fuga del Temple.

Las propias circunstancias de la muerte del Delfín, en los años del Terror revolucionario, favorecieron que corrieran todo tipo de bulos. Nadie señaló el lugar de su enterramiento y pronto se difundió el rumor de que su certificado de muerte era falso.Se habló incluso del testimonio de la mujer de uno de los guardias del Temple que decía haber ayudado a escapar al joven príncipe en una cesta de ropa sucia.

Cuando concluyó la Revolución, con la creencia de que Luis XVII había sobrevivido extendida por media Francia, decenas de pícaros se hicieron pasar por el Delfín o por sus descendientes con desigual suerte. Los pretendientes al trono surgían en todas partes del mundo: en Inglaterra, en Rusia, en EEUU, en África...

Algunos ni siquiera hablaban francés y en el siglo XIX llegó a presentarse en Francia un indio mestizo reclamando sus derechos reales. Hasta Mark Twain se burló de la situación describiendo a un bribón del Misisipi que se hacía pasar por «el pobre Delfín desaparecido, Luis XVII» en Las aventuras de Huckleberry Finn.

Unos fueron encarcelados por farsantes. Otros, como el barón de Richemont, capaz de describir con desbordante imaginación las tribulaciones de su infancia, vivieron la ficción hasta el fin de sus días para ser enterrados con epitafios como «Aquí yace Luis Carlos de Francia». Pero ninguno fue reconocido por María Teresa, hija de Luis XVI y María Antonieta que sobrevivió a la Revolución.

Ni siquiera Carlos Guillermo Naundorff, el Delfín con más crédito de cuantos desfilaron por la Francia de la primera mitad del siglo XIX. Naundorff, que antes de llegar a París había trabajado como relojero en la localidad alemana de Crossen, hablaba con precisión de las estancias de Versalles y de su fuga. Varios cortesanos, incluida Madame de Rambaud, institutriz del pequeño Luis Carlos, aseguraron que Naundorff era el Delfín, pero las autoridades nunca le creyeron.

Ciento cincuenta años después, no se había avanzado mucho en el esclarecimiento del destino de Luis XVII. En lo que sí se había avanzado, en cambio, era en el estudio de la genética.De hecho, las técnicas de ADN se empezaban a usar en la solución de enigmas históricos.

Existe un tipo de ADN, el ADN mitocondrial que se transmite inalterado de la madre al hijo. Bastaba comparar una prueba genética de María Antonieta con otra del crío fallecido en el Temple para descubrir si el chaval era el Delfín. Y eso es lo que se dispuso a hacer el profesor Cassiman en la Universidad de Lovaina.

Antes había que hallar las muestras. Como escribe Cadbury, aparecieron reliquias insólitas. Hubo quien llegó a ofrecer un trapo empapado en la sangre de María Antonieta instantes después de su decapitación, el 16 de octubre de 1793. Cassiman y su equipo no las dieron por buenas hasta que encontraron tres muestras de cabello fiables en Austria, en un museo de Holanda y en una colección privada.Hacía falta, no obstante, encontrar al huérfano del Temple.

Durante dos siglos había circulado una leyenda extraordinaria sobre el corazón de aquel niño. Seguro de que asistía a un momento histórico, el médico encargado de realizarle la autopsia, el convencido republicano Philipe-Jean Pelletan, le extirpó el corazón y se lo llevó a escondidas a su casa. De allí fue robado, reapareció y volvió a perderse hasta que décadas después llegó a la cripta real de Saint Dennis de París.

En Saint Dennis de París había, sí, un corazón en una urna. En 1999 se le practicaron unas incisiones y se enviaron muestras a Bélgica y al laboratorio de otro prestigioso investigador, el profesor de la Universidad de Munster Bernard Brinkmann.

Las conclusiones del doctor Brinkmann llegaron en abril del año siguiente: el ADN de María Antonieta y el del niño del Temple coincidían. Aunque los herederos de Naundorff sigan reclamando hoy día que los análisis no fueron válidos, la genética había sellado 200 años de leyenda del Delfín fugitivo.

    LIBRO: mañana aparece en Inglaterra «El rey perdido de Francia. Revolución, venganza y la búsqueda de Luis XVII», de Deborah Cadbury. Lo publica la editorial Fourth Estate.
    INVESTIGACIÓN: desmenuza el proceso por el que los genetistas Cassiman y Brinkmann concluyeron en 2000 que el rey Delfín murió a la edad de 10 años.
    ASPIRANTES: el hallazgo desacredita a decenas de pretendientes al trono francés.
    INTERÉS: se han escrito más de 800 libros sobre el paradero de Luis XVII.
    ADN: las pruebas genéticas de María Antonieta se obtuvieron en Austria y Holanda. Las de Luis XVII, de un corazón conservado en Saint Dennis de París.



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