Domingo 20 de octubre de 2002 - Número 366

7-N | REFERÉNDUM EN GIBRALTAR

Do you approve of the principle that britain...
...and Spain should share sovereignty over Gibraltar? Yes/No». («¿Aprueba usted el principio de que Gran Bretaña y España deberían compartir la soberanía sobre Gibraltar? Sí/No»). Más de 90 familias españolas, descendientes de los 4.000 vecinos que fueron expulsados del Peñón en 1704, quisieran poder votar «sí» en el referéndum del próximo 7 de noviembre. CRÓNICA reconstruye la historia y el árbol genealógico hasta nuestros días de Beatriz de Mairena, desposeída de todos sus bienes y arrastrada al exilio con víveres para poder aguantar sólo seis días. Sus herederos están elaborando el censo de los «otros» llanitos.

ILDEFONSO OLMEDO
Jaime Castro sostiene en brazos, con el Peñón al fondo, a su hija Beatriz, a la que bautizó así en recuerdo de su antepasada Beatriz de Mairena, con la que empezó el exilio familiar.
La niña Beatriz es la viva historia de un largo éxodo. Llanita por genealogía, es la rama más joven de un árbol que, generación tras generación hasta sumar cinco siglos, hunde sus raíces hispanas en el Peñón. Su familia llegó a Gibraltar en 1464 escoltando a un rey, Enrique IV de Castilla, y lo abandonó 240 años más tarde, cuando los ingleses, recién asaltada la plaza en 1704, soplaban el pífano y redoblaban tambores. Entraron a sangre y fuego, que hasta arrancaron la cabeza de la venerada imagen de la Virgen de Europa y saquearon su santuario, derramando sobre casas y calles de la antigua Calpe una lluvia de 28.000 balas y cientos de bombas incendiarias.

De esto hace ya 11 generaciones, el tiempo en el que el Gibraltar colonial bajo la bandera de Su Graciosa Majestad y repoblada con británicos y genoveses, entre otros pueblos de aluvión, ha construido sus peculiares señas de identidad. Aún no había monos encaramados al Peñón ni los lugareños habían forjado la leyenda según la cual el día que los macacos desaparezcan la Roca volverá a ser española.

Tres siglos de ausencia del farellón no han matado las raíces llanitas de los parientes de Beatriz. Ahora que se acerca el día de la negociación final, que los 30.000 gibraltareños se autoconvocan a las urnas para pronunciarse en referéndum contra una hipotética cosoberanía hispano-británica sobre el pequeño territorio de seis kilómetros cuadrados que asoma al Estrecho, los descendientes de los antiguos habitantes de la colonia están elaborando el censo de los otros llanitos, de los que no viven con pasaporte británico en Gibraltar. No podrán votar el próximo 7 de noviembre pero creen que en justicia todos deberían oír sus voces, o hasta abrirles urnas para contar en ellas el tributo perpetuo a que fueron condenados en 1704.

Se sienten Herederos de Gibraltar, nombre con el que el padre y el tío de Beatriz, los hermanos Jaime y Jesús Castro García, han bautizado a una asociación creada para aglutinar a las familias expulsadas hace casi 300 años en un belicoso episodio de la Guerra de Sucesión (librada en España a la muerte, sin heredero al trono, del último de los Austrias, Carlos II el Hechizado. Y que concluyó tras el Tratado de Utrech, en el que el Borbón Felipe V aceptó la ocupación y otorgó la plaza «a perpetuidad» a la corona británica).

De aquellos episodios tiene la niña Beatriz, que ahora cumple cinco meses, el nombre que tiene. Su padre, el abogado Jaime Castro, lo rescató de un viejo archivo empolvado. Beatriz, por Beatriz de Mairena (Gibraltar 1698-Ciudad de Gibraltar de San Roque, 1756), su antepasada llanita, una de los más de 4.000 españoles que lo perdieron todo tras el asalto de la flota anglo-holandesa capitaneada por el almirante George Rooke el 4 de agosto de 1704.

Como el resto de su familia, Beatriz de Mairena abandonó para siempre su casa y su ciudad, siendo una niña de cinco años, una mañana incierta entre los días 4 y 6 de agosto de hace ya 298 años. Marcharon con lo puesto, lo que les cabía en un carro (las familias que lo tuvieran) y rancho para seis días de camino.Lo decían las capitulaciones negociadas: «Que se hará la provisión de pan, carne y vino para seis días de marcha», con especial consideración hacia «oficiales, regidores y demás caballeros».Podían salir con caballo, si lo tenían, y nadie les registraría «los bagages que conduxeren ropa en arcas y cofres».

El éxodo quedó narrado en las memorias manuscritas del cura Juan Romero Figueroa, quien contuvo sus deseos de marcharse para así atender a la treintena escasa de parroquianos que optaron por quedarse bajo el mando británico. «Fue tanto el horror que habían causado las bombas y valas que de mil vecinos [se refiere al número de casas] que tenía esta ciudad quedaron tan solamente hasta doce, abandonando su patria, sus casas y vienes y frutos; fue ese día un miserable espectáculo de llantos y lágrimas de mugeres y criaturas viendose salir perdidos por esos campos en el rigor de la canícula este día así que salió la gente robaron los ingleses todas las casas y no se escapó la mía y de mi compañero, porque mientras estábamos en la iglesia las asaltaron los más de ellos, y robaron». El cura Romero siguió con sus memorias y terminó sus días en Gibraltar. En uno de sus escritos explicaba el porqué de su empecinado trabajo notarial: «Esto he escrito para que quede memoria para los siglos venideros».

LOS HEREDEROS
Y recuperar la memoria es parte del propósito que ha animado a los hermanos Castro al fundar la asociación Herederos de Gibraltar.«Nuestro objetivo es cultural y también un homenaje a la historia olvidada de uno de los mayores éxodos del pasado», dicen. Ellos se convirtieron en ratones de archivos para rescatar del olvido a su pariente Beatriz de Mairena y demás antecesores hasta elaborar un árbol genealógico con 22 generaciones, «un tronco familiar», explica Jesús, asistente social de profesión, «que ha vivido siete siglos en la misma tierra»: Gibraltar y su Campo, según denominación al uso ya en el siglo XV.

Cuando Beatriz de Mairena de los Santos vio la luz en Gibraltar, cinco años y 10 meses antes de la invasión, su familia llevaba ya nueve generaciones asentada en el Peñón.

El fundador de la estirpe, Sancho de Sierra, había nacido en Jerez (Cádiz) y fue uno de los 50 escoltas que acompañaron al rey de Castilla Enrique IV en su visita a Gibraltar en los primeros días del año 1464. Desde el 711 hasta 1462, salvo un breve periodo de 24 años (de 1309 a 1333, el territorio había permanecido bajo dominio árabe).

DE NOBLES A LLANOS
A la partida del rey castellano los nobles que lo acompañaban dejaron de ser parte de la Corte para quedarse en Gibraltar por mandato regio y repoblar aquellos dominios como pueblo llano.De ahí procede, al parecer, el primer gentilicio de llanito con el que son conocidos los vecinos de Gibraltar (yanito con y es de tiempo de los ingleses, por la cantidad de genoveses de nombre Giannis -juanitos, en italiano- que avencidaban el lugar). Los Sancho, con el paso de los siglos y los matrimonios, pasaron a ser los Mairena. Ni siquiera se ausentaron del Peñón cuando por tres años (1474-1476) se convirtió en el primer Estado judío de la Historia, regido y habitado por los conversos de Córdoba y Sevilla.

Los 60 navíos de la flota capitaneada por el almirante británico George Rooke se adentraron en la Bahía de Algeciras (entonces ciudad abandonada y en ruinas) rumbo a Gibraltar el primer día de agosto de 1704. La escuadra había intentado, sin éxito, desembarcar en Cádiz.

Holandeses y británicos apoyaban, en la Guerra de Sucesión, al archiduque Carlos de Austria frente al borbón Felipe V. En nombre del archiduque, según se estableció después en las capitulaciones, tomaron la ciudad, si bien enseguida enarbolaron el estandarse británico y aclamaron con gritos a la reinante en Gran Bretaña, la reina Ana. Las escasas fuerzas defensoras apenas aguantaron tres días.

«El domingo 3 de agosto», dejó escrito el cura Romero, «desde las cinco de la mañana hasta la una del día dispararon 28.000 valas y también bombas, y este día capituló la plaza y se rindió...Pocos quedaban después del 6 de agosto». El religioso también escribió en verso: «Unos se refugian en los templos, otros fatigados del temor,/y en precipitada fuga huyen a las montañas./ Algunos más ligeros fueron a esconder/ sus cuerpos desfallecidos en la oculta y antigua cueva./ He aquí que la rapiña invade todas las casas/ y las mejores quedan desiertas./ Ya los calpenses miran con ojos enrojecidos/ sus queridos hogares y huyen en tropel./ Tan horrible tempestad remueve los ánimos y las entrañas/ y pocas casas se libran de las llamas».

En los libros de la iglesia de Santa María la Coronada, cuyos archivos fueron sacados clandestinamente de Gibraltar por el referido cura Romero, aparece a medio apuntar una boda entre dos vecinos, Andrés Martín Barrientos e Isabel de los Reyes García Rodríguez, que tuvieron que abandonar la iglesia a consecuencia de los bombardeos.

Y es que toda la vida de los habitantes de la Roca quedó amputada para siempre. Beatriz de Mairena y sus padres se marcharon dejando atrás para siempre una importante hacienda de casas y solares, amén de la tierra de sus antepasados. La familia Mairena, según la investigación realizada ahora por sus sucesores, tenía propiedades al menos en una docena de calles de la ciudad. No saben quién se quedó finalmente con aquel patrimonio, pero les dan pistas de lo ocurrido unos documentos en los que aparece, con fecha de junio de 1705, un reparto de propiedades que realiza en la ciudad el príncipe de Hesse. Se habían confiscado a sus dueños por «faltar a la debida obediencia a su propio Rey, abandonando sus casas y propiedades para adherirse al partido del usurpador de la corona de España [en alusión a Felipe V] en el momento que las armas de su majestad justamente tomaron posesión».

COMPENSACIÓN
Los beneficiarios del reparto fueron, según consta, quienes decidieron quedarse «para compensarles los daños y perjuicios sufridos por el asedio». Así, el 9 de junio se entregó a Gianbatista Gassa, un genovés llegado a Gibraltar sólo siete años antes del éxodo, la casa de Juan Bravo, que lindaba con las de Simón Navarro y Juan Díez de la Palma. Se le autorizaba a poseerla, habitarla o venderla, y firmaba la donación Jorge Landgrave de Hesse.

Los artífices de Herederos de Gibraltar no pretenden dar marcha atrás a la Historia pero sí reivindican que se reconozca que fueron expoliados. «Sabemos donde estaban nuestras casas y corrales en la fortaleza, con las otras que lindaban y a qué capellanías estaban ocupadas».

Saben también que en septiembre de 1964, en una intervención ante la ONU, el que fuera primer ministro de Gibraltar, sir Joshua Hassan, habló de la imposibilidad de restituir la situación de 1704. Respondía Hassan a los peticionarios de San Roque, el pueblo fundado con los habitantes que huyeron del Peñón: «No dicen que el pueblo de San Roque deba ser reasentado en Gibraltar; pero sugieren en cambio que este pueblo está formado por los habitantes legítimos de Gibraltar y que su actual población está constituida por invasores... No podemos comprimir a la población para hacer sitio a la de San Roque... No hay sitio suficiente. ¿Hemos de abandonar nuestros hogares y los hogares de nuestros padres para hacerles sitio? La suposición es tan monstruosa como ridícula.¿Puede alguien citar un solo caso en que una población asentada en un lugar desde hace 260 años se desplace de él para dejar sitio a sus primitivos moradores?».

Los Mairena llevaban en Gibraltar 240 años cuando fueron desterrados manu militari. El éxodo se dirigió a las ciudades más próximas entonces habitadas: Tarifa, Ronda, Estepona, Jimena, Castellar.Aunque la inmensa mayoría de la población se quedó en el llamado Campo. Los aledaños de la ermita de San Roque, a donde solían acudir en procesión, se convirtió en provisional campamento de refugiados. Sólo 47 vecinos (22 con sus respectivas familias) siguieron en Gibraltar, algunos ya genoveses.

Oficialmente la ciudad de San Roque quedó fundada en 1706 con los expulsados del Peñón. Aún se conserva el viejo pendón traído en la huida y la cédula real por la que se concedió, en 1502, el escudo a Gibraltar. Por eso San Roque y Gibraltar tienen iguales símbolos. Y allí tomó asiento también la familia de Beatriz de Mairena, hasta que mediados los años 20 se mudaron a Algeciras, donde participaron en la refundación de la ciudad.

Antes de la marcha de San Roque, Beatriz contrajo matrimonio allí, el 25 de febrero de 1722, con Miguel Valdés, oriundo de Tarifa. Tardaron siete años en tener a su hijo: Gaspar Valdés Mairena. Ya para entonces los últimos españoles habían sido expulsados de Gibraltar. La firma del Tratado de Utrech (1713) había acabado con las esperanzas que los exiliados tenían de regresar a sus casas y sus tierras. También en 1721 el rey inglés Jorge I incumplió su promesa de devolver la ciudad, que en varias ocasiones sería sitiada en fallidos intentos de reconquista.

Los Mairena, que durante siglos se habían dedicado al comercio por mar y por tierra, no dejaron nunca de apoyar la causa. Dos de sus descendientes aparecen como abastecedores de las tropas que años después, entre 1779 y 1783, protagonizan el llamado Gran Sitio de Gibraltar, bajo el reinado de Carlos III. En aquel asedio falleció el poeta y militar José Cadalso, enterrado con todos los honores en San Roque, un pueblo que hoy cuenta 23.000 habitantes y desde cuyos miradores los vecinos, los llanitos con «ll» expulsados, llevan 300 años llorando la gran Roca que corta, orillando el Estrecho, el horizonte de su viejo pasado.

Las dos Beatrices -la antigua y ésta, la niña- son eslabones de una cadena que enlaza inexorablemente a Gibraltar con su Campo.Ya son 91 las familias censadas por la asociación Herederos de Gibraltar. El último en llegar, Carlos de la Rivas Hidalgo, desdenciente de aquel don Juan Torres que fue alcade de la Roca en el siglo XV. «Aunque parezca imposible», escribió este verano el llanito Jesús Castro al entonces ministro español de Exteriores, «después de 300 años aún contamos historias que nos contaron nuestros viejos, y a éstos los suyos. Historia de la ciudad más prodigiosa que tuvo España...».


EL OBISPO Y LOS OTROS CURAS

El pastor que hoy conduce las almas de los gibraltareños, el obispo yanito Charles Caruana, no depende ni de ingleses ni de españoles.Sólo guarda obediencia a Roma. En 1772, el Vaticano, «sabio en cosas de diplomacia», ya tomó su particular decisión salomónica.Independizó Gibraltar de la diócesis de Cádiz pero no la entregó tampoco a la jurisdicción de los obispos británicos. Después pasaron los siglos y el minúsculo territorio se convirtió, en 1910, en el obispado quizás más reducido del planeta. Atiende en apenas seis kilómetros a 23.000 (de una población de 30.000) yanitos que siguen la religión católica por el rito latino.

Pero la historia de la Iglesia Católica en esta Roca bajo bandera británica desde 1704 está progagonizada también por sotanas españolas.Fue un sacerdote, el cura Juan Romero Figueroa, el último español enterrado en la catedral levantada sobre la antigua iglesia de Santa María de la Coronada. Murió en 1720 tras dejar manuscitas memorias de lo ocurrido en la Roca entre los años 1704 y 1714.«(...) i yo más aturdido que los demás por mi suma miseria, intenté irme, i estuve ya vestido de peregrino sin acordarme que era cura de esta iglesia, i que como tal debía primero consumir los sacramentos por quedar la plaza poseida de gentes de otra religión».

Fue también otro clérigo, su sucesor, José López de la Peña, tal vez el último español expulsado por los británicos, entre 1726 y 1727. «Fue llevado a la frontera, tras un enfrentamiento con el gobernador, escoltado por guardias a bayoneta calada», explica Caruana, obispo desde 1998. El incidente con el clérigo De la Peña comenzó por una excomunión a un vecino de origen genovés que el gobernador británico se negó a dar por buena. El pulso, entonces, lo ganó el inglés con su poder terrenal.



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