Domingo 29 de diciembre de 2002 - Número 376

PALESTINA | EL NUEVO MURO DE LA VERGÜENZA

El nuevo muro de la vergüenza

JAVIER ESPINOSA. Qalquilia (Cisjordania)
El recorrido entre la ciudad árabe-israelí de Um El-Fahm y la aldea de Khirbet e-Taibe no debería suponer más de cinco minutos en coche. Pero la carretera se detiene abruptamente. Grandes bloques de piedra clausuran la travesía. «Hay que seguir a pie», indica el chaval que se propone como guía. El periplo se realiza a través de barrizales interminables. Por el camino se cruzan los vecinos de la aldea que acuden a comprar a Um El-Fahm.

De repente aparece la obra: un simple esbozo de lo que será en breves semanas. Un cauce de tierra aplanada de varias decenas de metros que atraviesa el monte. Cuando el grupo se dispone a franquearlo surge una patrulla del Ejército israelí. Un militar obliga al reportero a detenerse a distancia. Otro observa metralleta en mano. Mediante signos insta al informador a levantarse la camisa. A girarse para comprobar que no lleva explosivos. «¡Soy periodista, no suelo llevar bombas!». Desvestirse se ha convertido en una suerte de ritual para los palestinos que se aproximan a los militares israelíes desde que surgió la figura del kamikace.

Una vez identificados resulta posible seguir. Khirbet e-Taibe no pasa de ser un mero villorrio de 2.155 habitantes. «Hasta 1948 sólo eran campos de cultivos para los agricultores de Um El-Fahm. Tras la guerra, algunos vecinos de la ciudad comenzaron a establecerse aquí, pero todo el mundo tiene familia del otro lado. Allí viven cinco de mis tíos. La vida de las dos comunidades está unida», proclama Mohamed Rashid, director de la única escuela del poblado.

Los residentes de Khirbet e-Taibe se apercibieron de lo que se les avecinaba cuando un día de octubre descubrieron en las paredes del pueblo unos mapas que les indicaban «a dónde se podía ir y a dónde no», precisa Rashid. «Entonces llegaron las excavadoras y comenzaron a arrasar nuestros campos. A tumbar árboles y olivos.¡El campo de fútbol de la escuela! ¡Sí, lo destrozaron porque quedaba en la línea del muro! Pretenden que el camino para las patrullas militares pase por aquí», dice mientras señala a las máquinas que laceran los terrenos a poco más de un centenar de metros del recinto educativo. En ese instante, un vehículo blindado atraviesa el lugar. «¿Tanques al lado de la escuela? ¿Qué clase de vida es ésta?», proclama abrumado.

El avance de los tractores es inexorable. La escuela de Khirbet e-Taibe, a la que acuden 241 niños, no es el único habitáculo afectado por la marcha de las obras. A escasas decenas de metros, las máquinas asolaron dos de las cuatro sepulturas que habían horadado allí los Aghbariya, uno de los clanes de la localidad.«Cuando los tractores comenzaron a excavar, los soldados nos impidieron acercarnos apuntándonos con sus armas. Al final conseguimos recuperar los restos de tres de las tumbas, pero los huesos de Miriam, mi hijita de un año, desaparecieron», aclara Adel Aghbariya.

En el mismo paraje se encuentra el domicilio de Khaled Aghbariya.Una casa que construyó él mismo hace 10 años en terrenos de su familia. Las huellas de las máquinas no se detienen hasta su puerta. «Los soldados dicen que mi casa está en medio del trazado y que a lo mejor tienen que destruirla. ¿Qué voy a hacer? ¿Dónde viviremos?», pregunta rodeado de sus siete pequeños.

Los Aghbariya no sólo podrían perder su morada. De momento Khaled ya ha pasado a engrosar las filas de los desempleados. La tierra que cultivaba, una parcela de 30 dunums (la medida local que equivale a 1.000 metros cuadrados), está ahora «del otro lado» de la línea divisoria. «No nos dejan pasar. Dicen que el terreno que han allanado es un lugar prohibido. Sólo sé trabajar la tierra y ya no tengo tierra», subraya con cierta desesperanza.

La conversación se acaba bruscamente. El agudo ulular de una sirena avisa del inicio de un nuevo toque de queda. Un jeep del ejército israelí comienza a recorrer las calles de la aldea exigiendo a sus moradores regresar ipso facto al interior de las casas mediante un altavoz. El reportero tiene que abandonar el lugar para no quedar atrapado. Los Aghbariya se encogen de hombros.«Así es nuestra existencia. Encerrados», apunta Adel.

Qalquilia. 50 kilómetros al sur de Khirbet e-Taibe. Una vez más el vehículo no puede continuar su recorrido. Las antiguas carreteras que permitían el acceso a la localidad desde el oeste y el norte han sido arrasadas por el trazado del muro. La única vía de entrada que queda ahora está también clausurada para el tráfico. Sólo se puede penetrar a pie. Hay que atravesar un pasadizo demarcado con vallas. Bajo la vigilancia de las torretas militares israelíes.Uniformados se parapetan en un pequeño recinto construido con bloques de cemento.

En esta población de 40.000 habitantes nadie conoce el título de la última película de Roman Polanski, El Pianista, pero todos utilizan la palabra gueto. Khalid Shanti, secretario de la Unión de Granjeros Palestinos, traslada en su coche al periodista hasta un promontorio desde el que se divisa casi toda la población.«Desde aquí puede usted apreciar muy bien la prisión que nos están construyendo», dice. Un muro espectacular de cemento que se extiende al oeste. Ocho metros de altura. El que dividía Berlín nunca superó los cuatro metros. El que reproduce Polanski en su filme, el mismo que sirvió para encerrar a 450.000 judíos en Polonia, rondaba los tres.

Las máquinas han establecido ya el recorrido de la valla que dictará los nuevos límites de Qalquilia. «Arrasan campos, sistemas de riego, viveros,.. En algunos lugares el muro pasa a 50 metros de las casas. Tiene trincheras de cuatro metros de hondo, alambrada de espinos... Están creado un gran gueto. Lamento decirlo, pero creo que los israelíes aprendieron este experimento de los nazis», afirma Shanti.

La pared de cemento se antoja descomunal cuando uno se acerca.Hay torreones de vigilancia cada 200 ó 300 metros. En las inmediaciones de la antigua entrada de Yalyulia, antaño la principal, el parapeto discurre junto a campos de repollo y al lado de ese grupo de niños que jugaba a los boliches. La ruta de Yalyulia termina en una suerte de tierra de nadie. Interrumpida por la tapia.Con los edificios y almacenes más próximos a la línea divisoria abandonados. «A esta parte no dejan acercarse. Hay riesgo de que te disparen», precisa el líder sindical. En el acceso de Tulkarem, donde se prodigan los viveros de flores, el camino desemboca en una monumental trinchera.

«El caso de Qalquilia es extremo. El 40% de la población depende de la agricultura y calculamos que el muro les arrebatará el 60% de sus campos, bien porque los destruya o porque estos quedarán del otro lado. También perderán 14 pozos. El 30% de sus recursos acuíferos», precisa Azem Bishara, abogado de la ONG palestina LAW, que intenta luchar contra la determinación israelí en los tribunales.

Los efectos del cerco parecen ciertamente devastadores en esta localidad. Según la Oficina Central de Estadísticas Palestina, hace dos años el paro en el distrito no superaba el 16%. «Ahora es del 70%. El objetivo real de todo este despliegue es que la ciudad se vacíe», acota el sindicalista.

El muro de Cisjordania. Una de las obras más ambiciosas que jamás diseñara la ingeniería israelí. Un sofisticado sistema de vallas inteligentes, cemento, trincheras, alambre de espino y puestos de vigilancia que deberá sellar los 350 kilómetros que separan los territorios israelí y palestino divididos por la llamada Línea Verde de 1967.

En su primera fase discurrirá a lo largo de 115 kilómetros. Desde la localidad palestina de Salem, al oeste de Yenin, hasta el asentamiento de Elkana. Un tramo que tendría que estar finalizado en julio de 2003. El coste de tan magna construcción: un millón de dólares por kilómetro.

El 21 de febrero, el primer ministro israelí, Ariel Sharon, dijo que la muralla debería permitir una «separación de seguridad» con los territorios palestinos ante la multiplicación de los ataques suicidas. Israel se inspira en la valla que rodea la franja de Gaza desde 1994, cuyo perímetro no ha podido franquear kamikace alguno desde el comienzo de la Intifada. Entre un 70 y un 80% de los israelíes apoyan la «separación».

«OBSTÁCULO TEMPORAL»
El gobierno israelí dice que se trata de un simple «obstáculo de seguridad temporal». Los palestinos lo apodan ya el «muro del apartheid». Un nuevo muro de la vergüenza. En realidad, por sus características técnicas, con el que guarda una mayor semejanza es con el que se edificó a partir de agosto de 1961 en Berlín Este. Como aquel, éste no es un simple cercado sino una franja de al menos 40 metros plagada de obstáculos y con vallas eléctricas de tres metros de altura.

La organización Btselem, en su descripción del sistema de barreras, incluía un camino frente a la verja que definía como «zona de muerte, y donde el acceso estará prohibido». Ironías de la Historia.Su homólogo de Berlín también disponía de un sector apodado «de la muerte» -entre dos muros- en el que cayeron al menos un centenar de personas.

«Aunque no está claro del todo, en este primer tramo sólo se prevén tres entradas principales: una en Qalquilia, otra en Tulkarem y la tercera en Barta'a», explica el abogado Bishara. Otra semejanza histórica. En Berlín había tres accesos: los famosos controles Alpha, Bravo y Charlie.

El diseño del muro sigue un trazado que en ocasiones semeja las contorsiones de una serpiente. Ello le ha permitido incluir del lado israelí al menos a nueve asentamientos del interior del territorio palestino. Los responsables del proyecto defienden que lo máximo que se adentran esas «desviaciones» en la zona palestina son cuatro kilómetros. «No es verdad. El 90% del proyecto se construye en Palestina. El efecto es terrible porque pasará por encima de parcelas agrícolas de las más fértiles. No expropian a los colonos. Sólo a los palestinos. Al final este muro supondrá la anexión (a Israel) de entre un nueve y un 10% de Cisjordania», advierte Bishara.

Las autoridades israelíes matizan el daño causado por la obra.El jefe ejecutivo de la construcción, el coronel retirado Netzah Mashiah, explicó recientemente en el diario Haaretz que los afectados por las confiscaciones podrían apelar y en cualquier caso percibirían una indemnización. «No hemos tocado ni una casa en toda la ruta», añadió.

Sentado en su despacho, Bishara esgrime la documentación de las casi 200 apelaciones de expropiados que prepara o ha presentado ya ante los tribunales. Su resultado es ciertamente magro: todos los reclamos han sido rechazados. «No aceptaremos indemnizaciones porque consideramos que esta medida es completamente ilegal.Una trasgresión más del ocupador», acota.

LLANTO CAMPESINO
Jayous. Otra pequeña población de 3.000 habitantes al este de Qalquilia. Aquí los campesinos palestinos descubrieron un día de septiembre un comunicado del ejército israelí colgando de sus olivos. El documento establecía una cita con un responsable militar. El uniformado se personó a la semana siguiente con un boceto del muro. «Se formó un gran tumulto. La gente gritaba: ¿pero qué pasara con mi tierra? ¿Se van a quedar con los campos? Hubo gente que lloraba», revela Omar Abdelkader.

Desde el «centro de emergencia» que han instalado varias ONG palestinas en esta localidad se aprecia el surco abierto por las máquinas. En la oficina de Abdullatif Khaled, el coordinador de la campaña anti muro, se agolpan los agricultores afectados.El panorama que dibujan resulta turbador. «Aquí el 80% de la gente trabaja la tierra. Más del 75% de los terrenos de la aldea quedarán del otro lado del muro. Lo mismo que los siete pozos que servían para regar los campos. Dejaremos de recolectar al año 250.000 cajas de naranjas, 200.000 cajas de vegetales y 70 toneladas de aceite de olivo», expone Abdullatif.

La partición que fijará la barrera entre aldeas y sus tierras de cultivo como en Jayous es quizás uno de los aspectos que mayor controversia provoca. El coronel israelí Dan Tirza, uno de los responsables de dibujar el plano de la valla, admitió recientemente que al menos 14 poblados quedarán aislados de sus campos y un mínimo de 70.000 dunums quedarán al oeste de la muralla. El mismo uniformado dijo que se planea habilitar 30 «puertas para granjeros» que permitirían llegar a estos hasta sus propiedades.

«¿Dónde estarán esas puertas? ¿Cuántas horas permanecerán abiertas? ¿Y los tractores, como pasarán?». Las preguntas del joven Mohamed Abdarof Khaled, de 21 años, no tienen respuesta alguna. Los 15 dunums que el padre de Mohamed adquirió en 1991 están ahora del lado israelí. «Mi padre compró estas tierras con el sudor de su sangre para que nosotros, sus hijos, tuviéramos un futuro.Ahora ese futuro se desvanece», señala.

ABSORBIDOS POR ISRAEL
Todavía resulta posible llegar desde Jayous a la cercana aldea de Khirbet Jabara, pero la línea del muro pasa exactamente por la carretera que las une. Jabara es diminuta. Poco más de 350 personas. Su suerte es todavía más incierta que la de Jayous.No sólo quedarán separados de sus tierras sino que la barrera los colocará en el territorio controlado por Israel.

Abu Raud Abdulrrahim Jabar, máximo responsable de Jabara, atesora la resignación que le han reportado sus 70 años de vida. Ataviado con el típico pañuelo palestino que le cubre la cabeza y sentado a las puertas de su casa, Abu Raud explica al visitante el «cataclismo» que, dice, se ha abatido sobre su villa. «La mayor parte de nuestros productos se vendían en Tulkarem. El profesor de nuestra escuela vive al este del muro y yo tengo a parte de mi familia allí.Los pozos también están del otro lado. Acabamos de construir un nuevo cementerio. Lo único que nos queda hacer es morirnos y enterrarnos aquí».

La situación de Jabara tampoco es única. Organizaciones como Parc o Btselem aseguran que al menos ocho aldeas con más de 11.000 habitantes serán engullidas por el muro, quedando en una situación legal indefinida. «No somos israelíes y no tenemos permisos para movernos por Israel, pero tampoco podemos regresar a Palestina», precisa Raud.

El viejo ofrece un plato de pepinos al informador y rumiando su preocupación concluye la conversación con una frase demoledora.«Dicen que buscan la seguridad. ¡Ni aunque construyan un muro hasta el cielo la conseguirán!».


¿A DÓNDE FUERON A PARAR ESOS OLIVOS?

Los reporteros del diario israelí Yedioth Ahronoth, el matutino hebreo de mayor tirada, se hicieron pasar por dos personajes deseosos de adquirir un buen lote de olivos. Fue entonces cuando el propietario de una de las firmas constructoras encargadas de erigir el muro les ofreció 100 a casi 245 euros por unidad.Los periodistas llegaron a encontrar en un vivero israelí un ejemplar enorme por el que se pedía 5.000 euros. La indagación permitió concluir al Yedioth Ahronoth que un número indeterminado de los olivos que son arrancados para abrir paso a la valla están siendo vendidos en el mercado israelí en lugar de devolvérselos a los agricultores palestinos.

El Ministerio de Defensa, responsable de las obras, ordenó una investigación interna en noviembre a raíz del artículo toda vez que el periódico sugería que el tráfico ilegal de olivos se producía con la connivencia de miembros de la administración militar israelí que se ocupa de los territorios palestinos. «Se paga a los contratistas para arrancar y replantar y no hay cláusula alguna que les permita comerciar con los árboles», señaló dicho departamento. «Nosotros hemos recibido una avalancha de denuncias en el mismo sentido especialmente en la zona de Tulkarem y Yenin», afirma Judeh A.Jamal, vicedirector general de los Comités Palestinos de Ayuda a la Agricultura (PARC). La oenegé palestina no dispone de cifras totales, pero calcula que «decenas de miles de árboles» serán removidos. En la aldea de Khirbet Jabara, Fuad Abdulrrahim Jabar, miembro de la familia más influyente de la localidad, afirma que «miles de olivos han desaparecido. Calculamos que más de 3.000. Hemos visto cómo los camiones israelíes venían a recogerlos.¿A dónde fueron a parar esos olivos? Sólo han devuelto 150 a sus propietarios». «No sólo se trata de dinero. Son olivos centenarios y al plantarlos en sus campos los israelíes pueden decir que tienen una historia propia», añade Fuad.



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