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 DIRECTORIO   Domingo 16 de Febrero de 2003, número 383
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TIEMPOS DE GUERRA
El imperio global
El nuevo libro que revela las claves belicistas del presidente George Bush
ROBERTO MONTOYA

El que sería más tarde uno de los presidentes más halcón de la historia estadounidense se valió, sin embargo, en su juventud, de los contactos de su influyente familia para ingresar como piloto de aviones F-102 de la Guardia Nacional Aérea de Texas, para poder eludir así su enrolamiento en el Ejército durante la guerra de Vietnam. Muchos años después, a mediados de 2000, cuando ya era candidato a la presidencia por el Partido Republicano, George W. declaraba «no recordar» que durante la guerra de Vietnam hubiera muchas protestas en Estados Unidos. Aunque había buscado la forma para evitar participar en ella, no lo hizo por un problema de conciencia como tantos miles y miles de jóvenes que se manifestaban en aquella época. George W. dejó claro que nunca firmó ningún manifiesto contra la guerra y que ni él ni ninguno de sus amigos había participado en las movilizaciones.


[...] Quién le hubiera dicho en ese entonces al joven empresario George W. que James Bath, el hombre con el que se asoció a finales de los años setenta para fundar la Arbusto Energy (o Bush Energy, ya que la palabra castellana arbusto se dice bush en inglés), representaba los intereses en EEUU del hermano de quien se convertiría tres décadas más tarde en «enemigo público número uno» de EEUU y del mundo occidental. Hermano nada menos que del «malvado» por cuya cabeza George W. ofrecería 25 millones de dólares, el «demonio» que un fatídico 11 de septiembre, el de 2001, arrasaría dos de los símbolos más importantes del poder económico y militar de su país, las Torres Gemelas y el Pentágono.


Porque George W. Bush tuvo como socio indirecto de su primera aventura empresarial, con la que fracasaría como en otras posteriores, a nada menos que Salem bin Laden, uno de los numerosos hermanos de Osama bin Laden. La relación indirecta del actual presidente de Estados Unidos con los Bin Laden, a través de su socio James Bath, no acababa allí. Bath mantenía también importantes negocios con el Banco de Crédito y Comercio Internacional (BCCI), la oscura entidad fundada en 1972 por el paquistaní Agha Hasan Abedi, que llegó a tener 400 sucursales en 73 países y terminó protagonizando en los noventa el mayor fraude bancario de la historia contemporánea conocido hasta ahora. La relación de Bath con el BCCI fue a partir de su amistad nada menos que con Jalid bin Mahfuz, cuñado de Osama bin Laden e hijo de Salin bin Mahfuz, el hombre que fundó en 1950 el primer banco de Arabia Saudí, el poderoso National Commercial Bank (NCB).


El NCB fue acusado por la CIA de haber cursado transferencias hechas por Osama bin Laden a grupos ligados a su red terrorista, Al Qaeda.


Al igual que los Bin Laden, los Mahfuz son originarios de la provincia de Hadramaut, en el sudeste de Yemen. Ambas familias, que ayudaron a la reconstrucción del reino, figuran entre las más influyentes de Arabia Saudí. Jalid bin Mahfuz pasó a controlar los negocios de Salem bin Laden en Houston, tras la muerte de éste en un accidente de aviación en Texas, en 1988, y mantiene desde hace años importantes negocios con el holding familiar de los Bin Laden, el Saudi Binladin Group -presidido por Bakr Mohamed bin Laden, el hermano mayor de Osama-, a través de la empresa de la que ambos son socios, la Saudi Investment Company (SICO). [...]



LA PRIMERA «YIHAD»

La URSS no contaba con que en Afganistán (en los años 80) iba a tener que hacer frente a una yihad contemporánea. Nunca habría podido imaginar que sería Estados Unidos quien lograría diseñar una compleja estrategia que no sólo comprendía su apoyo económico y militar a los muyahidin afganos. Washington lograría también que participaran en el conflicto como aliados suyos el más poderoso país fundamentalista islámico del mundo, Arabia Saudí, y el coloso asiático, China.


Washington, a través de la CIA, tuvo en realidad la oportunidad de llevar a cabo su gigantesca «operación encubierta» en Afganistán gracias a la inestimable ayuda de sus socios del Safari Club, creado en 1976.


En él participaban, en primer lugar, el creador original de esa criatura, el conde Alexandre de Marenches, jefe del Service du Documentation et de Contre-Espionage (SDECE, el servicio de inteligencia exterior de Francia); el jefe de los servicios de inteligencia del rey Faisal, Kamal Adham; el general Akhtar Abdel Rahman Khan, director del Inter-Services Intelligence (ISI), el espionaje paquistaní; los servicios secretos del sah de Irán, el proamericano Reza Pavhlevi; los espías de Anuar el Sadat y los del rey Hassan II. La existencia del Safari Club, que tenía como objetivo una actuación coordinada contra el comunismo en Oriente Próximo y Africa especialmente, sería descubierta posteriormente y desvelada por primera vez por un ex consejero del presidente Nasser, Mohamed Haseinine Haikal.


El Safari Club serviría pocos años después a la Dirección de Operaciones de la CIA de plataforma fundamental para llevar a cabo la parte más importante y difícil de la operación, el reclutamiento de decenas de miles de hombres fogueados en el combate y dispuestos a dar la vida en la «liberación» de Afganistán.


Así nació la primera yihad del siglo, una «guerra santa contra el ocupante infiel», cuyos combatientes forjarían una sólida red hermanada en la sangre y en una instransigente, excluyente y violenta interpretación del islam. En ella se enrolaron muchos jóvenes de madrazas (escuelas coránicas subvencionadas por Riad) de Afganistán y Pakistán -que en 1994 crearían el movimiento talibán- y miles de hombres provenientes de los más diversos confines de Oriente Próximo, el Golfo, de repúblicas de la propia URSS como Chechenia, de China Occidental, malasios y hasta filipinos que luego crearían en la islas del sur el grupo de Abu Sayyarf.


[...] Para Estados Unidos fue una gran victoria, pero también fue una victoria de la yihad, de la cual alardearían las decenas de miles de combatientes islámicos que intervinieron en ella, y entre ellos Osama bin Laden. La gigantesca y descentralizada red tejida por el millonario saudí, Al Qaeda, marcó en esa guerra un mojón, un antes y un después de ella. [...]



PETROLEO Y GAS

Para los primeros mandatarios norteamericanos, el Plan Nacional de Energía (PNE) ha sido siempre mucho más que una gran partida presupuestaria. Consideran que afecta directamente a su propia seguridad nacional y que tiene un papel clave en su política exterior. [...] «Si prosigue la tendencia actual», dice el informe del PNE, «de aquí a veinte años Estados Unidos importará casi dos de cada tres barriles de petróleo, y dependerá cada vez más de potencias extranjeras que no siempre toman en cuenta los intereses estadounidenses. En términos prácticos, esto significa elevar el consumo de petróleo importado en un 50%, de 24,4 a 37,1 millones de barriles (mdb) por día. Sin estas importaciones adicionales, al país le resultaría difícil en extremo sostener el crecimiento económico y alimentar su inmensa flota de automóviles, camiones, autobuses y aviones».


[...] Para Michael K. Klare, «Estados Unidos tendrá que gastar aproximadamente 2,5 billones de dólares en petróleo importado de aquí a 2020 -suponiendo que los precios se mantengan en su actual nivel moderado- más una suma comparable en gas natural».Este experto sostiene que para garantizar esas reservas, las empresas norteamericanas tendrían que trabajar conjuntamente con los productores extranjeros «y como muchos de esos productores están ubicados en zonas de conflicto e inestabilidad, el gobierno tendrá que brindarles apoyo en materia de seguridad, que en algunos casos puede implicar el despliegue de fuerzas de combate estadounidenses».


La concatenación de causas y consecuencias que hace Klare es clave para entender la íntima relación entre las necesidades energéticas de EEUU y su constante avidez en controlar los regímenes existentes en aquellas áreas del mundo donde se encuentran los principales países proveedores de oro negro y gas natural. Esas regiones son fundamentalmente el Golfo Pérsico y la cuenca del mar Caspio y, en menor medida, zonas de América Latina y Africa.


El control de esos preciados grifos justifica para EEUU en algunos casos el apoyo tanto a democracias como a dictaduras, y en otros casos una política de acoso y derribo de gobiernos; el fomento de rebeliones, guerrillas y las más sangrientas guerras. Sin tomar en cuenta lo que se juega en la petropolítica mundial es imposible entender muchas posturas de la política exterior de Estados Unidos desde hace más de un siglo.



Extractos del libro «El imperio global» (La Esfera de los Libros), del periodista y escritor Roberto Montoya





 
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