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 DIRECTORIO   Domingo 9 de marzo de 2003, número 386
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TURISMO / EN EL «ZOO» DE LAS MUJERES JIRAFA
No es tradición, es negocio
MEZCLA de centro comercial, zoológico humano y espectáculo turístico.Así son las dos aldeas del norte de Tailandia donde el periodista descubre el montaje: la tribu «padaung» es mantenida artificialmente por los operadores turísticos. ¿Se merecen las niñas la tara física que provocan los collares?
DAVID JIMÉNEZ. Nai Soi (Tailandia)
POR 10 EUROS AL MES. Matuu, (en primer plano), de la aldea de Nai Soi, cavila: «¿Quitarme el collar? Sin él mi cuello es muy feo, se quedará ahí para siempre». A sus 12 años sabe que su tribu vive del espectáculo. / DAVID JIMÉNEZ
   

Pasen y vean: Manee, 9 años, la niña jirafa. Pasen y vean: Nke, 12 años, barbilla siempre erguida, cuello de cisne y sonrisa de marfil. Pasen y vean cómo esta pequeña aldea de la tribu de los padaung se ha convertido en el último circo para turistas y negocio de desaprensivos. Exiliadas de un país donde no tenían para comer -Birmania- y amenazadas con la expulsión de su nuevo refugio de Tailandia, las mujeres del cuello de bronce no han tenido opción. «Son 10 euros la entrada», dice el taquillero que da acceso al espectáculo.


La pequeña villa de Nai Soi queda en la zona tribal del norte de Tailandia, cerca de la frontera con Birmania y entre selvas que hace unos pocos años eran vírgenes. El lugar ha sido transformado por los responsables turísticos de la zona y empresarios, que supieron ver un negocio abriendo esta especie de zoológico humano.El camino a través del bosque ha sido pavimentado, se ha construido una garita para cobrar la entrada y, muy cerca, hay un pequeño aparcamiento. Cada una de las cabañas de bambú y paja donde viven las mujeres y sus familias ha sido convertida en una tienda de recuerdos para turistas.


«Tenemos que vestirnos y alimentar a nuestros hijos, ¿qué otra cosa podemos hacer? Sólo obedecer lo que nos dicen», dice Mana, una joven de 23 años y madre de dos niños, que chapurrea el inglés y tres o cuatro palabras de español. «En verano, cuando hay época de lluvia, vienen los españoles», dice repitiendo las palabras que ha escuchado: «Hola. Gracias. Amigo».


Japoneses, alemanes, españoles o americanos, todos quieren ver cómo viven, qué comen, cómo hablan. Las mujeres jirafa de Nai Soi llegaron a Tailandia huyendo del hambre y la represión del Gobierno de Birmania hace tres años y medio. Los karenni, un subgrupo de la etnia Karen a la que pertenecen, llevan cuatro décadas luchando contra los militares birmanos en una guerra desigual en la que, por cada rebelde, hay al menos ocho soldados.Cansadas de la guerra, un día decidieron emprender la marcha.


Aquí, cerca del río Taton, construyeron sus pequeñas cabañas hasta que los funcionarios del Gobierno tailandés llegaron alertados por los vecinos. Les enseñaron papeles que no sabían leer en los que se decía que eran inmigrantes ilegales. «Nos dijeron que si queríamos quedarnos tenía haber algunos cambios», explica Mana. La aldea fue convertida en la última atracción turística de Tailandia y rebautizada con el nombre de Villa Karen de Cuellos Largos.


Los primeros turistas no tardaron en llegar y, cuando las agencias de viajes occidentales supieron del lugar, empezaron a ofrecer una visita a las mujeres jirafa en casi todos sus paquetes a Tailandia.


«¡Oh!, mira a ésa, pobrecilla, no puede mirar para abajo», dice una turista rusa entrada en carnes mientras dirige su cámara Sony hacia una de las cabañas donde se despereza una familia.«Es increíble», espeta otro grupo de visitantes italianos empujándose por lograr la mejor posición para apretar el gatillo. «Está siendo un gran año, cada vez viene más gente», confirma uno de los guías oficiales.

El destino de las padaung depende ahora de que mantengan los collares que las hicieron célebres desde que aparecieran en un reportaje de la revista National Geographic en 1979. Hubo un tiempo en que sólo las niñas nacidas en miércoles de luna llena podían llevar los adornos de bronce. Ahora que todo ha cambiado, y las padaung viven con el temor a ser expulsadas, las familias se ven forzadas a imponer el collar a todas las niñas desde que cumplen 5 años, cuando se les ponen los primeros aros, hasta tres kilogramos de peso.


Después se van añadiendo más aros hasta llegar a los 23, 24 y, en los casos más extremos, incluso 27, lo que hace que el cuello se estire 25 centímetros más allá de su tamaño normal. Los collares no aumentan la separación entre las vértebras, sino que oprimen la clavícula y la cavidad de las costillas hacia abajo, haciendo el efecto de los cuellos largos. Los aros no son independientes, sino espirales de bronce que se van sustituyendo por otras con más vueltas según las niñas van creciendo.


Los operadores turísticos, los dueños de los barcos que llevan hasta la zona a través de los ríos y los guías que viven del negocio son los encargados de vigilar que las dos aldeas padaung que hay en Tailandia tengan un suficiente número de mujeres jirafa para atraer a los visitantes. «A ésta de aquí se lo pusimos hace unos días, pero sufría mucho y después de una semana se lo quitamos», dice el guía Wroj señalando a la pequeña Majau, de 5 años. «En unos meses se los pondremos de nuevo, quizá entonces lo soporte mejor».


A tres horas de Nai Soi queda la otra villa de las padaung. Huay Puu Kaeng, escondida entre bosques de bambú y la ribera del río Pai, es el enclave más antiguo de mujeres padaung en Tailandia.Este primer grupo llegó de Birmania hace una década y también ha terminado formando parte del negocio turístico. Los dos pueblos atraen cada año a miles de turistas y se han convertido en el símbolo del turismo tribal del antiguo reino del Siam.


Los operadores de Huay Puu Kaeng pagan cerca de 10 euros al mes a las niñas que aceptan convertirse en futuras mujeres jirafa.El objetivo era aumentar su número y se ha logrado: han pasado de unas pocas decenas a más de un centenar. «Las más pequeñas son las que más atención atraen, todo el mundo quiere fotografiarlas y a algunas se les ponen los primeros aros cuando sólo tienen 3 años. Tan pequeñas y con los collares son máquinas de hacer dólares», admite Tan, un operador de origen chino.


TARAS IRREPARABLES

El daño físico es casi siempre irreversible: como casi nunca se quitan el collar, los músculos se atrofian y después de un tiempo el cuello ya no puede sujetar la cabeza sin el bronce.Deben dormir con él.


La pequeña Manee llegó con el resto de la tribu a Nai Soi hace tres años y medio. Cuando tenía 5 años le pusieron los primeros cinco aros, a los 7 le sumaron dos más y hoy, a pesar de tener sólo 9 años, ya tiene 17. El collar mantiene su barbilla siempre erguida y sus grandes ojos negros mirando hacia delante, sin apenas pestañear. Los responsables turísticos la han instruido para que sonría constantemente y se deje fotografiar en todo momento. Ella obedece y, rodeada de un grupo de turistas japoneses, se queda inmóvil mientras sujeta a uno de los bebés de la aldea.«Mi madre me ha dicho que los turistas traen dinero y que gracias a ellos podemos comer», dice la pequeña. «Si no hacemos lo que nos dicen nos devolverán a Birmania, allí no podríamos sobrevivir», asiente su madre.


Volver no es una opción para las minorías que logran escapar de Birmania, donde rige una de las dictaduras más brutales del mundo. En la propia Myanmar, como rebautizaron el país los militares en el poder, quedan una docena de aldeas con mujeres padaung, en el estado de Kayah, entre la localidad de Loikau y el lago Inle.


Los generales también han descubierto la atracción que este pueblo provoca en los turistas occidentales, y han comenzado a sacarle provecho. El Gobierno de Rangún aceptó hace algunos años alquilar a dos de éstas para que viajaran a Tailandia y promocionaran una cadena de supermercados. Empresarios de Japón o Taiwán han ofrecido dinero para llevárselas unos días y realizar promociones comerciales en sus países. La belleza de la mujer padaung, combinada con sus espectaculares cuellos de jirafa, bien podría servir para vender la última cámara de fotos. O quizá una marca de champú.


Es el final del viaje para una tribu que llegó a Birmania hace 2.000 años procedente del desierto de Gobi, en lo que hoy es Mongolia. Con el tiempo fueron desplazándose a las montañas de Myanmar oriental hasta verse atrapadas en las miserias de una dictadura empeñada en nacionalizar a sus grupos étnicos minoritarios.


Cuenta la leyenda que las mujeres padaung comenzaron a llevar los collares para protegerse de los ataques de los tigres, que mataban a sus víctimas mordiendo su yugular, aprovechando que los hombres se habían ido de caza. Otra versión explica que las mujeres empezaron a llevar los aros para evitar ser vendidas como esclavas, ya que el peso del bronce les hacía perder valor por su incapacidad para realizar tareas difíciles. Los antropólogos han llegado a una conclusión menos romántica: nadie ha averiguado con certeza científica el origen de la tradición, pero probablemente se trataba de adornos para hacer a las mujeres más esbeltas y distinguir la riqueza de las familias por la cantidad de aros que llevaban esposas e hijas. Todavía hoy, los cuellos metálicos significan dinero.


Para el Gobierno de Tailandia, que está tratando de erradicar de la mente de Occidente su fama como destino del turismo sexual, las mujeres jirafa se han convertido en un ingreso adicional.Las tiendas de Nai Soi venden un centenar de productos diferentes, desde fotografías de las mujeres bañándose junto al río, a muñecas jirafa, y desde esculturas a telas. El dinero de las ventas, que el Gobierno grava con un impuesto del 20%, ha servido para financiar la resistencia de la guerrilla karenni en Birmania y también para mejorar las condiciones de vida de las padaung.


La aldea cuenta ahora con electricidad y suministro de agua.En Huay Puu Kaeng, la mayor de las dos villas de mujeres jirafa, se ha organizado una pequeña escuela en la que se enseñan matemáticas y lengua tai a las niñas. «Hay gente que puede ver mal lo que hacemos, pero la realidad es que la vida de estas mujeres ha mejorado gracias al turismo y ninguna se marcharía de aquí voluntariamente», dice el guía Wroj, que ha llegado con una furgoneta cargada de turistas desde la ciudad de Chiang Mai.


«QUIERO SER ACTRIZ»

El dinero y el contacto diario con los turistas han cambiado para siempre las costumbres de estas aldeas. Matuu, una de las adolescentes de Nai Soi, pasa las mañanas maquillándose con el pintalabios que le regaló una turista americana. En su cabaña ha pegado pósters de modelos tailandesas y en la muñeca lleva un reloj Casio digital. «Me lo compré en el mercado con la propina de un turista. Yo, de mayor, quiero ser actriz», dice la joven mientras escucha música pop a través de un radiocasete, también regalo de un visitante. «¿Quitarme el collar? Sin él mi cuello es muy feo, el collar se quedará ahí para siempre», asegura.


El negocio ha cambiado también a algunos de los hombres, que han renunciado a trabajar y viven del dinero que producen sus mujeres.


Una búsqueda rápida en Internet ofrece cientos de ofertas de viajes desde todos los países del mundo para ver lo que un portal describe como «el mayor espectáculo tribal que se puede ver hoy día».


Muy pocos de los visitantes que llegan a Nai Soi parecen encontrar extraño que un pueblo tribal se haya convertido en una mezcla de centro comercial, zoológico humano y espectáculo turístico.Las mujeres jirafa son el extremo de una situación que se está dando en Africa, Suramérica y Asia: pueblos indígenas avasallados por un desarrollo que no les deja más opción que aceptar formar parte del nuevo sistema, o desaparecer.


En Nai Soi todo está en venta, incluidos los aros de bronce con los que las mujeres se cubren el cuello. «Es alucinante, una de las cosas más increíbles que he visto nunca. Y parece que están bien alimentadas, se las ve sanas», dice Domenico, un joven italiano en viaje de novios.


A las tres de la tarde la diminuta villa ha sido tomada por un centenar de turistas. Unos tropiezan con otros, los hay que entran en las cabañas y quienes merodean por la aldea tratando de hacerse fotografías con las mujeres jirafa en los lugares más exóticos.«Tienen 25 minutos, tomen las fotos que quieran», dice el guía de un grupo de franceses.


Sólo cuando cae la noche y los últimos visitantes se marchan, se puede apreciar algo de lo que una vez fue la vida de esas mujeres. Es el momento, por ejemplo, para calmar las llagas producidas por el roce de los aros en el cuello, utilizando una cataplasma hecha con tela de araña y harina de arroz. Los niños tienen permiso para llorar y las familias se reúnen para comer algunos vegetales y arroz. Algunas mujeres se ayudan entre ellas para quitarse por un momento los aros, ensanchándolos a la fuerza para subirlos por la cabeza. El cuello descubierto se rodea con una toalla para que no se doble y entre todas limpian los aros restregando limones sobre el metal antes de volver a ponérselos.


«Echo de menos los días en que los hombres nos veían más bonitas con los aros. Ahora a muchos, tras haber vivido en Tailandia, ya no les gustan. Pero es demasiado tarde para pensar en eso», comenta una anciana de piel arrugada mientras fuma.


Para los mayores de la tribu, son días de desconcierto. Su esperanza siempre ha sido volver algún día a Birmania para vivir como antaño.De ahí que traten de mantener los matrimonios entre los miembros de la tribu y limiten el contacto con la población tailandesa.Lata, uno de los hombres de la villa casado con una mujer jirafa de 24 años, asegura que le gustaría que sus dos hijas, de 2 y 3 años y medio, pudieran elegir si quieren o no llevar los collares.«Se trata de una decisión que se toma cuando son pequeñas y después no se puede cambiar, es para siempre. Pero si las nuevas generaciones no llevan el collar, los turistas dejarán de venir y no tendremos dinero para comer», se lamenta.


Pasen y vean: el espectáculo está, por ahora, garantizado.




 
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