Un suplemento de EL MUNDO  Un servicio de 
 DIRECTORIO   Domingo 16 de marzo de 2003, número 387
Portada
Números Anteriores
 OTROS SUPLEMENTOS
Magazine
Crónica
El Cultural
Su Vivienda
Nueva Economía
Motor
Viajes
Salud
Ariadna
La Luna
Aula
Campus
 OTROS MUNDOS
elmundo.es
elmundodinero
elmundolibro
elmundoviajes
elmundodeporte
elmundosalud
elmundovino
medscape
elmundomotor
Emisión Digital
Metrópoli
Expansión&Empleo
Navegante
mundofree
elmundo personal
juegos: level51
elmundomóvil
 
El 'no' de los veteranos
Son la voz de la experiencia. Cinco estadounidenses que combatieron en la Guerra Civil española, en la II Guerra Mundial, en Corea, en Vietnam y en el Golfo Pérsico. Nadie sabe mejor que ellos lo que es matar para no morir. Y todos declaran a CRONICA que no hay razones para esta nueva locura
MARIA RAMIREZ / Nueva York
Gideon Rosenbluth, soldado en la II Guerra Mundial
   

«La guerra es sólo un fraude. No es lo que la mayoría de la gente cree. Sólo la conoce el pequeño grupo que está dentro. Se lleva a cabo en beneficio de muy pocos, a expensas de las masas. (...) Yo ayudé a hacer de México un país seguro para los intereses petroleros americanos, en 1914. A que Haití y Cuba fueran lugares decentes para que los chicos del National City Bank sacaran beneficios.A violar media docena de repúblicas centroamericanas por los intereses de Wall Street. A purificar Nicaragua para el banco internacional de los Brown Brothers, entre 1909 y 1912. A que la República Dominicana sirviera a los intereses de las azucareras americanas en 1916. A que Standard Oil se abriera camino en China sin problemas. (...) Yo era un gángster del capitalismo. Mirando hacia atrás, siento que podría haber dado a Al Capone unos cuantos consejos. Él extendió el fraude a tres distritos. Yo a tres continentes».


Éstas no son las palabras de ningún pacifista, sino el discurso del mayor general Smedley Butler en 1933, después de 34 años en los marines. Como Butler, los más de 25 millones de veteranos que hoy viven en Estados Unidos son una casta aparte, con su propio Ministerio para gestionar beneficios de más de 56.000 millones de dólares al año.


Además de una protección social que no tiene el resto de ciudadanos en el país donde el Estado del Bienestar es un lujo, los veteranos de guerra constituyen un lobby político. Después de todo, es una nación donde el patriotismo ligado a los uniformes -ya sean de camuflaje, policía o bombero- es el valor que aúna a la mayoría de sus casi 300 millones de habitantes. La palabra de un veterano contra la guerra, como la del mayor general Butler, vale más que cualquier manifestación. Si en 1933 su discurso era una excepción, hoy los veteranos pacifistas tienen un gran foro para protestar.La asociación Veteranos por la Paz, fundada tras la guerra de Vietnam, tiene 5.000 miembros. «Nosotros sí que sabemos de qué hablamos», dice David Cline, portavoz de este grupo y veterano de Vietnam.


«Hasta que la Administración americana demuestre claramente que Irak o cualquier otra nación supone un peligro claro e inmediato para nuestro país, nos oponemos a cualquier acción militar preventiva y unilateral», se lee en un documento que las asociaciones de veteranos contra la guerra están distribuyendo por Internet.La gran convocatoria es hoy domingo, en Washington D.C., frente al monumento en memoria de los caídos en Vietnam.


Los veteranos se están moviendo más que nunca, entre cosas porque el presidente ha pedido «sacrificios» económicos también por su parte, es decir, recortar los extensos beneficios del sistema que, en la práctica, funciona como el Estado del Bienestar estadounidense.


De hecho, los beneficios económicos que disfrutan veteranos y militares en activo no tienen comparación con ningún otro sector.Y ofrece una vía rápida para avanzar en la escala social. Por ejemplo, la unidad ROTC, presente en la mayoría de colegios y universidades, que financia los estudios en los mejores centros a cambio de que los candidatos se alisten en el Ejército.



VENTAJAS EN DOLARES

Es el caso de Evelyn Williams. Su familia en Carolina del Norte no podía pagarle la carrera de Pediatría. Sus ilusiones se quedaron en suspenso después del instituto, hasta que un día, ya casi treintañera, vio un anuncio de la Fuerza Aérea. Nadie en su familia había tenido relación alguna con los militares, pero en las imágenes de aquella publicidad, había mujeres afroamericanas de Carolina del Norte, trabajando en electrónica, medicina y biología. «Ésa soy yo, ésa soy yo», exclamó entonces. Pocos meses después, estaba en uno de los mejores centros, Cornell University, estudiando Pediatría. Tras conseguir su título, le faltaba la segunda parte del trato. Los 18 años siguientes se dedicó a cumplirlo, dedicando sus conocimientos técnicos a los militares en Panamá, Puerto Rico y el Golfo.


Aunque Evelyn defiende que aquélla fue una «buena experiencia» y sus cuatro hijos están siguiendo sus pasos, no cree que invadir Irak sea ahora una solución razonable. «Es muy peligroso para las tropas, no tienen ni idea de las armas biológicas que van a afrontar. No entiendo por qué no formamos una coalición de fuerzas especiales que se deshaga de Sadam Husein. No tenemos que meternos en esta guerra».


Los beneficios para el bolsillo y la educación pueden ser muchos.La psique es otra historia. John Dulinsky, veterano de Somalia, trabaja ahora como policía en Carolina del Sur, pero desde hace 10 años tiene insomnio y sufre ataques de pánico: «Desde Somalia soy una persona diferente. ¿Cómo puedes matar a un hombre y que el Ejército no te ofrezca ninguna ayuda después?».



MOE FISHMAN / GUERRA CIVIL ESPAÑOLA / 1936-1939 / Voluntario internacional que combatió junto a los republicanos

Moe Fishman da lecciones de historia y vida a quien quiera escucharle.Tiene 87 años, habla y camina deprisa, siempre muy erguido e impecable, es un lúcido orador y se le da bien posar para las fotos. Le gusta sentarse en la primera fila y organizar a sus compañeros. Dirige una asociación de veteranos de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Civil española, y colabora en los archivos históricos de la Universidad de Nueva York. Simplemente, no para.


Su bandera azul con el símbolo de la Brigada Lincoln tiene tantos años como la guerra española, cuenta mientras le quita las gomas y la desenrolla rápidamente, aunque con cuidado -no se puede estropear, es su tesoro de los tiempos en los que combatió por la República, de los tiempos en los que creía que luchar, en el campo de batalla, era la única forma de vivir.


Muchos de sus compañeros veteranos ni siquiera conocen vagamente la Historia de España, pero Moe está dispuesto a aleccionarlos en cualquier momento y en cualquier circunstancia. Basta una pregunta para que empiece a hablar de aviones, estrategias, fuerzas lejanas, localizaciones, de Brunete y Tarazona, o de los 45.000 voluntarios internacionales que luchaban a favor de los republicanos.

«La aportación más grande de España al siglo XX fue su resistencia contra el fascismo, aunque los españoles no lo supieran», explica Moe veloz, como siempre, sin dejar lugar a dudas, también como siempre. En el año y medio que estuvo en España, fue herido dos veces y estuvo a punto de morir, pero, entonces, sentía que ésa era su única razón de ser. «Mientras tanto, ¿qué hacía mi Gobierno? No sólo no nos ayudaba, sino que nos obstaculizaba».


Pero Moe era un veinteañero romántico, y la ilusión sustituía la falta de apoyo: su país estaba lejos y creía estar haciendo lo que debía, por encima de todo. «Además sabía que en 1936 muchos americanos estaban con nosotros. Mi gran decepción fue cuando los aliados no lucharon contra Franco, y cuando en el 59 empezó la luna de miel de América con la dictadura».


Ahora, el veterano elegante quiere concentrarse en el presente.Su fuerza y sus ganas de revolucionar lo establecido siguen intactas al servicio de su último cometido: unir a los veteranos en un lobby potente contra la guerra de Irak. «Nos falta organización conjunta», lamenta, agitando su cabellera blanca mientras defiende su tesis.


«En teoría, Naciones Unidas fue creada para evitar todas las guerras; ahora no son capaces ni de detener una. Después de 60 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial, la ONU nació para frenar la masacre. ¿Es que no hemos aprendido nada?». Parece que a muchos les falta todavía por escuchar la lección de Moe.«Estados Unidos sólo quiere tener otra base en Oriente Medio.Al Qaeda no está ligada con Sadam, ni él representa un peligro real, como el fascismo en mi época».


Antes de la guerra de Vietnam, su mensaje crítico no funcionaba.El lema oficial era «con mi país, se equivoque o acierte». Tras la derrota física y moral, el lema entre los veteranos cambió de rumbo, más en la línea de Moe: «Todo por corregir a mi país cuando se equivoque, y defenderlo cuando acierte».



GIDEON ROSENBLUTH / II GUERRA MUNDIAL / 1939-1945 / Luchó con los aliados en Argelia, Italia, Francia y Alemania

En el piso 20 de un rascacielos cerca del Empire State, Gideon Rosenbluth abre una carpeta de cuero negro. Sonríe y observa atentamente al espectador mientras desdobla un papel marrón descascarillado escrito a máquina. «16 de marzo de 1943. Norte de Africa: el mal tiempo ha dificultado todas las operaciones. El patrullaje sigue en las zonas del norte y centro, mientras en la costa sur, el Ejército británico está consolidando sus posiciones», se lee en la hoja del boletín militar americano que despliega junto a sus fotos y medallas de la Segunda Guerra Mundial.


Sesenta años después, espera en una sala de conferencias aún vacía a que comience una reunión de Veteranos por la Paz... pero en ese instante, Gideon está orgulloso de su guerra, de los dos años y medio que estuvo en Argelia, Italia, Francia y Alemania combatiendo contra el fascismo. En realidad, dice él más tarde, de lo que más satisfecho está es de haberse manifestado por los derechos laborales en los años 30 y de haber permanecido fiel al sindicalismo toda su vida.


«Al final, sólo quería volver a casa. Me intentaron chantajear haciéndome oficial para que me quedara en Berlín después de que se firmara la paz. Pero yo dije que no. Aquello era un fraude, estaban utilizando a los nazis para ocupar Alemania, porque los soldados aliados ya no podíamos más», cuenta Gideon. Además, como judío, ya había sufrido suficientes dosis de angustia en Berlín.


«Muchos de los que sobrevivieron a la guerra regresaron locos.Estos chicos que van a Irak no lo saben ahora, pero la mayoría volverán psicóticos y el Ejército no les ayudará». Se sentirán olvidados, como él cuando acabó la guerra. Había contraído la malaria -«aún está en mi sangre», explica- y estuvo durante más de dos meses en el hospital. La pensión por enfermedad era mínima, y la poca simpatía que tenía al Gobierno antes de marcharse, aumentó a su regreso a Nueva York. «La policía en Washington disparó una vez sobre los veteranos manifestantes», dice de pronto Gideon, a quien, a pesar de todo, le gusta abrir su cajita con las medallas al mérito. Enseña contento todas menos una: la del buen comportamiento. «Si tienes esta medalla, significa que no creas problemas, que eres pasivo, así que no me gusta nada», bromea.


En la reunión de Veteranos por la Paz, Gideon toma notas rápido, algunas en sus papeles con 60 años de antigüedad o en el reverso de sus fotos. Levanta la mano continuamente, y siempre tiene una opinión filtrada por su experiencia. «En Irak se van a morir con esos equipos en el calor del desierto. Cuando estuve en el norte de Africa había 40 grados centígrados, y sé lo que me digo».


Gideon se mueve despacio con la ayuda de un bastón metálico mientras pasea por el sur de Manhattan, a pocas manzanas de donde nació hace 83 años. Sin embargo, aguantó de pie durante horas a 10 bajo cero en la protesta contra la guerra del 15 de febrero en Nueva York, y este fin de semana tampoco se ha perdido la de Washington. Tiene debilidad por las manifestaciones, y no le importa dormir en el suelo de una iglesia con tal de participar.Le recuerdan que sigue siendo él, un veterano con muchas ganas de «molestar».



MIKE PAHIOS / GUERRA DE VIETNAM / 1964-1975 / Murieron 58.000 «proscritos» como él

Sus padres habían llegado desde Grecia una década antes de que él naciera. Eran gente trabajadora, hogareña y sin asomo de emoción, en su mundo limitado de Carroll Gardens, el barrio obrero de Brooklyn. Pero, aunque fuera correteando por aquellas desconchadas calles, su ilusión por ser un vaquero bueno como John Wayne -al que admiraba- lo cambiaba todo.


Tenía 19 años cuando se alistó en los marines. «Era el cuerpo más duro, y me pareció lo más noble que podía hacer; aún hoy me lo sigue pareciendo», cuenta Mike. En 1969, lo mandaron a Vietnam y en nueve meses cambió su vida. Nunca pensó que John Wayne pudiera sentir «tanta rabia, miedo, sed de venganza y angustia a la vez». La única idea que tenía en la cabeza era la supervivencia, poder regresar.


Volver a casa significaba ser un héroe, conseguir un buen trabajo y formar una familia. En teoría, porque la realidad era otra.A la vuelta, se convirtió en un villano denostado por la opinión pública que, por primera vez en la Historia de Estados Unidos, se movilizó masivamente por la paz. Durante meses, Mike vagó por su barrio solo; sus padres habían muerto, muchos de sus amigos le reprochaban haber ido a esa guerra, y sufría estrés postraumático cuando ni siquiera se había inventado la expresión. «Yo recibía órdenes y sólo hice mi trabajo», dice frente a una reproducción del Guernica en casa de un amigo veterano. Mike al menos había vuelto, no como sus 58.000 compañeros fallecidos. Al final, la salida de su callejón personal fue la organización Veteranos por la Paz.


Hoy sigue viviendo solo en Carroll Gardens, donde ahora habitan los brokers del sur de Manhattan. «Son unos esnobs», se queja, «ésa es la gente que quiere otra guerra. Todos los que no han estado en ninguna, como Bush, Cheney o Giuliani». El único móvil es, para Mike, el petróleo: «No tiene nada que ver con el 11-S, y la guerra acabará con la vida de los de siempre, los hijos de los pobres».


Según él, el problema es que los medios no critican la intervención de Estados Unidos en Irak, Colombia o Filipinas por culpa de la «autocensura», que también reprocha a la NBC, la cadena de televisión donde trabaja como documentalista. «Es muy fácil sentarse frente a la tele y decir que la guerra está muy bien. No creo que la gente opinara eso si tuviera que mandar a sus hijos».


Desde hace meses, Mike ha vuelto a tener pesadillas. Cada vez que su país entra en guerra, duerme mal, está irritado y discute en el trabajo. Las imágenes de gritos y miedo se vuelven a mezclar en su cabeza. Y John Wayne sigue sin aparecer.



MICHAEL MCPHEARSON / GUERRA DEL GOLFO / 1990-1991 / Ahora es un crítico moderado del belicismo

Michael McPhearson creció en Fort Bragg, una pequeña ciudad de Carolina del Norte que vive de su base militar. Desde niño, veía cómo los hombres y mujeres que vestían traje de camuflaje se ganaban el respeto de la comunidad, sin importar el color, el estatus o el sexo. Su madre le aleccionó para ser un patriota y servir a su país.


Patriotismo y trajes de camuflaje: para él no parecía haber otra alternativa y, con 17 años, cumplió su misión. «Así me convertí en un hombre, aprendí disciplina, autocontrol y respeto, era lo que necesitaba», explica. Tras 10 años viviendo esa disciplina, le tocó ir al Golfo, desde el principio de la guerra. Recuerda esos días envueltos en una nebulosa. Después de tres semanas de entrenamiento en el desierto del Mojave, incomunicado por completo, volvió al mundo «real» y se enteró de que Irak había invadido Kuwait. Al instante, su preocupación fue despedirse de su hijo, que tenía 6 años. «Me gusta leer los periódicos y sé donde está el petróleo. Por eso supe que íbamos a entrar».


Los recuerdos de Michael son imágenes desperdigadas en un flash turbio que va y viene. Una de las escenas que más nítidas tiene es cuando hacía de vigía nocturno y se ocupaba de que la tropa no se durmiera. «Llevaba una máscara antigás y me encargaba de despertar a los soldados; imagínate qué susto al despertar...».


Está convencido de que hizo bien su trabajo. Pero también de que la responsabilidad está en los ciudadanos, que deben «elegir bien a sus presidentes para que no nos manden a guerras sin sentido», como, según él, es la de Irak. «Cuando me preguntan si había motivos para la primera, sólo puedo decir que fui educado para seguir órdenes y como tal cumplí mi misión».


Pero el Golfo le saturó de belicismo. Dejó el uniforme y volvió a la vida civil. Por primera vez, conoció otro mundo, que, para él, era sorprendentemente extraño. Sin reglas, sin respeto, sin confianza, y más racista que el Ejército. «Tuve un montón de trabajos horribles», cuenta animado quien, a sus 38 años, trabaja como activista contra la discriminación en Nueva York. Tiene una página web que promueve la «conversación» para la paz, y en las últimas semanas ha participado en varias marchas antibélicas.


«No defiendo la paz a cualquier precio y por encima de todo, pero sí quiero saber por qué, cómo y para qué tenemos que luchar.Debemos tener en cuenta el miedo que tiene la gente. Pero esta guerra no es la solución», dice. Su hijo, que ya tiene 18 años y vive en Fort Bragg, se va a alistar. «Creo que le está pasando lo mismo que a mí».



STUART EDWARDS / GUERRA DE COREA / 1950-1953 / Marginado por su propio bando por ser negro

Cuando el presidente Harry Truman decidió desplegar las tropas americanas en Corea del Norte en 1948, también se convirtió en partidario de la igualdad entre negros y blancos. Al menos para morir en la guerra. El Ejército de Estados Unidos ya no podía funcionar sin alistar afroamericanos. Dos años después, quedarían integrados en la mayoría de las unidades.


Uno de aquellos soldados negros era Stuart. Tenía 20 años y vivía en Harlem con su familia, todos inmigrantes de Jamaica. Para él, cuando luchaba por sobrevivir en su barrio, ir a la guerra era la última condena que le faltaba.


«Antes de que me cogieran para primera línea, decidí hacerme voluntario en la Fuerza Area, sabía que a esos los mandaban a Japón», dice Stuart, que ahora tiene 72 años y habla poco de su experiencia en los encuentros de veteranos. «Soy nuevo aquí, me he dedicado a otras cosas en mi vida, como a combatir el racismo».


El Ejército estaba teóricamente unido durante la guerra de Corea, pero Stuart pronto se encontró con un muro de discriminación.A los ojos de sus superiores, él no era un igual respecto a sus compañeros blancos. En 1951, 32 afroamericanos de su división fueron condenados por tribunales militares con procedimientos irregulares: algunos de los acusados estaban hospitalizados durante el juicio, otros ni siquiera tenían la edad necesaria para ser juzgados.


«Aquello fue una pesadilla. Al final, yo también me enfrenté a un oficial, fue mi primera victoria», cuenta Stuart, que se negó a que los nombres de los soldados negros estuvieran en una lista aparte de los blancos.


De nuevo en Harlem, Stuart no pudo retomar su vida como si nada hubiera pasado. Por ello se dedicó a la causa de los derechos raciales. Si él había logrado que todos los soldados estuviesen en la misma lista, oponiéndose al propio Ejército, todo era posible.


La guerra de Corea, en la que murieron 35.000 americanos, se conoce como «la guerra olvidada». Pero este ex combatiente prefiere no olvidarla, recordarla como lo que fue para él: el comienzo de su batalla personal contra la discriminación.


Ahora, cree que las cosas han mejorado, pero su impresión es que «el gran mandamás blanco sigue enviando a Irak a los soldados negros que no tienen alternativa». Él, por hacerse voluntario, tuvo que resistir cuatro años. Los de ahora, dice, «también resisten, tal vez por otros motivos, como pagarse los estudios o ascender en la escala social».




 
  © Mundinteractivos, S.A. - Política de privacidad
 
  C/ Pradillo, 42. 28002 Madrid. ESPAÑA
Tfno.: (34) 915864800 Fax: (34) 915864848
E-mail: cronica@el-mundo.es