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 DIRECTORIO   Domingo 13 de abril de 2003, número 391
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MORIR POR UNA NOTICIA / AFRICA OLVIDADA
Donde el petróleo es una maldición
LAS RESERVAS de crudo del Delta del Níger sólo han servido para hacer más pobres a los pobres en Nigeria. Es el sexto exportador mundial, pero el 45% de la gente padece carestías
MUYIWA AKINTUNDE. Lagos

No es extraño verlo a orillas del Níger, en la zona del Delta.Un niño, de no más de 9 años, vuelve a casa con su calabaza hueca a cuestas. En ella no lleva agua potable sino algo acaso más común en la costa sudeste de Nigeria, petróleo. Lo acaba de coger del agujero de un oleoducto del que mana en abundancia.


Cada año se denuncian más de 200 casos de sabotaje similares.La mayor parte de los 5.000 kilómetros de oleoducto del país que unen los pozos con las refinerías se instalaron en los años 70 y hoy están herrumbrosos y oxidados. Perforarlos es extremadamente sencillo. De manera que, empujados por la pobreza y desconocedores de la catástrofe ecológica que están provocando, centenares de nigerianos se dedican a reventar los conductos del oro negro, a veces previo pago. Un agujero algo más grande que ése, de medio metro de diámetro, abierto por los habitantes de una aldea próxima a la ciudad petrolera de Warri, causó en 1998 el vertido más grave de los últimos 20 años en el país. Nada cambió. En el Ministerio de Medio Ambiente se apilan decenas de proyectos ecológicos dejados a medias. Para reactivarlos se necesitarían alrededor de 11,2 millones de dólares.


Por paradójico que suene, para Nigeria, el sexto mayor productor de la OPEP, el petróleo es más una maldición que una bendición.Exporta más de dos millones de barriles diarios, gracias a los cuales obtiene el 80% de sus ingresos en la balanza de pagos.Pero muy pocos de los más de 5.000 millones de dólares con que anualmente países extranjeros pagan el petróleo nigeriano van a paliar las necesidades acuciantes de ese 45% de la población que vive por debajo de la línea de pobreza. Los lugares más miserables de Nigeria son los pueblos en cuyos términos se extraen el crudo y el gas natural.


Su situación parece cada vez más desesperada. La expansión de las plantas petrolíferas y los continuos vertidos están acabando con la pesca y las formas de agricultura de las que hasta hace unas décadas se vivía en el Delta del Níger.

Uno descubre por el olfato que está llegando al Delta. Según se alcanza la zona, la atmósfera se revela cargada con el irrespirable escozor de los vapores del petróleo. Es posible que nunca lleguen a cuantificarse los daños a la vegetación de la zona producidos por la quema constante de gas y por los vertidos.


Recientemente, el Tribunal Superior de Port Harcourt, la capital de la región, condenó a la empresa angloholandesa Shell a pagar 32 millones de dólares a determinadas poblaciones por daños ecológicos.La sentencia está recurrida y quizá Shell nunca llegue a pagar o logre reducir sobremanera la indemnización.


Con parecida impunidad operan la norteamericana Chevron Texaco, la francesa Totalfina Elf, la italiana Agip... Frecuentemente, las petroleras compran el silencio de los jefes tribales, que viven notablemente mejor que la mayoría de los nigerianos. También consiguen que el Ejército nigeriano vigile sus instalaciones y es habitual ver a escuadrones militares escoltando en lanchas a sus trabajadores río abajo.


Frente a ellos, son ya muchos los mártires caídos por reclamar los derechos de los pobladores del Delta. El más destacado de ellos, el dramaturgo Ken Saro-Wiwa, solía decir que cada llamarada de las chimeneas de las plantas petrolíferas era peor que un millón de tubos de escape. Fue asesinado por la dictadura militar que seguía rigiendo Nigeria hace ocho años y todavía hoy las gentes del Delta celebran un día anual en su memoria.


La llegada de la democracia no ha servido para acabar con la violencia en la región. Aún están calientes los 75 cadáveres -65 civiles y 10 militares- que dejaron las revueltas populares en la zona hace menos de un mes. En tres días de conflictos Nigeria dejó de producir 622.500 barriles de petróleo cada día. Es decir, más de 56 millones de dólares. Shell, Chevron Texaco y Totalfina Elf han suspendido la producción allí y han evacuado momentáneamente la zona.


El fantasma de la falta de aprovisionamiento de combustibles, que ya revoloteó durante la dictadura militar, se ha vuelto a extender por toda Nigeria en las últimas semanas. El lamentable estado de las cuatro refinerías existentes en el país, que han padecido el olvido de los regímenes militares del pasado, ha obligado a importar combustibles. Vender petróleo para comprar gasolina, un trágico sinsentido.


Entretanto, continúan los sabotajes. En un país en el que la renta per cápita no pasa de unos escuálidos 360 dólares anuales, los sueldos de los trabajadores del sector petrolero constituyen la envidia de sus compatriotas.


Aun así, son los propios obreros los que boicotean la producción a la menor oportunidad que tienen. Sus salarios son miserables y sus viviendas inhabitables si se las compara con las de sus compañeros de trabajo extranjeros. Es el último ingrediente para terminar de emponzoñar la crisis petrolera de Nigeria.


Muyiwa Akintunde, periodista nigeriano, es el editor para Africa Occidental de la revista Africa Today




Otra matanza más

Congo. Los Lendu, tribu granjera, eligieron el 3 de abril para, de madrugada, bajar al pueblo de Drodro y a otras 14 aldeas veninas, y pasar a machete o ajusticiar con escopetas de caza a 966 personas -un tercio de los muertos en las Torres Gemelas-de la etnia Hema, de tradición pastora. Es la República Democrática del Congo, el antiguo Zaire, un país de 52,5 millones de habitantes que no merece la atención pacificadora de ningún Tridente del Bien.La masacre sucedió en la provincia de Ituri, al noroeste del país. Bajo las tierras que disputan hemas y lendus para sus pastos y granjas hay minas de oro, diamantes y otros metales preciosos, además de petróleo en el lago Albert Basin.


Lo que el Gobierno congolés de Joseph Kabila (hijo del asesinado Laurent-Désiré, que puso fin a la larga dictadura de Mobutu Sese Seko tras el levantamiento de 1996 para instaurar un régimen igual de salvaje) considera un conflicto tribal por el control de unas tierras es, más bien, el juego suicida de peones inspirados por las armas y el dinero de grupos político-económicos que enconan las diferencias étnicas para hacerse con el control de la rica provincia.


Ituri se convirtió en epicentro del secular conflicto interétnico congolés en agosto de 1998 (en vida de Kabila padre), cuando los gobiernos de Ruanda, Uganda y Burundi armaron a las guerrillas contra el régimen de Kabila (éste contaba con la alianza de Angola, Namibia y Zimbabue).


Tres millones de congoleses han perdido la vida desde entonces a causa de la violencia, la malnutrición y enfermedades, según denuncia Amnistía Internacional en un informe publicado en marzo de este año sobre la situación en el país. Ya advertía entonces de un «desastre incontrolable» y recordaba que el Consejo de Seguridad de la ONU (pasiva también en este caso) publicó ya había identificado a una «red de elite» formada por militares ugandeses, hombres de negocios y líderes de grupos armados congoleses dispuestos a ejercer un control monopolístico sobre la apetecible región.


 
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