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 DIRECTORIO   Domingo 25 de mayo de 2003, número 397
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DENUNCIA / TABAQUISMO ASESINO
Veneno por todos los poros
«AHORA SÉ por qué el guía no me deja abrir la ventanilla», escribe el periodista de CRONICA desde un apartado punto de Argentina con el récord de deformaciones por pesticidas en Sudamérica. Phillip Morris sabe que el compuesto que utilizan es nocivo
RAMY WURGAFT. Misiones (Argentina)
FAMILIA DESTRUIDA. Erna maldice a sus abuelos por dejar Hamburgo para «buscar el Edén en estas tierras donde hasta la vegetación es lujuriosa». A sus 76 años, ha entablado un pleito contra las tabaqueras. Perdió a su marido, su hijo Marius está incapacitado y Jorge (sentado, al fondo) perdió la salud y la razón por los pesticidas. / CLAUDIO MAMIN
   

Al internarse en Misiones, el abrazo de la vegetación se vuelve sofocante. Todo tipo de enredaderas trepan por las ramas de los ombúes en busca de la luz solar. Sobre los árboles caídos florecen los hongos de los que los guerreros guaraníes extraían el curare para sus flechas. Varias veces a lo largo de la ruta, la camioneta debe reducir la velocidad ante los obreros que, machete en mano, desbrozan los juncos que amenazan con invadir el asfalto.


A ratos se abren claros en el bosque y el viajero puede divisar los plantíos de tabaco, como un manto que se extiende hasta las orillas del Paraná, río de curso lento que separa Argentina de Paraguay. De lejos se advierte que son familias enteras las que se dedican a este cultivo. Las mujeres jóvenes trabajan con la azada; los pequeños van y vienen con el odre de cachasa, una bebida local, para saciar la sed de sus mayores. Los varones adultos y sus esposas se turnan para cargar el fumigador con que rocían las plantas hasta cubrirlas de un líquido que al evaporarse forma una nube pestilente. Ahora me explico por qué el guía no me deja abrir la ventanilla. «Ya sé que nos estamos cocinando, pero mucho peor es morir intoxicados como estos miserables».


Al tomar una curva un hombre de rostro macilento nos hace señas para que le llevemos. Como gran parte de los misioneros (gentilicio de los habitantes de Misiones) tiene la estatura y los rasgos de sus antepasados alemanes, que hace más de un siglo se establecieron en gran número por esta región. «Hay espacio suficiente en el vehículo», le digo a mi acompañante. Pero éste me mira con una expresión de horror. «Tendríamos que estar locos para dejarlos subir. Esa gente destila veneno por todos los poros. ¿Acaso no te han hablado de la maldición de los agroquímicos?».


Sí, he oído hablar sobre el tema, casi siempre en susurros. Antes de partir hacia Aristóbulo del Valle, una localidad en el corazón de esta provincia norteña, visité el consultorio del doctor Hugo Demaio. Hace ocho años que el jefe del departamento de pediatría del Hospital de Posadas -capital de Misiones- investiga la relación entre los pesticidas y ciertas enfermedades endémicas. Demaio me enseña el gráfico que ocupa la pantalla de su ordenador. En Misiones, de cada 1.000 niños cuatro nacen con mielomeningocele, una severa malformación lumbar que provoca incontinencia urinaria y fecal, impotencia sexual y parálisis de los miembros inferiores.«Es un porcentaje monstruoso si se toma en cuenta que en el resto de Sudamérica, sólo un recién nacido entre 10.000 presenta tales deformaciones».


El equipo que dirige Demaio ha puesto fuera de duda la relación causa-efecto entre la exposición a los hidrocarburos policíclicos aromáticos -base de los pesticidas con que los tabacaleros fumigan sus campos- y la miríada de trastornos de origen genético que deforman, envenenan o idiotizan a los misioneros. Hace unos meses, Demaio quiso publicar su estudio en un importante semanario científico de EEUU. Hasta hoy los editores de la revista no se han dignado a responderle. En cambio sí recibió una carta de la Phillip Morris, recomendándole que desista de su cruzada, pues si consiguiera sumar adeptos entre los cultivadores, la multinacional no importaría una sola hoja del tabaco de Misiones. No es difícil calcular la catástrofe que significaría una represalia de ese orden en una provincia donde el tabaco ocupa el 25% de la superficie cultivable y más de 30.000 hogares dependen de su cultivo para sobrevivir.


En otros países, el gigante corporativo no puede ser tan intransigente.El uso del bromuro de metilo, uno de los compuestos que la Phillip Morris considera esenciales para la salud de la planta, ha sido prohibido por Washington. También hay que tener presentes los vínculos entre la citada firma y Monsanto, el primer fabricante mundial de agroquímicos, cuyos productos se venden como pan caliente en Misiones.


Llegamos a Aristóbulo del Valle cuando anochecía. A falta de hotel, aceptamos la hospitalidad de Claus, un pastor luterano que aparte de prestar servicios religiosos enseña de todo en una escuelita de madera parecida a un reloj de cuco.


Aparte del dialecto local, una jerga en la que se entremezclan el alemán, el español y el guaraní, los chicos comparten la sentencia que les condena a trabajar en los tabacales. A menudo se les escucha toser y en las aulas hay, al lado de los pupitres, unas escupideras que se vacían en los recreos.


En estos pagos, donde se trabaja de sol a sol, la gente se recoge temprano. Incapaz de conciliar el sueño, me puse a leer los relatos de Horacio Quiroga, un autor argentino que pasó la mayor parte de su vida en Misiones, cuando el único veneno conocido era el de la yacururú, serpiente de mordedura letal. Estaba por quedarme dormido cuando un recio canto me hizo espabilar.


A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, mi anfitrión explicó que las estrofas de aquella canción de cuna alemana, brotaban del cubil donde Erna mantiene encerrado a su hijo. «Al principio nos santiguábamos, porque un registro tan bello de voz no se le puede atribuir al enfermo que de día erra por el campo prendido de las faldas de su madre», dice mi interlocutor. «Pensábamos que al pobre de Jorge se le había metido el demonio en el cuerpo.En cierto modo no estábamos tan equivocados, ya que el azufre -o hálito de Satanás, como lo califica la Biblia- es uno de los elementos que componen el Furadán, otro de los herbicidas que se utilizan para combatir las plagas del tabaco».


Fue preciso que Claus apelara a su condición de líder espiritual para que Erna Schwartz nos abriera las puertas de su cabaña.Desde que entabló un pleito con la Corporación de Tabacaleros de Misiones para exigir una indemnización por los estragos que los agrotóxicos han provocado a su familia, la colona vive en un permanente estado de angustia. Varias veces han amenazado con quemar sus cultivos e incluso con violar a su hija. Finalmente nos acerca unas sillas y se lamenta de no poder ofrecernos más que una calaza de yerba mate: «Porque, verá usted, desde que murió mi marido nos quedamos en la miseria».



VOMITOS DE PESTICIDA

Instalado en su rincón, Jorge emite unos quejidos que se acrecentan hasta que una de las hermanas lo lleva al baño a que haga sus necesidades. El menor de los cuatro hermanos tiene 35 años y contrajo su mal en 1981, cuando compaginaba sus estudios de agronomía con los trabajos del campo.


«Un día regresó del tabacal como si le hubieran dado una paliza y al rato lo encuentro retorciéndose en el suelo como una lombriz.La espuma que le salía por la boca olía igual que la sustancia con que esa tarde rociaba los almácigos», cuenta la colona, en un español pedregoso.


A sus 76 años, Erna es de esas mujeres duras como el pedernal y supersticiosas que pueblan las novelas de William Faulkner.La muerte de su marido Ernesto y la discapacitación de otro de sus hijos, Marius, las atribuye a un castigo divino. «Fue el demonio el que tentó a mis abuelos a abandonar Hamburgo para buscar el Edén en estas tierras donde hasta la vegetación es lujuriosa».


Hace unos días, el doctor Ricardo Albek consiguió llevar a Jorge a su consultorio. Necesitó la ayuda de los otros hijos de Erna, pues a pesar de su complexión endeble, el enfermo se resistía con la fuerza de un huracán. Después del chequeo, Albek le diagnosticó un extraño transtorno que, a falta de otro nombre, los médicos de la región han denominado el Síndrome del Furadán, pues lo asocian al uso del agrotóxico homónimo: «Él se asienta en las terminaciones nerviosas que unen el cerebelo con la médula espinal.Uno de los síntomas es la contracción involuntaria de los músculos y un apagamiento progresivo de las facultades mentales».


La consulta del doctor Albek es como la celda de un monje. «En Aristóbulo del Valle y sus alrededores el 2,3% de los habitantes, más de 700 personas, padecen trastornos neurológicos similares a los de Jorge. Este índice es 20 veces superior al del resto de la población en Argentina y 24% por encima de los niveles que se registran en el mundo. El 90% de los enfermos provienen de las zonas tabacaleras, donde la gente respira más agroquímicos que oxígeno», observa el médico.

A la pregunta de si las autoridades no han intervenido para prohibir el uso de los pesticidas, Albek responde con una mueca de amargura.«Si usted se refiere a los responsables del Ministerio de Sanidad provincial, de esos fantoches nada se puede esperar. Son los testaferros de las grandes compañías como Tabacos del Norte o Nobleza Picardo, que obligan a los colonos a comprarles los pesticidas, a sabiendas de que los están matando».


Nuestra próxima estación en la ruta del veneno es Tobuna, un pueblo ubicado junto a la ribera occidental del río Uruguay.En el último tramo abandonamos la autopista para ascender por el sendero de mulas que abrieron los jesuitas cuando vinieron a evangelizar a los nativos.


Horacio Quiroga describe el paisaje que se extiende ante nuestros ojos como un chiripá (la manta de los indígenas ) en el que se combinan el verde jade del bosque con el ocre de la tierra vigen.La terra rosa en la que más tarde los inmigrantes y los nativos sembrarían sus plantíos de té, de yerba mate y de tabaco.


La de Tobuna es una comarca rústica, en la cual, según un estudio del Comité Solidario de Misiones (CSM), el 14% de los habitantes son analfabetos y donde la mortalidad infantil alcanza el 5%.Aquí muchos de los misioneros no saben leer la cartilla de instrucciones de las latas de plaguicidas. En Tapacú Ruica, una parcela en las afueras de Toruba, los propietarios no sólo ignoran la precaución de «mantener el compuesto fuera del alcance de los niños», sino que son los propios niños los que se encargan de clasificar las hojas, cuando el fumiguicida ni siquiera se ha secado.



PROTECCION INUTIL

El guía me considera imprudente por aceptar la invitación de los cultivadores a tomar mate en su galpón. En un rincón están apilados, sin uso, los monos de polietileno y las máscaras con que deberían protegerse de los agrotóxicos. «Me gustaría ver a esos señores embutidos en un traje de goma cuando el calor llega a 50 grados y el aire se vuelve viscoso de humedad», comenta Verónica, la mayor de una familia de siete hermanos.


«Mi padre que era más robusto que un ombú, murió de la fumigación.Él no se dedicaba al cultivo, era el mejor práctico que haya navegado por las aguas del río Uruguay», dice con una expresión de orgullo en su cara bonita. «Por algo fue que el gringo Petersen lo eligió para transportar las balsas cargadas con bidones [de agroquímicos]. Fíjese que papá hervía el agua para el mate en una lata vacía de Randap [tóxico], ¿cómo no iba a enfermar?».


Cuando le digo a Verónica que su actitud me parece fatalista ella asiente con entusiasmo: «Acuérdese de nosotros porque dentro de unos años los que estamos en este galpón habremos muerto envenenados».Más que recordarla, su rostro y el de sus hermanos no se me borrarán jamás.




LOS OCHO PESTICIDAS DE «LA DOCENA SUCIA»

El 23 de mayo de 2001, más de 120 países firmaron el Convenio de Estocolmo para la eliminación de los contaminantes orgánicos persistentes. De aquel acuerdo, que España firmó pero aún no ha ratificado, surgió una lista con las 12 sustancias químicas más peligrosas conocidas como la docena sucia. Ocho de ellos son pesticidas.


Aldrina. Empleado para el control de termitas, saltamontes y otras plagas. La intoxicación aguda puede llevar a la muerte.En peces se ha observado disminución de la capacidad reproductiva.


Clordano. Habitual en varios cultivos, puede estar hasta 20 años sin degradarse. Es letal para varias especies de aves y peces.En humanos la intoxicación se ha relacionado con afecciones respiratorias.


DDT. El pesticida más popular desde la II Guerra Mundial. Sus efectos a corto plazo son escasos, pero diversos estudios sugieren que a la larga puede afectar a la fertilidad y al desarrollo del feto. Aunque su uso en España está prohibido, estudios del CSIC en Huelva revelan que se podría estar utilizando.


Dieldrina. Pesticida extremadamente tóxico, sobre todo en animales acuáticos. Se han detectado deformaciones en la espina dorsal de embriones de ranas expuestas a dosis muy bajas de dieldrina.


Endrina. Aparte de raticida, se usa como insecticida en algodón, arroz y maíz. Muy tóxico. Puede contribuir a una formación ósea deficiente en animales, pero no se ha demostrado en humanos.


Heptacloro. Empleado contra insectos de tierra, sobre todo hormigas.Algunos estudios muestran que la muerte por enfermedades cerebrovasculares entre gente que ha trabajado con él es mayor que la media.


Mírex. Utilizado para eliminar hormigas y termitas. En ratas de laboratorio se observaron daños en el feto, como la aparición de cataratas, e hipertrofia del hígado. Posible causante de cáncer en humanos.


Toxafeno. Insecticida que mezcla más de 177 componentes, se utiliza mucho en cultivos de algodón. Truchas expuestas al toxafeno durante 90 días perdieron casi la mitad de su peso. Está considerado posible carcinógeno humano.


 
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