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 DIRECTORIO   Domingo 5 de octubre de 2003, número 416
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Madre eutanasia
«No juzguéis a mi madre. Lo que haya hecho por mí es la más bella prueba de amor del mundo. Tú me diste la vida y me darás la muerte», dejó escrito Vincent, el tetrapléjico francés de 22 años que suplicó hasta a Chirac que le ayudaran a morir. Mercedes, en España, también lo consiguió
CRISTINA FRADE. París
Marie Humbert junto a su hijo en el hospital. Se comunicaban por el tacto. Así «deletreó» Vincent su necesidad de morir. / REPORTAJE GRAFICO: PIERRE LEDUC
   

Dicen que no hay mayor dolor para una madre que perder a un hijo.¿Cómo debía de ser el sufrimiento de Marie Humbert, viendo a su Vincent postrado para siempre en una cama, para que aceptara ayudarle ella misma a morir? Esta semana, el médico de Vincent confesaba que matar, lo que se dice matar, fue él quien mató al joven tetrapléjico cuando le apagó el respirador artificial, aunque fue la madre quien le sumió en un coma profundo con una dosis masiva de barbitúricos. Qué más da. Ambos han obligado a la sociedad a aparcar un momento su hipocresía y a preguntarse si, en casos como éste, no sería legítimo despenalizar la eutanasia y la asistencia al suicidio.


El miércoles 24 de septiembre, Vincent Humbert, un joven de 22 años, lo ha preparado todo meticulosamente con su madre. No es una fecha cualquiera, sino la del tercer aniversario del accidente de tráfico que dejó al chico tetrapléjico, mudo y prácticamente ciego. Por lo demás, todo parece normal ese día. A las 17.30 horas, como todas las tardes, Marie entra en la habitación AH125, en la primera planta del Centro heliomarino de Berck-sur-Mer (Pas-de-Calais, en la costa noroccidental francesa), y se sienta a la derecha de la cama donde yace casi inerte su hijo. Y como todas las tardes también, le toma la mano derecha -la única que puede mover ligeramente- y empieza a recitar el abecedario. Con el pulgar en el hueco de la mano de su madre, Vincent presiona cada vez que Marie pronuncia la letra deseada, y la mujer va anotando mentalmente la frase que el muchacho, antaño tan parlanchín, construye laboriosamente.

«E,S,E,L,D,I,A,M,A,S,F,E,L,I,Z,D,E,M,I,V,I,D,A,D,E,S,D,E,E,L,A,C,C,I,D,E,N,T,E».Hoy no van a charlar demasiado rato, de todas formas ya se lo han dicho todo en estos tres años. Vincent sabe que su madre va a añadir una fuerte dosis de pentobarbital de sodio, un barbitúrico, a la bolsa del gota a gota que le hidrata y le alimenta a través de una sonda conectada al estómago. El muchacho está perfectamente lúcido, pero va a dormirse enseguida. Marie se queda junto a él hasta que a las 19.00 horas un enfermero que hace su ronda repara en que Vincent no se halla en su estado habitual y corre a avisar a su médico, Pascal Rigaud.

«Me di cuenta de que estaba en coma y decidí hacer venir inmediatamente al equipo de reanimación», cuenta el doctor.

Marie sigue al lado de su hijo, pero Rigaud no ha querido revelar su conversación en la habitación ni la que mantienen después a puerta cerrada en el despacho del médico ¿Es ella quien ha intentado envenenar a Vincent? «No puedo estar completamente seguro, pues no hubo un testigo directo en la habitación en el momento del acto», dice el médico. Sin embargo, el hospital estaba muy vigilado, porque sus responsables temían que pudiera ocurrir algo ese día, y nadie observó visitas sospechosas.

Alertados, los demás familiares de Vincent acuden al hospital.«Grité para que pararan de reanimarle, en vano», cuenta su hermano mayor, Laurent, de 28 años. «Nos enfureció ver cómo seguían ensañándose con él», confirma el padre, Francis, de 50, que estaba al corriente del plan y lo respaldaba totalmente. «Era algo que se había decidido de común acuerdo con toda la familia. Marie recibió hace dos meses un producto que debía inyectar en la sonda de Vincent, pero no sé quién se lo envió».


«INTENTO DE ASESINATO»


Los médicos avisan también a la policía y dos agentes escoltaron a Marie hasta la comisaría de Berck, donde pasa la noche. Como reconoce el abogado de la mujer, Hugues Vigier, se procuró aplicar la ley con compasión. Un médico de urgencias comprobó que el estado de salud de Marie no era incompatible con la detención y un psiquiatra charló con ella después durante más de una hora.El primer interrogatorio fue breve para no cansarla. Al día siguiente, con más calma, confirmó que «tenía la certeza de que su hijo le había pedido morir y no veía otra salida», según explica el fiscal Gérald Lesigne. «Está lúcida y asume totalmente la situación».

Hacia el mediodía del jueves, se le autoriza a volver al hospital para ver a su hijo, que continúa inconsciente. Inicialmente detenida por «intento de asesinato», Marie queda luego en libertad sin cargos, pero se le propone ingresar en un centro hospitalario donde puede recibir ayuda psicológica. Los médicos que la examinan consideran que representa, sobre todo, una amenaza para sí misma.«Se trata de que esté arropada y acompañada. Necesita descansar y dormir, y sin medicamentos no creo que lo consiga», afirma su abogado.

Que se sepa, Marie no expresa remordimientos, y si tiene alguno seguramente es el de no haber cumplido perfectamente su misión.Porque Marie tiene una misión y su acto es un acto anunciado.Desde principios de la semana de autos, la mujer se ha pateado redacciones de periódicos, platós de televisión y emisoras de radio para promocionar el libro de su hijo, Les pido el derecho a morir, y revelar su intención de ayudarle. «Voy a hacerlo porque es lo que quiere y nadie tiene el valor de hacerlo», dice a los periodistas, fumando un cigarrillo tras otro. «Si no lo hiciera, no podría mirarme al espejo. ¿Qué haría usted si su hijo le dijera todos los días: "Mamá, no puedo más, por favor libérame"?».


«SI HE DE IR A LA CARCEL...»


La perspectiva de acabar en la cárcel no la arredra lo más mínimo.«Si tengo que ir a la cárcel, iré. No tiene importancia. Al lado del dolor que soporto desde hace tres años al ver a mi hijo sufrir, la prisión no será nada». Lo que se le hace más cuesta arriba en esos días es pensar en el después, en la ausencia: «Lo más difícil será no poder hacerle mimos, no poder tocarle».Y, a pesar de considerarse creyente, el gesto que va a realizar no parece plantearle ningún conflicto: «Si la medicina no se hubiera obstinado en reanimar a mi hijo el 24 de septiembre de 2000, estaría en el cielo y no vivo artificialmente. Dios le acogerá».

«Yo me digo que le voy a traer de nuevo al mundo, pero a otro mundo donde será feliz», repite también Marie. Y es que desde el accidente, la vida de su hijo -y la suya propia- se han convertido en un calvario. Aquel domingo aciago, Vincent, que es bombero voluntario, regresa a su casa en el departamento de Eure (Normandía) después de un fin de semana de guardia. En una curva de una carretera municipal, su Clio colisiona con un camión. Durante 72 horas, los médicos se esfuerzan por arrancarle de la muerte y remendarle el cráneo, los pulmones, el bazo y el hígado. Nueve meses tarda en despertarse, 10 meses más le costará pronunciar sus primeras palabras con el método de las presiones del pulgar: «M,A,M,A,M,E,A,L,E,G,R,O,D,E,Q,U,E,E,S,T,E,S,A,Q,U,I».

Del Hospital universitario de Rouen, donde le ingresaron de urgencia, le trasladan al Centro heliomarino de Berck, situado al borde del mar, en la costa de Picardía, un lugar donde se tratan lesiones graves del aparato locomotor y del sistema nervioso como las que causan los accidentes de tráfico. Vincent dispone allí de una habitación para él sólo, que su madre ha decorado con fotos, postales, calendarios de bomberos, un póster de Bob Marley, su cantante favorito, animales de peluche y figuras de Titi: Titi es el nombre familiar de Vincent.

Para estar junto a su hijo el mayor tiempo posible, Marie deja su trabajo de empleada de banca y cierra su apartamento de Verneuil-sur-Avre (Eure). En Berck toma un minúsculo estudio cerca del hospital, cuyo alquiler costea con lo que le pagan por limpiar pisos y atender a algunos ancianos. Toda su existencia gira en torno a las visitas que hace todas las tardes. Marie está sola: separada de Francis, sus otros dos hijos abandonaron el nido hace ya tiempo.Poco a poco, la gente del hospital va ocupando el lugar de la familia que le falta.

Además de visitar a su hijo, Marie pasa a saludar a otros pacientes, les arregla las almohadas, comprueba si necesitan algo. Conoce sus nombres, sus historias, sus gustos, sus manías. La mujer procura compensar así la ausencia de otros padres o parientes menos disponibles que ella e incluso aloja a algunos cuando por fin encuentran tiempo para acercarse a Berck. «Si no estuviera aquí, Vincent sufriría el doble», se dice Marie. Está allí por él, pero también por ella: «Él me dice a menudo que salga, que me distraiga, pero yo me sentiría culpable».

Vincent tampoco tiene a nadie más. Caroline, su bonita novia de 20 años, desapareció hace tiempo. Su amigos vinieron en una ocasión por su cumpleaños, pero no regresaron más. Su padre, agente comercial en Evreux, pasa de vez en cuando. Pero la soledad no es nada comparado con la perspectiva de vivir 20, 30, 40 años más, encerrado en un cuerpo inútil. «Sólo puedo mover muy ligeramente la cabeza y la mano derecha, nada más», cuenta en su libro, escrito con la ayuda de un periodista. «No veo, adivino. No huelo, no puedo comer. Me lavan, me visten, me ponen en un sillón y me atan para que no me caiga». Le atormenta la idea de que nunca más volverá a hacer el amor, aunque el deseo sexual no ha desaparecido.

Plenamente consciente de lo que le ocurre, el joven se describe como «un vegetal», «un muerto viviente». «Esta vida de mierda que me hacen vivir (...) no puedo con ella, no la quiero. Esto no es vida», dice también. Y el deseo de morir se hace más fuerte en septiembre del año pasado, cuando los responsables de Berck-sur-Mer le anuncian sin demasiadas contemplaciones que ya nadie puede hacer nada más por él -no hay esperanza alguna de recuperación, ni siquiera de mejoría- y que tiene que marcharse a un centro especializado en casos como el suyo.


CARTA DE CHIRAC


Vincent moviliza toda su energía y elabora tres planes con un solo objetivo: poner fin a sus días. El plan A consiste en dirigirse al presidente de la República, Jacques Chirac. «Es usted mi último recurso. Usted tiene derecho de gracia y yo le pido el derecho a morir», escribe con ayuda de una reeducadora en una carta enviada a principios de diciembre de 2002. «Como madre, lo vivo muy mal, pero como ser humano, lo comprendo. Su única esperanza es morir», dice Marie cuando se entera de la iniciativa de su Titi. Chirac le responde de su puño y letra que no puede concederle lo que le pide, pues el presidente de la República no dispone de ese derecho, pero le declara su firme intención de ayudarle.

El 21 de diciembre, un coche oficial pasa a recoger a Marie para llevarla al palacio del Elíseo, donde es recibida por el jefe del Estado y su mujer, Bernadette. «Tiene que recobrar el gusto por vivir. Dígale que es una orden del presidente», dice Chirac a Marie, al tiempo que le ofrece para su hijo un ordenador parlante, un traslado a otro hospital más confortable, cualquier cosa que pueda aliviar su desesperación. Gracias a su carta, que ha tardado tres semanas en dictar a un ritmo de media hora diaria, Vincent se ha hecho famoso en Francia, su grito de desesperación resuena en todos los medios, pero el muchacho se enfurece cuando se entera de que su deseo no le ha sido concedido.

Ante el fracaso del Plan A -así lo llama él- tiene un Plan B, que es ir a un país donde el suicidio asistido esté autorizado, como Suiza, pero eso cuesta caro y la idea no acaba de convencerle.Según cuenta Marie, Vincent le dice: «Soy un ciudadano francés, quiero morir en Francia. ¡Sólo faltaba que tuviera que marcharme de mi país como un ladrón para morir!». No queda más que el Plan C, que Vincent enuncia así a su madre: «Tú me has dado la vida y me darás la muerte». Marie se hace la loca, confía en que con el tiempo se acostumbre a su situación y cambie de idea. Los médicos le dicen que eso suele ocurrir, que hay pacientes depresivos que reclaman la muerte y luego dan las gracias por estar vivos.Pero Vincent insiste, insiste, insiste.

«¿Cómo negarle lo único que desea en el mundo?», se pregunta y, al final, se rinde. En realidad, al inyectar los barbitúricos en el gotero, Marie sólo consigue sumirle en un coma profundo, en el que el joven permanece hasta el viernes 26 de septiembre por la manaña. A las 10.45 horas, es el equipo de reanimación dirigido por Fréderic Chaussoy el que decide retirarle el respirador artificial «habida cuenta del cuadro clínico, de la evolución y de los deseos manifestados por Vincent», aunque el comunicado sólo habla de «limitar las terapias activas». Unos días después, Chaussoy asegura a los medios de comunicación: «Si se me pregunta quién ha dado la muerte a Vincent, la respuesta es: yo, no la señora Humbert».

A Chaussoy le atormenta la idea de que el joven despierte del coma en el mismo estado que antes. «Podríamos haber dicho que Vincent tenía una complicación, un paro cardiaco», asegura el médico. «Sabemos mentir muy bien. Lo hacemos regularmente y habríamos podido continuar con esta hipocresía tradicional. Pero esta vez había que decir la verdad. Lo hemos dicho y lo asumo». Unas palabras que llenan de satisfacción a la familia Humbert. «Es un hito considerable», afirma el abogado Hugues Vigier. «Todo el mundo, Marie y el equipo médico, se encuentran solos ante el silencio de la ley. Y han acabado diciendo que están hartos, que basta ya de hipocresía frente a la eutanasia».


OTROS CASOS


Marie sabe que, de todas maneras, tendrá que rendir cuentas de su acto. Puede ser procesada por intento de asesinato, pero el ministro de Justicia, Dominique Perben, tampoco ha sido insensible a su dramática historia y ha pedido que se la trate con la mayor humanidad posible. Y luego están los precedentes: en Francia, nadie ha ido a la cárcel por haber matado a un familiar cuando se ha demostrado que el único móvil era acortar los sufrimientos de la víctima.

Los tribunales suelen sobreseer las causas o dictar sentencias condenatorias con la ejecución de la pena de cárcel en suspenso, lo que significa que el castigo no llega a cumplirse salvo en caso de reincidencia.

Una pena así de simbólica fue dictada a principios de año contra Elie Bendayan, un hombre de 70 años que mató de un tiro de escopeta a su esposa, enferma de Alzheimer. Todos sus hijos declararon a favor del hombre, al que describieron como un marido bondadoso y entregado. De la misma clemencia han dado pruebas los tribunales en otros casos, como el de un padre que mató a su hija autista, de 23 años y en franco deterioro, o el de una madre que intentó asfixiar a su hijo de 15 años, afectado por una enfermedad incurable.

Pero ¿por qué tiene que ser una madre, un padre, un marido, los que acaben con la vida de los que más quieren? Vincent era muy consciente de que su madre, en lo más profundo de su ser, nunca se repondrá de lo que se ha visto obligada a hacer. Y a esa sociedad que prohíbe la eutanasia pero cierra los ojos ante ella, le dice en su libro: «No juzguéis a mi madre. Lo que haya hecho por mí es sin duda la más bella prueba de amor del mundo. Pensad en todo el amor que debe de llevar dentro para quererme tanto. Dejádla vivir en paz la apariencia de vida que le quede por vivir».


Pies de fotos los tituladas

RESPONSABILIDAD. El equipo de reanimación, dirigido por Fréderic Chaussoy, defiende a la madre de Vincent asumiendo la responsibilidad en la desconexión del joven a los aparatos que lo mantenían vivo: «Podíamos haber dicho que hubo complicaciones. Sabemos mentir muy bien. Lo hacemos continuamente».

ACUSADA DE INTENTO DE ASESINATO. Marie Humbert fue detenida tras intentar facilitar la muerte a su hijo con la única acusación posible dado el vacío legal que, al respecto, existe en Francia.Sin embargo, nunca la Justicia francesa ha enviado a nadie a la cárcel por aplicar la eutanasia.




OPTIMIZAR EL SUICIDIO
Ludwig A. Minelli

La mayoría exige la generalización de la eutanasia. Esto significa que se deberá permitir provocar la muerte sin dolor a otra persona por deseo expreso de ésta. El derecho a poner fin a la propia vida está protegido por el Artículo 8 de la Convención Europea de Derechos Humanos. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos en Estrasburgo así lo mencionó en su fallo en el caso de Diane Pretty, una mujer inglesa paralítica por una degeneración neuronal incurable.


Sin embargo, de cada cincuenta intentos de suicidio sólo uno consigue lograr su objetivo. En otras palabras; en 49 ocasiones no se llega a morir, pero se perjudica gravemente la salud ocasionando lesiones y traumatismos graves.

Todo ello con un elevado coste para la Sanidad Pública. Los resultados de un estudio suizo reflejan que un intento de suicidio cuesta unos 52.000 euros. Los suicidios e intentos de suicidio en una población de siete millones de personas producen unos costes anuales de al menos 1.600 millones. En este sentido, los políticos podrían entrever algunas posibilidades de ahorro salvando vidas y aliviando sufrimientos.

El Gobierno suizo expuso en el Parlamento que se producían unos 67.000 intentos de suicidio, pero sólo unas 1.350 personas llegaban a quitarse la vida. 67.000 personas representan el promedio de la población de una ciudad suiza.

¿Cómo es que un gobierno tolera con tanta facilidad año tras año una tragedia de 1.350 muertos y 30.000 heridos graves en su mayoría, sin emprender con antelación ninguna acción efectiva? ¿Se puede considerar el suicidio una catástrofe natural imprevisible? Un estudio del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Zurich revela que en Suiza el número total de suicidios ha retrocedido claramente en 10 años, mientras que el número de suicidios asistidos en el mismo período ha aumentado notablemente.Las dos tendencias están estrechamente relacionadas.

La eutanasia está prohibida en Suiza. Sin embargo, está permitido ayudar a una persona a suicidarse para que ésta pueda morir sin sufrimiento. Antes de extender la receta mortal, siempre hay un médico suizo que ha examinado a la persona enferma, se ha entrevistado con ella y se ha interesado por su historial médico.La asistencia en el suicidio la prestan los Freitod-Helfer (asistentes a una muerte libre). No se trata de profesionales de la medicina, sino de personas con formación específica para desempeñar esta actividad.

Las personas que hacen uso del modelo suizo para terminar con su vida tienen, en primer lugar, la posibilidad de hablar largo y tendido con el personal de la organización que ofrece el suicidio asistido. Para muchos éste es el mejor asesoramiento psicológico.

La experiencia revela que de unas 100 personas que confían en una organización de este tipo, en la que hay un médico dispuesto a prescribir una receta terminal, después de esta comunicación, alrededor de unas cinco personas pueden morir de manera espontánea, ya que su tensión se ha aliviado. Unas ochenta personas sobreviven todavía más tiempo, la mayoría meses e incluso años después de la notificación. No hacen ningún uso de esta posibilidad. De las 100 personas, sólo unas 15 aceptan realmente la oferta.

Con todo, quien vive más tiempo piensa: «Si quisiera, podría morir en cualquier momento». Y esta reflexión los tranquiliza, dándoles fuerza para luchar contra la enfermedad. La prevención del suicidio exige en primer término una explicación sobre los métodos de suicidio que ya no funcionan, luego que personas con intenciones suicidas puedan obtener asesoramiento sin temor a ser sometidas a tratamiento psiquiátrico, y finalmente la autorización del suicidio asistido libre de castigo.

Aunque en el modelo suizo todavía faltan algunos de estos elementos básicos, el suicidio asistido funciona. De esta forma, se hace innecesaria la aprobación de la eutanasia, contribuyendo así a disminuir el índice de intentos de suicidio y suicidios cometidos.Esto se denomina optimización.



Ludwig A. Minelli, es secretario general de la polémica asociación «Dignitas. Vivir y morir con dignidad», en cuyo centro de Ginebra se practica la eutanasia


DEBATE EN FRANCIA
EL 88% , A FAVOR DE LA EUTANASIA

Cuando el caso de Vincent Humbert saltó por primera vez a los titulares, en diciembre de 2002, una encuesta reveló que un 88% de los franceses aprobaba permitir que los médicos pusieran fin a la vida de personas afectadas por enfermedades insoportables e incurables, si así lo pedían ellas. Pero ni el presidente Jacques Chirac ni su Gobierno conservador quisieron entrar en el debate sobre el desfase entre la realidad social y el marco legal, que prohíbe toda eutanasia y la asistencia al suicidio. La muerte de Vincent, a la que Francia ha asistido casi en directo, ha sido un aldabonazo en las conciencias. Diputados de izquierda y derecha han respaldado la creación de una «misión de información» y han conseguido que al menos se hable del fin de la vida en el Parlamento. Para algunos, la prohibición del homicidio no puede desaparecer, pues se trata de un principio fundador de toda sociedad humana. Estos temen los abusos de la ley y la banalización de la muerte, y creen que bastaría establecer un sistema de excepciones, basado en un código de conducta para los médicos y en «testamentos vitales». Pero para otros, sólo una ley puede aportar la claridad necesaria para resolver de verdad el problema de una civilización que, gracias a los progresos de la medicina, ha alargado la vida más de lo que muchos desearían para sí mismos.


 
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