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 DIRECTORIO   Domingo 12 de octubre de 2003, número 417
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TERRORISMO / FAMILIA HERIDA
¿Un etarra en el seno socialista?
LA MADRE, concejala del PSOE en un pueblo navarro, pone la mano en el fuego, aunque se queme, por uno de sus mellizos, detenido. Su historia recuerda a la del hijo «etarra» del comisario de Mataró
ILDEFONSO OLMEDO
LA MADRE. Julia Cid, en la foto con uno de sus nietos, es concejal socialista y madre de Ramón López Cid, detenido en Navarra como presunto miembro de ETA. Desde hace dos años, lleva escolta.
   

Como madre, le han partido el corazón. Como concejala del PSN, es horror lo que siente, un estremecimiento de miedo e impotencia.Aún no se lo quiere creer: ¿ETA dentro de su propia familia? «Es imposible». Ella, hija de un emigrante extremeño que dejó Estorninos (Cáceres) para hacerse guardabosques en la Navarra fronteriza, tiene 50 años y dos escoltas. Él, su hijo, mellizo en una familia de tres hermanos que crecieron huérfanos de padre por un fatal accidente de tráfico la oscura Nochevieja de 1977, cumple ya 30, tiene una esposa, una perra pastor alemán con la que le gusta escaparse a la montaña y los trámites en marcha para adoptar a una niña de un orfanato de Siberia. «Pongo la mano en el fuego por mi hijo». Aunque se queme. Amor de madre...Y dolor intenso.


Un torbellino de ideas, sensaciones y silencios humedecen la mirada de Julia Cid, una de los tres concejales socialistas de Alsasua, cabeza de comarca de un valle navarro de fuerte tradición euskaldún y abertzale. Un hijo suyo, Ramón López Cid, Makana, es uno de los 34 presuntos nuevos miembros de la organización terrorista ETA detenidos esta semana en una operación codirigida por los jueces Baltasar Garzón y su colega francesa Laurence Le Vert. Si habla, dice Julia, es por madre. Como socialista y concejal esperará para ver a qué atenerse: «Vamos a hacer lo que hacemos siempre cuando detienen a alguien del pueblo... Vamos a esperar a lo que determine el juez y luego el partido hará su valoración».

Aquella sombra que lleva años inquietándola ahora se ha agigantado hasta hacerse monstruosa. Ella con guardaespaldas, como el resto de sus compañeros de partido (también los dos concejales de UPN), y el peor enemigo posiblemente en casa. ¿Acaso, de ser cierta la imputación de pertenencia de banda armada que ahora pesa sobre él, Makana se creía cándidamente ángel protector de su madre, salvador de nadie? «No entiendo por qué llevas escolta si sabes que a ti no te va a pasar nada», llegó él a reprocharle en una ocasión.

Ahora Julia, cocinera de profesión, repasa mentalmente la biografía de su hijo -también su propia historia personal- para encontrar la falla, el pecado original. No fue fácil quedarse viuda con sólo 24 años y al cargo de tres pequeñas criaturas (la mayor tenía 5 años y los gemelos 4). «Qué ganas tengo de que os vayáis a la mili», les decía de adolescentes a sus gemelos, Ramón y Juan, cuando crecían a batalla diaria. «Salían juntos de casa para ir a tae-kwondo y volvían cada uno por su lado». Tan belicosos eran el uno con el otro que terminaron apodados como aquellos personajes de dibujos animados que no conocían otra forma de relación que los golpes: los hermanos Makana. En contra de los deseos maternos, ambos esquivaron la mili. Se hicieron insumisos (la única causa común que la madre les recuerda, además de su negativa a estudiar euskara), y los abertzales de la entonces HB, tan activos como anduvieron en aquellos años contra el servicio militar obligatorio, les supieron tirar los tejos. Sobre todo cautivaron a Ramón (Juan eligió su propio camino y hoy está afiliado al sindicato UGT; la hermana mayor nunca habla de política).«Fue un ir y venir con ellos que ya no salió de ahí...», dice de Ramón su madre. Desde antes (le consta una primera detención en 1991), la militancia radical del hijo de Julia no era ningún secreto. «Claro que sabía que iba a las manifestaciones, que pegaba carteles, que votaba a Batasuna, pero de ahí a involucrarse en ETA... No. No me lo puedo creer».

Para Julia hay un salto hasta la orilla de los comandos y las pistolas que su hijo, quiere pensar, no ha dado. Lo dio, hace ya tiempo, otro hijo de Alsasua, Vicente Goikoetxea Barandiarán, Willy. Había alcanzado la cúpula de ETA cuando, en 2001, fue detenido en Francia, donde sigue preso. Las pintadas en la paredes del pueblo, donde abundan hachas con serpientes y goras a ETA, lo recuerdan de manera telegráfica: «Willy. La Santé. 911 kilómetros».

La historia del otro preso del pueblo, de nombre Víctor, la conoce más de cerca Julia Cid. Y no sólo porque el condenado fuera amigo de su hijo Ramón, y éste le pidiera que declarara en su favor en el juicio, cosa que ella hizo. Los hechos se remontan a la campaña electoral de 1999, cuando un grupo de radicales con ropajes de presos y máscaras en la cabeza intentaron boicotear un mitin del PSOE al grito de fascistas y asesinos. Ramón era uno de ellos: le gritaba también a su propia madre. Y el tal Víctor, megáfono en mano, el que llevaba la voz cantante. Pero de las palabras enseguida pasó al ataque. Cuando un policía intentó apartarlo, con el megáfono le abrió la cabeza (el agente precisó más de 20 puntos de sutura). Tiempo después, Ramón pidió a su madre que contara al juez lo que ella vio. Y lo hizo: «Fui y dije que lo que llevaba en la mano era un megáfono y no una barra de hierro...Le condenaron a tres años».

Ramón, sigue creyendo ella, nunca pasó de los gritos. «Cuando una persona, y más si es tu sangre, está metido en algo tan gordo [ETA], se sospecha, se ve. Pero él es un hombre que tiene la vida organizada, su casa, su mujer, que acude a su trabajo de soldador, que tiene el tiempo bien definido para hacer siempre que puede escalada... ¡Pero si estaba preocupado por si sus antecedentes de insumiso le pudieran perjudicar para la adopción!».

La de Julia es la tragedia vasca que se hace dolor cercano y contradictorio en el microcosmos familiar. Una historia que se repite. Hijos que traicionan a sus padres más allá de la ideología.La crónica se ha escrito también esta semana en la Audiencia Nacional. En el banquillo se sienta, por colaborador de ETA, Diego Sánchez. Hijo del comisario jefe de Mataró, Atilano Sánchez, y de una funcionaria asignada entonces a la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, fue detenido en enero de 2001 por su presunta pertenencia al último comando Barcelona.

Aún está por sentenciar si el joven se valió de la posición de sus progenitores para conseguir información (matrículas, direcciones, hábitos de vida...) sobre posibles objetivos de la banda. Mientras el hijo admitía estos días ante la sala que le juzga que había llegado a redactar hasta tres informes para ETA, hay quien dice haber reconocido el rostro de su padre entre el público que sigue el juicio. Porque las relaciones paterno-filiales han proseguido.

«Aunque pueda resultar paradójico», dice alguien próximo al comisario, «se podría decir que la situación de encarcelamiento del chico les ha acercado un poco». Los cara a cara han transcurrido, ajustándose a los horarios y días de visita, en la prisión madrileña de Soto del Real, donde el joven ha estado encarcelado. También le ha visitado su madre, con quien convivía desde que sus padres se separaron. Fue ella quien sorprendió a todos en 2001 con unas declaraciones quejándose por el trato que la policía dio a su hijo al detenerle. Lamentó entonces la trabajadora de Jefatura -al poco, pidió el traslado- que a Diego lo hubieran cercado poco antes de que se entregara voluntariamente. Llevaba varios días huido y buscado.

Julia Cid, en Alsasua, no tuvo tanto tiempo para encajar el golpe.Eran las cinco de la madrugada del pasado miércoles cuando sonó el teléfono. Desde el otro lado de la línea le hablaba nerviosa su nuera. Más de 30 policías encapuchados, con dos agentes judiciales que levantaron acta de un concienzudo registro que se prologó por dos horas, acababan de llevarse detenido a Ramón. La acusación: pertenencia a banda armada. De repente, algunos de los peores momentos de su existencia política cobraban una nueva luz dolorosa.El hijo a quien dio la vida aparecía unido a quienes llevaban años haciéndosela imposible a ella y a sus compañeros, tanto en Navarra como en el País Vasco.

AMENAZAS Y PINTADAS

Concejala desde 1995, Julia Cid ha sufrido amenazas y pintadas desde que aceptó el reto de representar al PSOE en Navarra, su tierra desde que, con apenas dos años de edad, llegara a ella como la primogénita de un matrimonio extremeño que después tendría nueve hijos más. Aunque no lo habla, entiende el suficiente euskara, dice, para «leer las pancartas y pintadas que nos hacen». Una, escrita en la fachada de su casa, termina con el nada sutil: «Ahora lo vais a pagar». Pero no es ella la más acosada. Los proetarras, dolidos porque Alsasua sigue siendo el principal bastión del PSN en la comarca (fue el partido más votado en mayo y gobernó durante tres legislaturas), han colocado a los socialistas en sus dianas. A veces, con rótulos que incluyen un nombre y una sentencia: «ETA, mátalo».

A los dos compañeros de partido de Julia en el Ayuntamiento hace como un mes les destrozaron sus coches. Ella ha evitado esa posibilidad.Desde que tiene escolta, no se pone al volante ni para ir al restaurante donde trabaja. «Dejé de utilizar mi coche por miedo.Como también lo conducía mi hija, me daba terror pensar que pudiera pasarle algo». Ahora piensa en su hijo. Tiene, por él, la mano en el fuego.


Con información de Enrique Figueredo





 
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