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 DIRECTORIO   Domingo 12 de octubre de 2003, número 417
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GUERRA / LOS TEMORES DE UNA NIÑA
Rajma sobrevivió a los bombardeos
EN FEBRERO publicamos la historia de una niña iraquí que podía morir en la conquista de Bagdad. Ocho meses después, la periodista consigue localizarla en un conmovedor y revelador encuentro
MONICA G. PRIETO. Bagdad
Rajma sobrevivió a la toma de Bagdad y sigue con sus padres y sus siete hermanos en su humilde casa de Adimiya. / MONICA G.PRIETO
   

Yo ya no tengo miedo a la guerra, porque ahora sé cómo es». La pequeña Rajma, fibrosa, puro nervio y toda sonrisas, resopla para retirarse un mechón de pelo de la cara. «Lo único que no entiendo es por qué nos bombardearon a nosotros y a los demás países no. Porque en España no tiraron bombas, ¿verdad?».


La bella Rajma, de siete años, fue la protagonista de un reportaje de CRONICA el pasado 9 de febrero en el que simbolizaba a todos los niños iraquíes que podían perecer en la invasión estadounidense.Muchos no tuvieron tanta suerte como ella, desde bebés hasta adolescentes a los que las bombas de fragmentación, los tiroteos o la metralla les arrebató para siempre su derecho a vivir. Pero Rajma, tan vitalista como la dejamos hace ocho meses en su modesta vivienda de Adimiya, en Bagdad, simboliza ahora algo muy diferente: la esperanza en el futuro y la tolerancia hacia los enemigos, algo que sólo cabe en la inocente mirada de los niños de Irak.

«Yo antes odiaba a los americanos, porque vinieron a bombardear nuestro país. Por eso no tenía amigos americanos, pero un día, cuando acabó la guerra, en la puerta de un hospital un soldado me dio la mano. A él sí le quiero». Y eso que Adimiya se ha convertido en un lugar peligroso para las tropas de ocupación, donde las columnas de blindados pasan a toda velocidad por temor a ataques.«A todos los que entran los matamos», exagera Ahmed, un vecino de 32 años.

Rajma desconoce cuánto tiempo duró la guerra, y apenas le importa.«Por las noches pasaba mucho miedo. Las bombas hacían "shhhuuuu" y luego "booomm", y a veces el ruido me hacía llorar. Entonces le preguntaba a mamá si nosotros íbamos a morir o a vivir, y si Sadam se iba a quedar como presidente». Y Emtesar, la paciente madre de Rajma, que ahora luce pelo corto y rostro cansado y envejecido, la tranquilizaba en tono quedo y poco convencido.«No nos pasará nada».

«¿Y cuándo podré ir al colegio? ¿Cuándo van a terminar de bombardear?».Emtesar se quedaba entonces sin respuestas, atrapada en el miedo a las bombas, a la incertidumbre y a la incomunicación que generó en Bagdad una cadena de rumores, a cada cual más alarmista y menos fidedigno, sobre las atrocidades que iba a sufrir la población por parte de los norteamericanos.

Hoy Rajma no demuestra más miedo. «Si me hubieran hecho algo, a mí o a mamá, les hubiera golpeado con una silla», dice resuelta.

Cuando la hiperactiva niña sale disparada hacia su cuarto para ponerse un vestido anaranjado y pasar revista a sus juguetes, Emtesar se descarga. «Los primeros días de guerra fueron tranquilos, mi marido, Yusef, seguía trabajando y yo me llevaba por el día a los niños a casa de mi hermano hasta que nos recogía, cuando acababa, con el coche. Ni siquiera los críos tenían miedo», relata la mujer mirando al vacío. La luz revela en su cabello unas canas que antes no existían. «Teníamos comida suficiente y decidimos quedarnos en casa, con nuestros cinco hijos. No tenemos familia en provincias y no queríamos ir al refugio. Así que decidimos resistir».


ESCONDIDAS EN EL BAÑO


Los primeros días resultaban inciertos, pero una vez acostumbrados al tronar de las bombas de la Operación Conmoción y Espanto, un nombre que correspondía en su justa medida a la lluvia de fuego desatada sobre Bagdad el pasado 22 de marzo, se confiaron a su dios y su suerte. Los objetivos eran, sobre todo, edificios oficiales del régimen, los ataques se concentraban por las noches y pocos proyectiles cayeron sobre el barrio. «Rajma salía a jugar a la puerta de casa con sus amigas todos los días, hasta que atardecía. Pero cuando se fue la luz todo cambió. Nos quedamos sin corriente, sin agua, sin teléfono ni radio ni televisión.No sabíamos qué ocurría fuera, y las bombas se acercaban cada vez más».

La familia decidió quedarse permanentemente en su domicilio de Adimiya, al que llegarían una veintena de parientes que vivían cerca del aeropuerto, donde se libró la batalla más sangrienta y decisiva para el destino de Bagdad.

«Los hermanos de mi esposo llegaron con sus familias desde Kadimya y se quedaron con nosotros. Así, al menos, teníamos siete hombres para defendernos», prosigue Emtesar. «Cuando se fue la luz, las bombas se aproximaban cada vez más. Fue un infierno. Era difícil dar respuestas a Rajma, cuando todo era una pesadilla».

El peor momento, coincide la familia, fue cuando cayó Bagdad.«La gente empezó a decir que los americanos entraban en las casas y violaban a las mujeres, así que nos escondíamos, mis cuñadas y mis hijas, en el baño durante horas, hasta que los blindados se alejaban del barrio», continúa Emtesar.

«Yo empecé a llorar y gritar», recuerda Rajma interrumpiendo, como siempre, a su madre. «Creía que nos iban a meter bombas en casa, porque sólo habían traído a Irak bombas, y pasaba mucho miedo».

Mientras el padre de Rajma buscaba alimentos en la calle, las mujeres de la familia pasaban seis horas al día encerradas en el baño. Y allí Rajma bombardeaba de nuevo a su madre con preguntas.«Pero, ¿qué les hemos hecho?». «No lo sé, cariño. Algo quieren de nosotros».

El tiempo acostumbró a la presencia de las tropas invasoras, que ya no dan miedo ni a un bebé en el Bagdad de las guerrillas, los atentados y la inseguridad ciudadana más brutal. Literalmente.Mientras transcurre la entrevista en casa de Emtesar, se escuchan disparos de kalashnikov a una decena de metros. La madre de Rajma se sobresalta y se lleva las manos a la cara, la niña sigue enseñándome, como si no hubiera oído nada, a contar en árabe del uno al 10 con su dulce voz.

«A veces sí tengo miedo, si escucho un golpe fuerte creo que es una bomba. Pero los niños de Irak no somos como los de otros países. Ellos tienen de todo y no conocen la guerra. A nosotros nos han destruido nuestra ciudad. Antes era muy bonita, ahora está sucia, quemada y bombardeada. Está muy fea, los americanos lo han estropeado todo», dice, resumiendo a la perfección el estado en que ha quedado la capital iraquí.

Pero la guerra trajo a Rajma un regalo que, no por esperado, le proporcionó una enorme dosis de emoción: su sobrina Nur (luz, en árabe), nacida en plena guerra, cuando la ocupación de Bagdad era un hecho y sólo Tikrit y algunos focos del norte resistían aún el embiste norteamericano. «Isra, la mujer de mi hijo mayor, estaba pasando tanto miedo que el parto se le adelantó unas semanas».Nur nació el 12 de abril (tres días después de la invasión de Bagdad) y pasó a ser el primer juguete vivo de Rajma, hasta entonces la más pequeña de la familia.


AMERICANOS MUY GUAPOS


Rajma regresa seguida de una pandilla de niños de diferentes edades. Es la líder del grupo, aunque no es la mayor. La presencia de un extranjero «de verdad» en su casa no deja de ser noticia en una ciudad donde los visitantes van de camuflaje.

«¿Cómo crees que es la gente que vive en EEUU?», interroga CRONICA a Rajma. «Son altos, muy guapos, llevan luces y armas y saludan a los niños», dice esforzándose en recordarlo todo. «La primera vez que los vi pasé mucho miedo porque llevaban un coche muy grande [un carro armado] y llevaban máscaras. Y el coche hacía "brroooom". Pero me acostumbré, y ahora me acerco a ellos incluso cuando entran [a registrar] en las casas de los vecinos, aunque me digan que me vaya. Quiero verlo todo».

Rajma sigue teniendo miedo, aunque de otra clase. Miedo a que sus hermanos no regresen por la noche, a que algo les ocurra a cualquiera de su familia en el Bagdad de la anarquía, donde cuando cae la oscuridad nadie garantiza la seguridad de la población.«Antes podía ir al colegio sola, con mis vecinas. Ahora mi madre me tiene que traer y llevar porque roban a las niñas», dice con voz queda.

El estruendo de varios helicópteros ensordece el ambiente, y Rajma y sus amigos salen a la calle a mirar el cielo. La curiosidad de los niños vence al miedo. Su generación, como todas las iraquíes desde los años 80, ya ha sido marcada a fuego por las bombas y la desolación de la guerra.




 
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