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 DIRECTORIO   Domingo 12 de octubre de 2003, número 417
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VIAJE / COLOMBIA, MINA INAGOTABLE
La esmeralda no tiene «papá»
EN UN LUGAR de Colombia se concentra la mayor veta del mundo de estas piedras preciosas. Allí rige la ley del más fuerte y métodos primitivos. El caos en el país retrae la extracción
SALUD HERNÁNDEZ. Coscuez (Colombia)
CON LA PISTOLA AL CINTO. Cualquiera que quiera mezclarse con el negocio de las gemas, como el señor Hayata, tiene que asegurarse, además de unos contactos, mucho valor y una visión comercial, la protección necesaria. En la zona de Chácaro, todos van siempre armados hasta los dientes./MARCELO SALINAS
   

El señor Hayata, sombrero vaquero y revólver al cinto, observa con detenimiento la esmeralda en bruto. Sus guardaespaldas vigilan a poca distancia con rifles de repetición. Vuelve a mirarla, la limpia con saliva y pregunta el precio. «Dos millones (unos 1.200 euros)», le dice una mujer de mediana edad, entrada en kilos, vestida con pantalones ajustados y camiseta ceñida. «Le doy uno quinientos», contesta el japonés. «Usted pagó por ella cerca de dos. Esta vez le toca perder», añade sonriente. La vendedora duda, pero al final acepta. Uno de los acompañantes del esmeraldero saca un fajo de billetes y le paga. «Así es este negocio. Unas veces se pierde, otras se gana. El secreto es adivinar la pureza, calidad y el tallaje que se le pueda dar».


Chácaro, una antigua loma que los mineros fueron escarbando hasta convertirla en una planicie, situada frente al pico de Coscuez, agujereado como un queso gruyére, en la inmensidad verde de la Cordillera Central, se convierte cada mañana en el mercado informal de esmeralda bruta más importante del planeta. El Occidente de Boyacá, en el centro del país, en donde se enclava Coscuez y Muzo, están las dos minas que han marcado la historia de la joya verde. Ni Brasil ni la India producen tanta cantidad, ni de calidad tan excepcional. En 1997, todas las esmeraldas que se vendieron en el mundo salieron de Colombia. Hoy la producción está en declive, pero en aquél año de gloria, Emerarcol, una de las principales empresas, sacó 155.729 quilates de buena esmeralda. En el 2002, sólo obtuvieron 8.932 y aún así, el 72% de la producción mundial fue colombiana.


ESMERALDAS EN BARBECHO


La crisis económica tras el 11-S, los avatares de la moda y la escalada de violencia que sufre Colombia, estarían detrás de las causas del descenso del mercado. Según algunos, los esmeralderos las dejan en las entrañas de la tierra aguardando tiempos mejores.«Esmeralda sigue habiendo para muchos años, lo que ocurre es que en el futuro habrá que extraerla con más tecnología», comenta Carlos Videker, ingeniero de Emerarcol. Y eso, el peculiar universo de los esmeralderos está lejos de considerarlo.

En lo único que permiten adaptar modernidades es en la talla.Desde la extracción hasta la comercialización sigue siendo primitivo, un negocio de avispados caciques de la región, que se dedicaron a la esmeralda porque era lo más rentable que daba la tierra.Aprendieron a golpe de arrojo y de cincel, buscando ellos mismos las buenas vetas y adivinando las joyas excepcionales entre miles de piedras verdes. Ante el abandono estatal, formaron sus propios ejércitos para protegerse.

Años más tarde se enzarzaron en la llamada guerra de las esmeraldas, una lucha entre familias y pueblos, que duró siete años y que mandó a la eternidad a unas 5.000 almas, lo que vino a reforzar el estigma de inaccesible y violenta que siempre marcó a la región.Aquellos años sangrientos les quitaron las ganas a los pocos interesados en hacerles la competencia.

Solo algún que otro empresario, sobre todo judíos y japoneses, como Hayata, resistió y hoy, tres décadas después, siguen disputándole un espacio a los llamados líderes, unos 40 personajes, cabezas de clanes emparentados en muchos casos. Aunque de cara para afuera digan que quieren limpiar la imagen de la zona para atraer inversión extranjera, lo cierto es que cuando algún foráneo pretende comprar acciones de alguna sociedad, los locales lo rechazan.

Cinco siglos atrás, en 1544, don Alonso Luis de Lugo, gobernador del Nuevo Reino, envió a sus tropas a la región para someter a los aguerridos indios muzos. El capitán Diego Martínez, laureado en decenas de batallas, fue el encargado de dirigir la conquista.Sus enfrentamientos con los muzos no fueron tan relevantes para el futuro de Boyacá como el descubrimiento que realizó su capitán Juan de Penagos. Encontró una guaca llena de esmeraldas, las mismas que sus hombres hallaron en los buches de las gallinas.

Los indios las comerciaban con otros pueblos o las devolvían a la tierra con sus difuntos. Carecían de la fiebre que invadía a sus nuevos amos y que transmitieron a criollos y mulatos. Hoy día, son tantos los que la padecen, tantos los que aspiran a meterse en las minas, que las empresas no pagan salarios y rotan el personal para dar una oportunidad a todos. «Es el único trabajo del mundo en que uno tiene que buscarse enchufes para que lo exploten y, además, dar las gracias», comenta el padre Lorenzo Castillo, párroco de San Pablo de Barbur, municipio que engloba a Coscuez.

Ningún extraño puede adentrarse en las minas. Sin embargo, esa cercanía no garantiza un trabajo honesto ni unas relaciones laborales transparentes. La aparición de su deidad verde les paraliza, les deja mudos. Superado ese instante, se lanzan como posesos a taladrar y a meterse en los bolsillos, pantalones, casco, en lo que tengan a mano, las piedras que encuentren antes de que aparezca el vigilante. Si no les pillan, ocultan el hallazgo y se quedan con todo.

En estas minas, la confianza y la malicia son indisolubles. Confianza para entrar, para fiar una gema, para ayudar en una emergencia, y malicia para hurtar lo que se pueda. Desde los socios hasta el guaquero, pasando por vigilantes, ingenieros y mineros, todos roban aunque a nadie le guste utilizar un término tan fuerte.Más bien, cada cual guaquea según su suerte y su habilidad.

«El único salario que recibimos es la comida, la dormida y la esperanza de salir de pobres», comenta Roberto Denia, un comerciante bogotano a quien la crisis envió a la mina. Sueña con encontrar una piedra que valga una casa, las deudas que le ahogan y el estudio de los hijos. «La esmeralda no tiene amores, ni mamá, ni papá, ni hermano. Cuando uno la encuentra, ya no distingue a nadie», dice sincero un compañero.

Edwin Grijalba, un ingeniero muy joven que es el único de la cadena que está en nónima, habla claro: «Todo el mundo se enguaca algo, incluso el socio plantero, que es quien hace la inversión, quien alimenta a los obreros, compra las herramientas y mete la luz y el aire en el corte». El ingeniero es quien hace el reparto oficial, lo que saldrá a la luz. En una tula (saco) que lleva el representante de todos los socios, entre 10 y 20 por mina, introduce lo que quedará para la empresa, generalmente las mejores piedras. Algo de peor calidad deja para el vigilante y si acaso, los restos para los mineros. Una vez acabada esa primera criba, permiten que los mineros saquen la tierra y la laven para buscar morralla o una gema que haya pasado inadvertida.Después de ellos, aún vendrán los guaqueros que aguardan en el exterior a que les dejen recoger unas pocas migajas.


SUPERSTICIÓN


«Unas semanas atrás, unos guaqueros encontraron una esmeralda de 80 millones de pesos entre la tierra que había pasado ya por decenas de manos. Nadie la vió», recuerda Edwin. La superstición y la ayuda que pueda otorgarles la Virgen de Chiquinquirá, patrona de Colombia, y Dios, son en muchas ocasiones los únicos argumentos que tienen algunos socios planteros para abrir nuevos túneles.

«Abrimos clavadas (túnel vertical) y toboganes (diagonal) dentro del gajo (túnel) por pura intuición, porque uno soñó esmeraldas en un punto, porque allí murió un guaquero...», comenta José Yañez, antiguo minero que ahorró para invertir con otros amigos en un corte. «Llevamos ocho meses y aún no hemos visto mil pesos.Tenemos que alimentar 43 obreros, pero esta vaina es así. Cuando a uno le entra el veneno, ya no se va... Una sola piedra puede reponer todos los gastos».

Piensa que hay que tener cuidado con no enfadar a la esmeralda, porque puede esconderse y desaparecer por años. «Cuando se muere un guaquero sepultado por un derrumbe o intoxicado por los gases, la gente se pone contenta porque cree que sale esmeralda. Y es verdad», cuenta riendo el ingeniero Viderker. «Lo mismo sucede con las noches, la Semana Santa, diciembre y por San Pedro. Yo no lo creía, pero es así. Salen más gemas en esas fechas, no se sabe por qué».

Adentrase en una mina es un recorrido sofocante por corredores ennegrecidos, una gigantesca sauna con temperaturas de hasta 40 grados, con una humedad del cien por cien. Las empresas inyectan aire por una culebra de plástico de centenares de metros a la que cada minero le hace un agujero, y no permiten trabajar en lugares que excedan los 33 grados, casi el límite para la deshidratación.

A pesar de la dureza, nadie quiere renunciar, salir de la ruleta instalada sobre un impresionante tapete verde. Alvin de Jesús, guaquero, linterna en un bolsillo, un saco doblado en las botas de agua, el torso teñido de negro, aún se aferra a su suerte, esquiva durante meses. «Aquí uno piensa que éste será su día, que lo que uno encuentre es para uno; no tengo salario, tengo esperanza».




 
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