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 DIRECTORIO   Domingo 12 de octubre de 2003, número 417
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INJUSTICIA / LA ODISEA DEL NIÑO DE EL ROYO
Pobre Diego
ANA MARIA ORTIZ
EL LABERINTO DE DIEGO


Fue retirado a sus padres biológicos, enfermos mentales, al nacer./ Tras cinco meses en un centro, fue dado en acogida a una pareja de El Royo. / 22 meses después, tras las reclamaciones de la madre biológica, es entregado a su tía. / Ésta renuncia a su custodia y el niño vuelve al centro. / En junio de 2002 Diego vuelve con su madre biológica . / Esta semana ha vuelto al centro de acogida
   

Llanto. Hace algunos meses a Diego, el pequeño salmantino de 4 años bautizado como el niño de El Royo, lo tuvieron que rescatar de su casa los bomberos. Los vecinos los llamaron ante el llanto insistente del pequeño. Margarita, su madre biológica y legal según sentencia judicial, lo había dejado solo. No era la primera vez que el niño lloraba la ausencia. Episodios como éste se han convertido en pan de cada día desde que en junio del año pasado la justicia entregara la custodia de Diego a Margarita.


La mujer que le dio la vida el 4 de enero de 1999 se ha deshecho en mimos con el hijo, pero el trastorno bipolar que sufre le ha impedido ejercer el papel de buena madre. Quizás por miedo a que se lo quitaran, le cerraba la puerta al personal de los servicios sociales encargados de hacer un seguimiento de Diego.O directamente, si habían cruzado el umbral de su puerta, los echaba a la calle. El mismo temor a perderlo hacía que se resistiera a llevarlo al colegio. El primer año, aunque irregularmente, lo tuvo escolarizado, pero hace meses que al niño no se le veía por clase. «En cuanto Lucas salga de la cárcel lo llevo de nuevo», le decía a los suyos.

Lucas es Luis Lucas, el padre del niño. Sufre una esquizofrenia agudizada por el abuso de alcohol y cumple condena de seis años en un psiquiátrico de Alicante porque en abril pasado prendió fuego a su piso en Salamanca. Ni Margarita ni Diego estaban allí cuando las llamas. La madre había alquilado otro piso para vivir con su hijo, tratando de evitar que el pequeño sufriera la vena violenta que unas copas de más despertaban en Lucas.

La detención de éste trastornó a Margarita. El pasado 23 de septiembre tuvo un brote de euforia -su enfermedad la conduce indistintamente de la depresión más profunda al estado más optimista- y decidió viajar a Madrid. Quería, cuenta su familia, protestar en los Juzgados de Plaza de Castilla por la situación de Lucas y pedir que lo sacaran de la cárcel. A Diego se lo llevó con ella. Enfrascada en esta batalla, alquiló una habitación en una pensión en Madrid, pero durante varias noches no concilió el sueño. Desfalleció y acabó ingresada en la unidad de psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón. Al pequeño Diego lo ingresaron en un centro de acogida y los servicios sociales madrileños decretaron que se encontraba en situación de desamparo. Doce días después, madre e hijo volvieron a Salamanca. A Margarita le dieron el alta médica. Y el niño quedó ingresado en el centro de Los Charros, a la espera de que la justicia, por enésima vez, decida sobre su destino.

Porque la corta vida de Diego, un laberinto que parece no tener salida, ha transcurrido de unos brazos a otros al vaivén de decisiones tomadas en despachos judiciales: cinco meses en un centro de acogida, 22 meses con unos padres de acogida en el Royo (Soria), vuelta al centro de acogida, tres meses con su tía María Antonia, 11 meses más en el centro y 16 meses con su madre biológica.Eso hasta ahora. Cuatro años y nueve meses de vida.

María Antonia Bernal, la tía de Diego, no puede evitar el dolor cuando ve el nombre de su sobrino de nuevo en los titulares y a su hermana, presa de la enfermedad, copando las pantallas de televisión. Durante todo este tiempo ha mirado por el bienestar de Diego. Siempre en la distancia, sabedora de que Margarita es muy celosa de su maternidad. La tía quiso hacerse cargo del niño, darle un hogar dentro de la familia y cerca de Margarita.Pero, aunque Diego llegó a estar tres meses en su casa, tuvo que renunciar a su custodia y ponerlo de nuevo en manos de los servicios sociales. No pudo aguantar la presión de Margarita, quien siempre ha querido a Diego sólo para ella.

«Yo pedí una oportunidad para mi hermana», cuenta María Antonia.«Margarita lo había parido y pensaba que el niño iba a ser un revulsivo para que se estabilizara, para que tomara la medicación correctamente... Yo tenía esa esperanza». Pero el tiempo, reconoce, ha acabado quitándole la razón. «Margarita ha tenido deficiencias en el tratamiento del niño. No de malos tratos, sino de dejarlo solo, tenerlo a deshoras en la calle, no tener unos horarios de comidas... Yo se lo decía: "Margarita, que no se cuida a un niño sólo con besos y abrazos"».

Pensando en la angustiosa situación de su sobrino, de nuevo ingresado en un centro de acogida, María Antonia no deja de darle vueltas a la cabeza y formularse la misma pregunta: «¿Quién merece estar en un centro: Diego o Margarita?». Mientras los padres de acogida de El Royo, Carlos y Raquel, dicen que su casa todavía está abierta para Diego pese a que ya adoptaron hace más de un año a la niña, Margarita sigue insistiendo en que el niño es suyo.

María Antonia, desde estas páginas, ofrece una solución a la Justicia: «Conmigo Diego podría tener una oportunidad para integrarse en una familia y tener de una vez por todas el hogar que necesita.Pero para ello es necesario que a Margarita se la ingrese en un centro indefinidamente. Si no, Diego nunca podrá ser libre.Se me desgarra el alma al decir esto, pero prefiero ver a mi hermana encerrada que tirada en la calle».




 
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