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 DIRECTORIO   Domingo 19 de octubre de 2003, número 418
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MODA / PROVOCACIÓN SE ESCRIBE CON «T»
Del pololo al tanga
LA BRAGUITA «tirachinas», una minúscula prenda que nada tiene que ver con la que surgió hace 400 años
ALBERTO ROJAS
1923. No eran bragas, sino pololos, una pieza de algodón que cubría el tronco y parte de las piernas y que comenzó a usarse tras la Gran Guerra
   

La quimera del voyeur tiene forma de triángulo de tela por la parte delantera, aunque al viajar hacia la retaguardia se convierte en una cinta más fina que un hilo dental. Sin embargo, la mayor gracia del tanga es el pequeño equilátero que acaba dibujándose donde la espalda pierde su casto nombre -y comienza a llamarse culo- y sin el cual nada sería lo mismo, ni para la usuaria ni para sus alrededores.


Este breve harapo, blasfemo, afrodisíaco y cachondón, enemigo del bromuro y pesadilla del puritano, partió del Africa central en los años 80, donde lo usaban las mujeres pigmeas como un taparrabos, para aterrizar sobre las cálidas playas de Ipanema, el lugar en el que lo pusieron de moda las chicas brasileñas. Después, a finales de los 90, el tanga desembarcó en Europa para vestir a las cíngaras y a las walkirias. Actualmente, representa la prenda preferida de las adolescentes de todo el mundo. Qué lejos quedan los corpiños como armaduras, los corsés de ballena, la ropa interior almidonada, los cinturones de castidad, las bragas casi de esparto y la estética machista y rancia.

¿Qué habrán visto en el tanga un 40% de españolas? ¿El lujo de la comodidad, la lucha contra el decoro, una bandera generacional o la pasión insaciable del exhibicionismo? Dice el experto en moda Carlos García Calvo que «una braga es una braga», pero pocas veces una prenda suscitó tanta polémica. Desde su origen en pleno Renacimiento italiano hasta nuestros días, las bragas, los slips y los tangas no han dejado de perder tela, de enseñar cada vez más carne y de soportar persecuciones y censuras sin demasiado sentido.

Todo comenzó en el siglo XVI, cuando aparecieron en Roma una especie de pololos que alcanzaban hasta las rodillas y eran muy usados por las cortesanas. La iglesia católica, escandalizada, prohibió su utilización y los tildó de «vestimenta de mujer de la vida».

Aún en el siglo XVIII se consideraba que llevar este tipo de prenda no era propio de una dama, sino un artículo reservado a viejas frioleras o enfermas. Lo habitual en la época era que las mujeres no utilizaran ninguna vestimenta bajo sus faldas.En la primera mitad del XIX, y gracias a Jean-Jacques Rousseau y a su libro sobre educación Emile, a las niñas menores de 12 años se les permitió usar ropa interior durante sus ratos de juego. Las bailarinas del Can-Can también contribuyeron lo suyo: levantaban sus piernas tan alto que necesitaban un embalaje especial que ocultase sus encantos. Para ellas, y sólo para ellas, se ordenó el uso de slips por imperativo legal. La policía enviaba todas las noches a un inspector de bragas -así se llamaban- para comprobar que las chicas estuvieran correctamente tapadas.

Mientras su uso comenzó a extenderse a las mujeres de toda condición social, la opinión que se tenía de ellas fue evolucionando hasta la aceptación absoluta por parte de las autoridades religiosas, que comentaban cosas como esta: «La braga es útil, porque es la última barrera de una dama decente. Constituye un apoyo para ellas, que así tienen la posibilidad de recuperar la compostura y retirase antes de que nada ocurra». Fueron las prostitutas de la época las que huyeron de la chabacanería decimonónica y otorgaron, desde sus burdeles o casas de lenocinio, ese carácter disoluto, liviano y erótico que posee la ropa interior en la actualidad.

Hoy, el tanga, último grito en lencería femenina, ha abierto de nuevo la caja de Pandora. La normativa para este nuevo curso del Lycée Ribauvillé, un instituto conservador del noroeste de Francia, prohíbe a sus jóvenes alumnas que hagan ostentación de su ropa interior. El tirachinas -como muchos y muchas lo llaman-, visto por la puritana dirección del centro como una «indecente degradación estética», no hubiera levantado tanta polvareda si no fuera por la utilización de pantalones de talle bajo, un cóctel de moda -para muchos libidinoso, para otros escandaloso- que deja al aire la zona que desciende desde el ombligo hasta buena parte de los glúteos femeninos.

Según los profesionales del sector, seis de cada 10 braguitas que salen de las tiendas españolas son tangas. Marcas como Sloggi -precursora del reducido accesorio en todo el mundo- acaban de presentar un modelo para lolitas de 12 a 15 años. Además, la influencia de célebres tangueras como Britney Spears, Jennifer López o Kylie Minogue ha contribuido a la expansión de la prenda por los traseros de media Europa.

En España, un país en el que ha calado el invento, se vendieron más de 84 millones de bragas durante 2002, de las que 10 millones eran tangas, un 20% más de las que se compraron en 2001. A lo largo de 2003, las cifras más pesimistas ya anuncian que pueden incluso doblar las del año anterior. Sloggi, por ejemplo, presume de haber vendido tantos como para dar la vuelta varias veces a la tierra si se unieran por sus gomas elásticas. De los almacenes C&A salen 12.000 tangas todas las semanas.

Y ellas no son las únicas consumidoras. Los hombres, sobre todo dentro del mundo gay, comienzan a animarse y marcan tendencia -y paquete- con los modelos para chico. Hasta las firmas de salvaslip han diseñado compresas especiales para las Tanga girls.

¿Las razones del éxito? Hay para todos los gustos: valen más baratos que las bragas, evitan las marcas de las antiestéticas costuras cuando se usan pantalones y representan casi un símbolo generacional. Las chicas de entre 14 y 25 años, que son las que más lo usan -casi un 40% lo lleva a diario- han provocado una revolución. Ellas son las responsables de que las palabras glamour, estética y provocación se escriban con T, de tanga.




 
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