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 DIRECTORIO   Domingo 18 de enero de 2004, número 431
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Ser cura católico y con hijos en España
Gana 700 euros como otros sacerdotes y tiene casa de la diócesis de Orihuela. Su Papa es Juan Pablo II y cree en los mismos mandamientos. La gran diferencia es que el ucraniano Oleksandr está casado y tiene hijos. Y el Vaticano se lo permite
JOSÉ MANUEL VIDAL
DE TRANSILVANIA A GRANADA. Sorin Catrinescu, oriundo de la región de Transilvania, de 30 años, es párroco en La Mamola (Granada) desde hace aproximadamente un año. Con él viven su esposa, Elena, y sus tres hijos (Dominic, Teresa y María) de entre tres y seis años de edad. Ayudado por su mujer, el sacerdote atiende a toda la colonia rumana dispersa por el sureste español. FRANCISCO AYALA
   

Cuando va de clergyman por la calle, Oleksandr Dorykevych parece un cura católico más. Y lo es. Por llevar adelante su parroquia, en la alicantina playa de los locos, el sacerdote ucraniano recibe sueldo y casa de la diócesis de Orihuela-Alicante. Setecientos euros y una morada digna para él y los suyos: su mujer, Lyuba (Amor en ucraniano), y sus tres hijos, Vira, Román y Xristina.Sí, está casado y sigue siendo cura con todas las bendiciones apostólicas. Como el rumano Sorin Catrinescu, con parroquia en La Mamola (Granada). Su Papa es Juan Pablo II. Creen en el mismo Dios y en los mismos mandamientos que los alrededor de 10.000 sacerdotes españoles que están apartados de la Iglesia por haberse casado, pero a ellos nadie les ha expulsado del paraíso. ¿Por qué? Oleksandr, fotógrafo antes que cura, y Sorin, desposado con una licenciada en Historia, son miembros de la iglesia greco-católica, que se unió a Roma en 1696 manteniendo su propia tradición y disciplina, entre las que no están la exigencia de celibato a sus pastores.


Enviados de misión a España por sus respectivas iglesias nacionales para atender aquí a la población emigrante desplazada, Oleksandr y Sorín han encontrado discreto acomodo en casas parroquiales.Y algo más: el anonimato. Ellos, y otros muchos en número imposible de precisar, son el secreto que la jerarquía eclesiástica española quiere mantener oculto por temor al «efecto contagio». De trasfondo, el tabú del celibato.

«Tato (papá), sonríe". La pequeña Xristina, de 9 años, logra arrancar una tímida sonrisa del rostro de Oleksandr. Toda la familia ha querido acompañar al sacerdote ucraniano a la sesión de fotografía en la mismísima catedral de Valencia. Lyuba, la esposa, le coloca la casulla ante un crucifijo del siglo XVII atribuido a Alonso Cano.


NIETO DE CURA


Estamos en la capilla del Cristo de la Buena Muerte. Y lejos parece quedar ya la carta que, hace un año, la Conferencia Episcopal española enviaba al arzobispo mayor de la iglesia ucraniana, el cardenal Lubonir Husar. A la petición de que no enviara más curas casados para atender espiritualmente a los emigrantes, el purpurado greco-católico respondía con su propia biografía: «Yo mismo procedo de una familia de sacerdotes. Mi abuelo era sacerdote (...). En muchas ocasiones, tener una familia puede ser una enorme ventaja para los que intentan vivir su vocación sacerdotal. Pero tampoco quiero parecer descortés con mis hermanos obispos. Sólo deseo que nuestros sacerdotes sean tratados en España con todo el respeto».

¿Cómo aceptar que los sacerdotes llegados de fuera puedan tener familia y seguir castigando aquí a gente como Ramón Alario? A este religioso sin hábitos que lleva más de 20 años manteniendo a su familia (también mujer y tres hijos), le enrabieta la hipocresía y la doble moral de la institución universal.

El que fuera rector del seminario menor de Madrid, licenciado en Filosofía y doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Comillas, preside ahora el Movimiento procelibato opcional (Moceop), que agrupa en España a más de 4.200 curas casados de los 10.000 que en los últimos años colgaron las sotanas para formar una familia. A sus ojos, casos como los de los curas llegados del Este «empujarán el muro sin sentido del celibato».

Una grieta se ha abierto ya en el mismísimo seminario de Madrid, donde tres seminaristas rumanos greco-católicos cursan Teología.Con estudios, manutención y estancia pagados íntegramente por el Arzobispado de la capital, disfrutan además de un privilegio vetado al resto de sus compañeros madrileños: pueden tener novia.

Oleksandr tomó los hábitos hace seis años. Ya llevaba tres con esposa. En su país, una situación absolutamente normal. «En Ucrania un cura casado tiene más credibilidad entre la gente que un célibe.Porque da ejemplo no sólo a nivel personal sino también familiar.A los curas célibes se les acepta con dificultades».


SOTANA Y GRAN CRUZ


De mediana estatura, complexión fuerte, barba recortada y pelo pincho, a sus 43 años Oleksandr luce sobre la sotana negra una gran cruz dorada con una imagen del Pantocrator (Dios creador) en el centro, el regalo con el que su obispo, Isofron Mudrey, le confirió la dignidad de protopresbítero. Llama tanto la atención el gran pectoral dorado que el sacristán de la catedral de Valencia, donde se realizó el reportaje fotográfico, se acercó a besarlo con unción.

Desde su llegada a España, el sacerdote ucraniano está incardinado en la diócesis de Orihuela-Alicante. Cobra igual que los demás curas (unos 700 euros al mes) y la diócesis cotiza por él a la Seguridad Social y le proporciona casa e iglesia.

«Hemos hecho todo lo posible por ayudarlo al máximo», dice el párroco de la Inmaculada de Torrevieja, Manuel Martínez. «Al principio celebraba misa aquí, pero desde hace ya un año, el obispado le cedió la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en la playa de los locos y allí se reúne con su comunidad. Además, vive con su familia en una casa del obispado. Es, a todos los efectos, un cura más de la diócesis, aunque esté casado y tenga mujer e hijos».

Y lo mismo le pasa a Sorin Catrinescu, el sacerdote casado greco-católico de origen rumano que vive en La Mamola. Dispone de la parroquia del pueblo granadino, reside en la casa rectoral y cobra religiosamente sus 700 euros al mes para vivir con su mujer y sus tres hijos de 6, 5 y 3 años.

En noviembre de 2003, la Conferencia Episcopal española fijó su postura frente a los curas casados greco-católicos que llegan a España siguiendo el movimiento migratorio de sus fieles. En el documento, de nombre Orientaciones para la atención pastoral de los católicos orientales en España, los obispos pasan revista a la problemática de los fieles y sus pastores, que vienen a nuestro país para «salir de la penuria y alcanzar una mejor situación de vida».

En ninguna de las 12 páginas del texto episcopal se dice una sola palabra de las familias de estos curas. Es como si no estuviesen casados. La jerarquía española quiere que sus casos no se conozcan demasiado.

«No puedo decirle el nombre de los curas ucranianos casados», dice el padre Ihor. Se trata de un fraile redentorista ucraniano célibe (entre los greco-católicos los frailes son los únicos que no se casan), que atiende a la comunidad greco-católica en la parroquia del Buen Suceso de Madrid. Y nos aconseja que no movamos el asunto, porque «podría perjudicar a los sacerdotes casados de mi país».

Para todos ellos, y también para los tres aspirantes a cura del seminario de Madrid, el celibato no es una obligación inherente al sacerdocio, sino un carisma que pueden elegir libremente.Contactamos precisamente con uno de los estudiantes para charlar y hacerle unas fotos. Unas horas después, tras consultarlo con sus superiores, llamó para decir que le habían prohibido hablar con nosotros.

«Algunos no lo entienden, pero la mayoría de los españoles lo ven como algo normal», explica Oleksandr con su todavía macarrónico español. Al quite para traducirle está siempre Mikhaylo Petrunyak, el presidente de la asociación Ucrania. Orgulloso de las actividades de su asociación (equipo de fútbol y coro incluidas) a pesar de no contar con subvenciones oficiales, asegura que la Iglesia de Valencia no pone pega alguna a los curas casados ucranianos.Y como prueba palpable de ello es por lo que nos lleva a la mismísima catedral a hacer las fotos de Oleksandr.

Una vez allí, un sacristán celoso casi nos estropea la sesión, pero un canónigo más comprensivo nos da permiso para fotografiar a Oleksandr en «cualquier parte menos en la cátedra del obispo».«No se la quiero usurpar», comenta Oleksandr con ironía, mientras su mujer, Lyuba, pendiente de todo, sonríe sin parar. Se la nota feliz. Es una mujer elegante, guapa y con fuerte personalidad.En su mirada se lee el amor. «Como padre es maravilloso y, como marido...». Se ríe y no termina la frase. Del esposo cura destaca su «capacidad para relacionarse con la gente». Defectos no le ve ninguno.

Lyuba lleva sólo seis meses en España. Y está feliz de poder estar de nuevo con su marido, del que estuvo separada casi tres años. Pero ya pasó. Ahora, él se gana la vida atendiendo una numerosa parroquia de ucranianos esparcidos por todo el Levante.Sus hijos (Vira de 17 años, Roman de 16 y Xristina de 9) ya van al colegio. Y la vida vuelve a sonreírles. Incluso el clima es mejor que el de Ucrania. Aunque todavía echan de menos la nieve, que allí dura seis meses, el país, la familia, la gente...


SORIN TIENE TRES HIJOS


El padre Sorin, de 30 años, lleva sólo un año en España, pero habla muy bien el español porque antes de ser cura hizo su carrera de Letras y estudió castellano e italiano. Un grupo de rumanos de Transilvania, la región de donde procede, hizo «una petición a mi arzobispo de que necesitaban un cura». El arzobispo se puso en contacto con el entonces titular de Granada, Antonio Cañizares, y Sorin aterrizó en La Mamola, donde tiene una iglesia y una casa para la familia.

El padre Sorin se casó con Elena en 1997 y tienen tres hijos: María, de 6 años, Teresa, de 5, y Dominic, de 3. Su mujer, historiadora, está intentando encontrar un trabajo, pero no lo consigue porque tardan en convalidarle su titulación. Mientras tanto, viven de los 700 euros que gana él como cura. Asegura que al principio «tenía miedo, pero la gente me ha recibido estupendamente. Saben que estoy casado, conocen a mi familia y, en el pueblo, suelen decirme que los curas católicos también deberían casarse».

Pero los curas granadinos con los que se reúne Sorin desconfían del periodista a la hora de hablar del celibato. «Ya venís a por el morbo, ¿verdad?», espeta de entrada Antonio Rodríguez, párroco de La Rábita, de La Mamola, y de varias parroquias más.Se le nota que no le apetece hablar del tema. «Cada uno tiene su camino. Yo tengo vocación de cura célibe. No envidio a Sorin.Lo entiendo y nada más», concluye.

Más abierto y comunicativo, Manuel Martínez, párroco de La Inmaculada de Torrevieja, reconoce que sus feligreses le suelen decir, al ver al padre Oleksandr con su familia: «¡Es que ustedes también deberían estar casados!». Él, sin embargo, asegura que el celibato «no es una carga» y que vive «muy feliz siendo célibe». Y tampoco es partidario del celibato opcional en este momento, porque cree que el pueblo «no está todavía preparado para ello». Por eso, está convencido de que el celibato en la Iglesia «durará mucho».

De hecho, como cuenta el cura rumano, a veces sus compañeros de la zona le toman el pelo por estar casado. «No sé lo que piensan en su mente y en su corazón, pero, por lo que dicen no me envidian por estar casado y tener tres hijos», explica. «Quita, quita, vaya trabajo aguantar a la mujer y a los hijos», le suelen decir.«Están orgullosos de su tiempo libre», añade Sorin. Eso sí, le tratan como uno más y están muy pendientes de él. «Me han comprado muebles y me dan dinero. Siempre me dicen: "Toma, toma, tú lo necesitas más para tu familia"».


LA MUJER, PRESBITERA


En cambio Sorin cree que un cura no casado «es un problema».Porque el sacerdocio es, en su caso, algo familiar. Tanto es así que, en Rumanía, a su mujer la llaman presbítera. Con ayuda de su presbítera, el padre Sorin atiende a toda la colonia rumana dispersa por el sureste español. A veces se desplaza hasta Ciudad Real o Córdoba.

A sus misas van tanto los rumanos católicos como los ortodoxos.Y ya está pensando en instalarse en algún lugar más poblado, para poder trabajar más y mejor. Pero lo que le preocupa sobre todo es no tener problemas con el arzobispado que le está pagando el sueldo. Por eso, repite una y otra vez: «Por favor, no quiero tener problemas. Me juego el pan de mi familia».

Ramón Alario también lleva más de 20 años alimentando a los suyos.Da clases en el Instituto Luis de Lucena de Guadalajara, está casado con Paloma y tiene tres hijos de 21, 18 y 12 años. Cumplía 40 cuando se enamoró de Paloma y tuvo que dejar su vocación sacerdotal. Pero sigue luchando por el celibato opcional, ahora como presidente del Moceop.

Este colectivo, con sus más de 4.200 curas casados, lucha para que los obispos «no consigan ocultar y tapar la realidad de las secularizaciones». Calculan que sólo en España hay unos 10.000 sacerdotes secularizados y que, últimamente, las secularizaciones se producen en curas muy jóvenes con sólo tres o cuatro años de ejercicio vocacional.

El caso de los curas casados greco-católicos a Ramón Alario le produce una mezcla de sentimientos. «Por un lado, rabia ante la hipocresía y la doble moral de la institución. Por otro, alegría, porque el tabú del celibato obligatorio irá cayendo cuando se vea que se puede ser perfectamente casado y cura», explica. A su juicio, «el próximo Papa tendrá que replanteárselo. El celibato tiene los días contados, aunque me gustaría que la Iglesia lo aboliese no por conveniencia ni por necesidad, sino porque entendiese que los carismas no se imponen».

Por todo ello, Alario no entiende que la institución «siga tirando piedras contra su propio tejado y prescinda olímpicamente de más de 10.000 sacerdotes, echando por la borda una enorme riqueza humana y espiritual». A su juicio, el sueño del futuro es un sacerdote, célibe o casado, elegido por la propia comunidad.Mientras tanto, la jerarquía los ignora. Hace años que escribieron al cardenal Rouco «para charlar con él de nuestras cosas y tomar un café y no se ha dado por enterado».

Sin esperar la bendición del cardenal de Madrid ni de Roma, muchos de los curas del Moceop siguen ejerciendo el ministerio en pequeñas comunidades, pero casi a escondidas y clandestinamente.

Alario asegura que muchos de los curas secularizados terminan sintiendo lo que ellos llaman «nostalgia del altar». Pero no pueden volver. La misma ley que permite decir misa, confesar y oficiar como cura al padre Oleksandr o al padre Sorin, impide a estos otros curas españoles acercarse al altar. Están «reducidos al estado laical» y casi excomulgados. Como decía el secretario de Estado, cardenal Sodano, «han traicionado a Cristo y a la Iglesia», refiriéndose a la secularización del prestigioso teólogo de la Liberación, Leonardo Boff, que tuvo que colgar los hábitos, harto de la persecución a la que le sometió la Congregación para la Doctrina de la Fe.

«¿Traidores? Me da risa y tristeza. ¿Por qué nosotros sí y los greco-católicos no?», se pregunta Ramón Alario. Y la respuesta, según el padre Oleksandr, está en el Nuevo Testamento. «Quien aspira a un cargo directivo...tiene que ser intachable, fiel a su mujer, juicioso, equilibrado... Tiene que gobernar bien su propia casa y hacerse obedecer de sus hijos con dignidad.Uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de una asamblea de Dios?» (1 Timoteo 3, 1-6). Es Palabra de Dios.




EL OBISPO Y SEÑORA

Los exégetas concuerdan en que los apóstoles -con la excepción de Pablo y Bernabé- eran todos casados e iban acompañados de sus esposas en sus viajes misioneros. Jesús no dijo nada sobre el celibato de los curas. De hecho, en las primeras comunidades cristianas hasta los obispos se casaban y sobre sus esposas presenta el Nuevo Testamento una normativa concreta (1 Timoteo 3, 1 ss; Tito 1, 5 ss). La idea del celibato eclesiástico no logró imponerse -con fuertes resistencias- hasta el Medioevo.

Se trata, pues, de una norma disciplinar impuesta en un momento determinado por la Iglesia. No afecta al núcleo de la fe y, por lo tanto, puede ser derogada en cualquier momento por el Papa.De hecho, en todas las demás Iglesias cristianas, el celibato, cuando existe, es opcional. En cambio, en la Iglesia católica el celibato es una conditio sine qua non para poder ser cura.

Aunque las cifras oficiales no se conocen, se calcula que hay en todo el mundo unos 100.000 sacerdotes que tuvieron que colgar la sotana para poder casarse. En España, unos 10.000. Ante la sequía vocacional que sufre, muchos se preguntan por qué se empeña la Iglesia católica en seguir manteniendo el celibato obligatorio.Unos dicen que proporciona al clero una mayor libertad y disponibilidad.Otros creen que se trata de una simple cuestión económica: es más fácil de alimentar y manejar un ejército de 400.000 curas célibes.

En cualquier caso, aunque teóricamente se muestra inflexible, la jerarquía de la Iglesia suele hacer la vista gorda. En Africa y en Latinoamérica muchos curas viven con sus mujeres en las casas parroquiales.

Además, la propia Iglesia católica acepta una serie de excepciones a su propia regla. Por ejemplo, con los curas casados anglicanos que se pasan a la Iglesia católica y siguen ejerciendo. En tiempos del régimen comunista, en Checoslovaquia se ordenaron curas y obispos casados. Pero tras la caída del telón de acero, la Iglesia los ocultó. Por miedo al «efecto contagio».




 
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