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 DIRECTORIO   Domingo 28 de marzo de 2004, número 441
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El último de Filipinas
Paco, hijo de un pelotari vasco casado con una rica filipina, morirá por inyección letal por violación y asesinato. Dudas y odios históricos rodean la sentencia
DAVID JIMÉNEZ. Cebú / Manila
Las hermanas Chiong en una foto familiar. / INS
   

Hay muchos sitios donde uno esperaría encontrarse con Francisco Larrañaga. La mayor prisión del sureste asiático no es uno de ellos.


New Bilibid es un inmenso complejo de barracas y celdas comunes donde más de 16.000 reclusos se hacinan en condiciones extremas.La mayoría de los internos vienen de las barriadas, eternamente pobres, que se van dejando atrás según se toma la carretera que lleva hasta esta penitenciaría situada a 30 kilómetros de la capital. «No ha sido fácil hacerse respetar aquí», dice el joven español de 26 años, al recordar su origen entre la elite de Filipinas.

«Afortunadamente, Dios está de mi lado».

Francisco Larrañaga, Paco, espera en el corredor de la muerte el día de su ejecución mediante una inyección letal. El Tribunal Supremo de Filipinas confirmó el pasado mes de febrero su culpabilidad en el conocido como «crimen del siglo» cometido en la isla de Cebú: el secuestro, violación y asesinato de dos adolescentes a manos de los siete de Chiong, un grupo de jóvenes procedentes de algunas de las familias más influyentes de la isla. Para el Alto Tribunal que ha revisado su causa, la cadena perpetua impuesta en primera instancia era excesivamente blanda y, por ello, los condena a la pena capital.

Pocos días después de la nueva sentencia judicial, en la parroquia del padre Víctor Labao, en Cebú, se pudo escuchar la última petición de clemencia de Francisco Larrañaga a través de un mensaje grabado en una cinta desde su celda: «Soy inocente. Juro que estaba en Manila el 16 de julio de 1997 y, sin embargo, aquí estoy, encarcelado y sentenciado a morir por un crimen que no cometí. No dejéis que me maten».

El viaje de Paco Larrañaga desde una vida acomodada al corredor de la muerte empezó antes incluso de haber nacido, con la llegada de su padre a la isla de Cebú para inaugurar un frontón de pelota vasca en 1966. El entonces joven pelotari trabajaba como carnicero en su localidad natal de Alegría de Oria, en Guipúzcoa, y vio en la aventura a Filipinas la oportunidad de salir adelante, ganar dinero y ver mundo. «Tras los partidos un grupo de pelotaris íbamos a un bar que se llamaba el Ranchito y allí la conocí», recuerda Manuel Larrañaga al hablar de su mujer, Margarita Osmeña.

La madre de Paco era por entonces uno de los mejores partidos de la isla. Nieta del histórico presidente de Filipinas Sergio Osmeña, Margot, como la conoce todo el mundo en Cebú, formaba parte de uno de los clanes más influyentes del país, una familia que hoy sigue dando senadores, congresistas y alcaldes.

La pareja tuvo tres hijos y, cuando el frontón cerró unos años más tarde, Manuel se hizo cargo de las plantaciones de azúcar y de los negocios familiares. Los Larrañaga vivían la vida de los últimos descendientes españoles de Filipinas, con tardes en el antiguo Casino Español, todavía en pie en el centro de la ciudad, y una vida social marcada por las tradiciones y los vínculos históricos.

Todo cambió el 16 de julio de 1997.


«ORGIA DE VEJACIONES»


Thelma Chiong esperaba esa noche en su casa la llegada de sus dos hijas, Marijoy y Jacqueline, de 19 y 21 años. La pequeña había ganado el concurso de belleza del instituto; la mayor era la mejor estudiante de su clase. «Cuando pasaba el tiempo y no venían pensé que algo no iba bien y mandé a su hermano a buscarlas, sin saber que me las habían robado para siempre», recuerda la señora Chiong.

Para entonces, las hermanas Chiong ya habían sido secuestradas y llevadas a una casa de las afueras de la ciudad. Durante toda la noche fueron violadas en grupos de dos y tres atacantes, golpeadas y humilladas en lo que la policía describe como «una orgía de vejaciones». Marijoy fue la primera en morir: la arrojaron por un precipicio de 90 metros. El cuerpo de su hermana nunca fue encontrado.

La policía inició sus pesquisas entre los drogadictos y delincuentes habituales de Cebú, uno de los principales destinos turísticos de Filipinas y la segunda mayor ciudad del país. La primera pista que les llevó a los siete de Chiong fue una denuncia anterior de una joven que había señalado a Paco Larrañaga como la persona que había tratado de introducirla en su coche a la fuerza unos meses antes.

Pero no fue hasta ocho meses más tarde, cuando la presión popular para dar con los culpables amenazaba a toda la jerarquía policial de Cebú, cuando los investigadores tuvieron en sus manos el testimonio sobre el que se sostendría todo el caso. David Valiente Rusia, un delincuente común con pequeños delitos pendientes en EEUU, aseguraba haber participado en el crimen y señalaba entre los participantes a varios hijos de la elite local, incluido Paco.

Los periódicos locales abrieron a toda página con la noticia, en la calles se pidió la horca y el entonces presidente, Joseph Estrada, mostraba su satisfacción públicamente al haber cumplido con su promesa de llevar a los culpables ante la Justicia. «Les encantaba la idea de ver a un Osmeña implicado, eso demostraba a sus ojos que los poderosos no eran inmunes», asegura Margot, que hoy dedica todo su tiempo a tratar de demostrar que su hijo es inocente.

Rusia, hoy en paradero desconocido, recibió inmediatamente inmunidad y se convirtió en testigo protegido a cambio de denunciar lo ocurrido durante el juicio, donde alegó que su conciencia no le había dejado dormir y que, arrepentido, se decidió a contar toda la verdad.

Los acusados, según su versión, introdujeron a las chicas en su coche, taparon sus bocas con cinta aislante y las llevaron a la casa elegida para violarlas. Paco Larrañaga abusó una segunda vez de Marijoy en el interior de una furgoneta que habían alquilado.Tras pasar 15 minutos en el interior del vehículo, salió y preguntó a los demás: «¿Quién quiere ser el siguiente?». Uno a uno «entraron en la furgoneta para salir unos minutos después sonriendo», según se describe en la sentencia.

Finalmente, en una última humillación antes de arrojar al menos a una de las hermanas por un enorme precipicio, las hicieron bailar medio desnudas mientras bebían y se divertían. Todo había sido parte de «una gran fiesta» planeada días antes. La policía dice que el testimonio de Rusia fue contrastado con numerosos testigos y que sus detalles eran tan concretos que difícilmente podrían haber sido inventados.

Cuando Paco Larrañaga fue detenido, su padre, Manuel, estaba en España. Al enterarse cogió el primer vuelo y se presentó ante su hijo en el hospital donde estaba siendo tratado tras una subida de tensión provocada por su arresto. El ex pelotari le pidió que le mirara a los ojos:

-Paco, no me mientas, dime la verdad, por favor. ¿Has tenido algo que ver con esto?

-No, papa, créeme, yo no he sido.

La familia pensó que todo era una pesadilla que terminaría pronto.Paco contaba con la mejor coartada de todos los implicados. Durante el juicio sus abogados presentaron hasta 15 testigos que aseguraron haber estado con él la noche del crimen en Manila, a 300 kilómetros de allí.

El pequeño de los Larrañaga había decidido convertirse en chef y estudiaba en la escuela de Artes Culinarias de la capital filipina.Sus profesores, compañeros de clase e incluso el portero de su bloque de apartamentos aseguraban haber estado con él esa noche.«Yo misma le recogí en su apartamento sobre las 10 de la noche [hora del secuestro de las hermanas Chiong], después fuimos a buscar a otros amigos y nos marchamos a un bar a tomar algo», asegura Jheanessa Ann Fonacier, una de las amigas.

El juez Martín Ocampo desestimó a todos los testigos -la mayoría no llegaron a testificar- por «ser amigos del acusado» y, basándose en el testimonio de Rusia y de cuatro personas que aseguraron haber visto a Paco cerca de los lugares del crimen aquella noche, lo condenó a cadena perpetua con el resto de implicados.

Las pruebas presentadas por la defensa, como la fotografía supuestamente tomada la noche de copas en Manila o un billete de avión que podría probar que el acusado no estaba en Cebú cuando se cometieron los crímenes, fueron rechazadas después de que el juez las considerara una burda manipulación. El magistrado, además, acusó a la familia de querer sobornar al testigo protegido (cuyo abogado fue asesinado meses después) para que cambiara su testimonio, y aseguró que la coartada de Paco había sido un montaje.


MONTAJE POLICIAL


Florencio Omaña Villarín, ex director de la Oficina de Investigación Nacional (OIN) regional y el primero en investigar la muerte de las hermanas Chiong hasta que fue retirado del caso, cree que el montaje fue en realidad creado por una policía desesperada ante la falta de sospechosos. «Todo el proceso, desde la primera investigación, está lleno de irregularidades. Se tomaron atajos porque había mucha presión. Los verdaderos culpables siguen libres».

Los abogados han mantenido todo este tiempo que Larrañaga viajó a Cebú la tarde del 17 de julio después de presentarse a un examen por la mañana.

¿Pudo Paco Larrañaga haber cometido el crimen la noche y haber volado en un avión privado o navegado en un barco rápido para estar en Manila por la mañana? El juez lo consideró creíble a pesar de que el mal tiempo de esa noche hacía casi imposible la navegación y las autoridades del aeropuerto confirmaron que aquella noche no despegó ningún avión particular.

«El juez ni siquiera permitió a Paco subir al estrado a declarar en su defensa porque, según dijo, iba a decir lo mismo que sus testigos», se queja el letrado Ramón R. Telarón, que durante la vista fue enviado a la cárcel por protestar la actitud del magistrado. El 5 de mayo de 1999 se anunció la sentencia contra los siete de Chiong: culpables.

La prensa celebró la noticia con grandes titulares y las radios locales realizaron encuestas en las que la mayoría de los habitantes de Cebú aplaudían la decisión pero lamentaban que no hubieran sido castigados con la pena de muerte. La familia recurrió, sólo para ver cumplido hace unos días el deseo de quienes pedían la pena capital.

El Tribunal Supremo, al estudiar el caso de nuevo, no pudo contar con el testimonio del juez que dictó sentencia en primera instancia: Martín Ocampo fue encontrado meses antes sin vida en lo que la investigación oficial concluyó que había sido un suicidio y muchos cebuanos vieron como una venganza de la elite de Cebú contra el hombre que había llevado a sus hijos a la cárcel. Catorce de los 15 jueces del Alto Tribunal votaron a favor de la inyección letal. El único que no se pronunció fue Hilario Davide, cuya mujer es familiar de la madre de las víctimas.


CORREDOR DE LA MUERTE


Paco Larrañaga acaba de ser trasladado a una nueva celda, por la que ha tenido que pagar 1.000 dólares en sobornos para hacerse un hueco en un corredor de la muerte atestado con cerca de un millar de reclusos.

Los guardias le cobran otros dos dólares cada día por permitirle salir al patio. «Dicen que soy culpable, pero si lo fuera, en lugar de ir a entregarme a Cebú, me habría marchado a España.Por supuesto, ahora me arrepiento, me tendría que haber marchado, aquí no hay justicia», asegura a CRONICA Larrañaga dando un golpe en la mesa de la sala de visitas de la prisión. «Sólo pido que me dejen demostrar que no lo hice. Encontraron semen en la ropa de una las hermanas. ¿Por qué no me han hecho la prueba del ADN?».

Los últimos siete años en prisión han endurecido el carácter de este joven que al nacer en Cebú adquirió la doble nacionalidad filipina y española. Entre los dedos de la mano derecha se ha tatuado el nombre de Maite, la novia que cada poco tiempo le visita en Manila y le anima a seguir luchando. Su padre viene a verle una vez cada dos meses y suele ser él quién recibe los ánimos. "Vamos, ya veras como todo se arregla", suele decir Paco.

Manuel Larrañaga asegura que estos últimos años han sido muy duros para la familia. «¿Qué cómo lo llevo? Unas veces mejor y otras », dice haciendo un gesto como si se secara las lágrimas.

Los abogados de la familia Larrañaga han presentado una moción de reconsideración con la esperanza de que el Tribunal Supremo ofrezca, con otro juicio, una oportunidad a su cliente. Si esa opción falla, sólo quedaría el improbable perdón presidencial.

Los Larrañaga, apoyados por sus amigos de Cebú, se han movilizado para salvar la vida de Paco en un intento de llegar hasta los jueces y los políticos de Manila. Las tres hijas de uno de los más importantes hombres de negocios de la ciudad, Mike Gallego, están haciendo circular un e-mail en el que aseguran haber estado con su amigo la noche del crimen y denuncian que sus testimonios «han sido ignorados». «Nunca permitiría que mis hijas defendieran a un violador», asegura Gallego en el español que aún hablan las familias mejor posicionadas de Filipinas. Otros familiares han creado una web (www.unheard35.com) en la que aportan toda la documentación que, según ellos, demuestra la inocencia de Paco, los testimonios de 35 testigos que corroboran su coartada y una petición al Gobierno español para que les ayude en su causa.

El alma de toda esa lucha por la liberación de Paco Larrañaga es su madre, Margot, que coordina todos los esfuerzos desde su teléfono móvil. Su hermano, prueba de que el clan sigue siendo influyente, es el alcalde de Cebú, atrapado entre sus lazos familiares y una población mayoritariamente favorable a que su sobrino sea ejecutado. «Debo mantenerme imparcial», ha dicho.

El verdadero escollo para la revisión del caso de los siete de Chiong no es, sin embargo, el fragor popular o el reciente posicionamiento del Gobierno filipino a favor de la pena de muerte para ganar unos votos en las elecciones presidenciales del próximo mes de mayo. El mayor obstáculo es la postura de la madre de las dos hermanas asesinadas.


«QUIERO VERLE MORIR»


Thelma Chiong se ha convertido en el símbolo de la lucha contra el crimen en Filipinas. Hoy es la vicepresidenta de la influyente organización Cruzada contra la Violencia y dedica la mayor parte de su tiempo a asesorar al Gobierno en políticas contra el crimen y a dar discursos por todo el país con la autoridad de quien ha sufrido sus consecuencias de primera mano.

«No tengo dudas de la culpabilidad de Paco Larrañaga. Hemos investigado el caso y personalmente he entrevistado a otras mujeres que sufrieron los abusos de su banda. Antes del crimen se pasaba el día siguiendo a mis hijas», asegura en un receso en su incansable agenda.

La señora Chiong dice entender a las madres de los acusados -«Yo haría lo mismo por mis hijos aunque supiera que son culpables»-, pero asegura no guardar la más mínima compasión por los condenados.«Sólo quiero que digan dónde está el cuerpo de mi otra hija.Después me gustaría presenciar su muerte. Cuando supe que habían recibido la pena de muerte pensé que había sido la respuesta a mis rezos. Quiero ver cómo la inyección atraviesa la vena de Larrañaga y mirarle a los ojos mientras muere lentamente».

La presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo, se ha mostrado favorable a reanudar las ejecuciones de los condenados a muerte después de una suspensión que dura desde 1999. Chiong podría ver cumplido su sueño. Paco Larrañaga cree que su última esperanza está en que alguien en España presione para que su caso sea revisado, que alguien se acuerde del último de Filipinas.




LA SAGA ESPAÑOLA DE LOS AYALA

El 30 de junio de 1899, 33 españoles del Batallón Expedicionario nº 2 abandonaron por fin su encierro en la Iglesia de Baler tras 337 días sitiados. La guerra había terminado 10 meses antes y Filipinas había dejado de ser colonia española. No obstante, para Los últimos de Filipinas, empeñados en defender su bastión y sin contacto con el exterior, éstas seguían siendo las islas de Felipe II. Hoy los filipinos suelen bromear diciendo que lo único que Madrid dejó de bueno en sus dominios del sureste asiático fue la Iglesia católica. Lo peor -y en esto no bromean los nativos-, un sistema feudal y de privilegios que ha hecho que grandes familias de origen español sigan controlando la economía del país junto con los clanes de origen chino. Ninguna de esas familias ha sabido extender sus privilegios de la era colonial como los Ayala, convertidos en un contrapoder dentro del país. Las primeras empresas de la familia fueron fundadas por el español Antonio de Ayala en 1834 y hoy constituyen una de las grandes fortunas de Asia. La estirpe de Don Antonio controla parte del Banco de las Islas Filipinas, plantaciones de café, propiedades inmobiliarias en todo el país y participaciones en el sector de aviación y telecomunicaciones.

Entre los últimos, hubo quienes supieron convertirse en los primeros.




 
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