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 DIRECTORIO   Domingo 4 de abril de 2004, número 442
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INFANCIA / UNA HISTORIA EJEMPLAR
Ma Yan prefirió estudiar a comer
EN LA CHINA rural, donde escolarizar a un hijo puede costar el equivalente a los ingresos familiares, la gran mayoría de las niñas tiene que dejar la escuela. Con 13 años, Ma Yan optó por los libros. Hoy su diario es un best-seller y ha servido para que 250 chavales puedan ir a clase
CARIDAD MARTIN. Beijing
WANG ZHENG
   

Tal vez sólo después de haber pasado hambre por comprar un bolígrafo una niña de 13 años pueda tener un sentido trágico tan acusado.«No sé cuándo habré provocado la ira del cielo para que me castigue así», se lee en un pasaje de su diario íntimo.


Quizá haya que haber nacido, como Ma Yan, en la desértica región china de Ningxia, y haber recibido, como una bofetada, la peor noticia del mundo de labios de la persona a la que más quieres en el mundo. Que no hay dinero en casa; que por 70 yuanes -poco más de nueve euros- no puedes seguir yendo a la escuela; que tienes que ponerte a trabajar como una mula en la escasa media hectárea de árida parcela familiar para costear los estudios de tus dos hermanos menores. Que te vayas olvidando de tus sueños y del único camino que conoces para dejar una vida miserable.

La verdad es que cuesta imaginar a esa desgraciada muchacha en la niña sonriente que, cansada de mis preguntas y del parloteo atropellado e incesante de su madre, se ha retirado a jugar subiendo y bajando un escalón en la esquina del patio del hutong -la vivienda típica pequinesa- donde nos hemos reunido.

Ma Yan tiene ahora 16 años. Tras rogarle a su madre que no la sacara de la escuela y privarse incluso de comer, consiguió seguir estudiando. Se ha convertido en una pequeña celebridad, después de aparecer tres veces en la televisión gubernamental china.Y todo gracias a ese diario íntimo, conmovedor, desesperado y profundamente tierno que empezó a escribir a instancias de sus profesores.

Bueno, gracias a ese diario y a Pierre Haski.


12 HORAS DE LABOR AL DIA


Bai Juhua, la madre de Ma Yan, tiene 36 años, pero parece mucho mayor. Su cara, coronada por la tradicional cofia blanca de los huis, una minoría musulmana de China, deja ver los estragos de horas de trabajo, hasta 12 al día, recogiendo fa cai, una hierba muy apreciada en los restaurantes de lujo del para ella lejano Hong Kong.

Emocionada, me agarra la mano con fuerza, no la suelta y empieza a contaR la historia de su hija.

«Ma Yan es muy inteligente», arranca orgullosa, «todos en el pueblo lo dicen. Hasta el imán, que fue su maestro los primeros años».

Su marido y sus otros dos hijos, -dos varones de 14 y 12 años- se han quedado allí, en Zhang Jia Shu, una aldea de 1.800 habitantes en la parte más seca de la región occidental de Ningxia a la que ni siquiera ha llegado el agua corriente.

A pesar del celebrado crecimiento chino, los ingresos medios de una persona en el pueblo de Ma Yan apenas llegan a los 400 yuanes anuales. Unos 50 euros. Nada que ver con los 6.000 yuanes -800 euros- de media nacional o los 33.000 yuanes -4.000 euros- de Shangai.

Escolarizar a un niño en la región donde vive Ma Yan supone, además, unos 200 yuanes. Eso sin incluir el saco de 25 kilos de arroz que el alumno debe aportar al principio del semestre para su manutención.

«Había sido una estación muy mala, el quinto año seguido de sequía», relata Bai. «Yo no podía más».

Fue entonces cuando Ma Yan redactó la carta que salvó su futuro.Era mayo de 2001. Escrita en el reverso de un manual para el cultivo de judías y llena de tachaduras, comienza con un título en ideogramas más grandes: «Quiero estudiar». Y sigue con un texto casi rabioso: «¿Cómo me puedes decir una cosa así? Hoy en día no se puede vivir sin haber estudiado [...] Quiero estudiar, mamá, ¡no quiero volver a casa! ¡Sería fantástico poder quedarse en la escuela para siempre!».

Bai Juhua no entendió la carta. Es analfabeta, como su marido, y sólo ahora, enseñada por su hija, está aprendiendo a leer y escribir. Pero ante la insistencia de Ma Yan hizo que se la leyeran.Se acercaba el turno de Pierre Haski.

Pierre Haski era el corresponsal en Beijing del diario francés Libération. Ese mismo mayo de 2001 había viajado al oeste de China y se encontraba en la remota Zhang Jia Shu.

Estaba a punto de subir al coche para iniciar el camino de vuelta, cuando Bai Juhua se acercó a una de las mujeres que viajaba con él. Se la llevó hasta su casa y le entregó una carta -la carta- y tres cuadernillos.

No fue hasta llegar a Beijing cuando Haski conoció a Ma Yan.A través de sus escritos, claro. En aquellos cuadernos descubrió cómo la chica caminaba cuatro horas para ir y venir del colegio cada domingo y cada viernes, a veces bajo la lluvia, por no gastar un yuan (13 céntimos de euro) para pagar su pasaje en un tractor.

En un posterior viaje a Zhang Jia Shu para conocerla en persona y recopilar nuevas páginas del diario se enteró de que la niña pasaba muchos días con un cuenco de arroz y un panecillo. Ma Yan se privaba de un simple chicle y hasta había dejado de comer pan 15 días para pagar un bolígrafo. No tenía más que una camisa blanca que debía lavar ella misma los fines de semana, y su colegio no tenía presupuesto para comprar un mal radiocasete.

«¿Sabéis lo que es el hambre?», se lee en un pasaje. «Es un dolor insoportable [...] No es posible describir el sentimiento de pasar HAMBRE».

A pesar de ello, la voluntad de la niña no se quebranta ni un segundo: «Llevo tres semanas viviendo de estos cuatro yuanes y me queda uno en el bolsillo. Las tripas me resuenan, pero no me quiero gastar el yuan por un motivo tan frívolo porque ese dinero es el fruto del sudor y la sangre de mis padres. Tengo que estudiar más para no volver a sufrir esa tortura por culpa del estómago y del dinero. Cuando tenga trabajo, seguro que podré ofrecer unos días felices a mi padres y ya no permitiré que se vayan tan lejos por culpa nuestra».


DONACIONES


Con todo ello, Haski escribió en enero de 2002 un artículo de más de 2.000 palabras. Decenas de lectores franceses se ofrecieron a pagar los estudios de Ma Yan y de otras chicas.

Porque la experiencia de Ma Yan está lejos de ser única. Según el Gobierno chino, el 85% de estudiantes concluyen su enseñanza básica. Pero en zonas como Ningxia esa cifra es una quimera.

Las niñas de la edad de Ma Yan apenas acuden cuatro años a la escuela, lo justo para aprender a leer y escribir. «Se trata de una lógica implacable», explica Haski. «Cuando una chica se casa, abandona a su familia [por una dote] y se une a la de su marido, con lo que se pierde la inversión realizada en su educación».

La historia de Ma Yan, sin embargo, ha terminado bien. El artículo de Haski se ha convertido en un libro con los diarios completos de la joven por cuyas ventas está cobrando los correspondientes derechos de autora.

El diario de Ma Yan, recién aparecido en España (Ed. Maeva), se ha editado ya en nueve idiomas. Incluido el mandarín, pese al varapalo que supone al sistema educativo chino. Sólo en Francia lleva 50.000 copias vendidas y Enfants du Ningxia, la ONG nacida de las donaciones [www.enfantsduningxia.org], concede becas a 250 adolescentes, la mayoría niñas.

Tal vez por todo ello Ma Yan juega despreocupada en un escalón mientras su madre cuenta su vida. Ahora tienen teléfono, un televisor en color, más tierras y un asno para arar. Sabe que no va a volver a pasar hambre, que irá a la Universidad y que estudiará Periodismo.Como Pierre Haski.




 
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