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 DIRECTORIO   26 de septiembre de 2004, número 467
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TERRORISMO / COMPETIDOR DE BIN LADEN
El degollador de «infieles»
EN NUEVE MESES, la cabeza de Al Zarqawi vale 15 millones de dólares más. Estados Unidos ha aumentado la recompensa por la captura de este enigmático jordano al que se culpa de buena parte de los actos terroristas en Irak, incluidas las decapitaciones televisadas
VICTOR RODRIGUEZ

Nick Berg tenía un futuro prometedor. Experto en antenas, con sólo 26 años había viajado a Irak desde Pensilvania (EEUU) para trabajar en la reconstrucción del país. Llegó en diciembre de 2003. Su próspera aventura empresarial, su prometedor futuro, quedó cercenado en mayo.


Su cadáver apareció sin cabeza bajo uno de los puentes de las autovías de acceso a Bagdad.

Tres días después, en la página web del grupo extremista Muntada al Ansar alguien había colgado el vídeo de su decapitación: cinco enmascarados con fusiles de asalto kalashnikov leen un comunicado en referencia a las torturas de presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, empujan a Nick contra el suelo y, al grito de Alá es grande, uno de ellos le corta el cuello con un cuchillo.

El vídeo llevaba el título Abu Musab al Zarqawi en el momento de sacrificar a un infiel americano. Washington no tardó en elevar la recompensa por Al Zarqawi, a quien se acusa de estar detrás de los atentados que casi diariamente sacuden las calles de Irak, de 10 a 25 millones de dólares. Lo mismo que ofrece por Osama bin Laden. EEUU acababa de encontrar a un nuevo enemigo público número uno.

La inteligencia de EEUU asegura que ha sido además el autor de otra decapitación, la del norteamericano Eugene Armstrong, esta misma semana, y el cerebro de las demás que se han conocido: la de un tercer norteamericano, un surcoreano y un búlgaro. En sus manos está el incierto destino del británico Kenneth Bigley, secuestrado con los degollados Armstrong y Jack Kensley.

Le acusan también de los atentados contra la embajada de Jordania en Bagdad (17 muertos), la sede de la ONU en la capital iraquí (24) y una comisaría italiana en Nasiriya (28). Y de la muerte del clérigo chií moderado Ayatollah Al-Hakim y otras 50 personas a la entrada de una mezquita de Nayaf. Y de la mayoría de los más de 100 secuestros de extranjeros perpetrados. Además, su modus operandi parece haber inspirado a grupos como el que secuestró y asegura haber matado a las cooperantes italianas Simona Torretta y Simona Pari.

Al Zarqawi y su grupo, Al Tawhid wa'l Jihad -algo así como Monoteísmo y Guerra Santa-, formado por unos 1.500 hombres, se han convertido en la cara del radicalismos islámico. La revista Newsweek lo ha bautizado como «el terrorista más peligroso del mundo» y miles de fanáticos lo adoran como a Bin Laden.

No deja de ser extraño, pues resulta difícil encontrar a dos personajes más diferentes entre sí.

Nada hay en Al Zarqawi de las maneras suaves, el hablar pausado y la retorcida inteligencia del líder de Al Qaeda. Según el reportero de The New York Times Jeffrey Gettleman, el único que ha investigado los orígenes del jordano, en su infancia no hubo palacios saudíes ni colegios occidentales de Beirut y sí una dura vida en una familia con 10 hijos.

Abu Musab Al Zarqawi nació como Ahmed Fadeel al Khalayleh, presumiblemente el 20 de octubre de 1966, en la localidad jordana de Zarqa, una ciudad industrial a unos 40 kilómetros al noreste de Amán. Su padre era curandero, su madre estaba enferma de leucemia y tenía siete hermanas y dos hermanos. De niño le gustaba jugar al fútbol y a la mezquita acudía lo justo. Como a la escuela. La abandonó a los 17 años con una afición desmedida por la bebida, un par de tatuajes y convertido en un camorrista a pesar de que no era especialmente corpulento.

La transformación, como para tantos otros jóvenes musulmanes de su generación, llegó en Afganistán.

Al Zarqawi, entonces todavía Ahmed Fadeel, llegó allí en la primavera de 1989. Para entonces los soviéticos ya se habían marchado, pero el joven conoció a decenas de muyahidines cuyas historias le fascinaron. Tanto que en una ocasión llegó a comentarle a uno de ellos un extraño sueño, la visión de una enorme espada cayendo del cielo con una inscripción en la hoja: yihad.

En 1992 regresó a Zarqa y se infiltró en las redes integristas.A su juicio, la monarquía jordana estaba traicionando el Corán y él aspiraba a derrocarla y fundar un califato islámico. Fue detenido y condenado a siete años de cárcel.

En la prisión de Swaqa, muy cerca del desierto, Al Zarqawi se volvió incluso más radical. Sus compañeros de prisión se lo describieron a Gettleman como un tipo de pocas luces, casi analfabeto, taciturno y amenazante. Se pasaba el día levantando unas pesas hechas por él mismo llenando de piedras unas latas de aceitunas y tratando de memorizar uno por uno los más de 6.000 versos del Corán. Como en sus días de matón adolescente, consiguió meter miedo a los demás reclusos y les encargaba tareas.

Salió de la cárcel en marzo de 1999 después de una amnistía para presos políticos, y marchó a Pakistán llevándose a su madre.Es todo lo que se sabe. A partir de ahí, su biografía se ha ido recomponiendo con los pedacitos de información o desinformación filtrados por los servicios secretos jordanos, estadounidenses y alemanes.

Se dice que estableció un campo de entrenamiento de terroristas en Herat, en el oeste de Afganistán, y decidido a dedicarse en pleno a la Guerra Santa, adoptó el nombre de Abu Musab Al Zarqawi.Según estas informaciones, los muyahidines, en su mayoría jordanos, recibían allí formación sobre todo en materia de guerra química.

Reapareció en Amán en octubre de 2002. Cuando tres jordanos fueron detenidos por el asesinato de un diplomático estadounidense, confesaron que Al Zarqawi los había entrenado, armado y pagado.EEUU puso entonces un primer precio a su cabeza, cinco millones de dólares.

El espionaje alemán también dio con su nombre tras la desarticulación de una célula de Al Tawhid en abril de 2002. Pero nunca se supo de su paradero. Algunas informaciones señalaron que había sido herido por los bombardeos norteamericanos en Afganistán y que llegó a ser tratado durante dos meses en un hospital del Bagdad de Sadam. Que incluso se le había amputado una pierna e implantado una prótesis, extremo desmentido tras la visión del vídeo de la ejecución de Berg.

Aunque uno de los detenidos en Alemania declaró que Al Tawhid era «especialmente para jordanos que no querían integrar Al Qaeda», EEUU le señaló como el nexo entre Sadam Husein y la organización de Bin Laden para justificar la invasión en Irak. La recompensa subió a 10 millones de dólares.

Han pasado nueve meses y el pellejo de Al Zarqawi vale 15 millones de dólares más. Presumiblemente oculto en Faluya, dirige la resistencia contra EEUU con la ayuda de nueve emires, ninguno iraquí.

El Pentágono le culpa de los centenares de asesinatos y secuestros, de los más de 800 explosivos caseros que cada mes se interceptan en Irak. Dicen que incluso baja a la arena a degollar él mismo a los rehenes norteamericanos. Aunque el ejecutor de Nick Berg fuese diestro y dos ex compañeros de celda de Al Zarqawi en Jordania le contaran a Jeffrey Gettleman que era zurdo.




 
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