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 DIRECTORIO   Domingo, 21 de noviembre de 2004, número 475
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Una historia íntima del historiador
EL GRAN MEDIEVALISTA Julio Valdeón, Premio Nacional de Historia, sufrió la peor de las tragedias: el fusilamiento de su padre en la Guerra Civil, una historia apenas conocida
JULIO VALDEON BLANCO
SOLO UNA VEZ. Julio Valdeón sólo consiguió ver una vez a su hijo, que se convertiría en prestigioso historiador, minutos antes de ser fusilado. Arriba, con su esposa Sofía en Aranjuez, en 1934.
   

Sentencia. F.543: «CERTIFICO: Que a los folios que al margen se expresan existen las diligencias que copiadas literalmente dicen: En Segovia a 20 de febrero de 1937. Reunido el Consejo de Guerra ordinario de Plaza para ver y fallar juicio sumarísimo la causa 109 y las a ella acumuladas, instruida contra Julio Valdeón Díaz y 86 procesados más por el delito de rebelión militar, de los cuales fue sobreseído el procedimiento por haber sido pasado por las armas en otra causa el tal Julio Valdeón Díaz...».

Los expedientes jurídicos asaltan la conciencia desde el subsuelo de su lenguaje muerto. La sentencia F.543 buscaba a mi abuelo.En vano, porque ya lo habían ejecutado en Valladolid, el 11 de diciembre de 1936. La sentencia 543, entonces, era garantía de eficacia, ejemplo de pundonor en el exterminio.

Lo mataron con 27 años. Su tragedia es la de España, amplificada por el dolor íntimo y, al mismo tiempo, vulgar, idéntica a la de tantos otros. Vistas con la perspectiva del tiempo las filiaciones políticas contextualizan pero no explican nada: la idea de las dos españas, aniquilándose, resulta monstruosa, demencial. Su hijo, mi padre, creció con la pérdida y masticó miedo. Jamás albergó resentimiento. La historia que sigue pude elaborarla a partir de ciertas tácticas próximas al chantaje filial. En un hogar de historiadores, lo que sucedió a mi familia paterna siempre fue omitido.

Junio de 1936: el maestro Julio Valdeón Díaz y su mujer, Sofía Baruque, casados en 1933, naturales de Olmedo, regresan a su pueblo desde Aranjuez, donde Julio da clases. Sofía, embarazada de 9 meses, planea concebir en casa de sus padres. Su marido, militante del PSOE en Valladolid, hijo de Vicente, modesto hostelero, y Asunción, siente predilección por la tauromaquia y la política, dos lances que en España son sinónimo de sangre. En Aranjuez participa en las actividades de la Casa del Pueblo. Cree que España formará parte de la Europa libre; opina que los vientos rugientes de nuestra desdichada historia darán paso a una égida de tolerancia.


HUIDA DEL PUEBLO


El 18 de julio de 1936 los encuentra en Olmedo. Conocido por sus ideas, Julio huye en coche para salvar la vida, mientras algunos vecinos lo buscan para matarlo. Quisieron escapar juntos, pero para Sofía era imposible desplazarse. En pocas horas Julio alcanza el frente. En El Espinar (Segovia), se enrola como voluntario republicano.

21 de julio: Sofía da a luz a su hijo, bautizado como Julio.Sofía vive con sus padres, Pío y Victorina. Pío fue alcalde de Olmedo por la Izquierda Republicana hasta 1934. Es dueño del casino del pueblo. La casa también cobija al matrimonio formado por otra de las hijas, Concepción, y su marido, Bonifacio, así como a sus cuatro hijos. La mayor tiene 13 años, el menor cuatro.

Julio de 1936: Olmedo suma 3.000 habitantes, de los cuales alrededor de 100 serán paseados por pistoleros reclutados entre los vecinos.La madrugada del 4 al 5 de septiembre los asesinos acuden a la casa de Pío. Buscan a su hija Concepción. La política juega a los dados con las gónadas: uno de los verdugos vio rechazados, años antes, sus galanteos amorosos. Podría resultar un mal sueño, pero la codicia sexual, la tentación de transformarse en ángeles ejecutores, son reales. Caminan animados por el combustible que procura el alcohol. Resuelven llevarse a Concepción, a su marido y a su madre. Concepción fue violada en presnecia de Bonifacio.Los tres fueron asesinados. Sus cuerpos nunca han sido encontrados, pero antes de que los desaparecieran un vecino del pueblo vio los cadáveres, mutilados. A los cuatro niños los internan en un hospicio de Valladolid.

En agosto de 1936 Julio Valdeón es herido en el frente de Segovia.Cae prisionero. Antes oculta su cartera, junto a unos documentos, a la sombra de un árbol, bajo la lluvia roja de las bombas. Trasladado a un hospital, es reconocido por un vecino de Olmedo, que lo señala como «un agitador, un peligroso intelectual». Poco después lo trasladan a Valladolid, donde aguarda Consejo de Guerra. Sofía, que ya ha perdido a su madre, una hermana y un cuñado, sopesa tentaciones suicidas.

Noviembre de 1936: Julio Valdeón Díaz es condenado a muerte por el delito de «rebelión militar». Informada por las autoridades la familia compra, días antes del fusilamiento, un ataúd, requisito imprescindible para que les entreguen el cadáver. La noche previa a la ejecución Sofía y Julio se despiden. Junto a Sofía está el hijo de la pareja. Ambos se ven por primera y última vez.Rodeados de víctimas y verdugos hablar será una hazaña; hacerlo con intimidad, una utopía.

11 de diciembre de 1936. Julio Valdeón Díaz, maestro adorado por sus alumnos, bailarín consumado, recién terminado segundo de Derecho, es fusilado junto a otros dos hombres. España suena a borrachera amarga, a violín podrido, a llanto. Sofía y su hijo vivirán en Valladolid, calle Castelar esquina con la plaza de El Salvador, en casa de su hermana Petra y su marido Pedro. Los acompaña el abuelo Pío, que muere en 1942. Siempre repitió que hubiera debido morir junto a los suyos.

Los mismos que pasearon a media familia buscan ahora en Valladolid.Quieren fusilar a Sofía y al bebé. La consigna, exterminarlos.La mediación de Pedro, camarero en el bar Alcázar, estimado por algunos clientes, prohombres locales del nuevo régimen, logra evitarlo. Las propiedades de Olmedo son malvendidas.

Sofía trabaja de costurera, bordando estrellas para las guerreras militares. Julio destaca en sus estudios. Obtiene becas. Con 24 años, en 1960, saca el número uno de toda España en las oposiciones a Cátedra de Geografía e Historia de Instituto. Lee la tesis en 1965. En Madrid, donde da clase y vive con Sofía, conoce a mi madre. Se casan en 1971.

Meses antes de la boda Sofía ha regresado a Valladolid, al piso que Julio ha comprado en el paseo de Zorrilla. Pocos días más tarde la policía secreta recabará informes sobre ella entre los vecinos.

Cuesta enjuiciar hasta qué punto los sucesos del pasado marcan una trayectoria política y profesional. Mi padre, medievalista por influencia de su maestro, Luis Suárez, quiso estudiar la Guerra Civil; sin embargo, en la agonía franquista, las cátedras de Historia Contemporánea apenas alcanzaban las postrimerías del XIX. El XX era tabú. Sólo un hispanista extranjero podía husmear en la guerra sin riesgo de electrocución. ¿Influyó el pasado en su destino como historiador? Seguro. Ahora bien, desde la facilidad del reportaje como lupa de aumento manejada a capricho sólo puedo aventurar hipótesis; mejor si nos ceñimos a los hechos: milita en el antifranquismo y representa a Valladolid en las reuniones de la Junta Democrática.

Sofía jamás habla de la guerra. Nunca menciona a su marido. Viste de negro y, por las noches, aúlla dormida. Sus gritos, roncos, animales, despiertan a los vecinos. Murió en 1973, a la edad de 63 años. Se fue como vivió, apagando las luces en silencio.

En 1977 mi padre presenta su candidatura a las primeras elecciones democráticas. Recibe una llamada telefónica. Un hombre afirma haber compartido celda con su padre. Ha reconocido sus apellidos en la televisión. Conserva las cartas que Julio Valdeón Díaz le confió, días antes de ser fusilado. También le había entregado un plano, que indica el lugar donde escondió su cartera.

La dedicada a Sofía dice así: «Para mi Sofía amada, cuando leas esto yo ya habré dejado de sufrir, por lo tanto llora porque falte de tu lado, pero no por mí. Puesto que yo no sufro, no me sigas en la muerte, tu deber es vivir para consagrarte en nuestro Julito del alma. ¿Qué haría el pobre quedando huerfanito? Por nuestro amor, que durará eternamente a pesar de separarnos la muerte, te pido que no cometas tal locura, y así podrás dedicarte en cuerpo y alma a la educación de Julito. Tú conoces bien toda mi vida y mis ideales, edúcale en ellos y ponle de ejemplo a su padre, que murió como mártir de ellos. Todo cuanto le enseñes será en forma racional, es decir, que sea acomodado a su edad y a sus intereses inmediatos, sin enseñarle nunca nada que no pueda comprender (...) Y cuando sea mayor y le gusten las novelas pon mucho cuidado en las que lleguen a sus manos, procurando siempre que sean de autores avanzados y universales (...) Y nada más, un beso eterno para Julito y para ti. Perdón por lo desgraciados que os he hecho. Con el amor más profundo, se despide de vosotros, Julio».

Sus muertes subrayaron nuestras vidas. Susurro sus nombres, los nombres de los míos, y abro los ojos de los muertos. Al cabo ésta es la historia, la canción del verdugo, homenaje a las víctimas y a los que, parafraseando a García Márquez, pudieron «vivir para contarlo».


    Julio Valdeón Blanco es escritor y periodista. Su última novela El fulgor y los cuerpos ha sido editada por Espasa.




 
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