Ricardo Calero nació en Villanueva del Arzobispo, Jaén, en 1955. Pocos años después se traslada a Zaragoza, ciudad en la que estudiaría en la Escuela de Artes y en diversas academias, y donde sigue viviendo y trabajando. Comienza a exponer en 1976. Sus primeros trabajos en madera irán asociados a diferentes experimentaciones con técnicas fotográficas
Personalidad muy activa en la vida cultural zaragozana, Ricardo Calero fundó y dirigió en 1982, junto a otros artistas, la galería Caligrama. En 1986 creó la revista de arte-objeto Contenido, que en su único número publicado: Extrema Presión reunía a un importante grupo de artistas y escritores aragoneses. Ha realizado numerosas muestras tanto en España como en el extranjero. Su última exposición individual: Luz en la sombra, pudo verse en la Galería Joan Prats, de Barcelona, entre mayo y junio de este mismo año.
En estos momentos se encuentra en la República Dominicana, trabajando en la realización de su Proyecto Espacio para un encuentro. La obra consiste en la creación de un espacio circular formado por letras de metro y medio de altura, realizadas por los propios habitantes de la comunidad, y que serán cubiertas luego con yedras o plantas trepadoras. "Dentro del círculo", indica Ricardo Calero, "se instalarán tres asientos en piedra tallada o madera, como formas para el diálogo".

EL VACIO, LA NADA, EL SILENCIO
por
JOSE JIMENEZ

"El pensamiento va más deprisa que el gesto", advertía en un texto de 1993 Ricardo Calero. Y con ello expresaba el núcleo problemático que da curso a toda su obra: cómo expresar artísticamente el mundo de las ideas, cómo alcanzar su transformación en formas plásticas.

La tradición artística de Occidente tiene uno de sus presupuestos fundamentales en el carácter material del objeto, y a veces en su monumentalidad. Pero ese presupuesto ha sido uno de los aspectos más intensamente puesto en crisis a lo largo de todo el siglo veinte. La expansión de la tecnología ha incidido de un modo espectacular en la tendencia a la separación de la imagen de un soporte sensible, material, concreto.

El trabajo de los artistas de nuestro tiempo se convierte así, de manera creciente, en una búsqueda de la singularidad de la imagen, de su resonancia interior, espiritual, más allá de su utilización mediática o comunicativa. Lo que implica, a la vez, la primacía de la idea y el objetivo poético respecto al "acabado" material. Por eso puede hablarse de tendencia a la desmaterialización como uno de los rasgos que definen el arte actual.

Esa tendencia no supone, sin embargo, una renuncia a la forma plástica, sino una concepción más sutil y menos rotunda o evidente de la misma. Es lo que encontramos en la obra de Ricardo Calero. Hay un acontecimiento que él mismo considera desencadenante de sus planteamientos. En 1986, cuando le invitaron a participar en una muestra colectiva, en lugar de "luchar" por tener "más" espacio para su obra optó por la vía contraria. Por algo que pudiera parecer en principio casi insignificante: colocar una pequeña placa con la inscripción "¿es necesaria la presencia para invadir un espacio de deseos?" sobre una gran tela, impregnada de esencia de azahar.

El centro de gravedad de la obra se desplaza de la materia, de lo exterior, al signo, y el objetivo de la acción artística se transforma. Busca establecer un flujo comunicativo interior con el público, más allá de la presencia material del objeto. La "información" sensorial remite al depósito de asociaciones que, a través de la memoria y la fuerza de evocación de la imagen, permite a cada individuo concreto trazar un puente entre su vida y el mundo. Sentir. Conocer.

Calero trabaja con materiales naturales y grandes lienzos blancos, que en ocasiones rasga para mostrar el vacío que habita en ellos. Con hierro, madera, rocas, cristales y ramas, en los que inscribe frases o palabras, o sobre los que deja que el tiempo actúe, alterando los materiales, su forma y su consistencia. En lugar de algo "cerrado", nos encontramos con un universo abierto, con un eco de la vida que fluye.

Esa forma de tratar a los materiales implica un respeto espiritual por los mismos. Ricardo Calero aprendió muy pronto el trabajo de ebanistería y la talla en madera: "en mi familia se ha trabajado siempre la madera", indica. Pero se trata de no quedarse ahí, de utilizar los soportes sensibles para transcenderlos: "no hay que gastar un material, si no es para llenar de un sentido constructivo el hecho artístico".

Como en el pensamiento oriental, como en la filosofía zen, los materiales y la naturaleza no se contemplan como algo inerte, sino como signos de vida, como aliento de lo espiritual. Por eso los referentes que encontramos en las obras de Ricardo Calero son las mismas grandes cuestiones de la mística: vacío, silencio, nada, palabra.

Pero esas grandes cuestiones se abordan no desde la grandilocuencia, sino desde la intimidad. En sus obras encontramos el trazado del camino negativo de la espiritualidad: ir negando lo meramente material del mundo hasta encontrar "el resto" espiritual. Lo que queda es el espíritu. De ese modo, mientras que la mirada superficial contempla el vacío, la nada o el silencio como privación, como ausencia de plenitud, la mirada del artista que transciende la materia los restituye como negación de lo limitado, como afirmación de la verdadera plenitud, de la vida del espíritu.

Las obras de Ricardo Calero son así, en realidad, trazos del espíritu, destellos de lo transcendente en lo sensible. No es pues extraño que su pieza más reciente: Extremada luz (1999-2000), sea literalmente un altar. Un espacio de invocación de la luz interior, de esa vida espiritual que la violencia y el desgarramiento del mundo niegan cada día