Joan Fontcuberta nació en 1955 en Barcelona, ciudad donde vive y trabaja. Desarrolla una intensa actividad, siempre en el terreno de la fotografía, como artista, teórico y profesor. Estudió Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona, entre 1972 y 1977, pero como fotógrafo se considera autodidacta. Sitúa los orígenes de su interés por la fotografía en los trabajos escolares que realizaba para un profesor de bachillerato. La agencia de publicidad que dirigía su padre le serviría como impulso para profundizar aún más en ese interés.
Comenzó a exponer su obra en 1974, y desde entonces ha presentado numerosas muestras, tanto dentro como fuera de España. En 1990 fue profesor invitado y artista residente en el Art Institute de Chicago. Ha recibido numerosas distinciones, por ejemplo Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia en 1994, o nuestro Premio Nacional de Fotografía en 1998. Sus planteamientos teóricos están recogidos en sus libros más recientes: El beso de Judas. Fotografía y verdad (Gustavo Gili, Barcelona, 1997) y Ciencia y fricción. Fotografía, naturaleza, artificio (Mestizo, Murcia, 1998). A principios del próximo año tiene prevista la publicación de una monografía en la editorial Phaidon, de Londres.
Expone actualmente, hasta el 30 de noviembre, en el Museo de la Ciencia y el Cosmos de La Laguna, Tenerife. En diciembre, presentará nuevas muestras en la Galería Visor de Valencia y en la Galería Adriana Schmidt de Stuttgart. Ya en 2001, tiene programadas exposiciones en enero en la List Art Gallery, de la Brown University en Providence, EE. UU., en febrero en Tesalónica, Grecia, y en abril en el Museo de Arte de la Universidad de Alicante. Trabaja en un nuevo proyecto, que mostrará en junio en la Fundación Telefónica de Madrid y en noviembre en el Centro de Arte Santa Mónica de Barcelona.

LA HUELLA DE LAS SIRENAS
por José Jiménez

Hace unos meses, entre julio y septiembre de este año, el Centro de Arte Le Cairn, presentaba en Digne, uno de los espacios naturales protegidos de la Alta Provenza, una exposición que constituía un hallazgo fundamental en el terreno de la paleontología y de la leyenda. La muestra documentaba el hallazgo por el sacerdote Jean Fontana de fósiles de hidropitecos, un ancestro anfibio de los homínidos. El sensacional descubrimiento suponía encontrar un nuevo eslabón, hasta ahora perdido, en el largo proceso de evolución de las especies. Pero, a la vez, arrojaba una nueva luz sobre el complejo simbolismo de las sirenas, tan ancestralmente arraigado en la imaginación humana.

En 1997, se presentaba en las Salas de la Fundación Telefónica de Madrid Sputnik, una exposición que recuperaba la figura y trayectoria de un astronauta: Ivan Istochnikov, héroe de la Unión Soviética, cuyo rastro había sido cuidadosamente borrado de todo registro documental o fotográfico después de una misión espacial que acabó en fracaso. Parece ser que la muestra no gustó demasiado en la Embajada de Rusia.

En 1995, y esta vez en Barcelona, a partir de una propuesta expositiva sobre Los límites del museo, en la que fue invitado a participar, el fotógrafo Joan Fontcuberta, se convirtió en 'comisario' de cuatro series que documentaban los contactos "hasta ese momento muy poco conocidos" de Picasso, Miró, Dalí y Tàpies con la fotografía. Esas series ponían en cuestión no pocos tratamientos de algunas monografías sobre esos grandes artistas, hasta entonces consideradas fundamentales, como sucede con el libro de Yvonne Mamelon: Picasso, un genio de nuestro tiempo. Su presentación daría lugar a una reseña entusiasta de la crítica Victoria Comcostava en uno de los grandes medios diarios de difusión nacional. Los herederos y marchantes, en cambio, sintieron una profunda preocupación ante la aparición de obras nuevas en un circuito comercial ya bastante saturado.

Nos deslizamos en terrenos movedizos. Porque ese mismo fotógrafo, Joan Fontcuberta, había presentado ya anteriormente las series Herbario (1982-1985), Fauna (1985-1990), o Constelaciones (1993), en las que con fotografías y textos se documentaban flores o especies vegetales, todo un registro zoológico e imágenes estelares, en todos los casos desconocidos hasta ese momento. El problema es que, en lugar de ser lo que parecen, las imágenes de esas series son una ilusión: flores construidas con objetos encontrados, supuestas radiografías, fichas zoológicas, que pasan por propuesta científica y museística, o las huellas de insectos aplastados en el parabrisas del coche transformadas en trazos estelares.

Colaboraciones (1993), es el resultado de superposiciones fotográficas sobre obras de maestros, antiguos y modernos, de nuestra tradición pictórica. Hemogramas (1998) documenta las formas sinuosas, caprichosas, registros de un universo microscópico viviente, con impresiones fotográficas de gotas de sangre de personas concretas. Semiópolis (1999) convierte textos literarios impresos en Braille en paisajes desiertos y sin luz, en imágenes de estaciones espaciales fantásticas y desoladas.

Así que, ¿dónde estamos? Estamos en un universo cambiante, metamórfico, sin límites. El sacerdote Jean Fontana, el astronauta perdido en el espacio Ivan Istochnikov y Joan Fontcuberta son personificaciones de un mismo espíritu, juguetón y flotante como el Ariel de La Tempestad de Shakespeare, capaz de convertir en aire nuestras certezas más rotundas y solemnes, de transformar en un gran signo de interrogación nuestra idea de verdad.

Porque de eso se trata en el fondo: de cuestionar la identificación de verdad y representación, que atraviesa todo el universo de nuestra cultura, y cuyo soporte fundamental es el supuesto valor notarial de la fotografía. "Mi trabajo es pedagógico, más que artístico", indica con sencillez Joan Fontcuberta, "pretende vacunar al espectador contra el exceso de realismo de lo fotográfico, inocularle reacciones de duda, de incertidumbre".

Se trata, entonces, de subvertir. Y, a la vez, de interrogarse acerca del conocimiento humano y sus límites. De ahí que una de las claves de la obra de Fontcuberta tenga que ver con la génesis del sentido, así como con la dialéctica de superposición y contraste entre naturaleza y artificio. En un texto escrito en 1993 podemos leer: "A la postre mi objetivo consistía en confrontar signos de distinta esencia: la huella del objeto -el índice- con su representación completamente codificada -el símbolo-; o, dicho en otros términos, evidenciar con un enfoque nuevo y estéticamente plausible la distancia entre naturaleza y artificio".

Fontcuberta nos muestra en sus series la articulación de las formas visuales con los textos en la construcción de la representación, esa imagen de las cosas que inadvertidamente solemos identificar con lo real. Su obra plástica y sus escritos teóricos son complementarios, son crítica en acto, crítica de la razón fotográfica y de los usos de la imagen en general.

De un interés inicial por el cómic, Fontcuberta pasó de forma casi inmediata a la fotografía, considerando que el componente técnico de esta última le permite recibir mejor que otros soportes la herencia de la cultura técnico-científica. La fotografía es, según Fontcuberta, un puente entre los siglos XIX y XXI, ya que hace posible un salto a otras disciplinas: el cine, el vídeo, internet... En último término, la elección de la fotografía como medio privilegiado de su propuesta artística y teórica tiene que ver con su carácter fronterizo, periférico. En lugar de los usos tradicionales de la fotografía, Fontcuberta ha pretendido siempre situar en el núcleo de su aproximación a la misma la idea de huella, algo que implica simultáneamente presencia y ausencia.

De ahí la gran fuerza de impregnación, civil y poética, que caracteriza su trayectoria artística. Sus series fotográficas son dispositivos críticos, vías de conocimiento. Pero son también, a la vez, tramas del juego y la fabulación, cuestionamiento profundo de la rigidez aparente de las cosas, ensoñación de la imagen y la palabra. Que así, alcanzan nueva vida, vida artística.