TARDES DE GLORIA



    Sevilla ha sido el escenario elegido por el ángel torero para encarnarse en Curro Romero y desparramar unas cuantas esencias de ese tarro que dicen que sólo el Faraón posee. ¿Qué ha hecho Curro para ser considerado uno de los más grandes? A los más jóvenes quizá les cueste recordar, o no hayan conocido siquiera, las siete salidas a hombros de Romero por la Puerta Grande de Madrid. O sus días de gloria cruzando el arco de la Puerta del Príncipe sevillana, el mayor honor que puede corresponder a un torero en la capital andaluza.

    Romero asienta sus éxitos desde que salta al ruedo en unas maneras y en una disposición especiales, únicas. De entrada, su forma de coger el capote, más corto que los demás toreros, con lo que el toro tiene más ventaja que el matador. También el sello personal que impregna en cada lance, la pureza de su concepto torero...

    "Sin embargo, no es preciso remontarse a la década de los 50 para recordar grandes faenas de Curro Romero. Los 90 han supuesto para el Faraón una segunda juventud, una inesperada edad dorada. Dos plazas han sido escenario de sus milagros: Antequera y, como no podía ser de otro modo, Sevilla.

    En Antequera demostró que el arte es eterno junto a Antoñete, el torero que toma el testigo de los matadores sexagenarios, una vez que Romero ha abandonado los ruedos y Rafael De Paula se ha visto obligado a dejar el toreo. En La Maestranza, la pasada Feria de Abril vio cómo Romero desplegaba su capote, cómo cuajaba medias verónicas inverosímiles y naturales delicados, sutiles, concebidos para ser paladeados. Y dos orejas. Y otra tarde de gloria para el currismo.


TARDES DE ALMOHADILLAS


    "¡Curro, el año que viene va a venir a verte tu madre... y yo!". Este sentido improperio le cayó a Curro Romero en una de sus tardes malas —una malísima— en la plaza de su vida, La Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Y es que, aún en los peores momentos, los seguidores de Curro Romero salían de la plaza con el convencimiento de que, como si se tratara de una maldición a la que no podrían escapar, volverían a verle torear. Y volverían a gozar con su arte.

    Los peores momentos le llegaron a Curro, sin embargo, en la plaza de Madrid. Las Ventas, cuyo público recibe con recelo a todo diestro que llega con la etiqueta de "artista" colgada del traje de luces, siempre se ha empeñado en medir al Faraón como a un matador más. Por eso, Francisco Romero ha salido de la plaza de Madrid detenido por los 'grises' y custodiado por los 'maderos' bajo una lluvia de almoadillas.

    El 25 de mayo de 1967, Curro Romero se negó a matar un toro en Las Ventas. El torero lo ha explicado con serenidad en alguna ocasión, restándole importancia al incidente. Las autoridades —en pleno franquismo, la autoridad tenía mucho mando en las plazas de toros— se empeñaron en que Romero saliera al ruedo a matar al animal. Y el de Camas, quieto en el callejón de la plaza, aguantando insultos y broncas con rostro sereno. Se dirigió al presidente de la corrida y, con un pequeño gesto, dijo que no. "No lo mato". Y nada más. Al día siguiente, volvió a Las Ventas y salió por la Puerta Grande.

    Veinte años después, tras uno de los 'petardos' curristas, la misma plaza madrileña volvió a ser testigo de uno de los epiodios más amargos que ha vivido Curro en un ruedo. Más aún que las cogidas y que los fracasos. Cuando el matador se dirigía a las tablas para estoquear a su toro, al que no había querido ver, un espontáneo se lanzó al ruedo y le agredió. Fue un empujón que hizo rodar al Faraón por la arena. El se limitó a levantarse, a mirar a su agresor y a continuar pensativo su camino hacia el callejón.

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