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Milos Forman también habla de gente real en El escándalo de Larry Flint. Describe con notable mala leche y capacidad de riesgo (los supuestos héroes, los campeones de la libertad de expresión son horteras con imaginación, gente cochambrosa pero con la razón de su parte) el enfrentamiento de Larry Flint, sagaz inventor y millonario editor de la revista erótica (o porno, qué más da?) con los pilares más rancios de la doble moral norteamericana, con esa gentuza dispuesta a justificar la guerra pero que se escandaliza ante el exhibicionismo del sexo.
El avispado macarra de Larry Flint, su yonqui y abrasiva esposa, su corte de grotescos colaboradores y su indomable abogado, representan la lucha del individuo contra el Sistema. Lucha desigual, protéica, en la que el débil posee mínimas posibilidad de sobrevivir, en la que lo máximo que puede conseguir es alguna victoria pírrica a costa de su destrucción física y moral. Cine de juicios pero nada retórico ni convencional, habitado por pequeñas sordideces en guerra con la gran y bendecida sordidez, por un David de carromato de feria cuya tenaz actitud contra lo establecido acaba convirtiéndole en un héroe revolucionario. Protagonizado por un espléndido Woody Harrelson y por un desmadrada Cortney Love que parece aceptar con regocijado morbo el encargo de meterse en la piel y en el coco de una mujer que podría ser su alma gemela. Cine bien dialogado, narrado con inteligencia, sarcasmo y fuerza dramática por un checo que parece conocer a los americanos mejor que ellos mismos.
