Gregorine, como le decía Hemingway, fue más que un patrón de yate para el escritor, quien aseguró que Gregorio Fuentes era como su "otro yo no intelectual", el gran amigo que recordó hasta su muerte y su confidente, así como quien le sugirió el título que le valió el Premio Nobel de Literatura en 1954 por su narración en 'El viejo y el mar'. Tras su suicidio, Hemingway testamentó a favor de Fuentes el 'Pilar', al que sólo podían subir personas muy escogidas.

Hemingway conoció e hizo amistad con Gregorio Fuentes en medio del peligro de un huracán tropical cerca de las costas de Estados Unidos en 1928 y 10 años después le mandó a buscar para que se hiciera cargo del 'Pilar'.

A partir de ese momento compartieron las más difíciles aventuras pesqueras y hasta se dedicaron a cazar infructuosamente submarinos nazis al norte de Cuba durante la Segunda Guerra Mundial, armando al yate con una ametralladora de calibre de 50 milímetros.

En su última actividad pública Fuentes visitó en sillas de ruedas la Marina Hemingway, al oeste de La Habana, para recibir la condición de capitán de la International Game Fish Association de manos del presidente de esa institución, el estadounide.

Gran fumador

Fumador empedernido, gastaba cigarrillos y posteriormente habanos desde los seis años. Aseguraba que en una noche de pesca fumaba más de una decena de puros y podía tomar, sin mucho problemas, una buena botella de ron mientras preparaba los famosos tragos 'Papas doble' que Hemingway había inventado para sí y que fueron parte de la mítica historia del bar 'El Floridita', donde el novelista escribía -en una pequeña pizarra instalada en la pared del establecimiento- sus partes de cuantas letras había inmortalizado ese día, aislado en su residencia, en la finca 'Vigía', del barrio habanero de San Miguel del Padrón.

Cuando Hemingway se suicidó en l961, Gregorio Fuentes jamás regresó al mar y tampoco tomó una caña de pescar. Durante toda su vida se negó a aceptar la realidad de la muerte de Hemingway y consideró absurdas las causas del suicidio, toda vez que su inseparable amigo, le decía -en cartas que le envió- que estaba muy bien, fuerte y con muchos deseos de pescar. Gregorio siempre se opuso a las conclusiones clínicas sobre la enajenación de Ernest Hemingway y en más de una ocasión se refirió a su muerte como una conspiración.