PHUKET (4 DE MARZO DE 2005).-
De la noche al día. Visitar la costa oeste de Phuket, donde las olas segaron la vida de miles de personas hace sólo dos meses, sí da una imagen de la tragedia a pesar de las esforzadas tareas de reconstrucción.Este litoral está formado por varias playas muy abiertas al mar separadas por promontorios bastante elevados, donde se sitúan algunos de los hoteles más exclusivos que, por cierto, se salvaron del tsunami.
En lugares como Karon —desde donde escribo-, Kamala o Patong, en primera línea de la costa, junto a un exiguo paseo marítimo, estaban los alojamientos más populares y, sobre todo, las zonas de marcha.
"No queremos ni pensar en lo que hubiese ocurrido si el maremoto hubiese llegado unas horas más tarde, con las playas llenas de gente", confiesa Sara, una tailandesa que vive del turismo.
"Y aún hubiese sido peor la noche del 25 de diciembre, cuando todo el mundo estaba de fiesta en los bares de Patong", reconoce entre el alivio y la preocupación.
Allí, a pocos metros del mar, como un laberinto de bares, barras de chicas go-go, chiringuitos con los últimos estrenos de cine en DVD, terrazas y los ubicuos ciclomotores, está el corazón del turismo en Phuket, la razón por la que millones de europeos, norteamericanos y australianos venían a la isla.
Del día a la noche. A la luz del sol este corazón marchoso de la isla muestra todas sus heridas. Hasta la segunda línea de playa los locales tienen reventadas sus paredes, los interiores arrasados, cascotes amontonados, cables colgantes, piscinas llenas de brozas. Los obreros miran con ese escepticismo tan oriental a quienes les prestan atención mientras se fuman un cigarillo en cuclillas, rodeados de escombros.
Todo cambia por la noche, a la luz de los neones. Bangla Road, la calle principal, se llena de taxistas y pandillas de curiosos que compran baratijas. Cada bar compite por armar más ruido que el vecino, los turistas (¡por fin, aquí estaban!) beben litros de cerveza y las chicas go-go se deslizan en las barras con posturas infalibles.
Con el día parece desaparecer el macabro recuerdo del tsunami, si no fuese porque en algunos puestos se venden postales con imágenes insoportables, e incluso en DVD, de los días posteriores al maremoto.
Sin embargo, unas calles más allá los camareros juegan al billar a la espera de clientes, y por el día no cuesta nada encontrar una tumbona libre en la playa. Y todos temen que el hundimiento del turismo sea aún más catastrófico que el maremoto, mientras tratan de distraerse en un juego un tanto histérico de vuelta a la normalidad.