Música para mortales

• El Escorpión regala tres ejemplares de ‘1001 discos que hay que escuchar antes de morir’ (Grijalbo).

Los melómanos son demasiado emotivos y sublimes para mi gusto ramplón. Les pasan cosas excelsas todo el tiempo, algo que va contra el carácter republicano de este blog (de aquella República de la que largaron a las Musas). Ya el título de este volumen ('1001 discos que hay que escuchar antes de morir', (Grijalbo) resulta ominoso y aprensivo. ¿Qué pasa si no escuchas estos centones antes de morirte? ¿Qué te vas fastidiado al otro mundo y lo lamentas durante la eternidad? ¿No podrían escucharse sencillamente en vida y disfrutarlos sin mayor parangón? Para un melómano estas son cuestiones extravagantes, pues la inmortalidad se da por supuesta (en ellos, claro, porque al resto se lo comen los gusanos).

Así, por ejemplo, Michael Lydon dice en el Prefacio: "Justo después de la muerte de Ray Charles escuché su último álbum, Genius Love Company, y me eché a llorar". Pregunta: ¿y a mí, qué? Observación: ¿ha tenido que escuchar el disco para sentir la muerte de un tipo al que aprecia, el muy gayolero?

También expone que "bailamos, conducimos, discutimos, reímos, y hacemos el amor con los álbumes". Lo de bailar, lo entiendo y hasta lo comparto (otra cosa, parecería rara); lo de conducir, la verdad es que el tráfico está muy mal; lo de discutir y reír con la música puesta, qué quieren que les diga: y por qué no mientras gritamos; y lo de hacer el amor con orquesta de fondo, luego pasa lo que pasa, que la gente se queja de que no hay atención al acto (o jadeas o tarareas, elige).

Robert Dimery, el editor del compendio, no se queda atrás y para él "los álbumes son la banda sonora de nuestras vidas". El personal que va por la calle y cree que le sigue una cámara y que además le ponen música a sus pasos se llama sociópata. Una enfermedad con muy mala cura. Era inevitable, por tanto, que los colaboradores que eligió para la empresa consiguieran "despejarnos el camino de mediocridades y dirigirnos hacia lo sublime". No te cortes, Bob.

Fueraparte, como decían en mi pueblo, en lo de dentro hay sorpresas buenas. Es lo que tiene hacer memoria —y aquí la hacen del último medio siglo-, que cuando llegas allí resulta que la han cambiado. Por ejemplo, los años 50, la que se supone década rockera, fue en realidad una época dorada del jazz. O también que en pleno apogeo de la música disco, la calidad la ponía el punk. Y que en general la intensidad de la experiencia no garantiza la longevidad de su valor (en la melomanía y en unas cuantas cosas más). Fíjate.

Fueraparte del anterior fueraparte, hay información sobre la génesis de las obras, sobre lo que las inspiró, detalles de realización y fechas, diseño de cubiertas, directores artísticos... O sea, que el libro tiene pinta. A ver qué dicen los melómanos, que a mí me dan miedo (acuérdense de Azúa).

Instrucciones de uso. Los que no piensen morirse, también pueden leer el libro.